jueves, 2 de octubre de 2025

La bolchevique enamorada

Alexandra Kollontai
La bolchevique enamorada
(no se indica la persona traductora)
Txalaparta, 2008

"¡Un nene! ¡Qué ilusión! Ahora podría enseñar a las otras mujeres cómo se educaba un niño comunista. No había necesidad de familia, todo eso eran tonterías. Lo que había que hacer era organizar una casa-cuna capaz de mantenerse a sí misma. La práctica era mejor que la teoría. Vasya pensó tanto en esa idea de la casa-cuna que se mantuviese a sí misma, que casi se olvidó del niño. Sin embargo, no se acordó de Vladimir. Como si no tuviese nada que ver con aquello".


Alexandra Kollontai (1872-1952) fue revolucionaria bolchevique, diplomática y una de las primeras mujeres en ocupar un cargo ministerial en el mundo. Su pensamiento giró siempre en torno a la liberación femenina desde una perspectiva socialista, convencida de que la emancipación económica no bastaba si no iba acompañada de una revolución en las relaciones afectivas. La bolchevique enamorada es su relato de ficción más conocido, publicado en 1927, en un momento en que las mujeres empezaban a cuestionar el peso del amor romántico tradicional frente al compromiso político y la vida colectiva.

La trama es sencilla, pero cargada de hondura simbólica. La protagonista, Vassilissa (también llamada, familiarmente, Vasya) es una joven militante bolchevique, entregada a la causa revolucionaria. De pronto, el amor irrumpe en su vida: se enamora apasionadamente de un camarada, Vladimir, y esa pasión la consume hasta hacerla dudar en ocasiones de su capacidad para seguir consagrada por entero a la Revolución. Kollontai presenta dos formas de amar en tensión. Una, la del viejo amor romántico, con sus celos, sacrificios personales y dependencia. Otra, la que ella defendía como horizonte socialista: el amor-comunidad, basado en la camaradería, la libertad, la igualdad y la posibilidad de convivir sin cadenas ni exclusividades que minen la entrega a lo colectivo. La protagonista acaba comprendiendo que ese amor burgués, exclusivo y devorador, no puede convivir con la militancia, y en esa toma de conciencia asoma la propuesta de un nuevo tipo de afectividad, coherente con los ideales revolucionarios.

Pero en esta tensión también juega un papel importante la propia personalidad de Vladimir, diletante, quejica, machista, maltratador (“Un día que llovía mucho, Vasya dejó su sombrero en el local central del Partido y se puso su chal en la cabeza. Al verla, Vladimir frunció el entrecejo y refunfuñó: «¡Cómo te vistes! ¡La falda es una porquería! Y vienes a casa con el chal por la cabeza como una campesina. ¡Qué astrosa!»”) y hasta un violador, como en la escena con la joven que trabaja en su casa como empleada doméstica, Styosha: “¡Bonito juego el suyo! ¡Si me echó contra la cama! Menos mal que soy fuerte. Y nadie puede poseerme contra mi voluntad”. Vassilissa comprende y disculpa todo, lo que resulta odioso.

En sus ensayos teóricos Kollontai formula una crítica radical al amor burgués y a la institución de la familia, denunciando que las viejas formas de amar -celosas, posesivas, cargadas de dependencia- son cadenas invisibles que oprimen a la mujer y frenan su emancipación. El amor, dice, no debería ser un campo de sacrificio ni de dominación, sino un espacio de libertad compartida. Y solo en una sociedad socialista podría florecer ese nuevo tipo de relación, donde los individuos se unan sin perder su independencia y sin subordinar sus deseos a las normas impuestas por la moral burguesa. Cuando Alexandra Kollontai escribió La bolchevique enamorada, no estaba simplemente contando la historia de una joven militante atrapada entre la pasión y la causa. En realidad, tejía en clave literaria las mismas ideas que ya venía defendiendo en sus ensayos políticos. El relato funciona como un espejo íntimo de su pensamiento teórico, pero con la fuerza emocional de una confesión. La novela encarna estas ideas de manera más experiencial. La protagonista vive en carne propia la contradicción: ama con intensidad a un camarada, pero descubre que ese amor la arrastra a un estado de sumisión que la aleja de la lucha revolucionaria. El dilema de la protagonista es el mismo que la autora disecciona en sus ensayos, pero aquí toma la forma de un drama íntimo, humano y reconocible.

Hay, sin embargo, una diferencia de matiz. En sus textos teóricos, Kollontai habla con una voz segura y programática: señala la necesidad histórica de transformar el amor, propone la moral sexual comunista, describe el porvenir de la familia bajo el socialismo. En cambio, en el relato aparece la duda, la fragilidad, la contradicción interna. La joven bolchevique no es una teórica que dicta normas, sino que es un ser humano desgarrado entre lo que siente y lo que cree deber sentir. Ahí reside la fuerza literaria del relato, al humanizar una reflexión política que, en los ensayos, podría parecer abstracta o lejana. Ambas miradas se complementan: la teoría aporta la estructura ideológica, el marco; la narración muestra el rostro humano de ese conflicto. Y quizás esa combinación fue el mejor aporte de Alexandra Kollontai, no solo pensar la revolución en términos de fábricas y soviets, sino también de besos, de emociones, de cuerpos y afectos.

Pero la novela no se limita a plantear un dilema sentimental y en sus páginas laten otros conflictos de la Rusia de los años veinte. La autora deja entrever la aparición de una nueva élite bolchevique que, tras la Revolución de Octubre, empieza a rodearse de lujos antes reservados a la burguesía y la aristocracia zarista: viviendas amplias, ropas finas, mesas bien servidas e incluso servicio doméstico, mientras la mayoría del pueblo sobrevive en la miseria. La protagonista percibe con desconcierto cómo algunos camaradas y el propio Vladimir adoptan esos privilegios, y esa constatación contamina también su vida amorosa: ¿cómo amar plenamente a un hombre que ya vive como parte de esa aristocracia bolchevique, ajena a las penurias de las masas?

El episodio más significativo, en este sentido, es una fuerte discusión con Vladimir, en la que Vassya sostiene que no es correcto que un comunista viva como los burshuis, los burgueses del viejo régimen, y que, sobre todo un dirigente, debería llevar una vida ejemplar. Vladimir, en cambio, responde con tono defensivo: “¿Que no vivo como un comunista? ¿Querrán mandarme que me haga monje? […] ¿Por qué esperan que yo viva como un asceta? ¿Qué derecho tienen a ocuparse de mi vida privada?”. La conversación condensa el choque entre dos visiones de la moral comunista: la exigencia de coherencia revolucionaria que defiende la protagonista frente al pragmatismo de un dirigente que se escuda en la separación entre lo público y lo privado.

Esa tensión dramatiza un dilema mayor: ¿hasta qué punto la revolución debía transformar no solo las fábricas y los soviets, sino también las costumbres, la intimidad, los modos de convivir y hasta el uso de los bienes materiales? Para Kollontai la respuesta era clara: si en el ámbito privado se reproducen privilegios o dependencias, la emancipación sigue incompleta. De ahí que el relato no sea solo una historia de amor, sino también una denuncia velada de la incoherencia de ciertos cuadros bolcheviques y del riesgo de una aristocratización del poder.

No sorprende que en su momento la obra generara amplios debates. Hoy se reconoce como un texto pionero del feminismo socialista y de la crítica al amor romántico, con una vigencia que no ha perdido fuerza: sigue interpelando sobre cómo equilibrar vida afectiva y proyectos colectivos, y sobre la necesidad de transformar también las relaciones íntimas y, en general, nuestro horizonte de deseos, si realmente queremos transformar la sociedad. Un relato en el que lo íntimo y lo político se entrelazan para recordarnos que la revolución no estará completa si el amor, la convivencia y hasta la manera de vivir no se transformaban también. Y que no hay revolución sin una profunda transformación moral que afecte a todas las dimensiones de la existencia.

martes, 30 de septiembre de 2025

Arnotegi

                                                                   "Siguen existiendo montañeros monógamos cuyo mundo cabe en dos o tres hojas del Mapa Topográfico Nacional".
Pablo Batalla Cueto, La bandera en la cumbre.














Humus

Gaspar Koenig
Humus
Traducción de Lydia Vázquez
Seix Barral, 2025
 
"La procesión se detuvo a la altura del antiguo seto, cuyos restos estaban recubiertos de hiedra. Kevin cogió la pala, dio unos pasos para elegir el mejor sitio y empezó a cavar. La hoja se hundió fácilmente en el suelo. La tierra estaba negra y brillante. Despedía un penetrante olor a sotobosque. En uno de los terrones que sacó, vio un buen grupo de anécicas, agitándose húmedas, en plena forma. Se volvió hacia sus compañeros. Todos observaban el mismo espectáculo.
-¡Eso era! -murmuró Matthieu-. Todo lo que tenía que hacer era esperar.
-Todo llega a su debido tiempo -añadió Louis".
 
 
En Humus el filósofo francés Gaspard Koenig delimita un campo donde se entrelazan ideas, contradicciones y pasiones de una generación que vive marcada por la ecoansiedad. La novela se lee como una gran metáfora de lo humano: así como el humus nace de la descomposición y genera vida nueva, también los personajes de esta historia atraviesan sus crisis y desgarros para dar forma a una reflexión profunda sobre el lugar y el papel del ser humano en un mundo en colapso.

La narración avanza por capas, como estratos de compost, alternando las voces de los protagonistas principales, Kevin y Arthur, dos jóvenes estudiantes de Agronomía que comparten la angustia por la devastación medioambiental, pero acaban encarnando respuestas opuestas. Hijo de agricultores, Kevin sueña con transformar esa preocupación en una start-up de vermicompostaje y convertirse en pionero del capitalismo verde; Arthur, procedente de una familia burguesa, decide volver a las tierras familiares contaminadas y trabajar desde lo concreto, con el anhelo de regenerarlas y devolverles vida. A través de ellos, Koenig traza un mapa amplio que va desde la Normandía rural hasta Silicon Valley, pasando por colectivos anarquistas y despachos de poder, en un viaje que pone en tensión el campo y la ciudad, la lucha de clases, la movilidad social y las distintas formas de insurrección ecológica. 

La novela se lee con facilidad y gusto como producto literario, pero a ratos incomoda cuando despliega tensiones entre distintas salidas posibles a la crisis ecológica: las soluciones tecnocientíficas y empresariales, ligadas al capital y a una visión de control; las respuestas sociales radicales, que buscan reorganizar la vida colectiva desde proyectos comunitarios o militantes; y la dimensión más íntima, existencial, de la relación cotidiana con la tierra. Su visión ferozmente satírica del movimiento Extinction Rebellion, "tapadera versión Disneylandia de una organización mucho más seria: Extinction Revolution", precursora a su vez de una definitiva "Extinction Extinct", da lugar a los momentos más cinematográficamente enloquecidos del relato.

No parece que el autor pretenda darnos respuestas, sino sembrar dudas. Es verdad que en el centro de la novela laten las lombrices de tierra, humildes protagonistas biológicos de las que depende la fertilidad del planeta. Koenig abre su relato con una extensa referencia a la geodrilología -la ciencia que las estudia- para recordarnos que sin esos seres ciegos e invisibles no habría vida posible. Las lombrices, laboriosas agricultoras del subsuelo, son un símbolo de la regeneración, pero también de nuestra fragilidad. Su presencia, aparentemente secundaria, resuena como un eco que recorre toda la obra: somos tan vulnerables como el suelo que habitamos. Así, la obra nos recuerda que nuestra condición humana está literalmente ligada al humus: a la tierra que nos sostiene, a lo que se descompone y renace, a lo que nos iguala en humildad y fragilidad. De alguna forma la novela nos obliga a mirar hacia abajo, hacia el suelo, hacia lo invisible que nos mantiene con vida, y a reconocernos como parte de ese ciclo en el que todo nace y todo vuelve. 
 
Tal vez la respuesta a la crisis no esté en inventar grandes sistemas (sean neoliberales o revolucionarios), sino en volver a la lentitud y a la humildad de lo vivo. La fertilidad de la tierra se ofrece como una verdad simple: la vida sigue sus ritmos, y lo que hay que aprender es a sintonizar con ellos. De ahí que pueda leerse como una apuesta por la vida simple y localizada, semejante a la de las y los habitantes de Saint-Firmin-sur-Orne, la pequeña localidad de Normandía donde Arthur ensaya su proyecto de vuelta a la tierra (aunque sobre ella se cierne el voto a Rassemblement National como expresión del "odio a la administración, a sus dictados, a sus intromisiones y a su cobardía"). Es verdad que el final no “resuelve” la novela, sino que más bien abre un gesto de renuncia: al control, al heroísmo, a la utopía; no hay un programa político en esa pala que se hunde, sino una sugerencia de reencuentro con lo vivo.

Lo que me ha incomodado de la novela es el papel de los personajes femeninos -Anne, Philippine y Léa,  particularmente-, descritas con roles que contrastan con la complejidad, el dinamismo y las contradicciones de Kevin y Arthur. Mientras los protagonistas masculinos cargan con la trama filosófica, política y existencial del relato, las mujeres ocupan posiciones secundarias o funcionales a sus trayectorias, a veces burdamente estereotipadas. En conjunto, el diseño narrativo parece inclinarse hacia una visión masculino-céntrica, donde los varones son los portadores de la acción, el debate filosófico y la utopía, y las mujeres orbitan como figuras de deseo, de obstáculo o de apoyo emocional. No sé si es un sesgo misógino o una falta de sensibilidad en la construcción de personajes femeninos sólidos, autónomos y dotados de la misma capacidad de agencia que los protagonistas (algo, por otra parte, bastante característico de la tradición literaria francesa masculina).  
 
Humus, que plantea debates de gran calado sobre la ecología, la utopía política y la relación entre teoría y praxis, deja sin revisar un campo crucial, el de la representación de género. Y es una lástima.

En una voz humana

Carol Gilligan
En una voz humana
Traducción de Jaime Collyer
Taurus, 2025
 
"Entonces, desde el ventajoso punto de vista del presente, se me ha vuelto posible clarificar y articular lo que no era muy posible ver o decir cuando publiqué por primera vez mi trabajo: que la «voz diferente» (la voz de la ética del cuidado), aunque inicialmente fue escuchada como una voz «femenina», es, de hecho, una voz humana, que la voz de la que se diferencia es una voz patriarcal (escúchense los reveladores binarismos y jerarquías de género) y que, allí donde el patriarcado está en vigor y se hace cumplir, la voz humana es una voz de resistencia, y la ética del cuidado, una ética de la liberación”
 
 
Desde las primeras páginas de este libro Carol Gilligan nos invita a detenernos, a prestar atención a la manera en que la vida se manifiesta en la palabra, el gesto y el silencio. La autora, pionera en la ética del cuidado, regresa décadas después de su obra seminal In a Different Voice: Psycological Theory and Women´s Development (1982; publicada en español en 1985 por Fondo de Cultura Económica con el título La moral y la teoría: Psicología del desarrollo femenino) para ampliar y clarificar su reflexión: reconociendo que su trabajo anterior "llegó a ser visto a través del prisma de las mismas comparaciones binarias y jerarquías que en principio [se] había propuesto desafiar", en este libro busca hacernos reconocer que esa voz “otra” o "diferente", históricamente silenciada, es en realidad una voz humana.
 
"El motivo inmediato de este libro es que se cumplen cuarenta años de la publicación de En una voz diferente, así como el aniversario cuadragésimo quinto de la aparición del ensayo original, aparecido en 1977, con el mismo título de «En una voz diferente», en la Harvard Educational Review. Sin embargo, el elemento gatillador más de fondo fue, en rigor, la intuición que me ha llevado a cambiar el título original.
Había estado rondando esa intuición durante años, presionada por las nuevas investigaciones y por los cambios producidos en el clima sociopolítico imperante. Lo sorprendente para mí es que me haya tomado tanto tiempo vislumbrar lo que, visto en retrospectiva, parece evidente: la voz asociada a la ética del cuidado es una voz simplemente humana y adjudicarle a una voz humana el rótulo de lo «femenino» es problemático. En la aproximación a esta novedosa claridad, tuve a menudo la sensación de estar intentando abrirme paso en un terreno enmarañado. Escuchar la «voz diferente» como una voz humana implicaba sortear una serie de impedimentos que surgían en el camino a la conclusión de que la división binaria del género -la construcción de las capacidades humanas como «masculinas» o «femeninas»- no es solo una distorsión de la realidad, sino una piedra angular del patriarcado. Este libro cobró ímpetu a partir de todo lo que se deriva de esa toma de conciencia y queda clarificado por ella"
.  

Lejos de concebir la “voz diferente” como esencialmente femenina, Carol Gilligan plantea que esa voz es, en realidad, una voz humana que ha sido históricamente desautorizada bajo el patriarcado. Su análisis muestra cómo la socialización de género implica un “cambio de voz”: las niñas aprenden a domesticar su “voz salvaje”, ligada a la espontaneidad y a la relación, mientras que los niños se ven forzados a reprimir su expresión emocional para ajustarse a normas de masculinidad. De este modo, el orden patriarcal se sostiene no solo sobre la imposición de jerarquías, sino también sobre el silenciamiento sistemático de las mujeres, cuyas voces se dejan de escuchar, se tergiversan o se privan de credibilidad, con lo cual se restringe la posibilidad de un diálogo auténticamente humano.

Carol Gilligan desarrolla una tesis central: escuchar, en su sentido más profundo, constituye una forma de ética (yo diría que es la esencia de la ética: mirar y pensar con atención). La atención plena a los relatos de vida de quienes nos rodean, a sus temores y alegrías, no es solo un gesto moral, sino una forma de conocimiento. A lo largo del ensayo, la autora recurre a ejemplos de la vida cotidiana, de entornos educativos, clínicos y comunitarios, mostrando cómo la empatía, el cuidado y la responsabilidad compartida conforman una experiencia moral que trasciende diferencias de género. La ética del cuidado, subraya, no es una característica femenina sino el auténtico lenguaje de la humanidad. 

Es imposible abordar este libro sin ponerlo en díálogo con In a Different Voice. En 1982, Gilligan propuso que la perspectiva femenina ofrecía una ética distinta, orientada al cuidado, frente a la ética de la justicia dominante, centrada en principios abstractos y jerárquicos. Su investigación demostró que las mujeres tienden a priorizar relaciones, empatía y responsabilidad contextual, desafiando una visión unilateral de la moral. Ahora trasciende la distinción de género y la voz que antes parecía “otra-femenina” ahora se afirma como humana, universal. La autora subraya que todas y todos -mujeres y hombres- podemos aprender a escuchar, a cuidar, a responder con atención a la vulnerabilidad de la otra y el otro. Como señala Joan C. Tronto en ¿Quién lo cuida?:

"Las mujeres y los empleados domésticos parecen tener una habilidad «natural» para el cuidado porque ese es el papel que se espera que desempeñen. Sin embargo, la verdad es que el cuidado requiere práctica. Quienes no sean muy duchos en ello en el presente pueden mejorar a base de práctica. [...] Y el mejor modo de conseguirlo es cuidar más [...]".

La diferencia ya no reside en quién habla, sino en cómo nos enseñamos a escuchar y a atender, reconociendo que la moralidad se construye en la relación, no solo en principios abstractos.

El cambio de enfoque también se refleja en el estilo. Mientras que In a Different Voice se apoyaba en entrevistas clínicas y estudios empíricos, este ensayo es más introspectivo y narrativo, y la autora combina la reflexión ética con experiencias personales y observaciones sociales (como los ejemplos de Greta Thunberg con su cartel hecho a mano sentada frente al parlamento sueco, o el Darnella Frazier, la adolescente que grabó con su teléfono móvil la agonía y asesinato de George Floyd) para sostener que que la ética del cuidado no es un ideal abstracto, sino una práctica cotidiana. La autora nos invita a reconocer que cada conversación, cada gesto de atención, es un acto moral que puede transformar la relación entre las personas y la sociedad en su conjunto.

"[E]l patriarcado está reñido con la democracia, que descansa en la premisa de una voz igual  o la igualdad. Pero el patriarcado es, además, contra natura: está reñido con nuestra naturaleza humana. El amor y la empatía amenazan su jerarquía de privilegios y poder, y nuestra capacidad de otorgar voz a nuestra experiencia rompe con sus silencios. Para mantener formas de vida en que algunos humanos son considerados más humanos que otros, es necesario que quienes están en la cúspide no registren los sentimientos de aquellos que están por debajo y que las voces de quienes están en la base no sean escuchadas o tomadas en serio".

Porque los vínculos de confianza y la disposición a abrirse a la otra, al otro, son fundamentales para la construcción de justicia. Más allá de los grandes marcos normativos la ética no va de aplicar reglas abstractas, sino de responder a situaciones concretas con atención, delicadeza y reconocimiento de la humanidad (vulnerabilidad) compartida. Por eso, en un mundo como el actual, fragmentado y jerárquico, tantas veces brutal, escuchar, reconocer y cuidar es una propuesta de transformación cultural: enseñar, practicar y valorar la atención humana como base de la convivencia y la justicia. Frente a la brutalización del mundo moderno, la propuesta de Carol Gilligan resuena como una invitación a recuperar la humanidad empezando por nuestras relaciones cotidianas. 

domingo, 28 de septiembre de 2025

Una nueva tierra salvaje

Diane Cook
Una nueva tierra salvaje
Traducción de Inés Clavero y Montse Meneses Villar
Galaxia Gutenberg, 2022

"En el principio eran veinte. Oficialmente, esas veinte personas estaban en la Reserva en calidad de participantes de un experimento para estudiar el impacto de las personas en la naturaleza, dado que, ahora que toda la tierra estaba destinada a la obtención de recursos -petróleo, gas, minerales, agua, madera, alimento- o al almacenamiento -basura, servidoras, residuos tóxicos-, ese tipo de interacciones era cosa del pasado.
Pero la mayoría de esas veinte personas tenía poca idea de ciencia, y a muchas de ellas ni siquiera les preocupaba la naturaleza. Aquellas veinte personas tenían los mismos motivos que siempre han impulsado a la gente a dejarlo todo atrás y aventurarse a un lugar desconocido. Se fueron a la Reserva porque no había otro sitio al que ir.
Habían querido escapar de la Ciudad, donde el aire era veneno para los niños, las calles estaban abarrotadas e insalubres y las hileras de rascacielos se extendían hasta más allá del horizonte. Además, puesto que toda la tierra que no había subsumido la Ciudad servía para sustentarla, era como si todo el mundo viviera en ella. Lo quisieran o no. Así que, aunque un par de aquella veintena hubiera ido a la Reserva en busca de aventura y otro par, de conocimiento, casi todos habían huido convencidos de que, de algún modo, su vida dependía de ello".
 
 
Diane Cook imagina y describe un futuro que, sin ser distópico en el sentido más clásico, resulta ominosamente cercano: un mundo en el que las ciudades se han vuelto prácticamente inhabitables por la contaminación, la superpoblación y la degradación ambiental; como señala en un momento, en la Ciudad tan solo quedaban "diez árboles". Frente a este escenario, surge un experimento radical: un grupo de personas voluntarias es trasladado a una “Naturaleza” protegida, una vasta área salvaje donde no existen infraestructuras ni comodidades modernas, y donde su única tarea es sobrevivir sin dejar huella.

La trama de la novela gira sobre los personajes de Bea, su hija Agnes, y la pareja de Bea, Glen, quienes ingresan en este programa porque la salud de la niña, gravemente afectada por el aire contaminado de la ciudad, depende de escapar de ese entorno envenenado. Con esta base la autora construye un relato que entrelaza maternidad, supervivencia y ecología política. La pregunta que atraviesa el libro es doble: ¿qué significa vivir en armonía con la naturaleza cuando nuestra mera presencia la transforma? ¿y qué significa, en ese contexto, cuidar y educar a una hija?

Uno de los mayores logros de la novela es la manera en que transforma la experiencia de la maternidad en un ejercicio brutal de resistencia física y moral. Bea oscila entre el instinto de proteger a Agnes de los peligros inmediatos -el hambre, el clima, los animales, los otros miembros del grupo- y el reconocimiento de que la niña, criada en este nuevo entorno, se está adaptando de un modo que ella, con sus hábitos urbanos, nunca podrá. La naturaleza no es, para Agnes, un refugio temporal, sino el único mundo que conocerá; y esa diferencia genera un conflicto sutil pero profundo entre madre e hija.

"Agnes revoloteaba entre los arbustos, cotorreando y batiendo los brazos, mientras los pájaros, bloqueados por los frenéticos aspavientos de su hija, protestaban con agudos gorjeos. Era increíble. Bea recordó cuando Agnes no podía ni levantar la cabeza de la almohada manchada de sangre [...] Nunca olvidaría el sentimiento que le dejó la conversación con Glen. [...] Esa de no-nos-queda-otra. [...] ¿Es que sus necesidades ya no importaban? Bea se estremeció ante su frialdad de corazón. Se golpeó la cabeza por un lado para sacudirse su pérdida de humanidad. [...] ¿Esto es la maternidad?, se preguntó, furiosa y abatida, intentando desprenderse de sí misma para liberar sus brazos y sostener con ellos a Agnes".

La historia se aleja totalmente de cualquier visión romántizada de lo salvaje. La Reserva es un espacio implacable: largas caminatas, enfermedades sin cura, caza brutal para conseguir alimento, accidentes y muertes imprevistas. Y, como extemporáneo contraste, la permanente supervisión de los Agentes Forestales que controlan todos sus movimientos y los impactos de estos sobre el entorno. En este sentido, la novela se puede leer como una fábula ecológica que advierte sobre el precio de la modernidad y la fragilidad de nuestros intentos de control sobre el medio ambiente.

El grupo de voluntarias y voluntarios funciona como un microcosmos social: alianzas, jerarquías, tensiones por el liderazgo, traiciones y lealtades que surgen de la necesidad extrema. En este retrato se insinúa otra de las preocupaciones de la autora: incluso en un experimento diseñado para volver a lo esencial, los seres humanos reproducen dinámicas de poder, exclusión y violencia. ¿Podemos reinventarnos en un nuevo entorno "natural", o  estamos condenadas a reproducir, una y otra vez, las mismas estructuras que arruinaron nuestro mundo?

Diane Cook combina descripciones precisas de la vida al aire libre con una prosa contenida, a veces áspera, que transmite la fatiga y el rigor de la supervivencia. La lectura se convierte en una experiencia inmersiva que nos hace compartir la rutina agotadora (caminar, cazar, enterrar, seguir caminando) de las y los personajes. 

"Al cabo de un tiempo, las armas, las tiendas y los sacos de dormir se rompieron. De modo que aprendieron a curtir pieles, a coser con tendones, a cazar con arcos hechos a mano, a dormir plácidamente  en el suelo y al raso. La sal fue lo que más duró. Y cuando se terminó, se dieron cuenta de que la comida de verdad sabe a tierra, a agua y a esfuerzo".

Como he señalado más arriba, lo inquietante de esta historia es que nunca se siente como una fantasía lejana. La ciudad inhabitable de la que huyen Bea y Agnes se parece demasiado a las urbes actuales, marcadas por el aire sucio, la acumulación de desechos y la desigualdad social. Y la “naturaleza prístina” del experimento remite a los debates actuales sobre conservación, desplazamiento de comunidades y control estatal de los territorios. En el fondo, la novela no habla de un futuro hipotético, sino de un presente en el que la tensión entre devastación ambiental y nostalgia por lo salvaje ya es palpable.