sábado, 13 de junio de 2020

En el corazón del mar

Nathaniel Philbrick
En el corazón del mar
Traducción de Jordi Beltrán
Seix Barral, 2015

"Porque eso era el océano Pacífico en 1821: un vasto campo de depósitos de aceite, depósitos con venas por las que corría sangre caliente, los cachalotes".

Este libro puede leerse como una aventura real que inspiraría a Melville para escribir su Moby Dick; como una prodigiosa historia de supervivencia; como un ejemplo significativo de la insostenibilidad ecológica del desarrollo moderno; como una etnografía de la industria ballenera y el negocio mundial del aceite y de su principal agente, la comunidad cuaquera de Nantucket:

"Aunque los cuáqueros dominaban la economía y la cultura de Nantucket, en la isla había sitio para otras doctrinas, y a principios del siglo XIX ya existían dos iglesias congregacionalistas, una en el norte y otra en el sur de la población. Sin embargo, todos compartían una misión común inbuida de espiritualidad: llevar una vida pacífica en tierra mientras se hacían estragos sangrientos en el mar. Matarifes pacifistas, millonarios vestidos con sencillez, los balleneros de Nantucket simplemente cumplían la voluntad del Señor".

Para el año 1760, un siglo después de la colonización inglesa de Nantucket y setenta años desde que empezaran a practicar la caza de cetáceos con objetivos económicos, la población de ballenas francas (Eubalaena glacialis) que "pacían en las aguas de Nantucket como si fueran ganado marítimo", practicamente había sido exterminada. Este hecho obligó a la industria ballenera a buscar nuevos caladeros cada vez más lejanos, llegando hasta el Ártico, la costa occidental de África, la costa oriental de América del Sur o las islas Malvinas. Y la captura de ballenas francas fue sustituida por la persecución del enorme y aterrador cachalote (Physeter macrocephalus), cuyas colosales medidas podían superar los 20 metros de largo y las 50 toneladas de peso, cuyo aceite era de una calidad muy superior a la de las ballenas, pero que exigía embarcarse en expediciones que podían durar hasta dos o tres años.

"Nantucket había creado un sistema económico que ya no dependía de los recursos naturales de la isla", y Philbrick describe a la perfección la caza de ballenas como paradigma de la reducción de toda la naturaleza a mero recurso económico a explotar, similar a esa otra matanza que por la misma época estaba teniendo lugar en los inmensos océanos de hierba de las praderas norteamericanas:

"Al describir un cachalote, se hacía referencia a la cantidad de aceite que produciría (así, por ejemplo, se hablaba de un cachalote de cincuenta barriles), y aunque los balleneros tomaban buena cuenta de los hábitos del mamífero, nunca trataban de considerarlo como algo más que una mercancía cuyas partes constituyentes (la cabeza, la grasa, el ámbar gris, et.) eran valiosas para ellos. El resto -las toneladas de carne, huesos e intestinos- sencillamente se tiraba y de este modo se formaban montones de despojos putrefactos que flotaban en el mar y atraían a aves, peces y, por supuesto, tiburones. Del mismo modo que los cuerpos despellejados de los búfalos pronto salpicarían las praderas del oeste norteamericano, los despojos grises y decapitados de los cachalotes llenaban el océano Pacífico a principios del siglo XIX".

Como escribe Javier Pérez Andújar: "Un esqueleto de ballena, quizá sea ese el gran emblema del XIX" (Paseos con mi madre, Tusquets 2011).

En este escenario, Philbrick se ha documentado exhaustivamente para narrar el desastre del Essex, un barco ballenero que partió de Nantucket en agosto de 1819 y que el 20 de noviembre de 1820 fue atacado y hundido por un cachalote en mitad del Pacífico. Y lo cuenta combinando a la perfección el detallismo histórico y el pulso literario. Embarcados en tres frágiles botes, la tripulación del Essex permaneció en el mar durante tres meses, enfrentándose a las tormentas, a la sed y al hambre, viéndose forzados a recurir al canibalismo ("un acto tan turbador que es inevitable que a la gente en general le resulte más difícil de aceptar que a los supervivientes que recurrieron a él"). De los veintiún miembros de la tripulación tan solo sobrevivieron cinco.

Un libro tan informativo como fascinante. Ron Howard dirigió en 2015 una película basada en estos hechos.

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