lunes, 15 de septiembre de 2008

De silencios clamorosos y gritos inaudibles

EL CORREO, 9/9/2008

Tiene que ser una gozada saberse tocado por la mano de Dios. Ser lo que hay que ser, estar donde hay que estar, decir lo que hay que decir, pensar lo que hay que pensar. Y así y todo echar pestes contra la prepotencia... de otros. Publicaba Iñaki Anasagasti el último viernes de agosto un artículo en este diario en el que criticaba a Patxi López por no haberle escuchado «ningún comentario político de sustancia, en un extraño caso de desaparición mediática en momentos en los que la palabra del líder del PSE se requería». El senador jeltzale acusaba a Patxi López, y con él al conjunto del socialismo vasco, de guardar un clamoroso silencio a lo largo del mes de agosto ante una serie de «asuntos de nervio» (tales como la fusión de las cajas de ahorro, la cogestión autonómica de los aeropuertos, la protección de la flota que faena en aguas de Somalia o la devolución de los llamados papeles de Salamanca) esenciales para el autogobierno vasco. Lo curioso es que, aprovechando el tortuoso recorrido de su peculiar Guadalquivir, Anasagasti dedicaba la mitad de su artículo a fustigarnos a mi compañero Óscar Rodríguez y a mí mismo precisamente por lo contrario: por habernos animado a expresar en sendos artículos nuestra opinión sobre diversas cuestiones relacionadas justamente con el autogobierno vasco. Con lo que, si callas por guardar silencio, si hablas por abrir la boca, no resulta sencillo contentar al senador del PNV. Al menos si palabras o silencios proceden de este «PSE franquicia», como despectivamente nos califica. Eso sí, sin prepotencia. Y es que, según Anasagasti, los nacionalistas quieren más autogobierno, mientras que los socialistas queremos menos. Menos autogobierno, menos autogestión, menos responsabilidad, menos desarrollo económico, menos bienestar, menos cultura y no sé si menos libertad. No debemos de ser muy espabilados los socialistas vascos y sí muy pero que muy masoquistas. Lo dicho: tiene que ser la leche sentirse tocado por la mano de Dios. Saberse en perfecta y permanente sintonía con el pálpito profundo del Pueblo vasco y por eso conocer, sin ningún género de dudas, lo que este Pueblo y sus pobladores quieren y necesitan. Ser vasco-vasco, sin ningún género de dudas; sin necesidad de «pintar la rosa de rojo, blanco y verde», como también se ha ironizado estos días desde las más altas instancias del PNV. Tratándose de una pieza escrita a paletadas, en la que Anasagasti cruza hierros con tanta gente a la vez (Patxi López y Óscar Rodríguez, pero también Ramón Jáuregui, Eguiguren o Elorza), a mí me ha tocado el papel de anti Juan Luis Guerra. Ya saben, me refiero al cantante dominicano autor de la hermosa y pegadiza canción titulada 'Ojalá que llueva café'. Según el senador nacionalista toda la reflexión que humildemente pretendía transmitir en mi propio artículo ('Viejos y nuevos nacionalismos', EL CORREO, 21-8-08) se reduce al muy endeble tópico de que el problema del Estado autonómico español es el 'café para todos'. Extremo éste que dejó preocupado a Anasagasti y, sinceramente, a mí también. ¿De verdad había escrito yo una tontería así? Tras curarme en salud suplicando clemencia a Juan Luis Guerra, cuyas bachatas tanto me han animado, volví a leer mi artículo. Y puedo equivocarme, pero creo que no decía nada de eso. Seguramente abusando de la hospitalidad de este medio y de la paciencia de los lectores, me permito reproducir a continuación el párrafo final de mi escrito: «El Estado constitucional y autonómico español es un verdadero bien público del que todos, individuos y comunidades territoriales, nos hemos beneficiado. Un proyecto de convivencia y progreso que sólo se sostiene sobre el compromiso de todos. Un sistema de organización necesariamente multilateral, que exige tanto la existencia de un centro que compense las tendencias centrífugas de las distintas partes como de unos poderes locales que eviten la propensión centrípeta del poder central. El riesgo al que hoy se enfrenta este sistema es el de la proliferación de unas relaciones bilaterales que alimenten la multiplicación de 'free riders' atentos tan sólo a sus propias necesidades e intereses y desentendidos de las necesidades comunes». El problema, pues, no estaría en el 'café para todos' sino, en todo caso, en que cada cual se preocupe exclusivamente de garantizarse su café, sin preguntarse si la cafetera da para todo y para todos, ni del suministro del grano y el agua imprescindibles para elaborar la aromática bebida. Por cierto, el término 'free rider' podría traducirse al castellano como 'gorrón'. Enemigo confeso del «clamoroso silencio» sobre cuestiones de autogobierno de los socialistas vascos durante este mes de agosto, el senador Anasagasti dedicaba un párrafo de su artículo al Pacto de Lizarra, calificándolo de «sectario y excluyente» porque «equivocadamente buscaba consolidar un proceso de paz dejando al margen a la mitad de la población vasca». Un pacto que juzga «un gran error político que diez años después todavía colea». En una entrevista en este diario con la que cerraba un verano de intensa actividad mediática, el senador jeltzale insistía en que el Pacto de Lizarra, «que se hizo con buena intención para acabar con ETA, tuvo un error fatal, que se cargaba a la mitad de la población». Si esto es hablar claro bendito sea el clamoroso silencio. Lizarra fue un pacto sectario y excluyente, claro que sí, pero no porque buscara equivocadamente acabar con ETA dejando fuera de ese proceso de paz a la mitad de los vascos, sino porque realmente pretendía la exclusión política de los vascos no nacionalistas. Un pacto que en su momento sí fue del gusto de Anasagasti.Y no pasa nada. Bienvenido sea este cambio de opinión. Nada de conversos a la cola. Pero me preocupa, casi diré que me molesta, tanta indulgencia para con los clamorosos silencios propios y tan poca para con los de los demás. Tanto dramatismo para discutir un asunto como es el desarrollo del autogobierno vasco y tanta ligereza a la hora de enfrentarse al problema de la libertad y la inclusión política de todos los vascos. Dicho sea todo esto sin acritud, con simpatía incluso. Tenga la seguridad de que la primera ocasión en que coincida con usted y con sus compañeros del grupo nacionalista en la cafetería del Senado tendré muchísimo gusto en invitarle a un café. Para todos.

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