domingo, 18 de abril de 2021

Ganekogorta, Arrabatxo, Pagero y Gallarraga

Una ruta que me encanta y que repito a menudo, como puede verse aquí o aquí.
 
 Gongeda, mientras subo hacia Ganeko.
 
 Por aquí las hayas no se creen todavía que estemos en primavera.

Era temprano cuando he llegado a la cumbre del Ganeko.
Arrabatxo. Desde aquí, hasta Gallarraga

Mirada hacia el Ganekogorta, desde Arrabatxo.

Llegando a Pagero.
 
Arrabatxo (derecha) y Ganekogorta (izquierda) desde Pagero.
Descenso hasta el collado de Pagero, para desde alli subir al Gallarraga.
Collado de Pagero.


 
La característica trepada que da acceso a la cresta del Gallarraga.
Gallarraga.
Para regresar toca remontar las pendientes del Pagero, pero antes de llegar a la cima me desvío por un sendero que la bordea por la izquierda.
Último vistazo al Gallarraga.

viernes, 16 de abril de 2021

White Trash: Los ignorados 400 años de historia de las clases sociales estadounidenses

Nancy Isenberg
White Trash: Los ignorados 400 años de historia de las clases sociales estadounidenses
Traducción de Tomás Fernández Aúz
Capitán Swing, 2020 

"Una y otra vez, la presencia de la escoria blanca nos recuerda una de las más incómodas verdades nacionales de Estados Unidos: que sigue habiendo pobres entre nosotros. La zozobra que induce a penalizar a las personas blancas sumidas en la pobreza revela la existencia de una molesta tensión entre las promesas de país que se inculcan a los estadounidenses -es decir, el sueño de la movilidad social ascendente- y la mucho menos atractiva realidad de que las barreras de clase determinen casi invariablemente que ese sueño resulte inalcanzable".


Aunque el acceso de Donald Trump a la Casa Blanca puso el tema de moda (no siendo cierta, se extendió la idea de que quien lo había aupado a la presidencia había sido el voto de la clase trabajadora blanca empobrecida), lo cierto es que la figura del trabajador-blanco-empobrecido es desde hace décadas un icono estadounidense, a la altura del cow-boy o del marine. Personaje literario de primer orden (pensemos en las novelas de John Steinbeck o Erskine Caldwell), es también un objeto de investigación social que ha generado innumerables reportajes periodísticos, así como miles de libros y artículos académicos, muy pocios traducidos al castellano. Entre los libros traducidos, yo destacaría Crónicas de la América profunda, de Joe Bageant (Los libros del lince, 2008; traducción de Pablo Manzano Migliozzi), Hillbilly, una elegía rural, de J.D. Vance (Ediciones Deusto, 2017; trad. de Ramón González Ferriz), Manifiesto Redneck, de Jim Goad (Dirty Works, 2017; trad. de Javier Lucini), Hombres (blancos) cabreados, de  Michael Kimmel (Barlin Libros, 2019; trad. de Daniel Esteban Sanzol) y, sobre todo, Extraños en su propia tierra, de Arlie H. Hochschild (Capitán Swing, 2018; trad. de Amelia Pérez de Villar).

Ahora tenemos la ocasión de leer también este libro de Nancy Isenberg, una auténtica enciclopedia sobre la historia de las y los trabajadores pobres en Estados Unidos, desde la época colobial británica, pasando por el momento fundacional de la nueva nación americana en el siglo XVII, hasta nuestros días:

"Bienvenidos por tanto a la Norteamérica real. La fecha de 1776 es un falso punto de partida para cualquier análisis de las condiciones que reinaban en el continente. La independencia no borró por arte de magia el sistema de clases británico, y tampoco erradicó las arraigadas creencias sobre la pobreza y la deliberada explotación de la fuerza de trabajo humana. La población desfavorecida, a la que prácticamente todo el mundo consideraba un despojo o una simple 'basura', continuaría siendo material desechable hasta bien entrados los tiempos modernos".

Nancy Isenberg construye así la genealogía de las personas y familias blancas pobres, objeto de desprecio y carne de explotación a lo largo de cuatro siglos, estigmatizadas con el apelativo de white trash, escoria o basura blanca. En los siglos XVII y XVIII se veían obligados a trabajar como esclavos en las colonias americanas (recordemos la película de 1947 Los inconquistables, de Cecil B. DeMille, con Gary Cooper y Paulette Goddard como protagonistas), en los años veinte del siglo XX eran los okies narrados por Steinbeck y retratados por Walker Evans, en los setenta fueron los degenerados habitantes de los Apalaches en la película Deliverance, hoy son las y los nómadas que al volante de sus caravanas recorren Estados Unidos a la búsqueda de un empleo precario, tal como denuncia Jessica Bruder en País nómada (Capitán Swing, 2020; trad. de Mireia Bofill Abelló).

Descartados como anomalías genéticas o morales, la escoria blanca es, en realidad, una clase social que constituye una enmienda a la totalidad al mito meritocrático fundamento del sueño americano, el producto de una estructura social radicalmente injusta. Esto es lo que desvela el importante libro de Nancy Isenberg.

sábado, 10 de abril de 2021

Hijos del carbón

Noemí Sabugal
Hijos del carbón
Alfaguara, 2020

"Me gustaría sentarme también ante esta nada que no lo parece, annte este vestigio de una forma de vida que casi no existe , y dejar que pase el día. [...] Sentarme aquí y que del polvo negro del suelo empiecen a surgir figuras. Que se enrosque el polvo y aparezcan los viejos senderos, los caminos trazados por los pies de los hombres y de las mujeres que trabajaron aquí. Las líneas del carbón, como las líneas de Nazca, sobre las que se paseaban los habitantes del desierto en sus ceremonias".


Nieta de abuelos mineros tanto por parte de madre como de padre, Noemí Sabugal firma un libro que merece ser ampliamente leído. Primero de todo, por su belleza formal: es un libro hermosamente escrito. Por ser memoria imprescindible de un mundo que en tiempos fue tan importante, hoy desmantelado y condenado a un olvido vergonzante. Por los diálogos que establece con autoras y autores como María Sánchez, Sergio del Molino o Julio Llamazares, igualmente sensibles hacia el maltrato histórico sufrido por la sufrida España rural. Por su denuncia del fiasco de los diversos proyectos supuestamente destinados a recuperar económica y socialmente las antiguas zonas mineras. Por su reivindicación del papel de las mujeres en un mundo tan de hombres como el minero, mujeres sufrientes como viudas, como madres llorando a sus hijos muertos, como luchadoras contra el cierre de las minas, pero también como mineras, develadoras del machismo que siempre se ha ocultado tras las banderas de la clase:

"Cuando entré, en el Nicolasa éramos cuatro mujeres y dos mil paisanos. De las cuatro, yo era la más joven. Nos las hicieron pasar putas. Había gente muy buena y también gente muy mala. Malos de verdad. Era peor cuando venía de la gente que menos te lo esperabas. De lo primero que me dijeron fue: cuando te metas en la jaula, ponte con los brazos cruzados y pegada a la pared. Con eso ya te lo digo todo. Pellizcos en el culo, pellizcos en las tetas. Todos los días salíamos llorando. Éramos las primeras y nos nos querían. Y nos lo hacían saber. De las cuatro que entramos, una lo dejó. La volvieron a llamar y la colocaron fuera. No se había ido por el trabajo, fue por el ambiente. Era un ambiente hostil. Después las cosas empezaron a cambiar. Ya éramos más mujeres y entraba gente nueva. Te hacías valer y eras una más. Yo digo que la mina no está hecha para ningún ser humano, pero si está hecha para hombres, está hecha para mí. Habrá trabajos que yo no pueda realizar, pero otros hombres tampoco. Y yo siempre lo hice saber".
 
Un viaje sentimental por las cuencas mineras, un ejercicio de justicia, de reparación simbólica.


Zamaia, Gongeda y Kobatxu

La verdad es que no me canso de caminar por los alrededores de mi pueblo. Por más familiares que me resulten, siempre hay una perspectiva, una luz, un recodo que me sorprenden como si estuviera en un lugar desconocido y hermoso.
 
 Ganekogorta, llegado a Zamaia.
 
 Mina Antón, en Zamaia. Es una pena, pero todos los carteles informativos que el ayuntamiento colocó por estos montes están muy deteriorados. Algunos por efecto lógico de la intemperie, otros por un vandalismo inconcebible.
 
Acercándome al buzón de Zamaia. Al fondo, con la cumbre cubierta por la niebla, el Ganeko.

 Zamaia.
 
Gongeda, desde Zamaia.

Si se quiere disfrutar de una perpectiva un poco más "montañera" (o así me lo parece a mí), recomiendo no encarar de frente la rampa que lleva a la cumbre de Gongeda sino bordearlo hacia la derecha, hasta tener a la vista el embalse de Nocedal, y llegar al buzón siguiendo una bonita cresta.
 

Gongeda.
Desde Gongeda, he ido hasta Kobatxu y desde aquí, otra vez a Alonsotegi.

Panorámica desde Kobatxu.

viernes, 2 de abril de 2021

Orfeo: música y microbiología

Richard Powers
Orfeo
Traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara
Alianza de Novelas, 2020
 
"Las orillas del estanque estaban húmedas y a Els se le embarraron los zapatos. Agarró un palo y se quitó el barro de las suelas. Con cada pasada del palo, salian despedidas millones de especies de bacterias, hongos, protozoos, microalgas, actinomicetos, nematodos y artrópodos micróscópicos, miles de millones de organismos unicelulares que producían decenas de miles de tipos diferentes de proteínas. En ese torrente también había señales químicas, clústeres tonales prodigiosos, festivales de invención ensordecedores para cualquiera que se molestara en prestar atención.
En algún lugar de los miles de millones de pares de bases de esos millones de especies tenía que haber canciones codificadas, secuencias que hablaran de todo lo que le había sucedido a Els. Una música por la que abandonar a una mujer y a una hija. El rondó de una larga amistad echada a perder. Canciones de ermitaño. Canciones de amor y de ambición y de traición y de fracaso y de arrepentimiento. Incluso el himno vespertino de un químico industrial jubilado cuyo único pesar fue vivir lejos de sus nietos".

 
Es este un libro prodigioso, tan complejo como fascinante. Narra la historia de Peter Els, talentoso músico precoz, profesor de composición en una pequeña universidad de Pennsilvania que, tras su jubilación, se vuelca obsesivamente en la tarea de descubrir la musicalidad subyacente a las señales químicas que constituyen la vida, lo que siempre le ha fascinado:

"Para Els, la música y la química eran dos hermanas gemelas separadas al nacer: mezclas y modulaciones, armonías espectrales y espectroscopia armónica. La estructura de los largos polímeros le recordaba a las intrincadas variaciones de Webern. Los disparatados espacios probabilísticos de los orbitales atómicos -halteras, anillos, esferas- parecían las unidades de una notación vanguardista. Las fórmulas de la fisicoquímica se le antojaban composiciones complicadas y divinas".
 
Para ello monta un laboratorio artesanal en su casa: "Biología de andar por casa: la última industria artesanal en auge. Con un ordenador, una tarjeta de crédito y una pizca de paciencia, cualquiera podía crear un ser vivo a su gusto"
 
Pero cuando, por casualidad, un servicio de seguridad del Estado ("Unidad Especial de Seguridad") descubre el laboratorio, todo se complica y se enreda: centrifugadores, bacterias, ADN, reactivos y, por si fuera poco, un manuscrito otomano del siglo XVI que representa un sistema antiguo de notación musical, en escritura árabe, enmarcado en una pared del salón. Sumado a búsquedas en internet sobre el botulismo, el Ébola o el gas sarín ("Tras cincuenta minutos en la red, casi le dieron ganas de arretarse a sí mismo"), en el clima de inseguridad extendido en EEUU tras el 11-S, Els acaba acusado de bioterrorismo. "Una vez más, la amenaza mantenía intacta esa democracia precaria. Tendrían que castigar a Els en proporción al susto que le había dado a la imaginación colectiva".
 
En todo caso, la peripecia de su huída de la persecución policial es solo el contexto sobre el que se desarrolla la verdadera historia de esta novela: la pasión de un ser humano por conocer y conectarse con los elementos fundamentales de la existencia, aunque para ello deba sacrificar lo que convencionalmente llamamos vida (el amor, la progenie, la amistad), víctima de una sociedad aterrorizada que reduce la existencia a mera supervivencia.

Reconozco que su lectura me ha costado mucho más esfuerzo que su anterior El clamor de los bosques. Pero el esfuerzo merece la pena.

domingo, 28 de marzo de 2021

Tienes que mirar

Anna Starovinets
Tienes que mirar
Traducción de Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado
Impedimenta, 2021 

"Una cosa es inventar historias de miedo y otra muy distinta es convertirse en la protagonista de un cuento de terror. Dudé mucho tiempo si merecía la pena escribir este libro. Es demasiado personal. Demasiado real. No es literatura.
Pero lo único que sé hacer es escribir. No tengo ninguna otra habilidad para cambiar el mundo. Este libro no trata solo de mi pérdida personal. Habla de lo inhumano que es en mi país el sistema al que se ve arrojada una mujer obligada a interrumpir su embarazo por razones médicas. Este libro habla de la humanidad y de la falta de humanidad en general.
No se puede recuperar lo perdido. Aquellos que han perdido su apariencia humana no pueden convertirse de nuevo en personas. Pero el sistema se puede corregir y esa es mi esperanza. Por eso indico los nombres reales de personas e instituciones. Por eso escribo la verdad.
Es posible que mis esperanzas no se hagan realidad. Que quienes toman decisiones y lubrican los engranajes de este sistema nunca abran este libro. Que algunos de aquellos cuyos nombres he mencionado no sientan más que ira. Así sea.
Pero si este libro ayuda a alguien con su dolor, significará que no fue escrito en vano.
Y que, al menos, algún sentido tuvo lo que nos pasó"
.

 
Este libro nos permite acompañar a Anna y a su marido, Sasha, en su particular viaje al corazón de las tinieblas. Las tinieblas de una maternidad truncada por el anuncio de una enfermedad renal poliquística fetal irreversible y mortal. Las tinieblas de unas instituciones sanitarias estructuralmente inhumanas, en las que la paciente se ve reducida a un objeto observado, manoseado, estudiado, diagnosticado, sin la más mínima muestra de comprensión y empatía ("Las cualidades morales del especialista son solo problema suyo y de su familia. Ahora bien, la ausencia de normas de comportamiento obligatorias en las instituciones médicas supone un problema del sistema"). Las tinieblas de una cultura que culpabiliza a la mujer que aborta, incluso en situaciones tan extremas, que por ello no la ahorra ningún sufrimiento, ni físico ni moral ("Si se ha ido al hospital a matar a un niño neonato, su obligación es sufrir. Tanto física como moralmente"). Las tinieblas de parir un ser condenado a la muerte, de acertar o no en la mejor manera de hacer el duelo ("Y tú... ¿piensas mirarlo?"), de recomponer la existencia.
 
Un viaje personal, pero de alcance universal. Se trata de un libro que denuncia, como decía la autora en una entrevista, el "intento de gobernar sobre el cuerpo de la mujer". Intento que en Rusia se expresa de formas tan descarnadas como las que se recogen en esta historia, pero que es evidente en todos los países, en todas las sociedades.

Comentando el libro con una amiga médica, me decía que reconocía en nuestro entorno algunas de las experiencias narradas por Anna Starovinets; como esa en la que, en la primera revisión ginecológica en la que certifican la enfermedad del embrión, el doctor hace pasar a quince estudiantes para que se familiaricen con el diagnóstico de una enfermedad tan rara, sin informar ni pedir permiso a la paciente:

"Observen qué cuadro más típico -dice el profesor Demídov-. Aquí están los quistes. [...] Con esta clase de malformaciones los niños no sobreviven...
No sobreviven. No sobreviven. No sobreviven.
El profesor Demídov no se dirige a mí, sino a los estudiantes. En mí ya no repara. Ya no existo. 
[...] Estoy tumbada sin bragas, me ruedan lágrimas por las mejillas, niños así no sobreviven [...]".

Una lectura dura, pero muy necesaria.