martes, 25 de noviembre de 2025

El Vado de los Zorros

Anna Starobinets
El Vado de los Zorros
Traducción de Viktoria Leftérova y Enrique Maldonado
Impedimenta, 2025

"Salió a la cubierta y atravesó las cuatro fases de la transformación en ocho segundos.
Huáng yè. Putrefacción y descomposición. Es la primera fase, la más desagradable. Marchitamiento. Agonía. Muerte. Desintegración. Un insoportable agudizamiento del olfato. El fuerte olor a carroña y hojas muertas.
La segunda fase es hēi yè. Oscuridad. Vacío. Nada. No hay olores, sabores ni sonidos. Solo paz y no existencia.
Después viene bái nǎi. Nacimiento, resurrección. La tercera fase. Eres a la vez madre y bebé recién nacido. La leche sube a tus pechos y puedes sentir su sabor en la lengua.
Por último, la fase final: xīn xuè. La leche se transforma en sangre nueva. Y vuelves a ser de carne y hueso".


Nada que ver con Tienes que mirar, la otra obra de Anna Starobinets que he leído y reseñado aquí. ¿O sí? Aunque pertenecen a géneros muy distintos -la primera es una crónica autobiográfica y la segunda una obra de ficción fantástica-, ambas comparten un sustrato común que atraviesa la escritura de Anna Starobinets: usar el horror, ya sea real o imaginado, como una forma de revelar verdades que normalmente permanecen ocultas. En Tienes que mirar, ese horror nace de la experiencia del duelo y de la deshumanización médica; en El Vado de los Zorros, adopta la forma de criaturas, metamorfosis y paisajes inquietantes. Pero en ambos casos cumple la misma función: obligarnos a mirar aquello que la sociedad suele apartar de la vista. 

La idea de la mirada es, de hecho, otro punto de encuentro. El imperativo que da título a la autobiografía -“tienes que mirar”- resuena también en la novela fantástica, donde los personajes se ven forzados a enfrentar lo desconocido y atravesar mundos que funcionan como espejos distorsionados. Así, tanto en el plano real como en el simbólico, Starobinets construye umbrales, pasos entre vida y muerte, entre identidades, entre universos. Los vados, los cruces y las fronteras son espacios donde lo estable se fractura y donde sus personajes deben decidir si avanzar o retroceder. Otro rasgo común es la presencia del cuerpo como escenario del horror. En la crónica, ese cuerpo es real, vulnerable, sometido a procedimientos que amplifican el trauma. En la ficción, es un cuerpo que cambia, se transforma o se ve amenazado por fuerzas ajenas. En ambos libros, el cuerpo es la superficie donde se inscribe el miedo, el dolor y, a veces, la revelación. 

Tanto en Tienes que mirar como en El Vado de los Zorros aparece como tema fundamental la maternidad: en un caso como experiencia dolorosa, en el otro como sombra o herencia que modela a los personajes. Y en los dos textos se percibe una preocupación por aquello que no se dice, por los silencios que rodean la muerte, el miedo o la transformación. Pese a sus diferencias, las dos obras están impulsadas por una misma energía emocional: el trauma como motor narrativo. Starobinets escribe desde la herida, y eso dota a su estilo, siempre directo y sin adornos innecesarios, de una fuerza particular. Incluso cuando explora territorios fantásticos, mantiene una honestidad que la acerca más al testimonio que a la evasión. Así, aunque recorren caminos distintos, ambas obras dialogan entre sí: cada una ilumina la otra y permite ver cómo Starobinets comprende la literatura, fantástica o autobiográfica, como un espacio para enfrentar lo indecible.

En El Vado de los Zorros la historia se sitúa en 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial apenas ha terminado y el mundo, exhausto, intenta recomponerse de sus ruinas. En una frontera entre Siberia y Manchuria, un territorio remoto, helado y desolado, surge un lugar llamado El Vado de los Zorros: una tierra que no pertenece del todo a nadie, una grieta en la historia donde los vivos y los muertos, los humanos y las bestias, los cuerpos y los mitos, conviven bajo una misma penumbra. Allí llega Max Kronin, un ex-artista de circo con facultades extrasensoriales, escapado de un gulag y empeñado en encontrar a su esposa desaparecida. Su viaje no es solo físico: es un descenso al corazón del horror, un tránsito por un paisaje que parece soñado o recordado desde muy lejos. A su alrededor se mueven personajes que podrían haber salido tanto de un archivo soviético como de un libro de leyendas orientales: un coronel del NKGB (Comisariado del Pueblo para la Seguridad del Estado, la policía secreta soviética que operó entre 1941 y 1946) con poderes de hipnosis; un hombre-salvaje fruto de experimentos secretos; mujeres-zorro capaces de cambiar de forma; chamanes, hombres-tigre y espíritus errantes. En esta frontera sin ley, cada criatura parece portar una historia antigua y un destino imposible. El vado, ese paso de agua, ese umbral, funciona como símbolo de ese tránsito entre lo que se recuerda y lo que se borra, entre la humanidad y la bestialidad, entre el pasado y el presente.

El entorno que describe la novela no es mero decorado. Las minas de uranio, los bosques helados, los lagos donde resuenan voces que no existen, las ruinas de fábricas abandonadas: todo el paisaje respira una vida oscura, una memoria que no ha podido morir. El frío, omnipresente, parece congelar no solo los cuerpos, sino también las almas y los recuerdos. Hay torturas, hambre, persecuciones, cuerpos experimentales, almas que no descansan. Y en medio de todo ese espanto se abre también la otra cara del horror: la del mito, la de las antiguas leyendas que dan sentido al caos. 

El estilo de Anna Starobinets alterna la precisión casi documental con estallidos poéticos; mezcla la acción trepidante con la meditación mística. La novela no da tregua: cambia de escenario y de voz sin aviso, entretejiendo historias que parecen dispersas hasta que, poco a poco, revelan su conexión secreta. Su lectura exige entrega, rendirnos a su propio ritmo y dejar que la corriente nos arrastre. Requiere paciencia, pero recompensa con un mundo inolvidable, combinando magistralmente el realismo histórico del siglo XX con la mitología ancestral del Oriente ruso. Hay momentos en que la abundancia de personajes y tramas puede desorientar, pero ese desconcierto parece parte del propósito: el Vado de los Zorros no busca ser comprendido de inmediato, sino vivido, atravesado, es un viaje a las regiones más oscuras del alma humana y a los mitos que la sostienen

En esa apuesta reside su fuerza y su desafío. Starobinets no construye una historia amable: la novela es dura, sombría, a veces cruel. Pero también es hipnótica. Leerla es adentrarse en un territorio de ruinas y espejismos, donde los límites entre lo real y lo legendario se deshacen lentamente. En sus más de setecientas páginas, no narra simplemente una historia: levanta un mito. La guerra ha terminado, pero la violencia no cesa; los cuerpos mutilados y los espectros del gulag continúan arrastrándose por la tierra helada. Esa coexistencia de lo histórico y lo mítico no responde a un mero capricho estético. Las criaturas legendarias, los rituales chamánicos, los paisajes en ruina y los cuerpos alterados por experimentos son metáforas vivas de una violencia que no ha podido ser narrada de otro modo. Lo que en otros contextos sería fantasía, aquí adquiere la densidad de un documento existencial: los demonios existen porque el horror humano los ha convocado. En este sentido, esta novela podría leerse como una reflexión sobre el siglo XX, sobre los regímenes que exigieron la amnesia como forma de obediencia y sobre los individuos que se negaron a cruzar el río del olvido.

La estructura fragmentaria y polifónica de la novela refuerza la idea de un mundo en descomposición. Las tramas se entrecruzan, los tiempos se confunden, las voces se repiten con ligeras variaciones, como si la historia misma sufriera un proceso de reescritura perpetua. Esa dispersión narrativa puede resultar ardua, pero constituye también una de las virtudes de un libro que hay que leer como quien busca sentido en un palimpsesto, sabiendo que la claridad solo se obtiene a través del desorden.

Un libro complejo, exigente, que merece la pena atravesar, quiero decir, leer.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Construir el mañana democrático

 

Cincuenta años después de la muerte de Franco, la sociedad vasca y española afrontan una paradoja inquietante: parte de la juventud, nacida en democracia y con acceso ilimitado a información, empieza a mostrar simpatías hacia discursos reaccionarios e incluso nostalgias del franquismo. Diversos estudios confirman un menor compromiso con la democracia, un giro conservador y un creciente apoyo a la extrema derecha entre la llamada Generación Z (18-28 años) en España. En Euskadi, si bien la juventud en su conjunto sigue siendo mayoritariamente democrática y de centro-izquierda y el voto explícito a Vox es muy reducido, están apareciendo nichos concretos de chicos jóvenes con actitudes cercanas a marcos de extrema derecha (rechazo a la inmigración, a los derechos del colectivo LGTBIAQ+ o al aborto).

La brecha de género refuerza esta deriva. Los hombres jóvenes adoptan posturas más indulgentes, creen que el franquismo pudo tener efectos positivos e incluso beneficiar a las familias, mientras que las mujeres jóvenes mantienen una visión más crítica, subrayan el carácter opresivo del régimen y rechazan cualquier legitimación del autoritarismo. De esta brecha derivan actitudes machistas, homófobas y xenófobas presentadas como “rebeldías modernas”, así como una preocupante banalización de la violencia.

Este fenómeno no es aislado ni nuevo. El informe de 2013 Backsliders: Measuring Democracy in the EU (Retrocesos: midiendo la democracia en la UE), publicado por el think tank británico Demos, ya alertaba de que la crisis económica y la desafección ciudadana alimentaban discursos iliberales en varios Estados miembros, y que, sin una vigilancia sistemática y criterios comunes de evaluación, la UE corría el riesgo de tolerar en su interior democracias cada vez más frágiles, erosionadas o incompletas. “La democracia en Europa ya no puede darse por sentada”, advertía.

España no es ajena a una ola reaccionaria que atrae a jóvenes desconectados de la democracia liberal y seducidos por discursos que prometen identidad, orden y certezas. La memoria del franquismo y del terrorismo en Euskadi -nuestro particular elefante en la habitación- no siempre se han transmitido de forma clara. Y la política institucional, puro ruido y furia, ha dejado un vacío narrativo que no ofrece horizontes de futuro capaces de ilusionar.

A ello se suma un elemento decisivo: las condiciones materiales de vida de la juventud. No comprenderemos la creciente distancia entre jóvenes y democracia sin atender a un presente marcado por la inestabilidad laboral, alquileres inasumibles y un horizonte vital aplazado. Cuando la democracia no garantiza expectativas razonables de autonomía y bienestar, su legitimidad se erosiona. En esa grieta se instalan y crecen discursos que prometen soluciones simples a problemas complejos. La precariedad no solo empobrece, también debilita el vínculo cívico, rompe la confianza y deja a una generación atrapada entre el desencanto y la tentación autoritaria.

Dicho esto, conviene situar la realidad en sus justos términos. Aunque existe un segmento significativo (en torno al 23 por ciento, en el caso de España) que muestra cierta simpatía hacia el autoritarismo, el grueso de la juventud sigue alineado con los valores democráticos. Lo preocupante no es que la juventud sea mayoritariamente antidemocrática, que no lo es, sino la emergencia de una minoría creciente que cuestiona principios antes ampliamente consensuados, y cuya sensibilidad es más volátil en contextos de precariedad, incertidumbre y déficit de memoria histórica.

Frente a esta deriva, se necesita una respuesta firme pero serena. Urge una educación democrática que fomente pensamiento crítico, alfabetización mediática y conocimiento riguroso del pasado para entender cómo se conquistaron las libertades. Es clave reactivar la transmisión entre generaciones: Euskadi cuenta con una memoria organizada (archivos, asociaciones, víctimas) que puede dialogar con la juventud sobre el franquismo y la transición democrática en lenguajes contemporáneos y desde espacios culturales y formativos atractivos. La democracia necesita relato y referentes, pero también buenas leyes que blinden derechos y libertades: igualdad real de género, protección frente al odio, derechos sociales. Esta es la manera de presentar a las personas más jóvenes un horizonte inspirador, una Euskadi y una España justas, plurales, comprometidas con sus libertades.

El terreno digital es, en este sentido, un frente decisivo. La democracia debe competir donde hoy se forma la opinión juvenil, apoyando a creadoras y creadores que defiendan la igualdad y los derechos, y produciendo contenidos capaces de contrarrestar la potencia emocional de los discursos extremistas. Junto a ello, son imprescindibles espacios físicos de convivencia intergeneracional e intercultural, proyectos comunitarios y barriales, iniciativas que fortalezcan la experiencia cotidiana de la diversidad y fomenten la conversación cívica.

La regresión no es inevitable, pero ignorarla no es opción. Frente a la tentación autoritaria, toca alzar de nuevo la voz colectiva que nos trajo hasta aquí: libertad sin ira, sí, pero libertad disputada y arduamente construida. A medio siglo del fin de la dictadura no basta con recordar, hay que transmitir el sentido de lo ocurrido. La añoranza franquista es una distopía canalla y sangrienta. La insatisfacción con la democracia nos eleva cuando exige más democracia, no menos. Porque cada generación tiene la responsabilidad y el derecho de ensanchar la libertad recibida.

https://www.elcorreo.com/opinion/imanol-zubero-construir-manana-democratico-20251123000407-ntrc.html 

Eskoritas y Bagatza, otra vez (hoy con perrete)

Otra preciosa mañana por Eskoritas y Bagatza, desde Maroño. La tercera este año.





Ermita de Etxaurren y Ungino al fondo.
En Maroño se ha apuntado un perrete majísimo, que nos ha acompañado todo el recorrido. En el barrio de Urizar nos han dicho que suele hacerlo, acompañar a la gente que sube al monte, aunque a mí es la primera vez que me ocurre.
Eskoritas.
 





Bagatza o Los Asnos.






sábado, 22 de noviembre de 2025

Nuestros días serán infinitos

Claire Fuller
Nuestros días serán infinitos
Traducción de Eva Cosculluela
Impedimenta, 2025

"Volví a tumbarme en la cama y me tapé la cabeza con la almohada para que la casa se quedara en silencio, como si no hubiera nadie. Como si hubiera desaparecido cualquier forma de vida humana en un momento. Me imaginé que las zarzamoras extendían sus tentáculos de zarzas por el jardín hasta alcanzar la casa, reptando bocabajo, como en las maniobras militares, para colarse por debajo de la puerta. La hiedra que cubre el muro entraría con facilidad y se extendería por el techo como un sarpullido verde. Y el laurel del jardín delantero estiraría sus raíces largas y firmes como si fueran dedos, las metería en el salón y arrancaría el parqué. Deseé quedarme dormida para que la vegetación me acunara y no despertarme hasta dentro de cien años".


Es el verano de 1976. Un día, sin explicación alguna, James, obsesionado con estar preparado para un desastre nuclear, abandona Londres con su hija de ocho años, Peggy, y se ocultan en una cabaña perdida en un bosque inhóspito en Alemania. Allí le hace creer que no queda nadie más con vida, que el mundo ha desaparecido. A partir de ese momento, la existencia de Peggy se reduce a la supervivencia diaria: aprender a tender trampas, bañarse en el río helado, conservar cada mendrugo de comida. Los años transcurren sin que la niña ponga en duda el universo estrecho que su padre ha trazado para ambos. Hasta que un día, entre la maleza, vislumbra un par de botas que no deberían estar allí.

Ese telón de fondo convierte el bosque, magnífico y terrible, casi mítico, en escenario de una cárcel disfrazada de aventura. La naturaleza, descrita con un lirismo que recuerda a los "cuentos de hadas" más clásicos, es también un ominoso territorio sin testigos, sin otra ley que la impuesta por un adulto cuya fragilidad se transforma en dominio absoluto. 

"En el bosque, gateé por la tienda y saqué la cabeza. Envuelta en la lana azul, el mundo estaba en silencio. Mi padre se movía como el personaje de una película muda: a cuatro patas junto a la hoguera, soplaba las brasas tratando de avivar las llamas, sin emitir ningún sonido. Sigilosa como un animal del bosque, salí y vi cómo vertía agua en un cazo metálico; cuando surgieron unas pocas llamas, arrimó a ellas el recipiente. Rompí una ramita con la rodilla, pero él no se volvió. Yo era un ciervo, un ratón, un pájaro mudo que se acercaba despacio para vengarse del cazador. Me lancé sobre su espalda cogiendo impulso hacia arriba y me colgué de su cuello con las manos como garras. Mi padre no siquiera dio un respingo.
     -¿Qué quieres para desayunar, mocosa? -me preguntó-. ¿Estofado, estofado o estofado?
     -No me llamo mocosa -le dije, descolgándome de él. Mi voz sonaba como si estuviera debajo del agua.
     -¿Y cómo te llamas hoy, a ver? -Mi padre se sentó en un tronco que había puesto junto al fuego la noche anterior y retiró un plato de metal que cubría otro cazo. Pescó algo con los dedos, un insecto o un trocito de hoja, lo sacó del guiso y lo arrojó a la hierba. Removió la carne y puso el cazo al lado del agua hirviendo-. ¿Bella durmiente? ¿Caperucita azul?
     Me senté a su lado en el tronco y avivé el fuego con una ramita. Me quitó el pasamontañas titando de las orejas y lo lanzó por detrás de él, hacia la tienda.
     -¡Rapunzel! -exclamó-. ¡Rapunzel, Rapunzel, deja su pelo caer!".

Claire Fuller escribe con una delicadeza que no niega la verdad durísima de su historia. Su prosa es precisa, atmosférica, casi hipnótica, y consigue un equilibrio admirable entre la belleza del paisaje y la oscuridad moral que lo envuelve. Sin necesidad de alzar la voz, cuenta una historia que incomoda y perturba, que conmueve, y que recuerda que la verdad más dura puede estar envuelta en un cuento aparentemente luminoso. Fuller evita el morbo, pero tampoco dulcifica el relato; el horror es real, pero está filtrado por la percepción de una niña, por su capacidad de imaginar, por la mezcla de cariño y pánico que define muchas relaciones abusivas. Esa ambivalencia no absuelve al padre: al contrario, subraya el carácter profundamente destructivo de su conducta, mostrando cómo lo dañino puede presentarse bajo el manto de lo afectuoso o visionario, cómo la violencia machista puede adoptar formas insidiosas, íntimas, vestidas de amor paternal o de misión salvadora.

La estructura de la novela, que alterna pasado y presente, permite ver el proceso de reconstrucción de Peggy. También es un relato sobre la resistencia silenciosa, sobre la fuerza de una mente joven que, incluso en los entornos más opresivos, encuentra fisuras por las que se filtra la luz. La niña ha sido obligada a habitar un cuento que no era suyo, una ficción impuesta por el miedo, la dependencia y el poder masculino ejercido sin límites. Claire Fuller retrata con delicadeza cómo la protagonista intenta ordenar los fragmentos de una experiencia que no sabe todavía cómo nombrar.

Es, en última instancia, una novela sobre la colonización de la imaginación infantil, sobre los mecanismos de control que se esconden bajo ciertas formas de autoridad masculina, y sobre la larga sombra que deja la violencia cuando se ejerce desde quien debería proteger. La autora aporta una mirada literaria especialmente valiosa sobre la violencia machista: muestra cómo esa violencia puede empezar en lo íntimo, en lo doméstico, en lo que se disfraza de cuidado, y cómo sus consecuencias pueden acompañar a una persona durante toda la vida: "Yo era un cachorro y me estaba adiestrando para obedecer"

viernes, 21 de noviembre de 2025

Lectoras de Simone Weil

Fina Birulés y Rosa Rius Gatell (eds.)
Lectoras de Simone Weil
Icaria, 2013

"El resultado del trabajo ha sido, por un lado, haber puesto de manifiesto la importante presencia del pensamiento y de los escritos weilianos en Arendt, Zambrano, Hersch, Bachmann, Morante y Campo, entre otras autoras, y, por otro, haber abierto el camino para una reconsideración de los tópicos habituales que nos han presentado a Simone Weil como una figura aislada en la tradición filosófica y política, como una suerte de extraña luz que se extinguió con la temprana muerte de una pensadora irreductible y ajena al canon que posteriormente han establecido la filosofía y la teoría política".


Este libro no busca clausurar a Simone Weil bajo una capa de erudición, sino abrirla, escucharla, dejar que su voz -tan densa y luminosa, tan incómoda- se cruce con las voces de otras mujeres que, desde distintos rincones del pensamiento y la creación, la han leído, la han discutido o, simplemente, la han sentido cerca. Por eso el libro se percibe como una orquesta de timbres diversos. No hay una sola Simone Weil, sino muchas. Cada ensayo es una variación sobre un mismo impulso: comprender qué significa pensar y escribir desde una conciencia tan radical, tan atenta al sufrimiento y a la verdad.

Las editoras estructuran el volumen en tres movimientos, como una travesía que avanza de lo filosófico a lo poético y de ahí a lo espiritual. La primera parte, “Pensar con toda el alma”, reúne voces que dialogan con Weil desde la filosofía: Hannah Arendt, Jeanne Hersch y María Zambrano. Una genealogía femenina de pensamiento que, sin renunciar a la lucidez, abraza la vulnerabilidad, con una Simone Weil convertida en un nodo en una red de pensamiento donde el alma y la razón caminan juntas.

La segunda parte, “Palabras comestibles”, se adentra en la literatura. Allí, el pensamiento de Weil resuena en la escritura de Ingeborg Bachmann, Elsa Morante y Cristina Campo. Lo filosófico se disuelve en lo poético y la palabra se vuelve materia viva, algo que se mastica, que se ofrece como sustento. Siomone Weil es, aquí, una sombra que alimenta la creación, una presencia que se reconoce en la belleza del silencio o en la pureza del gesto.

La tercera parte, “La verdad y la desgracia tienen necesidad de la misma atención”, abre el horizonte político y moral. En este caso dos autores (Giancarlo Gaeta y Francisco Fernández Buey) y una autora (Emilia Bea) trazan puentes entre el pensamiento de Simone Weil y las urgencias del presente: el trabajo, la alienación, la dignidad, el amor como fuerza de desposesión. Su pensamiento, frágil y feroz a la vez, se siente contemporáneo, como si aún respirara entre las líneas de nuestros dilemas más íntimos.

Lectoras de Simone Weil es un acto de lectura compartida, una asamblea de mentes y corazones reunida alrededor de una voz que nos sigue interrogando, que no se apaga. Y en ese gesto coral hay algo profundamente bello: la transmisión del pensamiento como herencia viva, no como monumento. Simone Weil nos pide “atención”, y eso es justamente lo que este libro enseña: mirar el mundo con lentitud, con piedad, con precisión.

"No solo han sabido captar e interpretar perfectamente el carácter destructivo de la crisis, sino que también han encontrado en sí mismas energías suficientes con las que señalar las puertas estrechas para recomenzar, sin desviar la mirada del cúmulo de escombros. Lo han podido hacer en la medida en que no se han sentido intelectual ni moralmente vinculadas a la tradición y, por tanto, tampoco se han sentido obligadas a mantener una especie de cuerpo a cuerpo con ella. [...]
Intentaré retomar el hilo de aquella reflexión, con la esperanza de que ayude a releer la figura de Simone Weil en una constelación de espíritus femeninos que, según creo, han hecho una contribución decisiva a la comprensión de los males de nuestro tiempo y han indicado vías de salida que por desgracia han sido ampliamente ignoradas por parte de una cultura más propensa a repetirse a sí misma que a romper con el pasado".

domingo, 16 de noviembre de 2025

Usategieta, Azaolako Atxa, Ipergorta y Gorosteta

Me encanta este paseo. A las 8:40 he salido del parking de Belaustegi en dirección a la majada de Austigarmin. A las 9:15 pasaba por el collado de Austigarmin, a las 9:35 por Usategieta (1.187 m), a las 10:00 por Azaolako Atxa (1.167 m), a las 10:30 por el collado de Ipergorta, 10:40 por Ipergorta (1.235 m), 11:00 Gorosteta (1.259 m), vuelta a las 11:40 por Austigarmin y a las 12:10 en Belaustegi.
 


Collado Austigarmin.
 
Aldamin y Gorbea desde Usategieta.
Usategieta.
Sierra Salvada.
Austigarmin.
Oderiaga desde Usategieta.





Azaolako Atxa.
Usategieta desde Azaolako Atxa.
Ipergorta desde Azaolako Atxa.








Collado Ipergorta.
Aldamin y Gorbea.


Ipergorta. 



Hacia Gorosteta.

Gorosteta.

Lekanda y Arraba, desde Gorosteta.


Gatzarrieta, Artalarra, Aldabe y Arrabatza, desde Gorosteta.




Austigarmin.





Sí, es "eso"...