Somos libres de cambiar el mundo: Pensar como Hannah Arendt
Traducción de Sion Serra Lopes
Ariel, 2024
"Hay una enorme diferencia entre tener que existir -¿por qué he nacido?- y ser capaz de llevar una existencia verdaderamente humana entre los demás [...]. Este fue el punto de partida común del existencialismo del siglo XX, y el de Hannah Arendt. No existe ninguna autoridad, ningún significado predefinido que pueda transmitirse de generación en generación. Patinamos sobre una fina capa de hielo. Pero, a diferencia de otros filósofos coetáneos, Arendt no creía que la existencia misma se volviera absurda debido a esta falta de fundamento. Tampoco pensaba que la mera fuerza de voluntad permitiera trascender las limitaciones de la existencia. Ya se había comprobado que la ilusión más letal de los filósofos era creer que el pensamiento por sí solo podía dar forma al mundo. A mediados del siglo XX, la tragedia de convertir las ideas, incluso las buenas, en realidad mediante la violencia, ya fuese sangrienta o administrativa, estaba a la vista de todos. [...]
El error que, según ella, cometieron muchos de sus coetáneos existencialistas fue asumir que la catástrofe moderna
era un problema personal y que el dilema sobre cómo sobrevivir solo podía ser individual. [...] [L]e
inquietaba que una preocupación obsesiva por vivir una
vida realmente libre significara que la gente había perdido
la capacidad de ver que lo que había fallado no era la existencia individual, sino nuestra existencia plural: nuestra política, en otras palabras. No eres tú; de verdad somos nosotros".
El libro de Lyndsey Stonebridge, Somos libres de cambiar el mundo, con su maravilloso subtítulo en inglés -"Hannah Arendt’s Lessons in Love and Disobedience"-, no respetado en la traducción al español, es un análisis profundo de la relevancia contemporánea del pensamiento de Hannah Arendt, abordando temas centrales como la libertad, la acción política y la desobediencia civil. A través de una mezcla de biografía e interpretación filosófica, Lyndsey Stonebridge destaca cómo las experiencias personales de Arendt, como su exilio de la Alemania nazi y su análisis del totalitarismo, moldearon su concepción de la vida política. La autora también reflexiona sobre la aplicabilidad de las ideas de Arendt en la actualidad, sugiriendo que su énfasis en el pensamiento crítico, la acción colectiva y la valoración de la diversidad son esenciales para enfrentar los desafíos políticos contemporáneos.
Arendt sostenía que la libertad no es solo la ausencia de opresión, sino la capacidad de actuar y pensar en el espacio público. Según Stonebridge, esta noción es crucial en un mundo donde la política a menudo está dominada por la apatía o la manipulación mediática. La autora recalca la importancia del pensamiento crítico, siguiendo la línea de Arendt, como un acto de resistencia contra el conformismo y la propaganda.
Lyndsey Stonebridge explora la relación entre el amor y la política en el pensamiento de Hannah Arendt. Aunque esta desconfiaba del amor como fundamento político (porque puede ser demasiado personal y excluyente), reconocía su papel en la apreciación de la pluralidad humana. El amor entendido como respeto por la otredad es esencial para la convivencia democrática y la formación de comunidades políticas justas.
"El amor a la diferencia humana, el amor que nos hace a todos del mundo, es una condición para diseñar una política mejor, pero no puede ser un objetivo político en sí mismo sin hacer añicos esa misma premisa. Las cuestiones del poder y la diferencia, de quién es merecedor de amor o no, o de quién es querible o no, no son ni deben ser nunca cuestiones de política por la simple razón de que las respuestas a esas preguntas solo pueden ser formas de tiranía. Para Arendt, si uno no quiere que la gente muera en campos de exterminio o padezca la pobreza, el exilio y la indignidad, en lugar de amarla haría mejor en implicarse directamente en los agotadores procesos de persuasión, negociación y afiliación, que son los procesos de la ley y de la política: en otras palabras, actuar y asumir la responsabilidad política y moral en un mundo tortuoso".
Un punto central del libro es la desobediencia civil como forma legítima de acción política. Para Arendt, desobedecer leyes injustas no es solo un derecho, sino una obligación moral en regímenes donde la justicia está comprometida. Arendt veía la desobediencia civil no solo como un derecho, sino como una responsabilidad de los ciudadanos para preservar la justicia y la libertad en la sociedad. Stonebridge vincula este concepto con movimientos contemporáneos, como las protestas por la justicia social y el cambio climático, demostrando la vigencia de estas ideas.
"Los actos de desobediencia civil no consistían ni en saltarse la ley como los delincuentes ni en rechazarla en bloque como los anarquistas o los terroristas. En la desobediencia civil, Hannah Arendt vio cómo el acto moral de la conciencia individual -no puedo vivir conmigo mismo si consiento esto- podía convertirse en ciertas circunstancias también en un acto político".
Interesantísima la relación con La primavera silenciosa de Rachel Carson ("otra mujer que se negó a aceptar el mundo moderno en los términos en los que lo ofrecían"), publicado cuatro años después de La condición humana:
"No tengo -escribe Stonebridge- cómo demostrar que Arendt hubiese leído el libro de Carson, pero hacia el final de su vida describiría el reciente y repentino despertar ante las amenazas al medio ambiente como el primer rayo de esperanza en la resistencia contra la cultura del «ir es la meta» del despilfarro, la obsolescencia, el abuso, el mal uso y lo desechable".
Stonebridge argumenta que las lecciones de Arendt son más necesarias que nunca en un mundo donde el autoritarismo, la polarización y la desinformación amenazan la democracia. La autora nos invita no solo reflexionar sobre estos temas, sino a involucrarse activamente en la vida política, reivindicando la importancia de la acción y el pensamiento libre.
"Las cosas verdaderamente irreparables ocurren a menudo -y en apariencia- casi por accidente, a veces a partir de una línea sin importancia que cruzamos sin dificultad, seguros de que no va a pasar nada, y entonces se levanta ese muro que realmente divide a la gente, escribió a Jaspers. Hablaba de Husserl [expulsado de la universidad por su condición de judío, con la firma de Heidegger]; y de ella misma".
Las preguntas que Arendt se planteó desde su juventud -por qué las otras y los otros importan, qué relevancia tienen en la configuración de nuestra vida y de nuestro mundo- atraviesan toda su obra y constituyen el trasfondo ético de su pensamiento político.
"El enigma sobre el que se interrogó por primera vez en su tesis sobre Agustín le acompañaría toda la vida: ¿qué relevancia tienen los demás en nuestras vidas? ¿Por qué son importantes? ¿Por qué deberían serlo? O, parafraseando una queja habitual en nuestras esferas públicas actuales, ¿por qué debería importarme?".
Esa preocupación por la alteridad es inseparable de su convicción de que el mal florece allí donde falta precisamente esa atención reflexiva a los demás: la irreflexión, entendida como la renuncia a pensar desde la perspectiva del otro, crea las condiciones para que la deshumanización se vuelva posible: "la irreflexión [crea] las condiciones para el mal", como señaló en La vida en el espíritu.
Pero esta misma exigencia ética complica la lectura de su propia biografía. ¿Cómo confiar en el juicio de una pensadora que, aun siendo una de las analistas más lúcidas del totalitarismo, mantuvo vínculos afectivos e intelectuales con Heidegger, quien colaboró con el nacionalsocialismo?
"¿Cómo podemos confiar en el juicio de una mujer que no tuvo suficientemente con perdonar a su examante nazi (Heidegger se afilió al Partido Nacionalsocialista en 1933), sino que además promocionó sus libros y supervisó colecciones y traducciones, para desagraviarlo?".
La tensión no se resuelve fácilmente: más bien revela que Hannah Arendt vivió en carne propia la dificultad de pensar y actuar a la altura de sus propios ideales. Su relación con Heidegger muestra que incluso quienes conocen el peligro de la irreflexión pueden quedar atrapadas en lealtades afectivas ambiguas, pero también que el esfuerzo de comprender -sin absolver- forma parte de la misma tarea de “hacernos responsables del mundo” que ella defendía.
Un libro fascinante, para leer con detenimiento, que es también una invitación, casi una exhortación, a recuperar el espíritu crítico y participativo en la política, inspirado en el legado de Arendt. Un libro absolutamente recomendable para quienes buscan entender cómo la filosofía y la ciencia social pueden iluminar los desafíos contemporáneos y motivar el cambio social.

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