Los Inklings: C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien, Charles Williams y sus amigos
Traducción de Martin Simonson
Minotauro, 2024
"Después de una clase magistral de una hora tocaba (según las normas del Instituto de la Tarde) debatir durante una hora, y no se trataba de las rígidas sesiones de preguntas y respuestas que habitualmente tienen lugar en esas circunstancias, sino de una conversación vital y profunda, ya que así era el nivel de entusiasmo con el que Williams daría continuidad a una observación vacilante de algunos de los alumnos. Y cuando el debate formal terminaba, siempre había alguien que se quedaba para hablar con él después, tal vez acerca de un tema de poesía, pero más probablemente sobre algún problema privado del alumno en cuestión; porque hacía tiempo que los alumnos habituales habían descubierto el tipo de ayuda tan especial que Williams podía ofrecer. Trataría la preocupación personal de cualquiera con la misma vitalidad con la que actuaba en el aula, la misma cortesía grave y visión encendida; de modo que era fácil sentir, cuando uno caminaba rumbo a casa después, que así tenía que haber sido un encuentro con el propio Dante, o Blake, o incluso Shakespeare".
Hay libros que abren mundos imaginarios; otros nos permiten habitar los espacios reales donde esos mundos nacieron. Este libro pertenece a esta última familia. Más que una simple crónica literaria, es una invitación a caminar por los senderos húmedos del Oxford de los años 30 a 50, cruzar la puerta del pub The Eagle and Child, sede oficiosa del grupo, o sentarse en el crepitar silencioso de la chimenea en los salones victorianos, donde se debatía con igual pasión sobre mitología nórdica, la existencia de Dios, la guerra (interesantísimas las páginas 246 a 252, en las que conversan sobre posibilidad de "perdonar a los alemanes" tras la guerra) o la conveniencia de introducir a una elfa en el capítulo siguiente del libro que estaba escribiendo Tolkien.
"Hablar, más que leer en alto, era la costumbre en estas sesiones matutinas en pubs. «La diversión es a menudo tan inmediata e impactante», dijo Lewis a Arthur Greeves, «que la gente de alrededor probablemente piense que estamos contando chistes verdes, cuando en realidad estamos hablando de teología»".
El libro se construye como una biografía colectiva del grupo de intelectuales que, entre los años 30 y 50 del siglo XX, se reunía semanalmente a compartir escritos, ideas y cervezas. A través de sus páginas, Carpenter nos introduce en la vida y obra de sus miembros más destacados -J.R.R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos; C.S. Lewis, apologista cristiano y creador de Las Crónicas de Narnia; y Charles Williams, el más excéntrico del trío, para mí un desconocido hasta leer este libro- y también de aquellos menos famosos, como Owen Barfield o Hugo Dyson. Uno de los grandes méritos del libro es la manera en que logra capturar la atmósfera oxoniense de la época, esa mezcla densa de erudición, humor, tradición y camaradería. Carpenter no se limita a narrar anécdotas; reconstruye con detalle la geografía emocional de un grupo que vivía entre aulas góticas, pasillos oscuros de bibliotecas y tabernas de madera, donde las ideas circulaban con tanta fluidez como la cerveza. En este entorno casi monástico pero intensamente vital, la transición entre el estudio, la discusión filosófica y el relato fantástico se daba de forma orgánica, como parte de un mismo y antiguo ritual académico.
Los Inklings no es una hagiografía. Carpenter no idealiza a sus protagonistas y expone las tensiones ideológicas y personales que habitaban en el grupo. Sin embargo, leer hoy este libro publicado originalmente en 1978 nos permite captar críticamente (algo que no hace Carpenter) la exclusión de mujeres en las reuniones del grupo y, sobre todo, el tono con el que algunos miembros hablaban sobre ellas, lo que revela un sesgo profundamente machista, incluso misógino (aunque Carpenter lo niegue o lo explique por el contexto oxoniano de la época), en la forma en que se concebía la autoridad intelectual y creativa dentro del grupo.
"[Lewis] estaba firmemente convencido de que la psicología femenina era totalmente diferente de -y en términos generales, también hostil a- la masculina, [...] No sería justo decir que despreciaba a las mujeres. No era misógino. Pero sí consideraba que la mente femenina era inferior a la masculina, o al menos no era capaz de las actividades mentales que él apreciaba. [...]
Hasta un punto, estas actitudes eran típicas de su clase social, y de Oxford en particular. Hasta las reformas de 1870, por lo general, los profesores titulares no tenían permiso para casarse, y aunque en los tiempos de Lewis el matrimonio era común entre los titulares, no estaba plenamente integrado en la vida de la universidad. Los profesores trabajaban en sus colleges y tomaban gran parte de sus comidas allí. Su college era casi inevitablemente el centro de su vida social. Mientras tanto, sus esposas debían permanecer en casa en los suburbios, supervisando a los sirvientes y educando a los hijos. A esto habría que añadir que algunas de las esposas tenían mucho menos educación formal que sus maridos, por lo que, incluso cuando tenían la posibilidad de hablar con los amigos que el esposo llevaba a casa, tenían muy poco que decir, o al menos, muy poco que los hombres consideraban interesante".
En este contexto de auténtico boys club, resulta especialmente reveladora la breve mención que hace Carpenter a un episodio incómodo para C.S. Lewis: su debate con la filósofa católica Elizabeth Anscombe, una de las cuatro destacadas filósofas de Oxford que estudia el muy recomendable libro Animales metafísicos, que ya he comentado aquí. En 1948, Elizabeth Anscombe presentó una crítica devastadora a uno de los capítulos centrales del libro Milagros, en el que Lewis defendía la imposibilidad del naturalismo. El debate fue público y, según algunas versiones, dejó a Lewis tan impactado que abandonó para siempre la apologética filosófica: "Lewis no estaba preparado para el análisis severamente crítico al que sometió sus argumentos". Carpenter no profundiza en el evento, pero lo incorpora como una grieta significativa en la figura del Lewis intelectual: una mujer joven y brillante desafiando con argumentos sólidos al maestro de la lógica cristiana. En cierto modo, es una escena que resume simbólicamente los límites del mundo cerrado de los Inklings.
Porque la dimensión religiosa atraviesa todo el relato; el cristianismo no era solo un tema de discusión para el grupo, sino una parte integral de su visión del mundo. Católicos tradicionalistas, tanto Lewis como Tolkien veían en la literatura fantástica una forma de vehicular verdades espirituales que constituían el basamento de sus vidas. Carpenter trata esta dimensión con respeto, pero también con cierta distancia crítica, consciente de que el fervor teológico que los unía también contribuyó a su aislamiento del pensamiento contemporáneo más secular y plural.
En conjunto, este libro es una lectura rica, evocadora, a veces entrañable y otras incómoda, como lo son las verdaderas exploraciones humanas. Humphrey Carpenter no solo narra la historia de un grupo de amigos, nos permite asomarnos al proceso de cómo se gestan las ideas en comunidad, cómo se construyen las ficciones que cambian culturas, y también cómo los espacios de genialidad pueden estar teñidos de ceguera. Un libro necesario para quienes aman la literatura, Oxford, o simplemente el arte de conversar.
En conjunto, este libro es una lectura rica, evocadora, a veces entrañable y otras incómoda, como lo son las verdaderas exploraciones humanas. Humphrey Carpenter no solo narra la historia de un grupo de amigos, nos permite asomarnos al proceso de cómo se gestan las ideas en comunidad, cómo se construyen las ficciones que cambian culturas, y también cómo los espacios de genialidad pueden estar teñidos de ceguera. Un libro necesario para quienes aman la literatura, Oxford, o simplemente el arte de conversar.
[Nota: el libro contiene una decena de erratas ortográficas y de puntuación].
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