martes, 5 de agosto de 2025

En busca del Árbol Madre

Suzanne Simard
En busca del Árbol Madre 
Traducción de Montserrat Asensio Fernández
Paidós, 2024 (4ª)
 
"Las plantas están sincronizadas con los puntos fuertes y débiles de sus compañeras y dan y reciben con elegancia para alcanzar un equilibrio exquisito. Un equilibrio que también se puede lograr en la belleza sencilla de un huerto o en la compleja sociedad de las hormigas. La complejidad, la cohesión de las acciones, la suma total, son elegantes. Podemos encontrarlo en nosotros, en lo que hacemos solos, pero también en lo que hacemos juntos. Nuestras raíces y nuestros sistemas se entrelazan y se enredan, crecen hacia y desde nosotros una y otra vez, en un millón de momentos sutiles".
 
 
En este libro se entrelazan las raíces del conocimiento científico con las emociones profundas de una vida vivida al ritmo de los bosques. Lo que parece, en un inicio, una exploración técnica sobre ecología y gestión forestal (la autora es catedrática de Ecología Forestal en la Universidad de la Columbia Británica y procede de una familia que, como dice en la primera línea del libro, desde hace generaciones "se gana la vida talando el bosque"), pronto se revela como un testimonio de amor, pérdida, persistencia y descubrimiento. Este no es solo un libro sobre árboles, es un libro sobre relaciones:
 
"Las sociedades modernas habían asumido que los árboles no cuentan con las mismas capacidades que los seres humanos, que no tienen instinto de crianza, que no se curan los unos a los otros, que no se cuidan mutuamente. Sin embargo, ahora sabíamos que los Árboles Madre atienden a sus descendientes. Los abetos de Douglas reconocen a sus parientes y son capaces de distinguirlos entre miembros de otras familias o árboles de otras especies. Se comunican y envían carbono, el componente básico para la vida, no solo a las micorrizas de sus familiares, sino a toda la comunidad, para ayudar a que se mantenga. Los abetos de Douglas se relacionan con sus descendientes como madres que transmiten sus mejores recetas a sus hijas; transmiten su energía vital y su sabiduría, para que la vida siga adelante. Los tejos también formaban parte de esa red, se relacionaban con sus compañeros de vida y con personas como yo, que se recuperaban de enfermedades o, sencillamente, paseaban por las arboledas"

Suzanne Simard nos guía por los densos bosques de Columbia Británica, donde creció entre montañas, abetos y cicatrices de tala. Es en esos bosques donde comienza a gestarse la pregunta que marcaría toda su carrera: ¿los árboles se comunican entre sí? En una comunidad científica dominada por modelos reduccionistas y economías extractivas su curiosidad fue primero recibida con escepticismo, incluso burla. Pero la autora, con la terquedad de quien sabe que la verdad late en la intuición tanto como en los datos, siguió cavando, literalmente, entre raíces y micelios confrontando (en un mundo, tanto el de la gestión forestal como el de la universidad, absolutamente generizado), con el paradigma dominante de que "los árboles compiten entre ellos para sobrevivir" y defendiendo lo que se de entre los árboles son formas de "mutualismo". Y aquí es fundamental aclarar algo, porque si bien algunas de sus afirmaciones podrían sonar casi mitológicas -árboles que se comunican, que cuidan de sus crías, que advierten sobre amenazas- Suzanne Simard misma lo aclara sin rodeos:
 
“A pesar de la controversia que generaron las primeras evidencias en ese sentido, la ciencia que las sustenta es rigurosa, está revisada por pares y se ha publicado de forma generalizada. No es un cuento de hadas, no es fruto de la imaginación, no es un unicornio mágico y tampoco es una ficción sacada de una película de Hollywood”.
 
En efecto, sus estudios están respaldados por más de tres décadas de investigación, múltiples experimentos de campo y publicaciones en revistas científicas de renombre como Nature y Science. Lo que plantea no es una metáfora o un cuento, sino un modelo alternativo y profundamente real de cómo funciona la vida en los bosques. Este enfoque ha sido popularizado por otros autores, como Peter Wohlleben en La vida secreta de los árboles, desde una mirada más divulgativa y filosófica, pero mientras Wohlleben se apoya en una mezcla de observación y estudios ajenos, Simard aporta los datos duros, los gráficos, los ensayos de campo. Su voz es la de alguien que ha estado con las manos en la tierra y la mente en el microscopio. 

La revelación central de sus investigaciones, que los ecosistemas forestales no son simplemente conjuntos de individuos compitiendo por luz y nutrientes sino redes colaborativas de intercambio y aprendizaje, desmonta la visión darwinista malinterpretada del “más fuerte” y ofrece, en su lugar, una perspectiva donde la supervivencia está ligada a la cooperación, la reciprocidad y la conexión. Y este modelo no se queda en lo ecológico: tiene implicaciones sociales, filosóficas y políticas. Si has leído a Stefano Mancuso, con varios libros publicados en España, sabrás a lo que me refiero.

A lo largo del libro Suzanne Simard va entrelazando su vida personal con sus hallazgos científicos. Su maternidad -compaginando noches de desvelo con viajes a terrenos remotos y agotador trabajo de laboratorio- se convierte en un espejo del concepto que defiende científicamente: que cuidar y sostener es una forma de inteligencia natural, no un privilegio exclusivamente humano. Su experiencia como paciente de cáncer es otro gran pilar del libro y un ejemplo de interdependencia: como en el bosque, nadie sobrevive en soledad y nuestras células enfermas necesitaron la ayuda del entorno para resistir. Su ruptura matrimonial con Don y tras años de reconstrucción tanto física como emocional, su posterior vida en común con Mary, es delicadamente presentada como una consecuencia natural de alguien que ha aprendido, en los silencios del bosque, a leer los lenguajes sutiles del cuidado y la conexión.

Aunque hay, porque debe haberlas, explicaciones técnicas, hay una cadencia en su forma de narrar que atrapa desde el principio y, al cerrar el libro, sentimos que hemos tenido el privilegio de caminar entre árboles antiguos mirando el mundo con otros ojos, fortalecidas en la convicción de que en la naturaleza, como en la vida, no sobrevivimos si no nos sostenemos mutuamente.

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