Mi viaje al otro lado de la realidad
Prefacio de Émile Zola
Traducción de Antonio García
Errata naturae, 2023
"La vida de las ciudades, que hasta entonces me había parecido extravagante, se me hizo de repente odiosa. El lujo, que en otro tiempo se me antojaba uno de los goces de la existencia, se convirtió en un tormento para mí. Por más que buscaba dentro de mi alma una razón cualquiera para disculpar nuestra vida, no podía observar mi salón o el de los demás sin irritarme: una mesa suntuosamente servida, un magnífico carruaje, los escaparates de los comercios, los teatros y los casinos. Me era imposible no ver junto a todo esto a los habitantes del asilo de Liapín, atormentados por el hambre, el frío y la vergüenza. Ya no podía alejar de mí la idea de que estas dos realidades se enlazaban y que la una era consecuencia de la otra. En otras palabras: había puesto un pie en el otro lado de la realidad".
En 1881, a los 63 años y con casi toda su gran inmensa publicada y aclamada por las lectoras y lectores, por la crítica literaria y por sus colegas de escritura, Tolstói llevaba ya una década profundizando en un itinerario espiritual que le había llevado a abrazar con convicción el cristianismo del Sermón de la Montaña, el pacifismo desobediente de Thoureau y el anarquismo proudhoniano. Pero el desasosiego dominaba su vida, como relata en algunos de los párrafos más angustiosos de Confesión, publicada en 1884:
"Mi vida se detuvo. Podía respirar, comer, beber y dormir; de hecho, no podía no respirar, no comer, no beber y no dormir. Pero no había vida en mí porque no tenía deseos cuya satisfacción me pareciera razonable. Si deseaba algo, sabía de antemano que de ello no resultaría nada, tanto si se realizara
como si no. [...]
La verdad era que la vida es un absurdo. Era como si hubiera vivido mucho tiempo y, poco a poco, hubiera llegado a un abismo y ahora viera claramente que delante de mí no había nada excepto mi ruina. Y, sin embargo, no podía detenerme, ni dar vuelta atrás, ni cerrar los ojos para no ver que delante no había más que el engaño de la vida y de la felicidad, y los sufrimientos verdaderos y la muerte verdadera: el aniquilamiento completo. [...]
Y he aquí que yo, un hombre feliz, saqué una cuerda de mi habitación, donde me desvestía solo cada noche, para no colgarme de un travesaño que había entre los armarios. Y dejé de ir de caza con la escopeta para que no me tentase ese medio demasiado fácil de quitarme la vida. Yo mismo no sabía lo que quería: me daba miedo la vida y luchaba por desembarazarme de ella y, al mismo tiempo, esperaba
algo de ella.
Y esto aconteció en un momento en que estaba rodeado de lo que se considera la felicidad completa; eso fue cuando aún no cumplía cincuenta años. Tenía una buena esposa, amante y amada, buenos hijos, una gran hacienda que, sin esfuerzo por mi parte, aumentaba y prosperaba. Era respetado más que nunca por amigos y conocidos, los extraños me colmaban de elogios, y podía considerar, sin temor a exagerar, que había alcanzado la celebridad. Además, no estaba enfermo ni física ni mentalmente; al contrario, gozaba de un vigor mental y físico que rara vez he encontrado en las personas de mi edad. Físicamente, podía segar al mismo ritmo que los campesinos. Intelectualmente, podía trabajar ocho o diez horas seguidas sin resentirme por el esfuerzo. Y a tal estado llegué que ya no podía vivir; y, temiendo la muerte, debía emplear ardides conmigo mismo para no quitarme la vida".
Teniéndolo todo sentía que no tenía nada. Aunque su brújula moral y su razón ya le señalaban el camino para superar esa profunda experiencia de hastío y de absurdo (la simplicidad evangélica, la desobediencia de Thoureau, la afirmación soberana de la persona frente al Estado) su vida práctica, su día a día, continuaba transitando por los caminos de siempre. Hasta que experimentó una auténtica conversión que le llevó a aproximar al máximo su existencia a sus ideales. Tolstói recuperó su vida perdiéndola (Mt 16, 25), renunciando a sus privilegios, como también indica en Confesión:
Renuncié a la vida de nuestra clase después de reconocer que aquello no era tal vida, sino sólo una apariencia, y que las condiciones de lujo en las que habitábamos nos privaban de la posibilidad de comprender la vida, y que para entenderla debía comprender no la existencia de una minoría, de
nosotros, parásitos, sino la del sencillo pueblo trabajador, que la crea y le da sentido.
Casi veinte años después, en 1901, Mi viaje al otro lado de la realidad explicita, desarrolla y radicaliza esta confesión de Tolstói, profundizando tanto en las dimensiones personales como estructurales de su desclasamiento: cuestiona la filantropía que da dinero a las personas pobres pero no supone privación alguna para quien dona ni las eleva a la condición de semejantes ("nosotros, los ricos jamás podremos sacrificar lo superfluo. Tenemos tantas necesidades que satisfacer!"); desvela la palabrería de quienes critican con energía la indiferencia y la frialdad de nuestro mundo, pero a continuación siguen con sus vidas como si nada; denuncia el caprichoso lujo urbano, cuya obscena ostentación solo es posible gracias a la protección policial; advierte contra la centralidad del dinero y la enajenación del trabajo, que permite la riqueza de unos pocos sobre la mayoría: "Tras esta toma de conciencia he adquirido el convencimiento de que el dinero no representa el trabajo, al menos en la inmensa mayoría de los casos, sino la explotación, la violencia o la complicadísima astucia que sobre éstas se funda".
Sobre esta base basculó la vida de Tolstòi en sus últimos años, entre la incomprensión de quienes lo admiraban, como Zola ("A veces pienso que Tolstói es uno de esos predicadores revolucionarios que recorren los caminos, enfebrecidos por la fe, para dar a conocer la nueva ley de la nueva humanidad sin considerar demasiado los hechos"), y hasta de su propia familia. Pero conformará una norma de vida que es también un desafío para las mujeres y los hombres de hoy en día Así se expresa en un hermoso y profundo prólogo de los editores:
"Aquel texto se convierte hoy en este libro. Y creemos que, en un tiempo como el nuestro -marcado
por la espeluznante crisis climática global y el atroz ascenso generalizado de los nuevos fascismos, que
contrasta con la indolencia y el cortoplacismo de gobernantes y gobernados, incapaces de ir más allá de
falsas soluciones que ni siquiera garantizan la supervivencia de los ecosistemas o de la propia civilización tal como la conocemos-, parece más importante que nunca recordar el pensamiento radicalmente indócil y visionario de un hombre que no aceptó menos que la dignidad y la justicia para todos los seres humanos".
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Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará el mundo
Traducción de Clara Ministral
Capitán Swing, 2023
El problema es el capitalismo, un sistema de vida "intrínsecamente colonial", que exige de una continua provisión de territorios, personas y recursos "de los que extraer valor sin pagar nada a cambio". Un sistema económico organizado en torno al imperativo del crecimiento constante de la producción y el consumo ("crecentismo"), medido en términos de producto interior bruto (PIB). Un crecimiento que en los países más ricos hace años que se ha desacoplado absolutamente de la satisfacción de necesidades reales. En esta parte del mundo ya tenemos suficiente: no necesitamos más crecimiento sino "organizar la economía en torno al bienestar humano, en lugar de en torno a la acumulación del capital".
Hickel desmonta la peligrosa fantasía del "crecimiento verde" (la "energía limpia no está reemplazando las energías sucias, sino que se está sumando a ellas"), de la eficiencia tecnológica como solución ("en una economía orientada al crecimiento, las mejoras en la eficiencia que podrían ayudarnos a reducir nuestro impacto se utilizan en cambio para introducir una parte cada vez mayor de la naturaleza en los circuitos de extracción y producción") o de la economía circular ("En una economía circular, el coste de los materiales se internaliza. Eso es bueno desde el punto de vista ecológico, pero malo desde el punto de vista de la acumulación de capital"). Porque, frente a lo que proclama la doxa neoliberal, el capitalismo no es una cornucopia productora de inagotable abundancia sino una máquina diseñada para producir constantemente escasez artificial, sin la que el engranaje de la acumulación y el crecimiento colapsarían. Un crecimiento imposible de universalizar:
"[L]os países del Norte global (que representan solo el 19 por ciento de la población mundial) están detrás del 92 por ciento del exceso de emisiones. Esto quiere decir que son los daños causados por el colapso climático. En contraste con esto, toda América Latina, toda África y todo Oriente Próximo juntos son responsables de tan solo el 8 por ciento. Y esas emisiones proceden solamente de un pequeño grupo de países dentro de esas regiones. [...] En otras palabras, los países de ingreso alto que han engullido no solo la parte que les correspondía, sino también la de todos los demás, están en deuda climática con el resto del mundo".
Frente al crecentismo, el decrecimiento consiste en "reducir los flujos de materiales y energía de la economía para volver a ponerlos en equilibrio con el mundo viviente, al tiempo que se reparten los ingresos y los recursos de manera más justa, se libera a las personas del trabajo innecesario y se invierte en los bienes públicos que necesita la gente para disfrutar de una vida próspera".
Para ello Hickel reivindica y propone reducir drásticamente los ingresos de la población rica (en la línea de Piketty), invertir en bienes y servicios públicos y revertir los procesos de privatización, poner fin a la obsolescencia programa de los productos de consumo, limitar la publicidad para evitar el consumismo por emulación, reforzar el usufructo frente a la propiedad, reducir la escala de las industrias ecológicamente más dañinas (como la industria cárnica), reducir el tiempo de empleo y repartir todos los trabajos, cancelar las deudas, desmonetizar y desfinanciarizar la economía. En definitiva, salir del capitalismo y descolonizar el mundo y nuestras mentes.
Pero para salir del capitalismo como estructura debemos empezar a salir del mismo como agencia. Nunca saldremos si yo no empiezo ya a salirme, si tú no lo haces. Tim Jackson lo expone así en Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito:
"La dimensión de esta tarea abarca tanto lo personal como lo social. Las posibilidades para la acción personal –o basada en la comunidad- son claras. El cambio puede manifestarse a través del modo en que vivimos, las cosas que compramos, la forma en que viajamos, dónde invertimos nuestro dinero, o cómo pasamos nuestro tiempo de ocio. Puede lograrse a través de nuestro trabajo. Puede verse favorecido por el modo en que votamos y por la presión democrática que ejerzamos sobre nuestros gobernantes. Puede fomentarse a través del activismo de base y del compromiso comunitario. También es importante la búsqueda de la frugalidad, de la simplicidad voluntaria" (Icaria 2011; traducción de Ángelo Ponziano).
"Basta comprender, de una vez para siempre, que todo arriendo o compra no es más que una obligación emitida contra los pobres que éstos tienen que pagar. Por consiguiente, prefiero abstenerme siempre que sea es posible de arrendar o comprar", escribió Tolstòi en las últimas páginas de Mi viaje al otro lado de la realidad. Este sería el primer y fundamental paso en el camino del decrecimiento. Y a partir de ahí...
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Decrecimiento: del qué al cómo. Propuestas para el Estado español
Icaria, 2023
Escribe Hickel en la introducción de Menos es más: "Este no es un libro sobre el apocalipsis. Es un libro sobre la esperanza. Trata de cómo podemos sustituir una economía organizada en torno a la dominación y la extracción por una basada en la reciprocidad con el mundo viviente".
Y de eso va el libro de Luis González Reyes y Adrián Almazán: de "imaginar -como escribe Yayo Herrero en la introducción- itinerarios de transformación que conduzcan a crear formas de vivir en común ajustadas a los ecosistemas a la enorme velocidad que hoy necesitamos".
Centrándose en la dimensión económica del proyecto decrecentista y, más concretamente, en las principales actividades mercantiles (energía, residuos, silvicultura, agricultura, pesca y ganadería, minería, transporte, industria, edificación, turismo, finanzas) los autores de este libro proponen vías para la transformación de todas ellas a partir de un principio básico, transversal a todas ellas:
"Nuestra propuesta política, el Decrecimiento, se basa en una reducción de la centralidad del ámbito mercantil-estatal para que sean los hogares y, sobre todo, el ámbito comunitario quien se haga cargo de satisfacer esas necesidades que la dupla Estado-mercado solo cubre deficientemente a costa de una degradación social y ecológica acelerada. Apostamos por una estructura económica localizada, descentralizada, autónoma y controlada democráticamente desde las comunidades".
Una combinación tal de ambición transformadora (no simplemente "reverdeformista") y esfuerzo por aterrizar en el mientras tanto no puede no presentar aspectos discutibles, siendo uno de ellos, y no menor, su apuesta por la construcción de "comunalismos" como sujeto institucional y político fundamental frente al Estado (por no ser una mera herramienta neutral), aunque no necesariamente en contra de este.
Pero de eso se trata, de contar con herramientas para pasar "del qué al cómo" en la conversación colectiva sobre el decrecimiento. Y este libro nos ofrece unas cuantas.
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Cartas revolucionarias
Traducción de Annalisa Marí Pegrum
Visor, 2023
"Estos son años de transición y nuestros deberes
serán cuantiosos.
Los cambios son rápidos, pero la revolución
lleva más tiempo.
América ni siquiera ha comenzado.
Este continente es pura semilla".
[Carta revolucionaria N.º 10]
"Ya está aquí. Vivimos en un mundo que se muere. Los datos llevan décadas acumulándose. Se vuelven más detallados y preocupantes con cada año que pasa. Aún así, por algún motivo no hemos sido capaces de cambiar de rumbo", se lamenta Hickel en Menos es más. ¿Por qué? Tal vez porque, como señala Karen Armstrong en Naturaleza sagrada, la razón y la ciencia no son suficientes: "Si queremos redimir el mundo natural, también nosotros debemos aprender a linearnos emocionalmente con él y comprender la afinidad y la total dependencia que nos une a sus realidades".
Y esto es lo que encontramos en los poemas de Diane di Prima: una radical capacidad de emocionar y removernos, también en relación a las cuestiones que venimos conversando sobre la insostenibilidad del capitalismo y la necesidad de cambiar nuestros modos de vida:
Estamos devorando el planeta, cada domingo
el New York Times se traga un bosque entero [...].
O a ver qué os parece
esta estadística: en los Estados Unidos
vive el 5 % de la población mundial y se utiliza
el 50 % de los bienes del planeta, con nuestra basura
podrían sobrevivir
infinitas naciones «subdesarrolladas».
[Carta revolucionaria N.º 16].
Este poema pertenece a sus primeras "cartas revolucionarias", los 63 poemas escritos entre mayo de 1968 y diciembre de 1971. Me parece extraordinario. Y qué decir de este otro, también de esa misma época:
Tendremos que apretarnos todos
un poco el cinturón;
NO habrá
un Cadillac ni una casa de 40.000 dólares
para cada uno;
sencillamente
el planeta no lo soportaría
pero habrá comida
suficiente, las «necesidades básicas»
estarán cubiertas; tendremos que tirar
los lujos por la borda
hasta el más pobre de nosotros
tendrá que renunciar a algo
para vivir en libertad.
[Carta revolucionaria N.º 17].
Escritas entre 1968 y hasta sus últimos años de vida (Diane di Prima falleció el 25 de octubre de 2020) estas Cartas revolucionarias son una maravillosa expresión de contracultura beat, de anticapitalismo y de feminismo, una luminosa manifestación de esas "razones del corazón" que tanto le cuesta entender a la razón ("intellectus significa «luz de la mente», / no es discurso, ni siquiera lenguaje, / es el sol interior") y una invitación a actuar ya para transformar el mundo:
¿Qué dirían vuestros sueños vuestra imaginación
si la realidad no fuera un obstáculo -que no lo es-?
¿Quiénes seríais?
¿Y qué haríais?
Yo lo único que sé
es que empieza aquí.
[Carta revolucionaria N.º 105].
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