Cincuenta años después de la muerte
de Franco, la sociedad vasca y española afrontan una paradoja inquietante:
parte de la juventud, nacida en democracia y con acceso ilimitado a
información, empieza a mostrar simpatías hacia discursos reaccionarios e
incluso nostalgias del franquismo. Diversos estudios confirman un menor
compromiso con la democracia, un giro conservador y un creciente apoyo a la
extrema derecha entre la llamada Generación Z (18-28 años) en España. En
Euskadi, si bien la juventud en su conjunto sigue siendo mayoritariamente
democrática y de centro-izquierda y el voto explícito a Vox es muy reducido,
están apareciendo nichos concretos de chicos jóvenes con actitudes cercanas a
marcos de extrema derecha (rechazo a la inmigración, a los derechos del
colectivo LGTBIAQ+ o al aborto).
La brecha de género refuerza esta
deriva. Los hombres jóvenes adoptan posturas más indulgentes, creen que el
franquismo pudo tener efectos positivos e incluso beneficiar a las familias,
mientras que las mujeres jóvenes mantienen una visión más crítica, subrayan el
carácter opresivo del régimen y rechazan cualquier legitimación del
autoritarismo. De esta brecha derivan actitudes machistas, homófobas y
xenófobas presentadas como “rebeldías modernas”, así como una preocupante
banalización de la violencia.
Este fenómeno no es aislado ni nuevo.
El informe de 2013 Backsliders: Measuring Democracy in the EU (Retrocesos:
midiendo la democracia en la UE), publicado por el think tank británico Demos, ya alertaba de que la crisis económica
y la desafección ciudadana alimentaban discursos iliberales en varios Estados
miembros, y que, sin una vigilancia sistemática y criterios comunes de
evaluación, la UE corría el riesgo de tolerar en su interior democracias cada
vez más frágiles, erosionadas o incompletas. “La democracia en Europa ya no
puede darse por sentada”, advertía.
España no es ajena a una ola
reaccionaria que atrae a jóvenes desconectados de la democracia liberal y
seducidos por discursos que prometen identidad, orden y certezas. La memoria
del franquismo y del terrorismo en Euskadi -nuestro particular elefante en la
habitación- no siempre se han transmitido de forma clara. Y la política institucional,
puro ruido y furia, ha dejado un vacío narrativo que no ofrece horizontes de
futuro capaces de ilusionar.
A ello se suma un elemento decisivo:
las condiciones materiales de vida de la juventud. No comprenderemos la
creciente distancia entre jóvenes y democracia sin atender a un presente
marcado por la inestabilidad laboral, alquileres inasumibles y un horizonte
vital aplazado. Cuando la democracia no garantiza expectativas razonables de
autonomía y bienestar, su legitimidad se erosiona. En esa grieta se instalan y
crecen discursos que prometen soluciones simples a problemas complejos. La
precariedad no solo empobrece, también debilita el vínculo cívico, rompe la
confianza y deja a una generación atrapada entre el desencanto y la tentación
autoritaria.
Dicho esto, conviene situar la realidad
en sus justos términos. Aunque existe un segmento significativo (en torno al 23
por ciento, en el caso de España) que muestra cierta simpatía hacia el
autoritarismo, el grueso de la juventud sigue alineado con los valores democráticos. Lo preocupante no es que la juventud
sea mayoritariamente antidemocrática, que no lo es, sino la emergencia de una
minoría creciente que cuestiona principios antes ampliamente consensuados, y
cuya sensibilidad es más volátil en contextos de precariedad, incertidumbre y
déficit de memoria histórica.
Frente a esta deriva, se necesita una
respuesta firme pero serena. Urge una educación democrática que fomente
pensamiento crítico, alfabetización mediática y conocimiento riguroso del
pasado para entender cómo se conquistaron las libertades. Es clave reactivar la
transmisión entre generaciones: Euskadi cuenta con una memoria organizada (archivos,
asociaciones, víctimas) que puede dialogar con la juventud sobre el franquismo
y la transición democrática en lenguajes contemporáneos y desde espacios
culturales y formativos atractivos. La democracia necesita relato y referentes,
pero también buenas leyes que blinden derechos y libertades: igualdad real de
género, protección frente al odio, derechos sociales. Esta es la manera de presentar
a las personas más jóvenes un horizonte inspirador, una Euskadi y una España
justas, plurales, comprometidas con sus libertades.
El terreno digital es, en este
sentido, un frente decisivo. La democracia debe competir donde hoy se forma la
opinión juvenil, apoyando a creadoras y creadores que defiendan la igualdad y
los derechos, y produciendo contenidos capaces de contrarrestar la potencia
emocional de los discursos extremistas. Junto a ello, son imprescindibles
espacios físicos de convivencia intergeneracional e intercultural, proyectos
comunitarios y barriales, iniciativas que fortalezcan la experiencia cotidiana
de la diversidad y fomenten la conversación cívica.
La regresión no es inevitable, pero ignorarla
no es opción. Frente a la tentación autoritaria, toca alzar de nuevo la voz
colectiva que nos trajo hasta aquí: libertad sin ira, sí, pero libertad
disputada y arduamente construida. A medio siglo del fin de la dictadura no
basta con recordar, hay que transmitir el sentido de lo ocurrido. La añoranza
franquista es una distopía canalla y sangrienta. La insatisfacción con la
democracia nos eleva cuando exige más democracia, no menos. Porque cada
generación tiene la responsabilidad y el derecho de ensanchar la libertad
recibida.
https://www.elcorreo.com/opinion/imanol-zubero-construir-manana-democratico-20251123000407-ntrc.html

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