lunes, 29 de diciembre de 2025

Un hombre mejor

Louise Penny
Un hombre mejor
Traducción de Patricia Antón de Vez
Salamandra, 2025 

"La crítica de arte había dejado a Clara en su estudio para que leyera en privado la reseña que acababa de  hacerse pública. Luego había cruzado la plaza ajardinada del pueblo y, tras quitar la nieve medio derretida del banco, se había sentado a observar los tres pinos que claramente daban su nombre a aquel lugar. Aquello le pareció poco sutil. Demasiado obvio. Tres pinos en Three Pines...
Habría preferido que hubiera sólo dos pinos. Lo volvería todo más interesante, le proporcionaría una historia al lugar. ¿Qué fue del tercer árbol? De acuerdo, no sería una gran historia, pero era mejor que nada.
De hecho, aquel pueblecito escondido le parecía bonito pero banal. Casi podía ver cómo las casas de piedra, ladrillo y tablillas de madera, la iglesia en la colina y el bosque más allá se convertían en una acuarela ante sus ojos. Había algo que no era del todo real, no del todo de este mundo. Y mucho menos del mundo ruidoso y agresivo que acababa de dejar atrás.
Era como un bonito cuadro pintado por algún artista anciano con poco talento.
Bonito. Dulce. Predecible. Seguro".


Publicada originalmente en 2019, esta es la decimoquinta novela de la serie del inspector Armand Gamache, tan querida por aquí, y una de las entregas más “humanas” de Louise Penny: menos centrada en la investigación pura y más en qué significa hacer lo correcto cuando todo alrededor empuja a mirar hacia otro lado. Eso no quiere decir que no haya investigación, pistas, urgencias y conflictos, que los hay, pero la autora se apoya en todo eso, quizá más que en ninguna otra novela de la serie, para proponer una reflexión sobre la responsabilidad moral, como un cauce para preguntarse qué ocurre cuando hacer lo correcto resulta incómodo, impopular o incluso peligroso, y aun así no hacerlo tiene un costo intolerable.

La historia combina dos tramas principales. La primera es la que gira en torno a un fenómeno natural: una crecida inesperada provocada por las fuertes lluvias y el deshielo repentino amenaza pueblos y carreteras en todo Québec; hay evacuaciones, miedo y sensación de desastre inminente. Penny usa esta situación como un reloj en marcha: todo ocurre con prisa y con recursos limitados. La segunda, propiamente criminal, se desencadena con la desaparición de una mujer. Al principio parece uno más de esos casos donde “algo no cuadra”, pero Gamache y su equipo detectan un patrón que apunta a un problema mayor: violencia de género, manipulación y la manera en que ciertos abusos pueden quedar invisibles porque el entorno prefiere no verlos.

Lo que hace interesante la investigación es que la autora no la plantea solo como “¿quién lo hizo?”, sino como “¿qué está pasando realmente aquí y por qué nadie actuó antes?”. La novela nos confronta con ese tipo de misterio moral: no es únicamente descubrir al culpable, sino entender las capas de complicidad, miedo y autoengaño.

Desde las primeras páginas, la novela se instala en un clima de fragilidad. Armand Gamache ha regresado a la Sûreté du Québec en un momento particularmente delicado: la institución sigue marcada por viejas heridas, y una amenaza externa -las inundaciones que avanzan sin tregua- convierte el tiempo en un bien escaso. El agua que sube no es solo un elemento ambiental, funciona como una presión constante que obliga a decidir rápido, a priorizar, a aceptar pérdidas. Louise Penny, siempre sutil, convierte ese contexto en una metáfora transparente del dilema moral que atraviesa toda la historia.
Gamache no es ya solo el policía íntegro que conocemos desde Naturaleza muerta; es un hombre que ha sido puesto a prueba, que ha fallado, que ha pagado precios personales y profesionales, y que ahora parece actuar desde una convicción más silenciosa pero más firme. Su liderazgo se expresa menos en discursos que en gestos: escuchar, sostener, confiar, asumir culpas ajenas cuando es necesario. El título, Un hombre mejor, suena a exigencia personal permanente, radicalmente incómoda. El equipo que lo rodea -Beauvoir, Lacoste y los demás- aporta matices esenciales a esa reflexión moral. Las relaciones están marcadas por la lealtad, pero también por cicatrices que no desaparecen del todo. 

Tres frases, repetidas a lo largo del libro, funcionan como auténticos pilares morales del relato. La primera procede, según se dice, de Moby Dick: “Toda verdad contaminada de malicia”. Penny la inserta en distintos momentos como advertencia: no toda verdad libera, no toda revelación es justa. La verdad puede convertirse en un arma cuando se pronuncia desde el resentimiento, el deseo de control o la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. La segunda frase introduce un tono más abiertamente espiritual y dramático. Atribuida a Francisco de Asís, se repite como un susurro de consuelo en medio del horror: “Clara, Clara, no desesperes. Entre el puente y el agua, yo estaba allí”. En el contexto del libro, esta línea resuena como una promesa de presencia en el instante límite, en ese espacio mínimo -entre la caída y el impacto- donde parece que todo se pierde. Louise Penny la utiliza, creo, como una imagen de acompañamiento radical: incluso cuando nadie más actúa, cuando la comunidad falla o calla, alguien -o algo- estuvo allí. Es una frase que dialoga directamente con la pregunta más incómoda del libro: ¿quién estuvo, realmente, cuando más se necesitaba? La tercera cita, pronunciada por Gamache, ancla toda esa reflexión en lo personal y lo concreto. Cuando Isabelle Lacoste le pregunta por qué sigue en la Sûreté después de todo lo que ha sufrido, él responde: “Es el lugar al que pertenezco. A todos nos dan un cáliz. Éste es el mío”. Aquí Penny condensa la ética de su protagonista y, en buena medida, la de toda la serie. No se trata de heroísmo ni de sacrificio grandilocuente, sino de aceptar la carga que a uno le ha tocado, con plena conciencia de su peso. Gamache no idealiza la institución ni olvida sus traiciones; permanece porque ese es el espacio desde el que puede intentar, imperfectamente, hacer el bien.

En ese marco se despliega la novela: las inundaciones que avanzan funcionan como metáfora de un mundo donde todo puede desbordarse -las emociones, las mentiras, la violencia, las instituciones- y donde decidir implica siempre dejar algo atrás. La investigación criminal importa, pero importa sobre todo como escenario en el que se ponen a prueba estas ideas. Louise Penny nos insta a acompañar a los personajes en decisiones incómodas, en silencios culpables, en intentos de reparación que nunca son completos.

Aunque pueda parecer una línea narrativa secundaria frente a las dos grandes tramas de la novela -las inundaciones y la desaparición de Vivianne, con su trasfondo de violencia de género-, considero especialmente relevante la historia de Clara y su crisis artística. Las críticas a su obra más reciente a través de las redes sociales no solo afectan a su proceso creativo, sino que funcionan como una reflexión más amplia sobre el uso de estos espacios digitales para juzgar, desacreditar o incluso difamar desde el anonimato y la distancia emocional. Esta dimensión introduce una crítica contemporánea sobre la exposición pública, la fragilidad del reconocimiento artístico y la violencia simbólica que puede ejercerse en el entorno virtual.

Aunque Penny suele escribir de forma que las lectoras o los lectores nuevos no se pierdan, este libro funciona mejor si sabes quién es Gamache y vienes, al menos, con algo de contexto de sus conflictos previos dentro de la Sûreté du Québec. Aun así, Un hombre mejor está construida para que puedas entrar directamente en el “universo Gamache”: se recapitulan lo esencial de relaciones y tensiones internas.

Three Pines, por su parte, sigue siendo ese espacio ambiguo que tan bien sabe construir Penny: refugio emocional, lugar de belleza y calidez, pero también escenario donde el silencio puede volverse cómplice. Las escenas cotidianas -las comidas, las conversaciones aparentemente triviales, la presencia constante y contrastante de Ruth y Reine-Marie- no funcionan como simples pausas narrativas, sino como contrapuntos morales: recordatorios de lo que está en juego cuando la verdad irrumpe y desordena la armonía.

En términos de estilo, la novela mantiene esa prosa clara, contenida y profundamente atmosférica que distingue a Louise Penny. El ritmo no busca la aceleración constante; prefiere alternar momentos de tensión con espacios de reflexión, permitiendo que resuenen las preguntas éticas que sostienen la trama. Esto puede percibirse como lentitud, pero para quienes valoramos la dimensión moral de la serie es precisamente ahí donde reside su fuerza. Al cerrar el libro, queda la impresión de que Penny no nos pregunta quién es el culpable -eso acaba aclarándose-, sino algo más inquietante: qué hacemos con la verdad, dónde estamos cuando otros caen, y si somos capaces de aceptar el cáliz que nos corresponde sin derramarlo sobre las demás. 

Adiós a un río

John Graves 
Adiós a un río
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Capitán Swing, 2025 

"El Brazos entero me pertenecía aquella tarde. De verdad. El cielo azul otoñal (los cielos despejados de otras épocas en Texas tienden a ser blancos, decolorados), el aire amarillento claro; el verde, dorado y rojo de enebros y robles, los peñascos del tamaño de edificios, el sol a la espalda; la boga regular y gustosa del remo; las cabras de angora hucheándome desde la orilla al captar mi olor... Me pertenecía a mí y a los pájaros que gorjeaban y a los animales invisibles (las pisadas de ciervos y mapaches se superponían en las márgenes) y a los grandes matalotes que saltaban y caían con un planchazo... De vez en cuando era consciente de ruidos de personas y de su presencia -un hachazo en el bosque de enebros, un mugido, un tractor traqueteando en la planicie de un recodo, el jirón de un avión a reacción en el cielo azul, el fogonazo y la liberación repentina de su propio estruendo-, pero era otoño y no estaban en el río. El río era mío".


Publicado originalmente en 1960, este es el relato de un viaje en canoa por el río Brazos, en Texas, antes de que una serie de presas transforme de manera irreversible su curso. Sin embargo, desde sus primeras páginas queda claro que John Graves no está escribiendo solo un libro de viajes, sino una meditación profunda sobre el tiempo, la memoria y la relación entre el ser humano y el paisaje. El río es el hilo conductor, pero lo que verdaderamente fluye en estas páginas es una conciencia que se despide.


Por ello el libro se estructura como una travesía física -Graves desciende en canoa el río durante varias semanas- y, al mismo tiempo, como una travesía interior. A cada recodo del Brazos le corresponde una digresión: recuerdos de infancia, historias de colonos y pueblos indígenas, episodios de la historia texana, reflexiones sobre la guerra, la vejez y la fragilidad del mundo natural. El movimiento del agua marca el ritmo de una narración que se permite detenerse, observar, escuchar:

"El resultado es que un breve segmento de la frontera americana, reconocible a su manera aunque no tan reconocible como alguien de la zona podría verse tentado a pensar, se detuvo en el Brazos, crepitó y humeó durante unos cuantos años como una fogata en la maleza mientras se expulsaba a los indios de la existencia y se empujaba al ganado hacia el norte, y luego siguió avanzando y llevándose la mayor parte de sus enérgicos hombres con ella.
Nada de lo sucedido en este segmento, entonces ni más tarde, marcó significativamente la historia humana. Desde un punto de vista más que posible, las historias hablan de una disputa en parte innecesaria y dilatada entre salvajes y patanes iletrados que constituían los márgenes de una cultura que dos siglos y medio antes había engendrado a Shakespeare y que incluso entonces estaba leyendo a Dickens, a Trollope y a Thoreau y reflexionando sobre las ideas de Charles Darwin. También hablan -dicha historias- de las disputas subsiguientes entre los propios patanes: de robo de ganado, de whisky de maíz, de Reconstrucción, de contiendas sangrientas, de linchamientos, de sectarismo disidente y de más analfabetismo.
¿Acaso pueden influir de alguna manera en la aventura de la humanidad?
Puede que un poco. No todas las historias hablan de patanes".

Uno de los grandes logros del libro es su capacidad para fundir géneros sin fricción. Adiós a un río es a la vez crónica histórica, ensayo ecológico, autobiografía y relato de aventuras mínimas. La prosa de Graves es precisa, rica en observación, con un humor seco que evita la solemnidad. Incluso cuando aborda la destrucción ambiental, lo hace desde la experiencia concreta. Su mirada es la de alguien que sabe que el cambio es inevitable, pero que se resiste a aceptar la pérdida sin dejar testimonio de lo que había. El viaje se convierte así en un acto de despedida consciente: nombrar lo que existe antes de que desaparezca.

"Todo va a desaparecer, como sus gentes, como las criaturas salvajes que pueblan sus orillas, como el otoño... Es lo que es. Fue lo que fue. Con suerte, lo que fue puede ser parte de lo que es. Aunque hoy no es algo que suceda con frecuencia".

Graves recuerda que todo paisaje está habitado por historias humanas, y que modificar un río implica también alterar la memoria colectiva ligada a él. La construcción de presas no es solo un proyecto técnico, sino una decisión cultural sobre qué vale la pena conservar. En ese sentido, el libro anticipa muchas de las preocupaciones contemporáneas sobre ecología y sostenibilidad, pero sin el lenguaje de la urgencia actual. Su fuerza reside precisamente en su paciencia: en la atención minuciosa a los detalles, en la aceptación de los silencios, en la convicción de que comprender un lugar exige tiempo y presencia.

El “adiós” del título no es solo al río tal como fue, sino a una forma de estar en el mundo: más lenta, más atenta, menos dominadora. Cuando el viaje termina queda la sensación de haber acompañado a alguien en un gesto íntimo y necesario: decir adiós con palabras justas, antes de que el río y su entorno, también el humano, cambien para siempre.

domingo, 28 de diciembre de 2025

El Moruco y Picón Blanco

A las 8:05 salía del Portillo de la Sía: 0º C (ni frío ni calor) y un viento huracanado. El plan era seguir el cordal hasta el Alto del Caballo, pero hoy no era el día.




 
El Moruco o Alto de Tiñones (1.445 m).









Picón Blanco (1.512 m).
Desde el Picón he seguido hacia el Alto del Caballo, pero, lo dicho, hoy no era el día: mucho frío y demasiada niebla.

Huellas de liebre.













viernes, 26 de diciembre de 2025

Volver a casa

Chris Offutt
Volver a casa
Traducción de Javier Lucini
Sajalín, 2025

"El aire primaveral retenía tanto el calor del día como el frío en retirada del invierno. Me encantaba el cielo de las primeras horas de la noche, la dispersión de estrellas hacia el este, una sección oscura de nubosidad al oeste, la luma llena casi pegada a la línea del horizonte. un coche aceleró con el cartel de una pizzería a domicilio atornillado al techo. Oí ladrar a un perro, al momento le respondió un aullido. El vecindario era sobre todo familiar, gente joven recién salida del hogar paterno. Nuestra casa tenía ciento sesenta años, era de ladrillo rojo, con ventanas de vanos profundos y la instalación de radiadores original, una casa de valor histórico. La gente envidiaba nuestra vida, admiraba las flores de mi mujer y mis piedras, lo bien que nos llevábamos. Éramos invitados habituales en las barbacoas de los vecinos. Carol decía que nos consideraban una pareja ideal.
De pronto deseé poner tierra de por medio, marcharme lo más lejos posible de Covington, de mi trabajo y de mi mujer".


Offutt no defrauda. En esta ocasión nos regala once relatos ambientados en su mayoría en el ámbito rural de Kentucky y los Apalaches, que es el territorio offuttiano por excelencia, en los que explora un universo marcado por la herencia familiar, la pobreza estructural, la violencia latente y la dificultad, cuando no la imposibilidad, de escapar del lugar de origen. El título del volumen, así como el del relato que le da nombre, resume con precisión el núcleo del libro: regresar no implica reconciliación, sino enfrentamiento con un pasado que persiste.

Offutt se inscribe en la tradición del realismo norteamericano, pero evita tanto la idealización nostálgica del mundo rural como la denuncia explícita. Su mirada es seca, contenida y profundamente empática. Los personajes son individuos concretos, definidos por gestos mínimos y decisiones aparentemente insignificantes que, sin embargo, determinan su destino. Su estilo preciso, económico, sin ornamentos, refuerza una ética narrativa basada en la observación y el silencio: lo que no se dice resulta tan significativo como lo que se enuncia.

Volver a casa es un libro de relatos sólido y consistente, que confirma a Chris Offutt como una de las voces más rigurosas de la ficción contemporánea estadounidense. Sin recurrir al sentimentalismo ni a la denuncia explícita, el autor construye un universo narrativo donde la pertenencia es problemática, la familia es herencia y carga, y el hogar rara vez ofrece consuelo. Leído como conjunto, el libro propone una visión del hogar no como refugio, sino como carga heredada; de la familia como vínculo ineludible; y de la identidad como algo que se arrastra, más que algo que se elige. 

"Puso rumbo al oeste, rodando sobre el filo perpetuo de su propia sombra, proyectada por el sol naciente. Había quemado la mitad de su vida y pretendía que lo que le restaba fuese distinto. De primeras, en el momento de tomarlas, todas sus decisiones le parecían acertadísimas, pero al final le resultaban siempre catastróficas. Se preguntó si acabaría arrepintiéndose de dejar a su marido. Quizá su capacidad para aceptarla de manera incondicional le resultaba tan marciana que se había rebelado contra ella, marchándose. Esperaba que no fuese una cosa tan simple. Porque parecía una chiquillada. A lo mejor todo el mundo tenía razón y lo que tenía que hacer, para madurar y ser una mujer responsable, era quedarse preñada. Pero ella no quería un bebé. Ni siquiera quería una mascota. Lo único que de verdad quería era un poco de agua y una aspirina. Ya tenía todo lo que necesitaba".

Las damiselas y el escritor

María Bengoa
Las damiselas y el escritor
Tusquets, 2025

"Es curioso, cuando alguien importante desaparece de nuestras vidas, deseamos saberlo todo de su vida anterior. Me gustaría hacer su investigación, tener licencia para preguntar. Siempre quise saber de sus amores: ¿a quién había amado? ¿por qué vivió solo durante décadas? En la vida de aquel solitario muchas mujeres había ocupado un lugar antes de que yo apareciera. Me pregunto qué relación había mantenido con ellas, qué grado de intimidad escondía su afecto. ¿Las había abrazado?, ¿alguna damisela había posado la cabeza en su hombro llorando, como hice yo?".


Este es un libro que se adentra, con una serenidad poco común, en uno de los territorios más delicados de la experiencia amorosa: la convivencia con las otras presencias que han habitado la vida de la persona amada. María Bengoa no rehúye ese espacio incómodo; al contrario, lo convierte en el corazón mismo del relato, abordándolo con una honestidad luminosa y una escritura profundamente humana.

El libro gira, sí, en torno a Ramiro Pinilla, pero no desde la mitificación del escritor ni desde la biografía celebratoria. María Bengoa se interesa por el hombre y, especialmente, por las relaciones que sostuvo a lo largo de su vida con distintas mujeres -las “damiselas”- con las que compartió escucha, apoyo, complicidad y confidencias. Relaciones que no se presentan como amenaza ni como traición, sino como parte de una manera compleja y profundamente humana de estar en el mundo, de vincularse, de vivir la afectividad.

Lo verdaderamente notable es cómo se cuenta esto. La autora elige un delicado juego de autoficción: la viuda del escritor -trasunto explícito de ella misma- encarga a un joven periodista entrevistar a esas mujeres que conocieron a su compañero de vida. A través de esas voces, la autora se mira, se interroga y se desplaza. No para juzgar, sino para comprender. No para ajustar cuentas, sino para escuchar, para ampliar el mapa afectivo desde el que también ella se construyó:

"Me gusta cómo ha retratado a algunas damiselas, a otras, no tanto... En ellas hay algo de mí y en mí mucho de ellas. Todas perseguíamos un sueño, el arte trata de eso. Y su fascinante coraje, la vocación entregada del escritor, como si la literatura fuera más importante que la vida, despertaba en nosotras el deseo de emularlo. Las damiselas hilvanan hebras que se unen por un cordón invisible".

En este movimiento hay una enorme valentía emocional. María Bengoa aborda una cuestión que podría estar atravesada por el reproche o el agravio desde un lugar muy distinto: el de la aceptación lenta, trabajada, consciente. Su escritura no oculta los celos, la envidia, el desasosiego; los nombra sin dramatizarlos, los reconoce como parte de su propia biografía afectiva. Y en ese gesto de reconocimiento, los transforma. Al final del libro, la autora lo formula con una claridad desarmante: 

“Este libro habla de mí, exorciza fantasmas de mi propia vida y expurga diarios inconexos. Pasé de no querer superar el dolor por la muerte del escritor a recrearme en la tristeza y, finalmente, tras explorar mis cuadernos y aceptar los celos y la envidia que había sentido, a escribir e imaginar sus relaciones con otras mujeres antes de conocernos”. 

Ese tránsito del duelo a la elaboración, del silencio a la palabra, atraviesa todo el texto. Y lo hace sin estridencias, con una prosa limpia, contenida, que confía en la inteligencia emocional de quien lee, mostrando cómo se puede habitar la memoria sin quedar atrapada en ella.

La relación con Ramiro Pinilla aparece así despojada de idealizaciones románticas, pero atravesada por una lealtad profunda. El amor que emerge de estas páginas no es posesivo ni complaciente; es un amor que acepta la complejidad del otro y que, al hacerlo, se permite también crecer, revisarse y narrarse.
Por todo ello, la lectura de este libro exige una actitud determinada: Las damiselas y el escritor no admite una mirada curiosa ni mucho menos morbosa, sino que demanda de quien lee respeto, escucha y una disposición ética similar a la que sostiene la escritura. Es un libro que solo puede recibirse desde la gratitud, agradeciendo la generosidad de una autora que se expone sin exhibirse, que abre su intimidad no para ser observada, sino para ser comprendida.

Un libro delicado y valiente. Un ejercicio de memoria amorosa que no esquiva las zonas de sombra y que, precisamente por eso, irradia luz. Una reflexión íntima sobre los afectos, las pérdidas y la escritura como forma de reconciliación con la propia historia. Al cerrar el libro, queda la sensación de haber asistido a un gesto raro y generoso: el de alguien que se atreve a mirar de frente aquello que más duele y convertirlo en la mejor literatura.

jueves, 25 de diciembre de 2025

Canto Muriel, Cantonad y nacimiento del Cadagua

A las 8:20 salía de la preciosa localidad de Cadagua, en la actualidad perteneciente al municipio de Villasana de Mena. El camino que asciende hasta la sierra es muy bonito.
 






 













A las 9:35 he pasado por Canto Muriel (896 m.). 





Lobera de Castrobarto.










Cantonad (820 m), 10:35 h.




A las 11:20 pasaba por el puerto de la Magdalena y vuelta para abajo.
Canto Muriel desde el cementerio de Cadagua.
A las 11:50 llegaba al pueblo. He aprovechado para acercarme hasta el cercano nacimiento del río Cadagua, que hoy estaba espectacular.






A las 12:20 otra vez en la localidad de Cadagua. Final del trayecto.