Rachid Boudjedra
Los campos de chumberas
Traducción de Wenceslao-Carlos Lozano
Alianza Editorial, 2014
"Esas chumberas jalonaban nuestras vacaciones estivales con sus tintes cambiantes del verde al pardo rojizo, y su tiesura les confería mayor violencia y autenticidad. Naturaleza en estado puro. Había en ellas algo de los cuadros de Marcel Gromaire y de Fernand Léger... Para nosotros, las chumberas simbolizaban a los eternos custodios del país. A despecho de todo, de los desastres, de las desgracias: ¡hasta del genocidio!".
Dos viejos amigos, que además son primos, coinciden en un avión que comunica las ciudades de Argel y Constantina. Hoy son dos profesionales de éxito, cirujano el uno, arquitecto de prestigio internacional el otro, que en su juventud participaron en la terrible guerra que llevó a su país a la independencia. Durante la hora de duración del vuelo su pasado compartido, en realidad el pasado dramático de todo un país, se hará presente.
Ambos tienen biografías condicionadas por realidades familiares dramáticamente contradictorias: uno, viviendo solo para renegar de un padre y un hermano colaboradores con la metrópoli colonial ("Omar tenía una única meta en la vida: intentar huir de la confusión inherente a esa realidad falseada, a ese padre colaboracionista y a ese hermano miembro de la OAS"); otro, castigado por la memoria de un padre luchador, heroico, pero egoísta y cruel como un señor feudal ("Cierto es que siempre había sido nacionalista. Cierto que había pasado doce años en los calabozos coloniales. Y, ciertamente, era un erudito, pero también un cabrón de mucho cuidado. No colaboró con el enemigo, como puede que hiciera el padre de Omar, pero fue un hombre cruel y perverso que destrozó a todas sus esposas, a todas sus amantes y a todos sus hijos. Entre ellos yo").
El recuerdo de atentados y matanzas, de guerrillas y torturas, se entrecruza con la vida de dos adolescentes ebrios de vida en una ciudad fascinante, que el autor describe con rasgos totalmente orgánicos: "Debido al mar y a la humedad, Argel se ve a menudo envuelta en una ambigüedad vegetal que aviva las turbulencias de la infancia y los condena al insomnio, en la esquina de una calleja verde o en un porche oscuramente azul en cuyo fondo tintinean los cobaltos de luz y de lascivia que inspira toda casa árabe o judía abierta al día y cerrada a la sombra de los remaches negros que decoran las puertas, y al trazado de los arabescos que adornan las ventanas".
Un libro poderoso, que combina imágenes de puro horror con episodios de intensa sensualidad. Un canto de amor a una ciudad, a un país y a su lucha de liberación, tan exitosa en su resultado, la independencia nacional, como fracasada en el fondo: "Solíamos hablar del fracaso de la Independencia, de la corrupción generalizada y de la lucha de clanes. Entonces nos hacíamos la inevitable pregunta: ¿Cómo la Organización, que durante los siete años de guerra había sido casi perfecta, pudo convertirse en un poder viciado, enriquecido, arrogante y, a la postre, idiota".
El libro, construido sobre un telón de fondo rigurosamente histórico, hace referencia a diversos casos de asesinato, tortura y desaparición de luchadores anticolonialistas, entre ellos muchos de origen francés y pieds-noirs de pura cepa, cuya ideología (generalmente comunista) les llevó a comprometerse con la causa de la independencia. Como Fernand Yveton (en realidad, Iveton), guillotinado el 11 de febrero de 1957, o como Maurice Audin, "un joven y brillante profesor de matemáticas de la Universidad de Argel, militante comunista, [...] detenido el 21 de junio de 1957, torturado, asesinado y enterrado por los paracas de Bigueard en una fosa todavía sin localizar".
Gillo Pontecorvo nos dejó un impresionante testimonio de aquella cruenta historia en su excepcional película La batalla de Argel (1965).
Una vida breve
Traducción de Pablo Moíño Sánchez
Periférica, 2020
"Las últimas palabras que dijo a mi madre, cuando se lo llevaron los paracaidistas, fueron: 'Ocúpate de los niños'. Fue el martes 11 de junio.
Las últimas palabras que dijo a Henri Alleg cuando sus torturadores los pusieron cara a cara fueron: 'Es duro, Henri'. Fue el miércoles 12 de junio.
Sabemos que después habló con Georges Hadjadj y otros prisioneros, pero las palabras exactas que dijo no las conocemos, la fecha exacta tampoco".
Por casualidad, había terminado de leer el conmovedor libro que Michéle Audin dedica a seguir las huellas de una vida, la de su padre, truncada a los veinticinco años, cuando al poco empecé la lectura del libro de Boudjedra, en el que también se hace referencia al caso de Maurice Audin. Son esas conexiones imprevistas que nos ofrece la lectura de libros en papel, sin necesidad de links ni hipervínculos.
2 comentarios:
Eskerrik asko, Imanol
Jakizu askok zure idazkiak irakurtzen ditugula eta enbidiya sentitzen dugula zure irakurtzeko kapazidadea ikusita, eta mendira joatekoa ere bai :-)
Besarkada
Fabián
Meritua erlatiboa da, Fabian: besteak beste, nire lanbideak irakurtzearekin du zerikusia. Mendiari dagokionez, belaunak lanean ari zaizkidan bitartean... Besarkada handi bat.
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