martes, 1 de julio de 2025

Cónclave / El loco de Dios en el fin del mundo

Robert Harris
Cónclave
Traduccion de  Raúl García Campo
Grijalbo, 2025 (3ª reimpresión) 


"Al final muchos de los microbuses no hicieron falta. Una suerte de impulso colectivo espontáneo se apropió del cónclave. de manera que los cardenales que se veían con fuerzas para andar optaron por trasladarse a pie desde la casa de Santa marta hasta la Capilla Sixtina. Caminaron en formación de falange, algunos tomados de los brazos de sus hermanos, como si se estuvieran manifestando, algo que de algún modo sí que estaban haciendo.
Y, por algún capricho del destino, o tal vez por intervención divina, un helicóptero que distintas cadenas televisivas de noticias solían alquilarle al consorcio se cernía en ese instante sobre la plaza del Risorgimento, filmando los daños de la explosión. El espacio aéreo de la Ciudad del vaticano estaba cerrado, pero el cámara, por medio de un teleobjetivo, logró capturar a los cardenales mientras desfilaban por la plaza de Santa Marta, dejaban atrás el palacio de San Carlos y el palacio del Tribunal, pasaban frente a la iglesia de San Esteban y bordeaban los Jardines Vaticanos antes de perderse de vista en los patios integrados en el complejo del Palacio Apostólico".


El fallecimiento del Papa Francisco me llevó a la película de Edward Berger, que podía verse en Filmin en la modalidad de alquiler. Con una estética impresionante, la película es una especie de Doce hombres sin piedad ubicada en la impresionante Capilla Sixtina. En distintos escenarios, bajo diferentes cielos ideológicos, dos grupos de hombres se reúnen en una habitación cerrada para tomar una decisión que afecta el destino de otro ser humano y, en el caso de Cónclave, de toda una institución. Ambas comparten una estructura narrativa íntima y una pulsión moral semejante: son dos historias de deliberación ética en condiciones de presión. Ambas obras beben del lenguaje teatral: en su economía de espacio, en la centralidad del diálogo, en el peso de los silencios. Son dramas de cámara, donde el conflicto no se resuelve a través de la acción, sino mediante el lenguaje, la persuasión, el gesto. Son también, en un sentido más profundo, rituales seculares (o sagrados) de transformación: lo que comienza como un trámite técnico se convierte en una travesía ética para cada uno de los presentes.
 
En Doce hombres sin piedad, el jurado número 8 (Henry Fonda) no está convencido de la culpabilidad del acusado, a pesar del consenso inicial. En Conclave, el cardenal Lomeli (Thomas Lawrence en el film) tampoco se deja arrastrar por la fuerza de la mayoría ni por los juegos de poder. Ambos personajes son figuras de conciencia: no infalibles, pero guiados por una ética que busca claridad más allá de la inercia o la conveniencia. Son también, paradójicamente, los menos seguros: su fuerza proviene no de la certeza, sino de la voluntad de no decidir a la ligera. En un mundo donde todos se apresuran a juzgar, ellos deciden esperar, preguntar, dudar; su posición solitaria, incómoda, los convierte en puntos de inflexión del drama.
 
Aunque uno se ubica en un tribunal laico y el otro en el corazón de una institución milenaria, ambas películas coinciden en una misma tesis: la conciencia individual puede cambiar el destino colectivo. No se necesita un milagro, sino valor, y la duda, lejos de ser un signo de debilidad, es una señal de integridad. Ambas obras, separadas por más de medio siglo, nos recuerdan que el drama más intenso no necesita de batallas épicas ni efectos especiales: basta con cerrar una puerta y obligar a doce (o ciento dieciocho) hombres (en este caso) a decidir qué es justo, qué es verdadero y qué precio tiene el silencio.


La película me llevó al libro. Más allá del cambio de nombre y origen del protagonista -Jacopo Lomeli, italiano, en el libro; Thomas Lawrence, inglés, en el film, cambio hecho, según parece, para encajar con el acento de Ralpf Fiennes- y de algún otro cambio menor, la película es un fiel reflejo de la trama del libro, si bien en este encontramos mejor desarrollados los dilemas que componen la trama.
 
El cardenal Lomeli se despierta una mañana con una noticia que resuena como un trueno dentro de los muros dorados del Vaticano: el Papa ha muerto. Así comienza Conclave, una novela que no solo se 

 La historia se despliega en Roma, en los días posteriores a la muerte del Papa. Con un estilo sobrio y profundamente atmosférico, Robert Harris nos transporta hasta la misma Capilla Sixtina junto a los 118 cardenales que deben elegir al nuevo Sumo Pontífice. Allí, detrás de puertas selladas y bajo la vigilancia del Espíritu Santo -o, al menos, eso se supone-, se desarrollará una batalla cuidadosamente orquestada de diplomacia, intriga y moralidad que nos introduce en los ritos antiguos de la Iglesia Católicaal tiempo que desvela, paso a paso, la compleja humanidad de aquellos que la gobiernan.

El protagonista, el cardenal Jacopo Lomeli, es un personaje fascinante por su mezcla de dignidad, duda y sinceridad. Como decano del Colegio Cardenalicio, le corresponde supervisar el cónclave. Aunque profundamente devoto, Lomeli está lejos de ser ingenuo y, consciente de las intrigas del poder, navega entre las tensiones ideológicas de sus colegas: los liberales que quieren reformar la Iglesia; los conservadores que se aferran a la tradición; los nacionalistas, ambiciosos y discretos; y los candidatos inesperados, todos moviéndose en un tablero más político que espiritual. Cada capítulo sestá cuidadosamente estructurado para revelar lentamente las capas del misterio. En este mundo cerrado, donde los secretos son moneda corriente y cada mirada puede ser un voto enmascarado, el autor construye una atmósfera de creciente claustrofobia y expectación. ¿Quién será el próximo Papa? ¿Qué secretos guarda cada cardenal? ¿Y hasta qué punto Dios interviene realmente?
 
"Esta era la noche en que empezaban a trazarse las verdaderas estrategias del cónclave. Pese a que en teoría la constitución pontificia prohibía que los cardenales electores llegasen a «cualquier tipo de pacto, acuerdo, avenencia o compromiso», so pena de excomunión, el proceso había derivado en unas elecciones y, por tanto, en una cuestión de aritmética; ¿quién podría llegar a los setenta y nueve votos? Tedesco, cuya autoridad se veía reforzada por haber quedado por delante de los demás en la primera votación, les estaba contando una historia divertida a los cardenales sudamericanos de una mesa, enjugándose con una servilleta las lágrimas que se le saltaban con sus propias bromas. Tremblay escuchaba con toda su atención las opiniones de los miembros procedentes del Sudeste Asiático. Adeyemi, para inquietud de sus rivales, había sido invitado a unirse a los obispos conservadores de Europa del Este -Wroclav, Riga, Leópolis, Zagreb--, quienes querían conocer su opinión acerca de distintos asuntos sociales. Incluso Bellini parecía dispuesto a hacer un esfuerzo; Sabbadin lo había colocado en una mesa de norteamericanos, ante la que estaba exponiendo su deseo de dotar a los obispos de mayor autonomía".

No diré nada del final, frágil como parte estricta de la trama, pero audaz y luminoso, planteando preguntas esenciales sobre el futuro de la Iglesia y su lugar en un mundo en transformación.

*-*-*-*-*

Javier Cercas
El loco de Dios en el fin del mundo
Penguin Random House, 2025 


“Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz. Pero aquí me tienen, volando en dirección a Mongolia con el anciano vicario de Cristo en la Tierra, dispuesto a interrogarle  sobre la resurrección de la carne y la vida eterna. Para eso me he embarcado en este avión: para preguntarle al papa Francisco si mi madre verá a mi padre más allá de la muerte, y para llevarle a mi madre su respuesta. He aquí un loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo".

 
Con este párrafo arranca un libro inclasificable -no es un ensayo ni una crónica ni una novela, aunque tenga algo de todo eso- que se lee como novela, se respira como crónica, se vive como viaje espiritual y se recuerda como una pregunta íntima: ¿hay algo después de la muerte?

Javier Cercas, escritor agnóstico y escéptico por naturaleza, acepta una invitación impensada: acompañar al papa Francisco en su visita oficial a Mongolia. Desde el primer momento, el autor deja claro que su interés no es religioso, sino humano. Su impulso no nace de una conversión repentina, sino de una pregunta muy concreta que le hace su madre: “¿Volveré a ver a tu padre?”. 

En el centro del libro está, claro, Jorge Mario Bergoglio. Pero el retrato que emerge no es hagiográfico. El Papa Francisco aparece como un personaje contradictorio, lleno de pliegues: austero pero enérgico, reformista pero paciente, amado y resistido por su propia curia. Cercas lo presenta como un “loco de Dios” en el sentido más noble: un hombre que empuja a una institución milenaria a mirarse en el espejo de su propia humanidad. Más allá del retrato del pontífice, el libro es una reflexión sobre las grandes preguntas de siempre: ¿qué sentido tiene la religión en el mundo moderno? ¿es posible creer sin caer en el dogma? ¿puede una institución tan antigua como la Iglesia renovarse sin destruirse? Cercas no ofrece respuestas pero sí una búsqueda honesta, valiente, desprovista de cinismo, abierta al "acontecimiento Bergoglio/Francisco" y al valor profundo del cristianismo, la "gran mutación moral" que es su aportación esencial:
 
"[E]n un momento en que la esclavitud dominaba el mundo, la insurrección conceptual de Cristo consistió en postular que todos los seres humanos merecían respeto y afecto, y que, por mucho que a algunos se les tratase como a gusanos, ninguno de ellos lo era". 

La peregrinación, el viaje que sigue, no es tanto geográfica como interior. Cercas entra en el Vaticano, asiste a encuentros diplomáticos, comparte cenas con cardenales y entrevistas con teólogos, sube al avión papal, y todo lo observa con una mirada a medio camino entre la ironía, la admiración y la duda. A través de diálogos con figuras clave del Vaticano, misioneros anónimos y fieles de los rincones más remotos del planeta, el autor va trazando el mapa de una Iglesia que aún no ha decidido del todo qué quiere ser en el siglo XXI.

"Era inevitable: reto al ateo más furibundo a no estremecerse en este momento, de pie en la nave central de la catedral de Ulán Bator, confundido entre el alborozo unánime de esa panda de tarados temibles -el padre Ernesto, la hermana Ana, el padre Gian Paolo, el padre Patrick, el padre James-, de esos lunáticos que, como el Cristo de Elqui, han elegido la amistad de los enfermos y los débiles y los pobres de espíritu y los muertos de sed y los muertos de frío y los muertos de hambre, de los ancianos y los niños y las madres solteras y los humillados y los ofendidos y los postergados una y otra vez, es difícil, extremadamente difícil no conmoverse hasta los huesos viendo cómo aclama al anciano vicario de Cristo en la tierra aquella muchedumbre insensata, que han resuelto, igual que el chiflado del Cristo de Elqui, entregar su vida en holocausto por un mundo mejor".

Lecturas recomendadas

 

Han sido un par de meses de mucho trabajo, con numerosas lecturas destinadas a redactar mi aportación al que será el próximo Informe Foessa y alguna otra publicación que verá la luz en los próximos meses, así que no he podido compartir mensualmente reseñas y recomendaciones, como es costumbre. Recupero aquí algunas de las últimas lecturas recomendadas y a ver si a partir de este mes recupero el ritmo habitual.
 

domingo, 29 de junio de 2025

Cuchillón, Tres Mares y Cornón

Calor, sí, pero muy parecido al del año pasado. He repetido ruta, con la diferencia de que hoy he visitado el Laberinto del Castro.
 





Montes del Alto Carrión.

Laberinto del Castro.



Cuchillón.
 





 
Peña Labra desde el Mirador del Tres Mares.
Cuchillón desde el mirador.
Tres Mares.
Cuchillón desde Tres Mares.


Cornón.
Cuchillón y Tres Mares desde Cornón.

Cuchillón, Tres Mares y Cornón desde la estación de esquí deBrañavieja. 


sábado, 28 de junio de 2025

Cuidado y política democrática

Joan C. Tronto
* Democracia y cuidado: Mercados, igualdad y justicia
* ¿Quién lo cuida? Cómo remodelar una política democrática
Traducción de Jean-François Silvente 
Rayo Verde, 2024 (febrero y septiembre)
 
Hace años vengo utilizando como referencia para muchas de mis reflexiones la definición ampliada de cuidado propuesta en 1990 por Joan C. Tronto y Berenice Fisher: “Una actividad de especie que incluye todo aquello que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro «mundo» de tal forma que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestros seres y nuestro entorno, todo lo cual buscamos para entretejerlo en una red compleja que sustenta la vida” (Congreso Internacional Sare 2004: “¿Hacia qué modelo de ciudadanía?”, 2005: 234). 
 
En un mundo donde la democracia como proyecto de vida en común parece perder fuerza y las instituciones públicas se vacían de sentido, Joan C. Tronto se ha convertido en la mejor referencia para reflexionar sobre la necesidad y posibilidad de poner el cuidado en el centro de la política. En su obra Joan Tronto parte de reconocer una verdad incómoda: vivimos una profunda crisis de cuidado. Hay más necesidad que nunca de cuidado (personas, realidades colectivas, recursos culturales) y, sin embargo, los mecanismos para responder a esas necesidades son débiles, precarios o directamente inexistentes. El cuidado, lejos de ser una prioridad pública, se ha confinado a los márgenes, desvalorizado como trabajo informal, casi siempre femenino, casi siempre invisible. Pero la autora no se queda en el diagnóstico social, sobradamente conocido. Su aportación fundamental es el establecimiento de una conexión esencial entre esta crisis de cuidado y una crisis de la democracia misma. ¿Qué sentido tiene una democracia que no se hace cargo de lo más elemental: sostener la vida, proteger la vulnerabilidad, garantizar que todas y todos podamos participar sin estar desbordadas por el agotamiento o la precariedad? 

En Democracia y cuidado redefine lo democrático no como el ejercicio de votar cada cierto tiempo, sino como el proceso colectivo de preguntarnos -y responder- quién cuida, a quién, cómo y con qué apoyo. Para ello, propone una teoría del cuidado dividida en cinco fases: reconocer la necesidad o “preocuparse por” (caring about), asumir la responsabilidad o “cuidar de” (taking care of), actuar o “administrar el cuidado” (caregiving), “recibir el cuidado” (care-receiving) y, en una quinta que incorpora en este libro, cuidar colectivamente con justicia o “concuidar” (caring with). Esta última es clave: solo cuando el cuidado se hace con otras y otros, con estructuras igualitarias y con una mirada política, se convierte en cimiento democrático (op. cit.: 66-67, 86-88, 276). El problema es que el modelo neoliberal, con su énfasis en la autonomía, el rendimiento y el mercado, ha erosionado el valor del cuidado. En lugar de distribuirlo de forma justa, lo ha privatizado, externalizado o simplemente ignorado, creando una ciudadanía idealizada como autosuficiente, cuando en realidad todas y todos, sin excepción, dependemos del cuidado en algún momento de nuestras vidas. Por eso, la verdadera ciudadanía debe construirse desde la interdependencia, no desde la ilusión de independencia. Frente a la “irresponsabilidad privilegiada” (ibid.: 126, 129, 203) y, especialmente, frente a la generización y mercantilización del cuidado que otorga a los varones productivos un “pase” para despreocuparse del cuidado (ibid,: 147, 183), Tronto defiende enfáticamente que la verdadera libertad no estriba en la independencia sino en el compromiso con las y los demás:

"La dependencia marca la condición humana desde el nacimiento hasta la muerte. En realidad, lo que nos hace libres es nuestra capacidad de cuidar y de comprometernos con lo que nos preocupa. Se trata de un tipo de opción, pero no es una opción entendida de forma simplista. Requiere acción más que consumo. Requiere involucrarse con los demás. No se nos suele presentar, o no parece llegar hasta nosotros, como una opción. Cuando la gente se compromete, siendo o no consciente de las constricciones que la rodean, y se mantiene firme ante esos compromisos, entonces se puede elegir una opción con toda libertad. No conozco una forma mejor de concebir la libertad" (ibid.: 187).
 
Dos años después de Democracia y cuidado (la publicación original es de 2013) Joan Tronto vuelve a este mismo terreno, pero ahora con un tono más directo, casi urgente, con un ensayo Breve, casi un manifiesto político en favor del cuidado democrático: ¿Quién lo cuida? Cómo remodelar una política democrática (e.o. 2015). En este texto más breve, Tronto insiste en sus argumentos centrales: que la democracia no puede sobrevivir si no se reforma desde la ética del cuidado, que hay que redistribuir cargas de cuidado, repensar nuestras instituciones para que sean sensibles a las necesidades humanas reales, y crear espacios donde la ciudadanía pueda deliberar sobre cómo queremos cuidarnos mutuamente, que es fundamental ver el cuidado como algo político ya que está impregnado de poder, no como un acto individual, sino como una responsabilidad compartida. En un mundo donde la indiferencia y la desigualdad se normalizan, la autora nos recuerda que cuidar no es una debilidad, sino una forma de poder, y que la pregunta más urgente no es solo quién gobierna, sino quién cuida. Para responderla adecuadamente debemos desnaturalizar el cuidado: “Las mujeres y los empleados domésticos parecen tener una habilidad «natural» para el cuidado porque ese es el papel que se espera que desempeñen. Sin embargo, la verdad es que el cuidado requiere práctica. Quienes no sean muy duchos en ello en el presente pueden mejorar a base de práctica” (op. cit.: 109-110). De ahí su apuesta por “activar la revolución del concuidar” (ibid.: 105).
 
Además de su dimensión político-democrática, Joan Tronto enfatiza la dimensión moral del cuidar: cuidar nos hace ser personas más “atentas”, más “responsables”, más “competentes” y más “responsivas” (ibid.: 65). Combinando las categorías de "respuesta", "receptividad" y "responsabilidad' (Rosa, 2019: 24), la responsividad sería la capacidad de respuesta recíproca entre un sujeto y el mundo; significa estar abiertas a ser afectadas por algo (una persona, una obra, una idea, un paisaje) y ser capaces de responder de manera auténtica, viva, no mecánica. Un mundo responsivo es aquel que "nos habla", y al cual sabemos responder. No se trata solo de escuchar, ni de actuar por reflejo: se trata de establecer una relación vibrante, transformadora, donde algo nos toca, nos mueve, y también podemos transformarlo en el proceso. 

A partir de todo lo expuesto, se vislumbra una vía posible para reconstruir la ciudadanía social desde un nuevo horizonte ético y político, más acorde con nuestra vulnerabilidad constitutiva y con las exigencias de una vida democrática verdaderamente inclusiva. Si asumimos que la vida buena no se define por la independencia absoluta ni por la autosuficiencia, sino por la capacidad de cuidar y dejarnos cuidar, de responder y ser tocadas por el mundo, entonces podemos imaginar una ciudadanía no como estatus jurídico abstracto, sino como una práctica relacional, situada y responsiva. En este sentido, el marco teórico y ético que propone Joan Tronto ofrece herramientas fecundas para repensar los pilares de la convivencia democrática. Es urgente activar una revolución del concuidar: repensar las instituciones desde la fragilidad y la interdependencia, redistribuir de forma justa el trabajo del cuidad, y fomentar formas de vida que valoren más la reciprocidad que el rendimiento. Así entendida, la ciudadanía social ya no sería una ficción legal ni una promesa neoliberal de inclusión condicional, sino un tejido de relaciones vivas, sostenidas colectivamente, donde cada persona cuente, sea escuchada y pueda responder sin miedo ni agotamiento. Esta reconstrucción no es una utopía inalcanzable, sino un punto de partida radicalmente posible si tenemos el coraje político y moral de comenzar por lo más básico: cuidar juntas y juntos el mundo que compartimos.

jueves, 26 de junio de 2025

Habitar como un pájaro / Los pájaros y su individualidad

A primera vista, Habitar como un pájaro y Los pájaros y su individualidad parecen libros difíciles de comparar. El primero, firmado por la filósofa de la ciencia belga Vinciane Despret, destila reflexión y una crítica de la ciencia contemporánea desde los márgenes de la etología. El segundo, escrito por Gwendolen “Len” Howard, una violinista retirada que en 1938 abandonó la ciudad para convivir con aves silvestres en su famosa Bird Cottage, es un testimonio lleno de asombro, ternura y observación paciente. Y sin embargo, ambos libros se tocan en el vuelo: en la manera en que interrogan el mundo desde las vidas de los pájaros.

Ambas autoras -cada una a su modo- desafían la idea de que el conocimiento de la naturaleza debe construirse desde la distancia, la objetividad o el dominio. Para Howard, convivir con mirlos, carboneros y petirrojos era entrar en un universo relacional donde cada ave revelaba una personalidad distinta. Las aves no eran especies, ni siquiera ejemplares: eran individuos. Cabeza Pelada, Rizos, Duenda, Puggy, Hoja de Roble, Dobs... cada una y cada uno tenía una voz, unos gestos, unas preferencias, y Howard aprendió a vivir con ellas no desde el laboratorio, sino desde el jardín. Su ciencia era cercana, afectiva, diaria. Despret, décadas después, recoge ese legado con un tono más analítico. En su libro no solo se pregunta cómo habitan los pájaros los territorios, sino cómo nuestras teorías -sobre el canto, la territorialidad, la agresividad- han sido, tantas veces, proyecciones humanas. ¿Y si, en vez de ver en el canto un grito de propiedad, viéramos un modo de hacerse oír, de convocar, de co-habitar? ¿Y si los territorios fueran invitaciones y no fronteras?

Donde Howard ofrece historias, Despret propone preguntas. Pero ambas coinciden en escuchar, y no solo en sentido literal -aunque en ambas el canto tiene un lugar central- sino como forma de atención, de apertura: Howard escucha a cada ave como una interlocutora; Despret escucha cómo hablamos de las aves y lo que nuestras palabras dicen de nosotras mismas. Una observa, la otra desarma las categorías con que esa observación suele ser codificada y así ambas desafían los límites entre ciencia y vida. Len Howard vivía con sus pájaros, no podía ser más cercana: en esa proximidad radical encuentra una ciencia distinta, que no busca domesticar, sino acompañar. Despret, en cambio, no vive con los animales, pero sí con las voces de quienes los han estudiado de otra forma: etólogos poéticos, biólogas heréticas, cuidadoras atentas. Su libro es un mosaico de esas voces, una conversación con quienes, como Howard, hicieron ciencia en la cocina, en el patio, en el mundo.

Dos libros que nos empujan a observar a los pájaros de otra manera, como seres infinitamente más complejos de lo que podemos imaginar. Su tono es distinto -Howard escribe desde la experiencia inmediata; Despret desde la reflexión crítica- pero en absoluto distante. Podríamos decir que Len Howard hace ciencia con los pájaros y Vinciane Despret hace filosofía con quienes han hecho ciencia de las aves. La una observa, la otra interpreta. Pero las dos, en el fondo, habitan el mundo desde una misma pregunta: ¿y si escuchar a los animales, de verdad, pudiera transformarnos?



Vinciane Despret
Habitar como un pájaro
Traducción de Sebastián Puente (con la colaboración de Andrés Plascencia, Alfonso Serrano y Eva Fernández).
La Oveja Roja, 2024,

"En 1949, los ornitólogos Robert Stewart y John Aldrich estudian las aves del bosque de Maine. [...] El proyecto de Stewart y Aldrich pretendía matar a todos los pájaros durante el periodo de reproducción en un área determinada, la llamada área experimental, y dejar intacta otra área de dimensión similar (el sitio de control). La masacre adquirió proporciones apocalípticas: cada vez que mataban un macho, otro venía a reemplazarlo. Terminaron por eliminar a más del doble de los machos presentes en el primer censo, entre todas las especies.
Hablo solo de machos, no porque los autores quisieran salvar a las hembras, sino porque como son bastante más discretas, muchas escaparon de la cacería, salvo las  que estaban incubando y eran fáciles de encontrar".


Imagina que una mañana de primavera, el canto de un mirlo irrumpe en tu cuarto. Ese preciso instante -el primer momento del libro- prende la chispa de la reflexión: ¿por qué canta el mirlo? Con esa pregunta aparentemente simple, Despret nos lleva a reconsiderar lo que significa “habitar” desde la perspectiva de quienes vuelan.

Al abrir el ensayo, nos adentramos en la etología y la historia de las ideas científicas sobre el canto y el territorio. Despret nos recuerda que, durante siglos, el territorio fue interpretado como competencia y agresión -una trinchera de rivalidades-, pero este relato dominante se topa con la contradicción de un canto que va más allá de la lucha: es celebración, anuncio, rutina, arte. Una forma de “hacer territorio” sin sellos, más cercana a la repetición del canto que a la traza del combate. Así, la filósofa desmonta visiones rígidas y muestra que lo territorial no es solo defensa, sino un espacio sensible y relacional, construido a fuerza de actos: cantos matinales, vuelos de reconocimiento, rutas habituales. Son prácticas que reterritorializan el mundo -al modo de Deleuze y Guattari- y reconfiguran permanentemente aquello que creemos estático. Como dice a partir de la lectura de estos autores, "me doy cuenta de que en realidad no hay nada más movido que un territorio, por más estables que puedan ser sus fronteras, por más fiel a él que pueda ser su residente".

El libro está estructurado como una partitura en dos movimientos, algo que hubiera encantado a Len Howard: por un lado, la mirada científica, con teorías clásicas y modernas; por el otro, el enfoque más intuitivo y estético, que llama “contrapuntos”. Esta arquitectura dual permite a la autora moverse entre el rigor y la emoción, poniendo en tensión ambos registros para enriquecer nuestra experiencia lectora.

Frente a tanta investigación desatenta, "impaciente" y "negligente",  Despret plantea que el territorio es una forma de geopolítica ecológica, un entramado de relaciones y límites que va más allá de la defensa violenta. Por eso, el concepto cobra un carácter político y ético: reconocer los territorios de los no humanos significa aceptar que el mundo no está hecho solo para nosotras y nosotros. ¿Estamos dispuestas y (sobre todo) dispuestos a escuchar historias donde no existan depredación o egoísmo permanente? ¿Podemos aprender a ver lo común como un territorio de presencia compartida, más que de exclusión?

Habitar como un pájaro no solo nos enseña sobre las aves y su comportamiento: es un ejercicio filosófico, sensorial y político que exige afinar nuestra mirada, abrir el oído y repensar nuestras fronteras, no solo las espaciales, sino también nuestras categorías de percepción, de pertenencia, de convivencia.

"La apropiación no concierne a la propiedad, sino a lo apropiado. El verbo de la apropiación no debe emplearse en voz pronominal, sino en voz activa: poseer no es apropiarse, sino apropiar a..., o sea, hacer existir apropiadamente [...] Una concepción muy cercana aparece en el libro de la jurista Sarah Vanuxem, cuando  busca en la historia del derecho francés y en la antropología, las interpretaciones que permitirían romper con la concepción de la propiedad como un poder soberano sobre las cosas, para pensar las cosas como medios que se trata de habitar: «En los aduares chleuh de la montaña, apropiarse un lugar consiste en adecuarlo a uno mismo y adecuarse a él; apropiarse una tierra remite a atribuírsela y a volverse apropiado para ella». Y esto implica que uno es terrritorializado en la misma medida en que territorializa".


*-*-*-*

Len Howard
Los pájaros y su individualidad
Traducción de Ernestina de Champourcín
Gallo Nero, 2025

"En mis relaciones personales con Cabeza Pelada me veo vencida con frecuencia. Las nueces son su golosina predilecta, y el último otoño traje varias a casa en una bolsa de papel. Le di una que comió bajo una silla, sobre los travesaños. Como sabía que rompería la bolsa para coger otra, la envolví en una tela doble y metí las puntas por debajo de modo que un pájaro pequeño no pudiera deshacer el envoltorio. Puse el paquete en una mesita auxiliar. Estaba de espaldas a Cabeza Pelada al hacer estos preparativos y no era posible que desde su escondite bajo la silla hubiese visto lo que yo hacía. Voló hasta mis manos en busca de más nueces, pero le di queso, lo que más le gustaba después de aquellas. Lo tiró con un ademán impaciente y me miró expectante. Volvía ofrecerle queso. Hizo una curiosa mueca con el pico entreabierto, se negó a coger el queso y voló por el cuarto buscando la bolsa de papel, que no encontró. Salí unos minutos; cuando regresé, voló de la ventana con la precipitación habitual en él después de un robo. Varias nueces rodaban en la mesita auxiliar. Había sacado la tela rompiendo la bolsa de papel y había cogido una nuez. Nunca envolví comida antes en esa tela ni en ninguna otra, y nunca puse la comida de los pájaros en esa mesa que yo utilizaba para poner lo útiles de pintar; así que no tenía motivos para sospechar que la tela ocultaba la bolsa, sólidamente cubierta con tela doble".


Pata entrar en este libro hay que imagina un remanso rural en Sussex, una casa con ventanas abiertas de par en par y un piano en un rincón. En ese escenario Len Howard transformó su casa en un verdadero espacio compartido con los habitantes emplumados del jardín. Lejos de la jaula tradicional, Len invitó a carboneros, mirlos, herrerillos, petirrojos y otras aves a entrar y salir libremente: dormir en sus almohadas, posarse sobre su piano, husmear en sus papeles mientras ella trabajaba. Su gesto fue casi revolucionario: construir una intimidad mutua con las aves a través de la confianza.


Fuente: Cocosse

Por aquel entonces, la etología estaba dominada por figuras como Lorenz o Tinbergen, quienes atribuían el comportamiento animal a un guion casi mecánico. Len, en cambio, insistía en que detrás de sus aves había inteligencia, humor e incluso personalidades propias. Se trata de una etología doméstica: no hábitats naturales distantes, sino convivencia cotidiana. Len cuidaba de las aves, protegía sus nidos, explicaba a posibles visitantes cómo comportarse para no perturbarlas. Esta relación cercana le permitió acceder a gestos sutiles, a expresiones faciales que revelaban curiosidad, alerta, incluso placer. "Todo ello demuestra -escribe- que la mente del pájaro obra de conformidad con el individuo, tanto como de acuerdo con la especie". Y más adelante:

"Si se quiere entender la psique de los pájaros, han de tenerse en cuenta todas estas diferencias individuales. Cuanto más e familiariza uno con cada pájaro, más se advierte que demuestran su personalidad en todo. Estas diferencias pueden ser grandes o parecernos nimias, pero el hecho es que todas estas variaciones de inteligencia, memoria, emociones, etcétera, que se presentan dentro de las especies, y que afectan a su conducta, demuestran que, aunque hay algunas leyes fundamentales obedecidas instintivamente, en su mayor parte los actos no son automáticos sino que están regulados por la psique del pájaro de acuerdo con su carácter".

Formada en música, la autora aplica su oído para analizar los cantos y trinos. El libro dedica un tramo completo a diseccionar la riqueza de las melodías, los matices individuales, las variaciones estacionales. Aquí, su sensibilidad musical aporta un lenguaje que conecta lo científico con lo poético, abriendo un espacio donde la etología se cruza con el arte.

Aunque no era una etóloga profesional y su estilo fue criticado por anecdótico, su trabajo despertó interés en naturalistas como Julian Huxley, Roger Tory Peterson y Nikolaas Tinbergen. Su enfoque pionero prefiguró investigaciones modernas de personalidad en aves, donde hoy se reconoce que para ver lo individual en lo colectivo es necesario tiempo, empatía y atención prolongada. 

"Es probable que se me acuse de antropomorfismo en las biografías de pájaros y otros relatos que hago en este libro, pero todas mis descripciones son estrictamente exactas, aunque es difícil hablar de este tema minuciosamente en lenguaje natural sin caer en cierto antropomorfismo. ¡Si existiera un vocabulario ornitológico especializado, lo bastante completo para describir sus costumbres, sonaría menos antropomórfico, pero entonces al lector le resultaría tan ininteligible como un documento jurídico! Además, después de los incidentes que he presenciado en mis once años de observar a los pájaros tan de cerca, no puedo creer que su psique sea tan distinta de la nuestra".

Este libro no es un manual científico rígido, sino un diario de convivencia, una invitación a repensar los recintos del conocimiento. Para comprender a los animales no basta mirarlos: hay que habitar con ellos, sentir sus cantos, compartir su espacio. Más que una obra de ornitología, es una celebración de la intimidad interespecies, un canto a la diferencia que nos conecta y una lección de humildad: los pájaros no son “otros” indiferenciados, sino individuos únicos, llenos de vida y diversidad de formas de ser.


Fuente: Cocosse

domingo, 15 de junio de 2025

Pagasarri, otra vez

Mañana lluviosa y nieblosa por el Paga. Había que estar abajo al mediodía, así que el paseo ha sido corto.
 











He estado un buen rato sentado a cubierto de la nevera techada, disfrutando del sonido de la lluvia. 
Y me he encontrado con algunos pajaricos, empapados, los pobres...