domingo, 30 de noviembre de 2025

Ruralismo

Vanesa Freixa Riba
Ruralismo: La lucha por una vida mejor
Errata naturae, 2025

"¡Ruralicemos el planeta, ruralicemos la vida! Acerquemos a todas partes este sistema que nos ensaña, nos alimenta y nos sana. Comprendamos, de una forma menos superficial, el funcionamiento de millones de procesos naturales que habíamos dejado de lado. Y entonces el amor y el cariño que se despertarán serán imparables y favorecerán la creación de lazos con el espacio y con sus habitantes. Y llegará eso tan bonito de echar raíces. Y cuando echamos raíces, ejercemos un cuidado. Y cuando cuidamos algo, nos implicamos en un lugar y lo defendemos contra cualquier amenaza. El cambio se inicia con un sentimiento de comunidad más allá de nosotras, en beneficio de todas. es necesario, pues, dar impulso al espíritu rural".


Vanesa Freixa Riba firma un ensayo que se lee como un viaje de regreso a casa, aunque ese “hogar” no sea un lugar exacto en el mapa sino una forma distinta de habitar el mundo. No es un tratado teórico ni un alegato académico; no estamos ante un manifiesto frío ni ante una suma de datos académicos, sino frente a una narración que respira tierra húmeda, conversaciones de cocina y amaneceres que empiezan con el sonido de los gallos. Es un relato tejido con la voz de quienes siguen viviendo donde otras y otros se fueron, con la memoria de los campos trabajados y con el pulso lento, pero obstinado, de la vida rural que se resiste a desaparecer.

La autora nos toma de la mano y nos lleva por pueblos que han sido olvidados por la prisa, por campos que todavía saben decir los nombres antiguos de las cosas y por vidas que no se miden en productividad sino en sentido, por lugares que ya no salen en los mapas mentales del progreso, por cocinas que guardan historias más valiosas que muchos archivos, por tierras que no se dejan domesticar del todo. En sus páginas, lo rural deja de ser paisaje y se vuelve biografía: la de quienes siembran, cuidan, esperan y sostienen sin aplausos. Y a lo largo del libro, “el campo” deja de ser un decorado nostálgico para convertirse en una trinchera viva desde la que resistir al abandono, al silencio impuesto, a la idea de que solo en la ciudad ocurre “lo importante”.

Un campo que no es refugio romántico, sino territorio de lucha cotidiana. Ruralismo no idealiza. Bajo su tono sereno late una crítica clara a un sistema que ha empujado a los pueblos a convertirse en ruinas sentimentales, a decorados turísticos o a simples estadísticas de despoblación. La autora denuncia el vaciamiento de la vida rural (muy especialmente el femenino) con una lucidez que duele, pero no se recrea en la herida. Su mirada no es elegíaca, sino fértil: busca semillas en las grietas:

“Las primeras en marcharse fueron las mujeres, que llevaban años sometidas y explotadas. Huyendo de una vida esclava, invisibilizada y sin reconocimiento alguno, encontraron en las ciudades una dignificación de su trabajo y su cuerpo. Pasaron de ser recolectoras, criadoras, horticultoras, cocineras y cuidadoras de niños y ancianos a responsables de una portería, modistas, peluqueras y señoras de la limpieza de una casa a cambio de una remuneración, labores que les proporcionaban algo más de reconocimiento, además de un salario y la ventaja añadida de una lavadora, que las liberaba de todo ese tiempo arrodilladas a la orilla del río. Esta migración femenina tuvo como consecuencia la masculinización de pueblo enteros y la interrupción de matrimonios más o menos de conveniencia, con el consiguiente descenso de la natalidad. En definitiva, la generación que debía haber sido la heredera de la ruralidad no llegó a nacer nunca.
Ahora creo que el precio que se pagó fue necesario. Los seres humanos somos incapaces de poner fin a nuestros propios errores, así que algo tenía que pasar para evitar que volvieran a forzarse más matrimonios, concepciones, relaciones sexuales o vidas sin amor. En cierto modo, se trató de una de las primeras manifestaciones de liberación de las mujeres de la ruralidad”.

El texto dialoga de forma natural con el ensayo Tierra de mujeres de María Sánchez: ambas obras comparten una misma raíz la defensa del mundo rural como espacio vivo y político. También resuena en la prosa de Ruralismo, como un eco suave, la obra poética de María Sánchez. Hay momentos en los que las frases parecen querer quedarse a vivir en la lectora, como versos que no saben que lo son. La relación con los animales, con los ciclos naturales, con el lenguaje heredado de la infancia y del trabajo en el campo, aparece en ambos universos como una forma de resistencia contra el olvido. Donde la poesía de María Sánchez afila la emoción y la nombra con delicadeza, el ensayo de Vanesa Freixa la despliega como un mapa de rutas posibles hacia otro modo de estar en el mundo.

El tono del libro no es utópico, pero tampoco derrotista. Al contrario, el texto está atravesado por una energía serena y combativa, una convicción honda de que volver al campo -o quedarse en él- es un acto profundamente político, aunque no siempre se nombre así. Cada página insiste, casi sin levantar la voz, en que otra forma de vivir no solo es posible, sino que ya existe, aunque no siempre sepamos mirarla. Leer Ruralismo es confirmar que el progreso, tal y como lo hemos aprendido, no nos está llevando a un lugar mejor. Es sentir que la modernidad no tiene por qué significar ruptura con la tierra, y que la experimentación social puede brotar mejor entre huertos, caminos de barro y cocinas de leña. 

Al cerrarlo, queda una sensación parecida a la de volver de una larga caminata: el cuerpo está cansado, pero la mirada es otra. Este libro no promete soluciones fáciles, pero sí una cosa más valiosa: preguntas nuevas, ganas de escuchar(nos) y la sensación de que el futuro estaba esperando desde hace tiempo en los lugares que aprendimos a llamar “periféricos”.

La Cruz de Occidente

Max Gallo
La Cruz de Occidente
Traducción de Carmen Torres París y Mª Dolores Torres París
Alianza, 2011

"Dudé, Señor. Me acordé de lo que solía decir Michele Spriano: «Las grandes palabras de la religión esconden las ambiciones terrenales de monarcas ávidos de poder, y la astucia de comerciantes y banqueros preocupados por sus ganancias». Me pregunté: ¿Y si el enfrentamiento entre hugonotes y católicos, entre cristianos y musulmanes, no es más que una trampa que el demonio tiende a los hombres para precipitarlos al Mal y empujarlos a matar a los otros, que también son, Dios mío, criaturas tuyas?"


Max Gallo sitúa la trama de esta novela en un siglo XVI desgarrado, un tiempo en que Europa parece caminar a tientas entre la fe y la violencia. Bernard de Thorenc, el protagonista, es un caballero convencido de que lucha por Dios, por la verdad, por la civilización cristiana frente al enemigo musulmán. Pero pronto descubre que la frontera entre el bien y el mal no corre entre religiones ni banderas, sino dentro del corazón humano.

Desde las primeras páginas, Gallo introduce a Bernard en un itinerario espiritual más que militar. Lo envía a las galeras del sultán, lo enfrenta a la brutalidad de las conquistas, lo devuelve a una España donde la Inquisición se convierte en una máquina de hierro, y finalmente lo devuelve a una Francia desgarrada por la guerra entre católicos y hugonotes. Allí, lo que debería ser una lucha por la ortodoxia termina pareciéndose demasiado a una pugna por el poder: príncipes, comerciantes, banqueros, líderes políticos… todos utilizan el lenguaje de la religión para justificar ambiciones que poco tienen que ver con la misericordia o la salvación.

"Pero las cosas son así. Dios, la religión, la Iglesia, para la mayoría de los hombres no son  sino máscaras. Detrás de sus libros santos, sea el Corán, el Antiguo o el Nuevo Testamento, esconden sus libros de de cuentas. No son las cuentas de un rosario que se desgranan, sino un ábaco de mercader lo que manipulan. Los ducados, el oro, los intereses, el comercio de especias, la venta de telas, son sus desvelos".

Y es en ese punto donde Bernard se detiene y duda, preguntándose, con una lucidez dolorosa, si no será que las grandes palabras -Causa, Fe, Verdad- han servido demasiadas veces para camuflar intereses mezquinos. Se pregunta si el demonio no estará precisamente ahí, en el engaño que nos hace creer que matar al otro es servir a Dios. Y esta duda, como una grieta de luz que se abre en medio del fanatismo, hace descubrir a Bernard que su enemigo se parece demasiado a él mismo, que su supuesta superioridad moral no lo salva de caer en la misma barbarie que denuncia.

Gallo consigue que veamos la historia de Occidente no como un relato heroico y lineal, sino como un espejo incómodo. Occidente lleva siglos justificando guerras, conquistas y represiones en nombre de valores sagrados. Y sin embargo, detrás de los estandartes hay ambición, miedo, sed de dominio. Bernard, golpeado por la experiencia, entiende que la cruz no siempre ilumina; a veces ciega. A pesar de su sensibilidad hacia la tradición cristiana, Gallo no idealiza a sus defensores, no los muestra como paladines puros, sino como seres humanos atrapados entre convicciones nobles y pulsiones sombrías. El fanatismo católico, la violencia hugonote, la crueldad musulmana… todo aparece en un mismo plano moral. Lo que importa no es quién tiene la verdad doctrinal, sino quién es capaz de reconocer la humanidad de la otra, del otro. 

"-Los cristianos vencen a los turcos en Lepanto -prosigue María de Segovia- el domingo 7 de octubre de 1571 y aún no había transcurrido un año cuando, otro domingo, el 24 de agosto de 1572, durante la noche de San Bartolomé, se mataron entre sí, aquí, en nombre de Cristo.
Interrumpe su discurso y se queda inmóvil ante mí.
-Nuestro siglo se parece a aquél, -dice-. Se mata ya en nombre de Dios, de Cristo y de Alá".

También consigue (no sé si lo pretende) que veamos en el siglo XVI un antecedente de nuestros dilemas contemporáneos: sociedades fracturadas, amenazas reales o percibidas, el renacer de rivalidades entre comunidades de fe, la tentación de convertir la identidad en arma, la necesidad de definirse contra un “otro”. Hoy seguimos atrapados entre identidades en conflicto: políticas, religiosas, culturales. Seguimos escuchando discursos que prometen seguridad absolviendo cualquier exceso, que señalan culpables externos para evitar mirarnos por dentro. Las redes sociales, la brutalización deshumanizadora y los extremismos han convertido el “ellos contra nosotros” en un hábito. Y Gallo, desde su siglo XVI novelado, parece advertirnos que la mayor trampa es creer que el mal siempre está fuera.

El camino de Bernard en la novela sugiere otra salida: la duda humilde, la capacidad de crítica, la conciencia de que la fe -o la identidad, o los ideales- deben confrontarse siempre con la compasión. Cuando él descubre que su enemigo es también criatura de Dios, todo el edificio de la violencia se derrumba. Ese gesto interior, íntimo, es el corazón de la novela. De ahí que esta no sea solo ni fundamentalmente una narración de guerras antiguas, sino un recordatorio de que la civilización no se construye con victorias sobre el otro, sino con victorias sobre nuestra propia ceguera moral.

viernes, 28 de noviembre de 2025

Territorio Lobo

Andoni Canela
Territorio lobo: Retrato del lobo en España y Portugal
AC, 2024

"Pasaron los días y las noches. Pasó otro invierno, otra primavera y llegó el verano. Fue durante una tarde soleada, sin nubes, con el cielo azul intenso y una suave brisa de montaña, vi cómo un águila real volaba bajo, intentando sorprender a alguna marmota. Había también un grupo de sarrios que miraban hacia arriba, vigilando al mismo tiempo a sus cabritos. Todo sucedía en un antiguo valle glaciar del Pirineo oriental, rodeado de picos de tres mil metros de altura. Había nieve en las cumbres y, a mi alrededor, praderas infinitas de verde intenso salpicadas de flores alpinas y rocas graníticas. De repente, las marmotas chillaron y suspiré. Suspiré profundamente, tan profundo como el valle glaciar donde me encontraba. ¡El lobo estaba allí!".


En Territorio lobo Andoni Canela no se limita a contar encuentros: nos invita a sentirlos. Desde la primera página caminamos a su lado entre huellas apenas visibles, aprendemos a leer silencios y a escuchar al monte como si fuera un idioma antiguo. Cada avistamiento es un relámpago que dura un segundo y se queda grabado para siempre; cada espera, una lección de paciencia y asombro.

Aunque se trata, por encima de todo, de un libro de fotografías, la prosa de Andoni Canela contribuye a lograr que el lobo no sea solo una figura elusiva al fondo del paisaje, sino una presencia que late, respira y nos observa desde la espesura. El verdadero misterio no es encontrarlo, sino buscarlo: aceptar que perseguir al lobo es, en realidad, una forma de encontrarnos con nosotras mismas y con la naturaleza más indómita. Leer este libro es salir al amanecer con los ojos abiertos y volver de noche con el corazón lleno de bosque.

Un regalo precioso para una misma o para otras, que puede adquirirse directamente en la web del autor.






martes, 25 de noviembre de 2025

El Vado de los Zorros

Anna Starobinets
El Vado de los Zorros
Traducción de Viktoria Leftérova y Enrique Maldonado
Impedimenta, 2025

"Salió a la cubierta y atravesó las cuatro fases de la transformación en ocho segundos.
Huáng yè. Putrefacción y descomposición. Es la primera fase, la más desagradable. Marchitamiento. Agonía. Muerte. Desintegración. Un insoportable agudizamiento del olfato. El fuerte olor a carroña y hojas muertas.
La segunda fase es hēi yè. Oscuridad. Vacío. Nada. No hay olores, sabores ni sonidos. Solo paz y no existencia.
Después viene bái nǎi. Nacimiento, resurrección. La tercera fase. Eres a la vez madre y bebé recién nacido. La leche sube a tus pechos y puedes sentir su sabor en la lengua.
Por último, la fase final: xīn xuè. La leche se transforma en sangre nueva. Y vuelves a ser de carne y hueso".


Nada que ver con Tienes que mirar, la otra obra de Anna Starobinets que he leído y reseñado aquí. ¿O sí? Aunque pertenecen a géneros muy distintos -la primera es una crónica autobiográfica y la segunda una obra de ficción fantástica-, ambas comparten un sustrato común que atraviesa la escritura de Anna Starobinets: usar el horror, ya sea real o imaginado, como una forma de revelar verdades que normalmente permanecen ocultas. En Tienes que mirar, ese horror nace de la experiencia del duelo y de la deshumanización médica; en El Vado de los Zorros, adopta la forma de criaturas, metamorfosis y paisajes inquietantes. Pero en ambos casos cumple la misma función: obligarnos a mirar aquello que la sociedad suele apartar de la vista. 

La idea de la mirada es, de hecho, otro punto de encuentro. El imperativo que da título a la autobiografía -“tienes que mirar”- resuena también en la novela fantástica, donde los personajes se ven forzados a enfrentar lo desconocido y atravesar mundos que funcionan como espejos distorsionados. Así, tanto en el plano real como en el simbólico, Starobinets construye umbrales, pasos entre vida y muerte, entre identidades, entre universos. Los vados, los cruces y las fronteras son espacios donde lo estable se fractura y donde sus personajes deben decidir si avanzar o retroceder. Otro rasgo común es la presencia del cuerpo como escenario del horror. En la crónica, ese cuerpo es real, vulnerable, sometido a procedimientos que amplifican el trauma. En la ficción, es un cuerpo que cambia, se transforma o se ve amenazado por fuerzas ajenas. En ambos libros, el cuerpo es la superficie donde se inscribe el miedo, el dolor y, a veces, la revelación. 

Tanto en Tienes que mirar como en El Vado de los Zorros aparece como tema fundamental la maternidad: en un caso como experiencia dolorosa, en el otro como sombra o herencia que modela a los personajes. Y en los dos textos se percibe una preocupación por aquello que no se dice, por los silencios que rodean la muerte, el miedo o la transformación. Pese a sus diferencias, las dos obras están impulsadas por una misma energía emocional: el trauma como motor narrativo. Starobinets escribe desde la herida, y eso dota a su estilo, siempre directo y sin adornos innecesarios, de una fuerza particular. Incluso cuando explora territorios fantásticos, mantiene una honestidad que la acerca más al testimonio que a la evasión. Así, aunque recorren caminos distintos, ambas obras dialogan entre sí: cada una ilumina la otra y permite ver cómo Starobinets comprende la literatura, fantástica o autobiográfica, como un espacio para enfrentar lo indecible.

En El Vado de los Zorros la historia se sitúa en 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial apenas ha terminado y el mundo, exhausto, intenta recomponerse de sus ruinas. En una frontera entre Siberia y Manchuria, un territorio remoto, helado y desolado, surge un lugar llamado El Vado de los Zorros: una tierra que no pertenece del todo a nadie, una grieta en la historia donde los vivos y los muertos, los humanos y las bestias, los cuerpos y los mitos, conviven bajo una misma penumbra. Allí llega Max Kronin, un ex-artista de circo con facultades extrasensoriales, escapado de un gulag y empeñado en encontrar a su esposa desaparecida. Su viaje no es solo físico: es un descenso al corazón del horror, un tránsito por un paisaje que parece soñado o recordado desde muy lejos. A su alrededor se mueven personajes que podrían haber salido tanto de un archivo soviético como de un libro de leyendas orientales: un coronel del NKGB (Comisariado del Pueblo para la Seguridad del Estado, la policía secreta soviética que operó entre 1941 y 1946) con poderes de hipnosis; un hombre-salvaje fruto de experimentos secretos; mujeres-zorro capaces de cambiar de forma; chamanes, hombres-tigre y espíritus errantes. En esta frontera sin ley, cada criatura parece portar una historia antigua y un destino imposible. El vado, ese paso de agua, ese umbral, funciona como símbolo de ese tránsito entre lo que se recuerda y lo que se borra, entre la humanidad y la bestialidad, entre el pasado y el presente.

El entorno que describe la novela no es mero decorado. Las minas de uranio, los bosques helados, los lagos donde resuenan voces que no existen, las ruinas de fábricas abandonadas: todo el paisaje respira una vida oscura, una memoria que no ha podido morir. El frío, omnipresente, parece congelar no solo los cuerpos, sino también las almas y los recuerdos. Hay torturas, hambre, persecuciones, cuerpos experimentales, almas que no descansan. Y en medio de todo ese espanto se abre también la otra cara del horror: la del mito, la de las antiguas leyendas que dan sentido al caos. 

El estilo de Anna Starobinets alterna la precisión casi documental con estallidos poéticos; mezcla la acción trepidante con la meditación mística. La novela no da tregua: cambia de escenario y de voz sin aviso, entretejiendo historias que parecen dispersas hasta que, poco a poco, revelan su conexión secreta. Su lectura exige entrega, rendirnos a su propio ritmo y dejar que la corriente nos arrastre. Requiere paciencia, pero recompensa con un mundo inolvidable, combinando magistralmente el realismo histórico del siglo XX con la mitología ancestral del Oriente ruso. Hay momentos en que la abundancia de personajes y tramas puede desorientar, pero ese desconcierto parece parte del propósito: el Vado de los Zorros no busca ser comprendido de inmediato, sino vivido, atravesado, es un viaje a las regiones más oscuras del alma humana y a los mitos que la sostienen

En esa apuesta reside su fuerza y su desafío. Starobinets no construye una historia amable: la novela es dura, sombría, a veces cruel. Pero también es hipnótica. Leerla es adentrarse en un territorio de ruinas y espejismos, donde los límites entre lo real y lo legendario se deshacen lentamente. En sus más de setecientas páginas, no narra simplemente una historia: levanta un mito. La guerra ha terminado, pero la violencia no cesa; los cuerpos mutilados y los espectros del gulag continúan arrastrándose por la tierra helada. Esa coexistencia de lo histórico y lo mítico no responde a un mero capricho estético. Las criaturas legendarias, los rituales chamánicos, los paisajes en ruina y los cuerpos alterados por experimentos son metáforas vivas de una violencia que no ha podido ser narrada de otro modo. Lo que en otros contextos sería fantasía, aquí adquiere la densidad de un documento existencial: los demonios existen porque el horror humano los ha convocado. En este sentido, esta novela podría leerse como una reflexión sobre el siglo XX, sobre los regímenes que exigieron la amnesia como forma de obediencia y sobre los individuos que se negaron a cruzar el río del olvido.

La estructura fragmentaria y polifónica de la novela refuerza la idea de un mundo en descomposición. Las tramas se entrecruzan, los tiempos se confunden, las voces se repiten con ligeras variaciones, como si la historia misma sufriera un proceso de reescritura perpetua. Esa dispersión narrativa puede resultar ardua, pero constituye también una de las virtudes de un libro que hay que leer como quien busca sentido en un palimpsesto, sabiendo que la claridad solo se obtiene a través del desorden.

Un libro complejo, exigente, que merece la pena atravesar, quiero decir, leer.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Construir el mañana democrático

 

Cincuenta años después de la muerte de Franco, la sociedad vasca y española afrontan una paradoja inquietante: parte de la juventud, nacida en democracia y con acceso ilimitado a información, empieza a mostrar simpatías hacia discursos reaccionarios e incluso nostalgias del franquismo. Diversos estudios confirman un menor compromiso con la democracia, un giro conservador y un creciente apoyo a la extrema derecha entre la llamada Generación Z (18-28 años) en España. En Euskadi, si bien la juventud en su conjunto sigue siendo mayoritariamente democrática y de centro-izquierda y el voto explícito a Vox es muy reducido, están apareciendo nichos concretos de chicos jóvenes con actitudes cercanas a marcos de extrema derecha (rechazo a la inmigración, a los derechos del colectivo LGTBIAQ+ o al aborto).

La brecha de género refuerza esta deriva. Los hombres jóvenes adoptan posturas más indulgentes, creen que el franquismo pudo tener efectos positivos e incluso beneficiar a las familias, mientras que las mujeres jóvenes mantienen una visión más crítica, subrayan el carácter opresivo del régimen y rechazan cualquier legitimación del autoritarismo. De esta brecha derivan actitudes machistas, homófobas y xenófobas presentadas como “rebeldías modernas”, así como una preocupante banalización de la violencia.

Este fenómeno no es aislado ni nuevo. El informe de 2013 Backsliders: Measuring Democracy in the EU (Retrocesos: midiendo la democracia en la UE), publicado por el think tank británico Demos, ya alertaba de que la crisis económica y la desafección ciudadana alimentaban discursos iliberales en varios Estados miembros, y que, sin una vigilancia sistemática y criterios comunes de evaluación, la UE corría el riesgo de tolerar en su interior democracias cada vez más frágiles, erosionadas o incompletas. “La democracia en Europa ya no puede darse por sentada”, advertía.

España no es ajena a una ola reaccionaria que atrae a jóvenes desconectados de la democracia liberal y seducidos por discursos que prometen identidad, orden y certezas. La memoria del franquismo y del terrorismo en Euskadi -nuestro particular elefante en la habitación- no siempre se han transmitido de forma clara. Y la política institucional, puro ruido y furia, ha dejado un vacío narrativo que no ofrece horizontes de futuro capaces de ilusionar.

A ello se suma un elemento decisivo: las condiciones materiales de vida de la juventud. No comprenderemos la creciente distancia entre jóvenes y democracia sin atender a un presente marcado por la inestabilidad laboral, alquileres inasumibles y un horizonte vital aplazado. Cuando la democracia no garantiza expectativas razonables de autonomía y bienestar, su legitimidad se erosiona. En esa grieta se instalan y crecen discursos que prometen soluciones simples a problemas complejos. La precariedad no solo empobrece, también debilita el vínculo cívico, rompe la confianza y deja a una generación atrapada entre el desencanto y la tentación autoritaria.

Dicho esto, conviene situar la realidad en sus justos términos. Aunque existe un segmento significativo (en torno al 23 por ciento, en el caso de España) que muestra cierta simpatía hacia el autoritarismo, el grueso de la juventud sigue alineado con los valores democráticos. Lo preocupante no es que la juventud sea mayoritariamente antidemocrática, que no lo es, sino la emergencia de una minoría creciente que cuestiona principios antes ampliamente consensuados, y cuya sensibilidad es más volátil en contextos de precariedad, incertidumbre y déficit de memoria histórica.

Frente a esta deriva, se necesita una respuesta firme pero serena. Urge una educación democrática que fomente pensamiento crítico, alfabetización mediática y conocimiento riguroso del pasado para entender cómo se conquistaron las libertades. Es clave reactivar la transmisión entre generaciones: Euskadi cuenta con una memoria organizada (archivos, asociaciones, víctimas) que puede dialogar con la juventud sobre el franquismo y la transición democrática en lenguajes contemporáneos y desde espacios culturales y formativos atractivos. La democracia necesita relato y referentes, pero también buenas leyes que blinden derechos y libertades: igualdad real de género, protección frente al odio, derechos sociales. Esta es la manera de presentar a las personas más jóvenes un horizonte inspirador, una Euskadi y una España justas, plurales, comprometidas con sus libertades.

El terreno digital es, en este sentido, un frente decisivo. La democracia debe competir donde hoy se forma la opinión juvenil, apoyando a creadoras y creadores que defiendan la igualdad y los derechos, y produciendo contenidos capaces de contrarrestar la potencia emocional de los discursos extremistas. Junto a ello, son imprescindibles espacios físicos de convivencia intergeneracional e intercultural, proyectos comunitarios y barriales, iniciativas que fortalezcan la experiencia cotidiana de la diversidad y fomenten la conversación cívica.

La regresión no es inevitable, pero ignorarla no es opción. Frente a la tentación autoritaria, toca alzar de nuevo la voz colectiva que nos trajo hasta aquí: libertad sin ira, sí, pero libertad disputada y arduamente construida. A medio siglo del fin de la dictadura no basta con recordar, hay que transmitir el sentido de lo ocurrido. La añoranza franquista es una distopía canalla y sangrienta. La insatisfacción con la democracia nos eleva cuando exige más democracia, no menos. Porque cada generación tiene la responsabilidad y el derecho de ensanchar la libertad recibida.

https://www.elcorreo.com/opinion/imanol-zubero-construir-manana-democratico-20251123000407-ntrc.html 

Eskoritas y Bagatza, otra vez (hoy con perrete)

Otra preciosa mañana por Eskoritas y Bagatza, desde Maroño. La tercera este año.





Ermita de Etxaurren y Ungino al fondo.
En Maroño se ha apuntado un perrete majísimo, que nos ha acompañado todo el recorrido. En el barrio de Urizar nos han dicho que suele hacerlo, acompañar a la gente que sube al monte, aunque a mí es la primera vez que me ocurre.
Eskoritas.
 





Bagatza o Los Asnos.