viernes, 12 de junio de 2020

Sur y oeste

Joan Didion
Sur y oeste
Epílogo de Nathaniel Rich
Traducción de Javier Calvo
Penguin Random House, 2018

"En el Sur no podía dejar de pensar que si yo hubiera vivido allí habría sido una persona excéntrica y llena de rabia, y me preguntaba qué forma habría asumido aquella rabia. ¿Acaso me habría sumado a alguna causa, o simplemente habría apuñalado a alguien?".


En 1970 Joan Didion dejó Los Ángeles para recorrer durante un mes "el Sur" de Estados Unidos, un territorio al que no había vuelto desde 1943, cuando su padre, director financiero de la Fuerza Aérea, estuvo destacado en Carolina del Norte. Didion afronta el viaje pensando en la posibilidad de acabar escribiendo un reportaje, pero también convencida de que el Sur rural al que se dirigía "no parecía que hubiera cambiado mucho" desde que lo conoció en su infancia, cuando en una ocasión "el conductor del autobús se negó a arrancar hasta que nos cambiamos de los asientos de atrás a los de delante".

Aunque acompañada de su marido, John Gregory Dunne, este apenas si aparece en el libro, por lo que podemos considerarlo como el relato del viaje de una mujer urbana y moderna por una América profunda en la que se extrañan de que su marido la permitiera, mientras trabajaba en un reportaje anterior, "pasar el tiempo alternando con un montón de escoria hippie que fumaba marihuana", de que no lleve su anillo de casada y de que use bikini en la piscina de los moteles en los que se aloja ("Eh, mirad, hay una chica en bikini").

El viaje empieza en Nueva Orleans, pasa por Biloxi y Meridian, en Misisipi ("la posibilidad de 'crecimiento' en las poblaciones pequeñas de Misisipi es un anhelo eterno y se ve eternamente refutada"), continuará por Alabama y retornará a Oxford, de nuevo en Misisipi. Compartirá la mesa de familias de larga tradición sudista (con lo que eso significa); asistirá a ferias campestres, al banquete de homenaje a un congresista con treinta y ocho años de presencia en los escaños de la Cámara de Representantes, pasará por poblaciones moribundas ("En una época en que hemos llegado a asociar el terreno sin urbanizar con las zonas verdes y el lujo, Misisipi presentaba una apariencia de riqueza. Te olvidabas de que aquello era preindustrial, no una zona verde adquirida a un precio muy elevado en plena sociedad industrial"); conocerá a chicas jóvenes que solo aspiran a escapar como sea de sus pueblos y verá adhesivos de coches que claman contra el evolucionismo; conversará con un blanco que dirige una "emisora étnica", especializada en programar góspel y soul para una audiencia fundamentalmente negra ("No estoy diciendo que vaya a invitar a cenar a mi casa esta noche a un pastor negro, porque no es el caso. Pero las cosas están cambiando") y comprobará que incluso en ciudades importantes el único lugar  donde se podía comprar un libro era en la librería de la universidad local.

"Resultaba llamativo y alarmante contemplar lo aislada que vivía aquella gente de lo que era normal en la vida americana en 1970. Toda su información era de quinta mano, y se había ido mitificando por el camino".

Finalmente no hubo reportaje: "No 'pasó' nada donde yo estuve, no hubo asesinatos ni juicios célebres, no hubo órdenes de integracón, ni enfrentamientos, ni siquiera celebrados actos divinos". Pero Didion protagoniza una inmersión en la América rural que nos ofrece, cuatro décadas después, imágenes que parecen anticipar el trumpismo actual. Lo explicita Nathaniel Rich en el excelente epílogo:

"Durante más de medio siglo, una premisa que no se cuestionaba en las ciudades americanas provistas de aeropuertos internacionales era que, con el tiempo, los valores de la Ilustración se convertirían en el saber convencional. [...] En la segunda década del nuevo milenio, sin embargo, una parte de la población se ha aferrado, desafiante, al antiguo estilo de vida. Siguen creyendo en la viabilidad de la revuelta armada".

El libro se completa con unos breves apuntes sobre otro viaje, esta vez al San Francisco de 1976, para cubrir el juicio por el secuestro de Patricia Hearst. Tampoco en esta ocasión hubo reportaje.




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