Raíces: Un tratado filosófico sobre la naturaleza
Traducción de Elisa Lobato Revilla
Barlin Libros, 2025
"Quienes damos clase en la universidad deberíamos estudiar las conexiones, pero en vez de eso estudiamos las diferencias. En los blancos laboratorios, a los biólogos les resulta fácil olvidar que son filósofos de la naturaleza. Los filósofos, por su parte, sacan las ideas de contexto como lombrices fuera de su agujero y las sujetan colgando mientras se secan a plena luz. Cuando nos encerramos en casa por la noche y aseguramos las ventanas para protegernos de las tormentas, puede que olvidemos, a veces durante años y años, que los seres humanos formamos parte del mundo natural. Solo volvemos a recordarlo, si acaso llegamos a recordarlo alguna vez, cuando nos invade una tristeza que no podemos explicar y la añoranza de un sitio donde sentirnos en casa.
Sentada en una roca que las gaviotas han teñido de blanco, miro resbalar las olas y decido estudiar los anclajes. ¿A qué asidero vamos a aferrarnos en la confusión de las mareas? ¿Qué estructuras de conexión nos mantendrán sujetos? ¿Cómo encontraremos un agarre al mundo natural que nos haga sentir seguros y plenamente vivos, aquí, en los confines del agua?".
No es posible leer este libro sin recordar a Rachel Carson. Su prólogo, que nos conduce hasta el borde del océano en una tarde de invierno, cuando el viento barre las rocas, las olas se estrellan una y otra vez contra la costa, el aire huele a sal y el agua sisea al retirarse, es absolutamente rachelcarsoniano:
"En el verde mar de reflejos iridiscentes de la costa de Oregón, las algas gigantes miran a tierra en las mareas entrantes y viran hacia el mar en cuanto retrocede el agua, pero nunca se sueltan de su agarre al fondo oceánico. Lo que mantiene al kelp en su sitio es un mecanismo de anclaje, un rizoide con forma de puño ramificado que se adhiere a la roca con un pegamento que fabrica el alga a partir de la luz del sol y el agua salada, un vínculo invisible lo bastante fuerte como para mantener sujeto al kelp en toda circunstancia excepto en las peores tempestades invernales. Estos anclajes son estructuras que la biología aún no ha logrado comprender del todo. Quienes se dedican a la filosofía ni siquiera lo han intentado".
De ese paisaje áspero y vivo surge la metáfora que guía todo el libro de Kathleen Dean Moore: el holdfast, ese órgano de las algas que las mantiene aferradas a la roca para resistir la marea y la tormenta. Sobrevivir, permanecer, pertenecer: esa es la esencia que late en el corazón de este conjunto de ensayos.
Filósofa y naturalista, la autora nos conduce por un viaje íntimo y a la vez vasto, donde lo personal se entrelaza con lo universal. El título original, Holdfast: At Home in the Natural World, sugiere una búsqueda de hogar que no es exactamente una casa física, sino un modo de estar en el mundo natural.
"«Casi todo el mundo está a la escucha de algo», dijo Sigurd Olson. «Puede que no sepamos exactamente qué es ese algo, pero buscamos de manera instintiva la oportunidad y el lugar para escuchar, como los animales enfermos buscan hierbas curativas». A veces pienso que tengo morriña y me pregunto si lo que sucede cuando el paisaje me apresa con tal melancolía es que ese momento me recuerda a un hogar que dejé generaciones atrás, un lugar amado que recuerdo en los más hondos recovecos de mi mente. Puede que sea un paisaje en el plano intelectual, un mundo platónico de ideas donde la verdad perfecta y la belleza perfecta se aúnen en una idea gloriosa indistinguible del amor. O tal vez sea un lugar cristalino y ventoso, un lugar real a la orilla del agua. Acaso algo ancestral en mi mente busca sentido en el territorio, al igual que los recién nacidos se entusiasman con el paisaje de una cara familiar. O puede que vaya a la naturaleza una y otra vez, con frenesí y desesperación, porque los parajes naturales me acercan a ese antiguo hogar".
Esa búsqueda se despliega en dos grandes movimientos: conexión y separación, arraigo y desprendimiento, pertenecer y dejar ir. El libro reúne veintiún ensayos organizados en torno a esos dos polos: “Conexión” y “Separación”. Kathleen Dean Moore escribe con una voz que conjuga la observación literaria -atmósferas, texturas, sensaciones- con el pensamiento filosófico. El tono del libro invita a la pausa. No busca imponer respuestas, sino abrir percepciones. Al leerla, sentimos que caminamos junto a ella por senderos rocosos, escuchamos el viento entre los árboles, nos detenemos frente al mar que roe la costa. En ensayos como “Raíces” y “El testimonio del humedal”, la autora medita sobre lo que implica estar en casa en el mundo natural. El holdfast (la raíz) no simboliza la inmovilidad, sino una sujeción flexible: el alga se aferra, pero permite el vaivén del mar. Del mismo modo, Moore nos recuerda que los seres humanos necesitamos ese tipo de vínculo que consiste no en dominar la naturaleza, sino asentarnos en ella, sentirnos parte de ella. “Ser parte” frente a “estar aparte”: esa es una de sus grandes preocupaciones. No olvidar nunca que los seres humanos somos parte del mundo natural, experimentar la naturaleza no como un escenario sino como una interlocutora viva.
La sección de “Separación” aborda, con igual hondura, las pérdidas inevitables: las hijas y los hijos que crecen, los lugares que cambian, las personas queridas que fallecen, las especies que desaparecen. Kathleen Dean Moore no esquiva el dolor ni la melancolía; reconoce que formar parte del mundo natural implica aceptar el cambio, la erosión y la ausencia.
El libro oscila entre lo grandioso y lo cotidiano: del silencio de los bosques del noroeste estadounidense a la sencillez de “Hacer pan con mi hija”. Esa alternancia entre lo épico el aullido del lobo, la aparición del oso´- y lo doméstico -amasar pan, caminar un sendero- le confiere equilibrio y humanidad. Moore logra que la naturaleza se revele tanto en la inmensidad como en el gesto más íntimo. Su prosa entrelaza la experiencia personal con la reflexión filosófica, y esa combinación hace que el libro sea a la vez accesible y profundo. No es una obra de divulgación ni una guía práctica: es contemplativa, meditativa, nos pide una lectura atenta que permita que las imágenes calen. Tampoco ofrece una narrativa lineal; su cohesión es temática más que argumenta, pero a falta de un hilo nítido encontramos una trama de resonancias.
Publicado originalmente en 1999, el libro anticipa muchas de las preocupaciones ecológicas actuales. Su sensibilidad está anclada en la conciencia de que “estar en casa en la naturaleza” conlleva responsabilidad. En entrevistas recientes, Moore reconoce que las y los nature-writers enfrentan hoy la urgencia de escribir cuando los paisajes cambian, cuando las criaturas desaparecen, cuando la pérdida se vuelve parte del relato.
"¿Cuál es el cometido de los escritores de la naturaleza en un mundo tan hondamente herido? Es una pregunta que me obsesiona. No puede ser que sea suficiente con celebrar el canto de la rana, mientras las ranas desaparecen una por una. Seguramente no basta con escribir sobre la música de los humedales, mientras se secan bajo el tórrido sol y apestan a juncos podridos y fango. No basta con explorar el significado del retorno del águila pescadora, un año tras otro durante diez mil años, a sabiendas de que muy pronto retornará a un lodazal en un prado. Y sé que no basta con amar a mis nietos y dejar que su mundo se vaya a la deriva -los millones de años que han hecho falta para que brote el canto en la garganta de la rana o la franja plateada del pececillo-. El trabajo de los escritores tal y como lo he descrito, observar y maravillarse, de pronto se me antoja imperdonable",
Leer Raíces hoy resulta más pertinente que nunca. Nos recuerda una manera de estar en el mundo que hemos ido olvidando y nos propone una ética de atención: al viento, al musgo, al agua que corre. Nos invita no solo a preguntarnos qué podemos hacer por la naturaleza, sino cómo podemos volver a sentirnos parte de ella, con todo lo que eso implica: asombro, humildad, gratitud.
La traducción al español, Raíces, introduce una variación significativa. En inglés, holdfast es un término marino que designa la estructura con que las algas se aferran a la roca. No son propiamente raíces -no absorben, no crecen bajo tierra-, pero ambos símbolos -el marino y el terrestre- apuntan a lo mismo: la necesidad de anclaje y continuidad en un mundo cambiante.
Raíces es un hermoso libro que invita a bajar el ritmo y quedarse un instante en la orilla, observando qué deja la marea. Quien lo lea descubrirá que “estar en casa en el mundo natural” no es una idea abstracta, sino una experiencia que nace en la humildad, pasa por el asombro y desemboca en una decisión: vivir con conciencia de formar parte de un todo mayor que una misma, que uno mismo. Kathleen Dean Moore no ofrece respuestas fáciles, pero abre puertas luminosas, y al cerrar el libro la he imaginado caminando al amanecer por una costa rocosa, recogiendo un alga que se aferra a la piedra y pensando, como seguro hacemos nosotras: ¿a qué nos aferramos cuando llegan las tormentas y el oleaje embravecido?, ¿en qué roca echamos nuestras raíces?





















































































