domingo, 7 de junio de 2020

Capital e ideología

Thomas Piketty
Capital e ideología
Traducción de Daniel Fuentes Castro
Ediciones Deusto (Editorial Planeta), 2019

Cuatro notas para recomendar la lectura de un libro monumental y complejo, un libro de economía, pero con mucha y buena sociología. Me limitaré a dar algunas pinceladas sobre su diagnóstico, pero el libro también contiene una propuesta de socialismo participativo para el siglo XXI.
Todos los cuadros, tablas y gráficos que aparecen en el libro pueden consultarse AQUÍ.


[1] Todas las sociedades necesitan justificar sus desigualdades. No es suficiente la violencia para sostenerlas. Sin esta justificación, que debe aspirar a presentarse como razonable y legítima, el sistema social esará en permanente riesgo de derrumbe. Esta es la la función de la ideología, "un conjunto de ideas y de discursos a priori plausibles y que tienen la finalidad de describir el modo en que debería de estructurarse una sociedad, tanto en su dimensión social como económica y política".

Los dos elementos fundamentales de esta justificación son: una teoría de las fronteras (quién forma parte de la comunidad y quien está excluido de esta, cuál es el territorio en el que se inscribe, qué relaciones debe mantener con otras comunidades y territorios) y una teoría de la propiedad (qué se puede poseer privadamente, para qué, hasta cuándo, y qué relaciones se establecen entre propietarios y no propietarios). Aunque las élites intentan siempre naturalizar las desigualdades para hacerlas incuestionables, estas son siempre un artificio socialmente construido. La desigualdad es siempre una cuestión ideológica y política.

En nuestras sociedades, el relato o la ideología justificativa de las desigualdades es de carácter propietarista y meritocrático: "la desigualdad moderna es justa, puesto que deriva de un proceso libremente elegido en el que todos tenemos las mismas posibilidades de acceder al mercado y a la propiedad. Todos obtenemos un beneficio espontáneo de la acumulación de riqueza de los más ricos, que son también los más emprendedores, los que más lo merecen y los más útiles".  Este relato, que sustituyó al estamental tras el hundimiento del Antiguo Régimen, afronta en la actualidad una crisis radical. En realidad este discurso meritocrático, que "tiene por objeto ensalzar a los ganadores y estigmatizar a los perdedores del sistema económico por su supuesta falta de mérito, talento y diligencia", es "una ideología antigua a la que todas las élites han recurrido de una u otra manera para justificar su posición, en cualquier época y lugar. La diferencia es que la culpabilización de los más pobres ha aumentado a lo largo de la historia, hasta constituir uno de los principales rasgos distintivos del actual régimen desigualitario".

[II] Ya experimentó una crisis profunda tras la II Guerra Mundial, cuando la mayoría de los países industrializados desarrolló a gran escala un sistema de impuestos progresivos sobre la renta y sobre las herencias que redujo considerablemente la desigualdad socioeconómica.

Como se observa en el gráfico, a mediados del siglo XX la progresividad fiscal fue más que considerable, especialmente en EEUU y el Reino Unido:
  • Entre 1900 y 1932 el tipo marginal máximo del impuesto sobre la renta (aplicable a las rentas más elevadas) en EEUU era el 23 %, el 30% en Reino Unido, el 18 % en Alemania y el 23 % en Francia.
  • Entre 1932 y 1980, ascendió hasta el 81 % en EEUU, el 89 % en Reino Unido, el 58 % en Alemania y el 60 % en Francia.
  • Pero entre 1980 y 2018 cayó hasta el 39 % en EEUU y el 46 % en Reino Unido, mientras que en Alemania se redujo hasta el 50 % y en Francia hasta el 57 %.

En ese mismo periodo la desigualdad (medida por la participación del 10 % de la población con mayor renta en la renta nacional) disminuyó sensiblemente entre 1950 y 1980, para volver a aumentar a partir de esta fecha hasta alcanzar en EEUU niveles similares a los de principios del siglo XX.


Y algo muy importante: "El ascenso del Estado fiscal no sólo no impidió el crecimiento económico, sino que, por el contrario, fue un elemento central del proceso de modernización y de la estrategia de desarrollo llevada a cabo en Europa y en Estados Unidos durante el siglo XX. Los nuevos ingresos fiscales permitieron financiar gastos esenciales para el desarrollo, en particular una inversión masiva y relativamente igualitaria en educación y sanidad (o, al menos, mucho más masiva e igualitaria que todo lo que se había hecho previamente), así como gastos sociales esenciales para hacer frente al envejecimiento (como las pensiones) y estabilizar la economía y la sociedad en caso de recesión (como el seguro de desempleo)".


[III] Piketty sostiene que los partidos socialdemócratas, socialistas o laboristas, a pesar de haber protagonizado la política igualitarista tras la II GM, nunca han desarrollado una doctrina consistente sobre la cuestión de la fiscalidad justa. En su opinión, "el desarrollo espectacular de la progresividad fiscal sobre la renta y las herencias durante los años 1914-1945 se desarrolló generalmente con urgencia, sin una verdadera apropiación intelectual y política, lo que explica en parte la fragilidad de su materialización institucional y su cuestionamiento a partir de la década de 1980"

En particular, la carencia de un auténtico proyecto internacionalista y su apoyo acrítico de la globalización y la liberalización completa de los flujos de capital se ha convertida en el caballo de Troya de la socialdemocracia:

"La liberalización de los flujos de capitales es problemática si no va acompañada de acuerdos internacionales que permitan el intercambio automático de información sobre la identidad de los titulares de los capitales y la aplicación de una política coordinada y equilibrada de regulación, así como de una imposición adecuada de los beneficios, las rentas y los activos en cuestión. El problema es precisamente que la libre circulación de bienes y capitales que se ha establecido a escala mundial desde la década de 1980, a instancias de Estados Unidos y de Europa, se ha concebido independientemente de cualquier objetivo fiscal y social, como si la mundialización pudiera prescindir de los ingresos fiscales, de la inversión en educación y de las normas sociales y ambientales".

De este modo, entre 1980 y 2010 la participación del 50 % más pobre en Europa occidental pasó del 26 % de la renta total a un 23 %, mientras que la participación del 1 % más rico ha pasado del 7 % al 10 % de la renta total. Por su parte, en EEUU la diferencia entre la renta media del 50 % más pobre y la del 1 % más rico era, en 1970,  de 1 a 26 (15.200 vs. 403.000 dólares por año y adulto), diferencia que en 2015 pasó a ser de 1 a 81 (16.200 vs 1.305.000 dólares).

En conjunto, desde 1980 es evidente el aumento de las desigualdades en todo el mundo, aunque su magnitud varía mucho de unos países a otros. "En la mayoría de las regiones del mundo, ya sea la Europa socialdemócrata, Estados Unidos, la India o China, se ha experimentado una vuelta a la desigualdad desde 1980, con un fuerte aumento del porcentaje de la renta total en manos del 10 por ciento de la población con mayores ingresos y una disminución significativa del porcentaje que recibe el 50 por ciento más pobre".


[IV] ¿Cómo explicar que en esta situación de crecimiento de las desigualdades la socialdemocracia se enfrente a una crisis que parece terminal? En este punto, el más interesante y novedoso del libro (al fin y al cabo, la cuestión del aumento de la desigualdad es el tema de su anterior libro, El capital en el siglo XXI), el Piketty economista cede la voz al Piketty sociólogo.

"La estructura «clasista» de las divisiones políticas y electorales se ha transformado radicalmente entre el período socialdemócrata de los años 1950-1980 y la globalización hipercapitalista y poscolonial de los años 1990-2020. Durante el primer período, las clases populares se reconocieron en los distintos partidos socialistas, comunistas, laboristas, demócratas y socialdemócratas que conformaban la izquierda electoral de la época. Esto ha dejado de ser así en el segundo período, en el que esos partidos y movimientos políticos han pasado a ser las formaciones con las que se identifica el electorado con mayor nivel de estudios y, en algunos casos, casi con mayor nivel de renta y riqueza. Esta evolución refleja, ante todo, el fracaso de la coalición socialdemócrata de la posguerra a la hora de renovar su propuesta programática, especialmente en lo relativo a cuestiones fiscales, educativas e internacionales".

De manera sintética: los partidos socialistas europeos y el partido demócrata en EEUU han pasado de ser el partido de los trabajadores a convertirse en el partido de los titulados. Piketty ya ofreció un adelanto de esta idea en su trabajo de 2018 Brahmin Left vs Merchant Right:Rising Inequality & the Changing Structure of Political Conflict.
 


"Una explicación natural de este descontento con la izquierda electoral radica en la percepción de que esta última ha cambiado completamente de naturaleza y de plataforma programática. Simplificando, la hipótesis social consiste en defender que las categorías más populares, en el sentido del nivel de formación, han podido tener la impresión de que la izquierda electoral estaba cada vez más interesada en las nuevas clases privilegiadas y cultas, también en sus hijos, mucho más que en los votantes de origen modesto. […] En otras palabras, la izquierda electoral ha pasado de ser el partido de los trabajadores al partido de los titulados (lo que vengo en llamar «izquierda brahmánica») sin verdaderamente haberlo buscado y sin que nadie haya estado en posición de decidirlo. […] Es así como el antiguo partido de los trabajadores se ha convertido en el de los ganadores del sistema educativo, separándose paulatinamente de las clases populares".

Este desencuentro/alejamiento entre las clases populares y la izquierda tradicional ha dejado un espacio para el surgimiento y/o el reforzamiento de propuestas nativistas y xenófobas: "el sentimiento de abandono de las clases populares frente a los partidos socialdemócratas ha sido un terreno fértil para los discursos contrarios a la inmigración y favorables a las ideologías nativistas. Mientras no se corrija la ausencia de ambición redistributiva, que está en el origen de ese sentimiento de abandono, es difícil ver qué puede impedir que se siga explotando ese terreno".

Y hasta aquí puedo contar.
Un libro fundamental, en torno al que deberíamos abrir una extensa e intensa conversación. Nos jugamos mucho.

No hay comentarios: