Lo que el día debe a la noche
Traducción de Wenceslao-Carlos Lozano
Destino, 2013 (8ª ed.)
"Si sólo nos pudiésemos quedar con un instante de nuestra vida para llevárnoslo en el viaje más largo, ¿cuál elegir? ¿A costa de qué y de quién? Y sobre todo, ¿cómo aclararse entre tantas sombras, tantos espectros, tantos titanes?... ¿Quiénes somos en realidad? ¿Lo que fuimos y lo que nos hubiera gustado ser? ¿El daño que causamos o el que padecimos? ¿Las citas a las que no acudimos o los encuentros fortuitos que desviaron el curso de nuestro destino? ¿Los bastidores que nos preservaron de la vanidad o las candilejas que usamos como hogueras? Somos todo eso a la vez, todo lo que ha sido nuestra vida, con sus altibajos, sus proezas y sus vicisitudes; también somos el conjunto de los fantasmas que nos habitan... somos varios personajes en uno, tan convincentes en los distintos papeles que hemos asumido que nos resulta imposible saber cuál hemos sido de verdad, en cuál nos hemos convertido, cuál nos sobrevivirá".
Este libro es un relato de iniciación y una elegía por una tierra perdida, por una juventud abrasada en el crisol de la historia. Yasmina Khadra, el seudónimo de Mohammed Moulessehoul, escribe con la voz de alguien que ha amado profundamente el mundo que describe, incluso en su violencia y su desgarro.
La historia es la de Younes, un joven argelino separado de su familia campesina tras la ruina económica de su padre y criado por unos tíos en Orán, primero, y luego en la ciudad de Río Salado, una colonia agrícola francesa en el oeste argelino. Younes vive entre dos mundos: el del colonizado y el del colono, sin pertenecer del todo a ninguno. Rebautizado como Jonas, se educa en el idioma francés, se integra con un grupo de amigos europeos, pero nunca deja de ser un “otro” silencioso. Su identidad es, desde el principio, una grieta por donde se filtran todas las contradicciones de una Argelia colonial al borde del abismo. Estas contradicciones, que son políticas, son también íntimas, y se reflejan en el amor imposible entre Jonas y Émilie, la hija de un colono francés, una relación marcada por la renuncia, por los malentendidos y por la pesada carga de un tiempo histórico que no permite la inocencia, reflejo de una generación desgarrada entre la memoria, la traición y la necesidad de sobrevivir. Su encuentro en una librería buscando La Peste, de Albert Camus, condensa en una breve escena la intensidad trágica de aquella época.
La historia es la de Younes, un joven argelino separado de su familia campesina tras la ruina económica de su padre y criado por unos tíos en Orán, primero, y luego en la ciudad de Río Salado, una colonia agrícola francesa en el oeste argelino. Younes vive entre dos mundos: el del colonizado y el del colono, sin pertenecer del todo a ninguno. Rebautizado como Jonas, se educa en el idioma francés, se integra con un grupo de amigos europeos, pero nunca deja de ser un “otro” silencioso. Su identidad es, desde el principio, una grieta por donde se filtran todas las contradicciones de una Argelia colonial al borde del abismo. Estas contradicciones, que son políticas, son también íntimas, y se reflejan en el amor imposible entre Jonas y Émilie, la hija de un colono francés, una relación marcada por la renuncia, por los malentendidos y por la pesada carga de un tiempo histórico que no permite la inocencia, reflejo de una generación desgarrada entre la memoria, la traición y la necesidad de sobrevivir. Su encuentro en una librería buscando La Peste, de Albert Camus, condensa en una breve escena la intensidad trágica de aquella época.
"Las ciudades y los pueblos se sumían en la mayor de las pesadillas. Los atentados se devolvían con atentados, las represalias con asesinatos, los secuestros con incursiones de comandos. Pobre del europeo al que pillaran con un musulmán, pobre del musulmán que se conchabara con un europeo. Las comunidades se aislaban mediante líneas de demarcación y, por instinto gregario, se recogían en sí mismas, vigilando sus fronteras día y noche, y no dudando en linchar al imprudente que se extraviase".
Khadra no escribe desde el resentimiento ni desde el panfleto y describe con sensibilidad las luces y las sombras de la amistad, la melancolía del amor no consumado y la belleza de una tierra que se convierte en campo de batalla físico y moral. La novela dibuja así un fresco histórico -la Argelia colonial, la lucha por la independencia, la fractura sangrienta entre comunidades- sin renunciar al lirismo ni a la complejidad de sus personajes. No hay maniqueísmo en su narración: los colonos no son simplemente opresores, los argelinos no son simplemente víctimas. Hay amor, odio, dignidad y miseria en ambos lados y esa complejidad moral, tan presente desde su Trilogía de Argel, las primeras e imprescindibles novelas de Khadra, es, quizás, la mayor virtud de este libro.
No hay una página sin belleza, sin una metáfora fulgurante o una observación que nos sacude. El título mismo funciona como tesis, sugiriendo que la claridad no puede existir sin oscuridad, que la luz es deudora del sufrimiento.
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