jueves, 13 de mayo de 2021

La marginalidad del cristianismo de los orígenes

Rafael Aguirre (ed.)
Carmen Bernabé, Carlos Gil, Estela Aldave, Rafael Aguirre, Sergio Rosell, David Álvarez, Fernando Rivas, Elisa Estévez
De Jerusalén a Roma. La marginalidad del cristianismo de los orígenes
Editorial Verbo Divino, 2021

"El cristianismo de los orígenes, antes que una doctrina, era una forma de vida con profunda incidencia social y que se gestaba en la marginalidad social".


[1] Un recuerdo muy personal. Conocí a Rafa en 1980, cuando yo cursaba 1º de Sociología en la Universidad de Deusto. En ese momento, en ese lugar (¡qué importantes son los lugares!), Rafa nos ofreció a Teresa, Mari Jose, Agustín y a mí la posibilidad de reflexionar críticamente sobre nuestra fe. Lo hicimos con este libro, publicado precisamente aquel año de 1980...

... y en el que Rafa cerraba así su capítulo: "Los cristianos se vinculan a Jesús de Nazaret con una relación muy especial que se llama fe. Es una actitud que debe mantener de forma consciente -y razonable, pero esto ya es otro cantar- su insólita originalidad en el mercado de los comportamientos humanos[el énfasis en negrita es mío].

La fe en Jesús de Nazaret conlleva y exige un comportamiento insólito, fuera de lo común (referencia espacial).

En su etimología, insólito es un término de procedencia latina, «insolĭtus», del prefijo «in», privación o negación, y «solĭtus», participio pasivo de «solĕre», que quiere decir "soler". Pero a mí, que no sé latín y no soy filólogo ni lingüista, escuchar la palabra "insólito" me lleva inmediatamente a pensar en algo privado de suelo, de lugar. Un comportamiento que está fuera de lugar.


[2] De esto va este libro: de lugares. Interesantísimo el diálogo que establecen las autoras y los autores con la sociología urbana crítica de Lefebvre, Harvey o Soja.

"El lugar físico, social o simbólico en el que se sitúa una persona le proporciona una perspectiva decisiva en su forma de mirar el mundo, permitiéndole o impidiéndole descubrir ciertos aspectos de la realidad" (Carmen Bernabé, 19).

En efecto, esto es algo destacado por el marxismo (la clase como lugar social fundamental, también lugar epistémico), por la sociología de Bourdieu (con su énfasis en la importancia de la posición como generadora de habitus o disposiciones) o, más recientemente, por la bióloga e historiadora Donna Haraway y su énfasis en el conocimiento situado (como antídoto frente a tanta "normalidad" patriarcal).

Cada lugar social contiene intereses y proyectos de realidad distintos. Según cuál sea nuestro lugar social, defenderemos unos u otros intereses y proyectos. Pero la influencia del lugar social es aún mayor, pues incide sobre nuestras posibilidades de analizar y conocer la realidad social. Como señalara desde la periferia del mundo Leonardo Boff, "a la hora de escoger una teoría explicativa de la sociedad, entran en juego una serie de criterios que no proceden exclusivamente de la objetividad y racionalidad, sino de la opción de fondo y lugar social de quien realiza el análisis" [La fe en la periferia del mundo. El caminar de la Iglesia con los oprimidos, Sal Terrae, 1981].


[3] Queda claro desde el principio del libro: la marginalidad es el estatuto propio de la persona cristiana porque el comportamiento, las prácticas sociales de las primeras comunidades cristianas, eran insólitos, estaban fuera de lugar… pero al mismo tiempo estaban en un lugar concreto. Cuando hablamos de la marginalidad, en el fondo, estamos constatando que “el estar en el mundo sin ser de este mundo” se planteaba a todos los grupos cristianos de los orígenes (Introducción, 13).

A partir de esta idea, Carlos Gil propone una fórmula luminosa para describir a aquellas primeras comunidades: “Eran un conjunto raro de personas normales” (59). Estaban en el mundo, no se apartaban de él, pero estaban de manera insólita. Había romanos y griegos, ciudadanos y esclavos, residentes y extranjeros, varones y mujeres -muy importante su papel en aquellas comunidades originarias, que lleva a las autoras y autores a denunciar “la insostenible situación de la mujer en la Iglesia” actual (Capítulo final, 255)-, personas pobres y acomodadas… Cada una de estas personas era aparentemente “normal” en relación a su grupo de pertenencia, pero juntas constituían una comunidad rara, insólita, fuera de lugar. En unas ciudades y una sociedad constituidas sobre categorías y fronteras rígidas y excluyentes, las y los creyentes en Jesús buscaban explícitamente “alterar las clasificaciones y fronteras dominantes y sustituirlas por espacios de convivencia que ofrecían un modo de vida propio, con sus propias formas de relación” (Carlos Gil, 59).

Eran “personas raras por su ubicación o disposición a estar sobre las líneas fronterizas, personas que no encajan totalmente con las categorías o clasificaciones hegemónicas” (Carlos Gil, 67). Podríamos decir que eran comunidades queer, entendiendo el término más allá de su ubicación en el campo de los estudios de género.

No hace falta decir que, inspiradas por esta constitución original, las autoras y los autores del libro reclamen, al final del mismo que las actuales comunidades cristianas del Norte global actualicen aquella rareza y sean comunidades acogedoras para “tantos migrantes pobres, refugiados, desplazados, como se encuentran a sus puertas o malviven en su interior” (Capítulo final, 255).

Me sumo.


[4] El reino de Dios, vivido como una propuesta espacial transformadora hecha desde los márgenes, era el lugar desde el que era posible constituir esas comunidades insólitas. El reino de Dios como espacio vivido, espacio de representación, tercer espacio, “donde imaginar nuevas prácticas espaciales, nuevas relaciones y nuevas identidades, guiadas por nuevos valores” (Carmen Bernabé, 43).

Prácticas contraculturales, contrahegemónicas, como las que reclama Boaventura de Sousa Santos al cerrar su libro Si Dios fuese un activista de los derechos humanos [Trotta, 2013]: “si Dios fuese un activista de los derechos humanos, Él, o Ella, andarían definitivamente en busca de una concepción contrahegemónica de los derechos humanos y de una práctica coherente con la misma. Al hacerlo, antes o después, este Dios se enfrentaría al Dios invocado por los opresores y no encontraría ninguna afinidad con Este o con Esta”.

Unas comunidades inspiradas por el reino de Dios configuradas como heterotopías, como espacios que rompían con la lógica sistémica de la reproducción de lo existente para abrirse a futuros posibles, para cultivar inéditos viables (Paolo Freire).


[5] En su capítulo, Elisa Estévez da cuenta de cómo la tercera generación de cristianas y cristianos (110-150 d.C.), optó cada vez más por adaptarse al mundo en el que vivían, a sus valores y a sus lógicas, con el resultado de que muchas comunidades “apuestan por mantener el orden social establecido y piden la sumisión de los esclavos y la reducción drástica del protagonismo femenino” (211).

Al finalizar la lectura del libro, al reflexionarlo, he apuntado: “Recuperar la tensión del tercer espacio para combatir y revertir la adaptación al mundo de la tercera generación”. Esta es, creo, nuestra tarea.

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