La revolución es el freno de emergencia: Ensayos sobre Walter Benjamin
Traducción de Mariel Manrique
Shangrila, 2022
"Walter Benjamin fue un profeta, es decir, no alguien que pretende predecir el futuro, como el oráculo griego, sino un profeta en el sentido del Antiguo Testamento: aquel que llama la atención del pueblo sobre las amenazas futuras. Sus previsiones son condicionales: esto es lo que sucederá, a menos que... salvo que... Ninguna fatalidad: el futuro sigue estando abierto. Como afirma la tesis XVIII, cada segundo es la puerta estrecha por la que puede llegar la salvación".
En el cruce de dos caminos, el de la crítica marxista heterodoxa y el del misticismo secularizado, se encuentra la figura fascinante de Walter Benjamin. A ese viajero de los pasajes, cazador de imágenes y coleccionista de fragmentos, dedica Michael Löwy (él mismo pensador desde ese cruce de caminos, como demuestra en su libro imprescindible Redención y utopía) una constelación de reflexiones que orbitan en torno a un mismo núcleo: la posibilidad revolucionaria como interrupción, como acto mesiánico y profano que detiene el tren de la catástrofe.
Sociólogo y filósofo marxista de larga trayectoria, Löwy no se aproxima a Benjamin con la frialdad del exégeta académico sino como un lector implicado. Su Benjamin no es solo un autor, sino una brújula ética y política y el libro se convierte, desde esta perspectiva, en una conversación entre generaciones de críticos del capitalismo, entre el marxismo mesiánico de Benjamin -"un marxismo nuevo, intrínsecamente herético y radicalmente distinto de todas las variantes (ortodoxas o disidentes) que existían en su época"- y la pulsión político-teológica que atraviesa la obra de Löwy desde hace décadas.
La metáfora que da título al libro -"la revolución es el freno de emergencia"- proviene de las Tesis sobre el concepto de historia, el texto testamentario de Benjamin, escrito bajo el peso de la derrota y la inminencia de la muerte. Löwy parte de esta imagen para construir su lectura más provocadora: la revolución no es un simple avance progresista hacia un futuro mejor, sino una interrupción radical de la marcha del mundo hacia el abismo. En tiempos en que el "progreso" es sinónimo de devastación ecológica, alienación social, fascismo político y barbarie tecnocrática, esta tesis adquiere una urgencia dolorosa:
La metáfora que da título al libro -"la revolución es el freno de emergencia"- proviene de las Tesis sobre el concepto de historia, el texto testamentario de Benjamin, escrito bajo el peso de la derrota y la inminencia de la muerte. Löwy parte de esta imagen para construir su lectura más provocadora: la revolución no es un simple avance progresista hacia un futuro mejor, sino una interrupción radical de la marcha del mundo hacia el abismo. En tiempos en que el "progreso" es sinónimo de devastación ecológica, alienación social, fascismo político y barbarie tecnocrática, esta tesis adquiere una urgencia dolorosa:
"Una concepción evolucionista de la historia, que cree en el progreso en las formas de la dominación, difícilmente puede dar cuenta del fascismo, salvo como un paréntesis inexplicable, una incomprensible regresión «en pleno S. XX». Sin embargo, como escribe Benjamin en sus tesis «Sobre el concepto de la historia», nada se entiende del fascismo si se lo considera una excepción a la norma que sería el progreso".
El libro se articula en capítulos breves, a veces aforísticos, que abordan los grandes temas del pensamiento benjaminiano: la crítica de la modernidad, el papel del arte, la memoria de los vencidos, el tiempo mesiánico, la alegoría, la melancolía revolucionaria;: no hay aquí una perspectiva sistemática, su mirada es más benjaminiana que benjaminóloga y las ideas se entrelazan por analogía, por resonancia, como en un collage dialéctico.
Para Benjamin, recuerda Löwy, la historia no es una flecha recta, sino un campo de ruinas. De ahí que su crítica al historicismo -esa fe ciega en la continuidad y la linealidad del progreso- resuene como una advertencia: quien crea que el capitalismo se superará "naturalmente", como una fase que se agota, está condenado a repetir la catástrofe. La revolución no vendrá como fruto maduro, sino como irrupción intempestiva. Y esta categoría ético-política, la de la irrupción o interrupción, que cada vez me parece más relevante, explica el rescate por Löwy de la religiosidad de Benjamin -tan incómoda para el marxismo más clasicista- no como un desvío, sino como la clave de su radicalismo. El mesianismo judío se convierte en una figura del deseo revolucionario, no un más allá teológico, sino la posibilidad de un salto fuera del tiempo homogéneo y vacío. En este sentido, Benjamin es un pensador del instante, del momento (kairós) en que todo puede ser trastocado.
Pero no se trata de una lectura religiosa: es, más bien, una lectura profana del misticismo. En diálogo implícito con la teología política de Metz y su memoria passionis, Löwy insiste en que la tarea revolucionaria es inseparable de la memoria de las oprimidas y los oprimidos. No hay porvenir sin redención del pasado y este vínculo entre política y memoria se convierte en un imperativo ético: hacer justicia a quienes no tuvieron voz, a todas las personas derrotadas, a las desaparecidas de la historia.
Para Benjamin, recuerda Löwy, la historia no es una flecha recta, sino un campo de ruinas. De ahí que su crítica al historicismo -esa fe ciega en la continuidad y la linealidad del progreso- resuene como una advertencia: quien crea que el capitalismo se superará "naturalmente", como una fase que se agota, está condenado a repetir la catástrofe. La revolución no vendrá como fruto maduro, sino como irrupción intempestiva. Y esta categoría ético-política, la de la irrupción o interrupción, que cada vez me parece más relevante, explica el rescate por Löwy de la religiosidad de Benjamin -tan incómoda para el marxismo más clasicista- no como un desvío, sino como la clave de su radicalismo. El mesianismo judío se convierte en una figura del deseo revolucionario, no un más allá teológico, sino la posibilidad de un salto fuera del tiempo homogéneo y vacío. En este sentido, Benjamin es un pensador del instante, del momento (kairós) en que todo puede ser trastocado.
Pero no se trata de una lectura religiosa: es, más bien, una lectura profana del misticismo. En diálogo implícito con la teología política de Metz y su memoria passionis, Löwy insiste en que la tarea revolucionaria es inseparable de la memoria de las oprimidas y los oprimidos. No hay porvenir sin redención del pasado y este vínculo entre política y memoria se convierte en un imperativo ético: hacer justicia a quienes no tuvieron voz, a todas las personas derrotadas, a las desaparecidas de la historia.
No es un libro fácil. Löwy escribe con la seriedad de quien sabe que está tratando con materiales inflamables. No banaliza a Benjamin ni lo reduce a eslóganes, tampoco lo convierte en ídolo o maestro: lo presenta como un pensador contradictorio, inquietante, radical hasta el final. Walter Benjamin decía que ni los muertos estarán a salvo si el
enemigo vence. Michael Löwy, en este libro valiente y necesario, nos
recuerda que ese enemigo sigue avanzando, pero que aún hay tiempo -aunque no mucho- para tirar del freno, interrumpir la marcha, escuchar el eco de las vencidas y los vencidos, para encender el relámpago de la historia.
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