lunes, 16 de febrero de 2009

TUVIMOS UN SUEÑO, TENEMOS UN PROYECTO

Tuvimos un sueño, el de construir una patria vasca amable y cívica. Hemos hecho mucho por hacerlo realidad. Hoy vemos que ese sueño corre peligro. Seguramente es por eso por lo que ahora estamos aquí, formando parte de esta Red para el Cambio.
“Una nueva misión sustituía a la vieja: construir la comunidad que soñábamos en unas dimensiones más grandes y en uniones más osadas”. Este era el espíritu con el que Stefan Zweig viajó a América del Sur en el verano de 1936, cuando la Europa humanista y democrática comenzaba a desgarrarse por las costuras de España. Por aquellos días Zweig aún confiaba en la posibilidad de salvar el sueño europeo, universalista y cosmopolita, de las garras de quienes empezaban a ahogarlo en la barbarie del guerracivilismo. Al fin y al cabo, las semillas de ese sueño se habían salvado a pesar de todas las ocasiones en las que el árbol de la libertad, la tolerancia y el humanismo, había sido atacado por el hacha del fanatismo. “Siempre habrá alguien que recordará la obligación espiritual de retomar la vieja lucha por los inalienables derechos del humanismo y de la tolerancia”, escribía Zweig al final de su imprescindible Castellio contra Calvino.
También en Euskadi hemos soñado una comunidad construida desde sus raíces bajo la advocación del humanismo y la tolerancia. La hemos soñado y hemos trabajado duramente por hacer realidad ese sueño. En esta tarea nos hemos enfrentado al que, según señala José Ramón Recalde, es el principal problema que tenemos los vascos: el hecho de ser una sociedad con un alto grado de identidad pero con un mínimo grado de vertebración. Con la Constitución y el Estatuto pactamos un imprescindible acuerdo de integración como solución estable para conseguir esa vertebración de otra manera imposible. Gracias a ese pacto nuestras identidades diversas han podido expresarse en un clima de convivencia. Pero desde hace una década, desde que Ibarretxe accedió a la Lehendakaritza, esa vertebración se ha vuelto cada vez más precaria de la mano de una irresponsable política de reforzamiento de la identidad nacionalista.
“¿Ustedes qué nación defienden, la española o la vasca?”. Esto era lo que Ibarretxe espetaba en su réplica a Patxi López desde la tribuna del Parlamento Vasco en un debate de política general. ¡Dios mío, qué hartazgo! No hemos avanzado nada desde aquella tonadilla que me cantaba mi querida abuela y que decía así: “Cómo quieres que una luz alumbre dos aposentos, cómo quieres que yo sea vasco y español a un tiempo”. Que la cantara mi abuela tiene un sin fin de explicaciones, pero ¡qué nos la siga cantando hoy en día aquel que debería haber sido lehendakari de todos! Pero no. Lleva diez años trazando la línea que separa a los vascos-vascos de quienes sólo lo somos, en el mejor de los casos, administrativamente. Siempre sometidos a la sospecha de defender otra nación.
La construcción nacional de Euskadi impulsada por el nacionalismo ha fracasado en la tarea de configurar un espacio público común, pactado, donde encontrarnos para convivir en libertad y en paz. Una concepción exclusivista de la identidad vasca, que identifica esta con la identidad nacionalista, mantiene como reivindicación del Pueblo Vasco lo que, en todo caso, es la reivindicación partidaria del nacionalismo vasco, apropiándose de los sentimientos y de los compromisos de todos. Y ha provocando una perversa deriva de los afectos, los sentimientos y las emociones: estamos cada vez más lejos de querer nada en común, y estamos cada vez más cerca de dejar definitivamente de querernos.
Ya está bien de despreciar el compromiso por la Euskadi autogobernada de todos los vascos no nacionalistas, vascos vasquistas, vascos más que españoles, vascos tanto como españoles, vascos menos que españoles, vascos que ni fu ni fa, vascos y vascas que sobre todo somos internacionalistas o lesbianas o de izquierdas o amantes del jazz. Vascos comprometidos con este país, tanto que muchos de ellos han dado su vida por él.
Es por eso que una nueva misión debe sustituir a la vieja misión nacionalista: construir la comunidad de los vascos en unas dimensiones más grandes y en uniones más osadas. Y el primer paso en esta misión no puede ser otro que el de consolidar entre todas y todos un espacio común para la libertad y los derechos en cuyo seno podamos desarrollar nuestras variadas (y variables) identidades y experimentar nuestros particulares afectos.
Esta compleja pluralidad de identidades y pertenencias es la que nos lleva a considerar como indeseable cualquier proyecto político que busque el cierre de Euskadi sobre sí mismo. Sólo la existencia de una sociedad autogobernada que forme parte activa de marcos políticos más amplios e inclusivos evitará la tentación de una gestión homogeneizadora de esa pluralidad. En esto consiste, para mí, la actual encrucijada vasca. En saber si el Nosotros vasco del mañana va a ser más estrecho o más ancho que el de hoy, más homogéneo o más plural, más “nosotros-solos” o más “nosotros-con-otros”.
Y es cierto: defendemos otra nación. Pero no una nación hipostasiada, vasca o española, al margen de su concreta realización. Defendemos nuestro sueño. El sueño de una patria vasca que Imanol cantaba así: “Nire euskaltasuna baso bat da, eta ez du zuhaitz jenealogikorik. Nire euskaltasuna bide bat da, eta ez du zaldizkorik. Nire euskaltasuna bertso bat da, eta ez du txapelik. Nire euskaltasuna pekatu bat da, eta ez du mea-kulparik”.
Todavía hoy esa vasquidad, esa patria vasca sin árboles genealógicos, caballeros ni txapelas sigue siendo un proyecto. Pero ya está mucho mas cerca de convertirse en una realidad.

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