martes, 14 de enero de 2025

Los ponis de los confines de la Tierra

Catherine Munro
Los ponis de los confines de la Tierra
Traducción de Manuel Cuesta
Errata naturae, 2024
 
"Los lugares en los que vivimos y los paisajes que amamos son una parte esencial de quienes somos. Capturan nuestra imaginación, estimulan nuestros sentidos y pasan a constituir nuestras experiencias, esperanzas y sueños. Las vidas de otros seres -pasados y presentes, humanos y animales- se introducen en nuestras vivencias a través de los vestigios que dejan: un serbal solitario que sigue ahí para proteger una pequeña granja desparecida hace ya mucho, un sombrero colgado en el poste de una puerta a la espera de que su dueño regrese, unas huellas recientes de cascos equinos junto a un lago… Este libro trata de esos vínculos que se establecen entre las vidas y los paisajes, entre un lugar y el tiempo".
 
 
El viento azota con fuerza en las Shetland, ese rincón del mundo donde la tierra parece mezclarse con el cielo y el mar susurra sus propios secretos al oído de quienes saben escuchar. Allí, en un lugar tan apartado que casi parece pertenecer a otro tiempo, Catherine Munro nos invita a vivir su historia. Pero no es solo la suya; es la de los ponis, el paisaje, las estaciones y una humanidad que encuentra su sentido en lo simple y lo esencial.

La autora y protagonista, antropóloga con una beca para elaborar una tesis doctoral sobre la domesticación de los ponis (que en esas islas es, nos dice, un acto de "comunicación entre especies", un tiempo "en el que leer, cada uno, el lenguaje del otro y establecer las fronteras de sus mundos separados"), nos introduce a este microcosmos de vida a través de su propia búsqueda personal. Llegó a Shetland buscando respuestas a preguntas que muchas llevamos dentro: ¿qué significa pertenecer? ¿Cómo nos conectamos con un lugar, con los animales, con nosotras mismas? Su relato es tanto un viaje interno como externo. Al enfrentarse a las duras condiciones de la isla, no solo aprende sobre la convivencia con los ponis shetland, esos pequeños y resistentes compañeros de los humanos, sino también sobre las lecciones de resistencia, humildad y amor que le ofrecen.

A medida que se sumerge en la vida de la isla, también reflexiona sobre nuestra desconexión con la naturaleza en la vida moderna y sobre cómo recuperar esa conexión puede sanar más de lo que imaginamos:

"En las Shetland, reparé en la cantidad de estrés que había acumulado. Tal vez yo no lo identificara al principio como ansiedad o angustia, sino que simplemente lo consideraba un inevitable frenesí derivado del ineludible ciclo de empleo temporales mal pagados y de la continua amenaza inminente de  quedarme en paro. [...] En las Shetland -y a medida que el asombro y el alboroto iniciales se fueron aquietando, a medida que empecé a ajustarme a los flujos de la vida isleña-, sentí al fin que mi cuerpo se relajaba, que se liberaba de su pesada carga. la presencia de la angustia no se hizo visible sino a través de su ausencia. Para mí caminar se convirtió, en vez de en un medio para alcanzar un destino con la cabeza llena de listas y miedos, en un lapso de paz, en el inicio de una apertura a una realidad que me responde abriéndose a su vez a mí, ofreciéndome una mayor conexión..."

El corazón del libro late en la relación íntima entre Catherine Munro y estos ponis,  unas criaturas de extraordinaria fortaleza, diseñadas por la naturaleza para sobrevivir en un entorno tan austero como majestuoso. Cada página palpita con anécdotas que hablan de su inteligencia, su instinto y su conexión con la tierra. Los ponis no son simples personajes secundarios en este relato, sino protagonistas silenciosos pero activos, guardianes de una sabiduría ancestral que la autora desentraña con paciencia y ternura.

Su estilo es profundamente evocador, lleno de detalles que hacen que los paisajes cobren vida ante nuestros ojos: el frío de las olas, el aroma de la turba quemada, el eco de los cascos sobre la hierba mojada; todo esto se siente tan vívido que casi podemos tocar Shetland con los dedos. Pero es también un texto reflexivo, que invita a meditar sobre las intersecciones entre la naturaleza y la cultura, sobre cómo los seres humanos y los animales pueden construir juntos formas de vida que desafían los ritmos acelerados del presente:

"Si nos convertimos en quienes somos por lo que compartimos con otros, silenciar tantas relaciones potenciales -las que se mantienen con los paisajes y con los animales- nos deja aislados, separados de los espacios en los que vivimos, en vez de conectarnos a la gran vida en curso, en construcción. [...] Cuando sabemos cómo mirar, escuchar y responder a las vidas que nos rodean, nuestro entorno se convierte en un lugar con más amor y mejor compartido".

Los ponis de los confines de la Tierra es un canto a la fuerza y la fragilidad de la existencia, un recordatorio de que a veces necesitamos alejarnos de todo para reencontrarnos con lo esencial. Cuando cerramos el libro, el eco de los cascos y el silbido del viento persisten en nuestra mente, como un susurro que nos invita a mirar el mundo con nuevos ojos.

domingo, 12 de enero de 2025

Ehun Mendiak / Cien Montes: slow mountain

En la montaña nunca he sido muy  fast. He disfrutado mucho cumpliendo algunos objetivos, pero aún he disfrutado más haciendo el camino, explorando, demorándome, cambiando de ruta sobre la marcha... Es verdad que a lo largo de los años he participado en varios de los concursos que cada año propone mi club de montaña, el Goiko Mendi de Alonsotegi, como los de 50.000 o 100.000 metros (este año he vuelto a completarlo) o el de Alta Montaña, y que cumplir con ello exigía una cierta planificación que, en ocasiones, podía convertirse en obligación. Pero todos estos objetivos han sido siempre compatibles con una vivencia slow de la montaña.

Este año he decidido que ya toca abordar una de las convocatorias con más solera del montañismo vasco: el Concurso de los Cien Montes. Se trata de ascender 100 de las cumbres recogidas en el catálogo de cimas validado por la Federación Vasca de Montaña / Euskal Mendizale Federazioa cumpliendo la norma de ascender un máximo de 20 cumbres al año y una sola cumbre cada día. Lo empiezo el año en que cumpliré 64, de manera que si... eso (si Dios quiere, si la salud me respeta, si la vida colabora, porque la montaña va a estar siempre ahí), lo terminaré con 69 tacos.
 
Hoy he ascendido al primero de los Cien: el Arnotegi. Un monte que conozco bien, al que subo varias veces al año. Y me planteo cerrar el concurso en 2029 (si... eso) con el Pagasarri. Son dos montes que siempre han estado muy presentes en mi vida pero que, por distintas razones, hoy lo están mucho más.









Arnotegi (426 m).


Zona de Uzkorta.


Y he subido como espero subir los próximos 99: disfrutando de cada paso, sin prisa, sintiéndome parte de una hermosa tradición. Tan slow que he dedicado buena parte de la mañana a fotografiar algunas de las aves que tienen aquí su hábitat: como el trepador azul (Sitta europaea)...
 
... el herrerillo capuchino (Lophophanes cristatus)...









... el petirrojo (Erithacus rubecula)...








... el herrerillo común (Cyanistes caeruleus).




Una bonita mañana.

martes, 7 de enero de 2025

El jardín contra el tiempo

Olivia Laing
El jardín contra el tiempo: En busca de un paraíso común
Traducción de Lucía Barahona
Capitán Swing, 2024
 
"¿Qué convierte un jardín en un componente tan importante de una utopía? No es ni una granja ni un área silvestre, aunque puede presionar con fuerza hacia cualquiera de estos extremos. Esto significa que anuncia algo más que una simple utilidad, que  abarca belleza, placer y deleite, sin dejar por ello de ser un espacio tanto de trabajo como de ocio,un lugar para complacer a puritanos y sibaritas por igual. La presencia de jardines en una sociedad es un baremo de que sus habitantes disfrutan de un excedente de energía y tiempo suficientes para dedicarse al cultivo, una labor que, como la producción artística, no es necesaria en sentido estricto. Y lo que es más, desean hacerlo, lo que tal vez exprese algo positivo sobre su estado emocional o incluso espiritual (esto no quiere decir que no haya jardines construidos con rabia o pena). Un jardín se revela como un capricho privado y, al mismo tiempo, genera una superfluidad de belleza. Si deseamos un nuevo modelo de sociedad, uno que busque compartir las cargas y los beneficios con una mayor ecuanimidad, entonces la cuestión del jardín se convierte en algo muy interesante de contemplar".
 
 
Olivia Laing es una ensayista sorprendente. Su particular mirada sobre la realidad opera con éxito tanto si la aplica a la soledad urbana como a las complejidades del cuerpo. En esta ocasión nos embarca en un viaje íntimo y reflexivo que entrelaza la restauración de su propio jardín en Suffolk con una profunda exploración de la historia y el simbolismo de los jardines en la cultura occidental. Reconocida por su capacidad para fusionar lo personal con lo universal, utiliza su experiencia durante la pandemia de 2020 como punto de partida para examinar cómo los jardines han representado, a lo largo del tiempo, tanto paraísos terrenales como reflejos de las desigualdades sociales. Así, escribe lo siguiente:
 
"Un jardín, un espacio verde, puede parecer más inocente, e incluso loable, que la estatua de un comerciante de esclavos, pero también guarda una relación oculta con el colonialismo y la esclavitud. No se trata solo de que muchas de las plantas de jardín que nos resultan familiares, desde la yuca y la magnolia a la glicinia o el lirio africano, sean importaciones «exóticas», una herencia de la obsesión por la recolección de plantas que se desarrolló en la época colonialista. La esclavitud proporcionó asimismo el capital para un embellecimiento del paisaje, en la medida en que los beneficios monstruosos de las plantaciones de azúcar sirvieron para financiar casas y jardines fastuosos de vuelta en Inglaterra".

.De nuevo, la terrible historia de las cosas bellas. Pero "la historia del jardín no siempre refleja patrones más amplios de privilegio y exclusión. Es también un lugar de avanzadillas rebeldes y de sueños de un paraíso comunal, como el de los Cavadores, la secta separatista que surgió en la Revolución inglesa que reivindicaba la tierra como un «tesoro común» que debía compartirse entre todos (una idea que sigue resultando radical en nuestros días)".
 
Así, la narrativa se despliega en múltiples capas. Por un lado, la autora comparte su proceso de devolver la vida a un jardín amurallado del siglo XVIII, una tarea que la lleva a reflexionar sobre la naturaleza cíclica de la vida, la muerte y la renovación mientras nuestra cabeza se llena con cientos de flores: acónitos, campanillas de Canterbury, prímulas, tulipanes Marieta (y Lady Van Eijk, Blushing Beauty, Doll's Minuet, Flaming Spring Green...), Gladiolus byzantinus, jazmín de invierno, Allium aphaerocephalon, ásteres, Phlomis tuberosa y Phlomis russeliana, jacintos, dalias (Mago de Oz, Nuit d'Eté y Ambicióm), martagones blancos, escila azul, mahonia, asperilla, iris de Holanda, espuelas de caballero, Iris pallida, eléboro, guisantes de olor, amapolas amarillas, Papaver somniferum, glicinia, violetas, dedalera negra, anémona del Japón, Tellima grandiflora, valeriana griega, Pulsatilla vulgaris, capuchina, lirio de miel siciliano, Fritillaria persica, iris, peonías, rosas (Dunwich Rose, Rosa complicata, Roseraie de l'Haÿ, Rosa rugosa, Madame Alfred Carrière...), laurel de Chopin, hinojo, silene coronaria, clavelinas, caléndulas... y muchas más.

Este esfuerzo personal por recuperar un viejo jardín abandonado se convierte en una metáfora de la resistencia y la esperanza en tiempos de incertidumbre. Por otro lado, Laing nos sumerge en un análisis histórico y literario, explorando cómo figuras como John Milton en El paraíso perdido han conceptualizado los jardines como espacios de perfección, pero también de exclusión y caída. Sin embargo, Laing destaca el potencial transformador de los jardines como espacios de resistencia y comunidad. Se inspira en ejemplos como el jardín de Derek Jarman en Dungeness, un testimonio de creatividad y desafío en medio de la adversidad, y en las visiones utópicas de William Morris, quien imaginaba jardines compartidos como símbolos de igualdad y cooperación.

La prosa de Laing es rica y evocadora, llena de descripciones sensoriales que nos trasladan a los paisajes que ella misma cultiva y estudia. Su estilo combina la erudición con la accesibilidad, permitiendo que tanto expertas en jardinería como neófitas (como es mi caso) encuentren placer y conocimiento en sus páginas. Su enfoque en la intersección entre naturaleza, arte y política ofrece una perspectiva única que invita a reflexionar sobre el papel de los jardines en nuestras vidas contemporáneas.
 
El jardín contra el tiempo es, en última instancia, una meditación sobre la búsqueda de un paraíso común, un espacio donde la humanidad pueda reconectarse con la naturaleza y entre sí, superando las barreras de la exclusión y la desigualdad. Olivia Laing nos recuerda que, aunque los jardines sean efímeros y estén sujetos a las inclemencias del tiempo y la historia, encierran en su esencia la promesa de renovación y la posibilidad de imaginar un mundo más justo y armonioso. 

Así que, adelante: hay una puerta en el muro que da a un jardín secreto...

"Tengo un sueño recurrente, aunque no de forma habitual. Sueño que estoy en una casa, y descubro una puerta que no sabía que existía. Se abre a un jardín inesperado y, durante un instante ingrávido, me encuentro habitando un nuevo territorio rebosante de posibilidades. Tal vez halle escalones que descienden hacia un estanque o una estatua rodeada de hojas caídas. Nunca está ordenado, y su aspecto descuidado siempre resulta fascinante, con la correspondiente sensación de riquezas ocultas. ¿Qué podría crecer aquí? ¿Qué extrañas peonías, iris, rosas encontraré? Me despierto con la impresión de que una articulación que soporta demasiada tensión se ha relajado, y de que todo fluye con vida nueva".

Amanecer pajarero en Pagasarri

Ayer me acosté pensando en que quería ver amanecer desde el Pagasarri, y así ha sido. Madrugón, subida con la frontal y... ¡a disfrutar del espectáculo!
 


 













 
¡Cuánta razón tiene Robert Frost!

El primer verde de la naturaleza es de oro,
de todos sus colores el más breve.
Una flor es su hija más temprana: 
pero solo lo será por una hora.
Luego la hoja declina en otra hoja.
Así se hundió el Edén en amargura,
así el alba en el mediodía.
Nada dorado puede persistir.
 
"Nada dorado puede persistir" - Poesía completa. Traducción de Andrés Catalán, Ediciones Linteo, 2017.

Pero sí persiste lo alado...