1) Que la ideología está bien a la hora de orientar la investigación social (en la fase de descubrimiento puede contribuir a formular interesantes preguntas e hipótesis de investigación); 2) que esta debe, en el contexto de justificación, bajar al terreno y prestar atención cercana a los procesos sociales complejos, que muchas veces no se dejan atrapar por la ideología; y 3) que la ciencia social debe animar a la ciudadanía a militar en la defensa de sociedades lo más abiertas y decentes posibles (con lo que la ideología vuelve a ser importante).
[1] La editorial Traficantes de Sueños ha recogido en un sólo volumen, titulado Estados Unidos: Homeland, diversos artículos en los que firmas habituales de la revista New Left Review analizan distintos aspectos de la estructura social estadounidense.
De entre estos artículos, quiero referirme ahora al de Perry Anderson, titulado precisamente "Homeland", publicado originalmente en el número 81 de la NLR, en 2013. El artículo nos ofrece un interesantísimo análisis de la evolución del escenario político-electoral de Estados Unidos desde los años 30, atendiendo a los factores subyacentes (régimen de acumulación, cambios en la sociología del electorado, cambios en el sistema de valores) que explican sus distintos momentos. Sin embargo, falla a la hora de proyectar a futuro ese mismo análisis.
Así, analizando estos factores subyacentes a partir de los 90, Anderson afirma que "la crisis financiera, los cambios demográficos, la transformación sociocultural: en las postrimerías de la presidencia de George W. Bush todo favorecía a los demócratas". En su opinión, la victoria de Bill Clinton en 1992 se corresponde con "un paulatino cambio histórico en la sociología del electorado desde la década de 1990 y que desde hacía tiempo se había predicho que acabaría alterando el equilibrio entre los dos partidos". Desarrollando este argumento, Anderson señala lo siguiente:
"Los ultraconservadores y ultrapatriotas conquistados por Nixon y Reagan se habían reducido: entre 1980 y 2010 la proporción de blancos sin enseñanza superior disminuyó del 70 al 40 por 100. La proporción del electorado no blanco –negros, mestizos y amarillos– se había duplicado desde la victoria de Clinton en 1992, pasando del 13 al 26 por 100. Desde entonces ningún republicano ha obtenido la mayoría en el segmento de mayor crecimiento, el de los hispanos. Y lo más importante, las mujeres que votan, cuya proporción ya había comenzado a ser mayor que la de los varones en la década de 1980, a partir de la de 1990 no solo lo ha votado mayoritaria e invariablemente por los demócratas, sino que su participación crece desproporcionadamente. En 2008 votaron alrededor de 10 millones más de mujeres que hombres. A esos dividendos demográficos se han ido añadiendo los efectos gradualmente acumulativos de la desregulación cultural, a medida que descendía la tasa de matrimonios y la proporción de creyentes confesos. En la década de 1950, más del 90 por 100 de los votantes estadounidenses menores de treinta años estaban casados; hoy día sólo lo está menos del 30 por 100. Las parejas casadas constituyen ahora solo el 45 por 100 de los hogares, aquellos con niños representan tan solo el 20 por 100. Más de una cuarta parte de la población ya no se considera a sí misma cristiana. Esa relajación del corsé cultural –compatible, por supuesto, con el conformismo o el beneplácito hacia los mercados– ha ido más lejos en los dos grupos históricamente más afectados por la domesticación de la contracultura, la juventud y los profesionales ricos, que ahora son depósitos privilegiados de votos demócratas, y ha afectado de forma decisiva al Cinturón del Sol: California, el estado más poblado del país, se hizo mayoritariamente demócrata a mediados de la década de 1990, del mismo modo que el sur se hizo mayoritariamente republicano. El efecto neto de esos cambios ha sido sustituir lo que en otro tiempo se podía entender como política de clase por lo que parece ahora más próximo a la política identitaria como base de la formación de coaliciones y de la movilización electoral. En ese proceso los condicionantes tradicionales relativos a los ingresos han ido perdiendo importancia o convirtiéndose en su opuesto".
Es verdad que "el azar de una mala conducta sexual hizo volver a los republicanos por una ventaja infinitesimal", y que el caso Lewinsky sirvió como "emblema chabacano" que catalizó una reacción vehemente de las "tropas de choque de la movilización electoral republicana", autoconstituidas en "mayoría moral". Pero esta base republicana "embriagada" -afirma Anderson- ha chocado siempre con "su alto mando, sólidamente anclado en los grandes negocios desde la Reconstrucción", que siempre permaneció más sobrio:
"En una pauta iniciada en la década de 1950, los estallidos de extravagancia desde abajo fueron contrarrestados por los más realistas desde arriba, chocando una oleada tras otra contra la raison de parti en la competencia electoral. Joe McCarthy fue censurado formalmente por el Comité Watkins; la John Birch Society y su fundador Robert W. Welch fueron marginados por The National Review de W. F. Buckley; Goldwater fue aplastado en las urnas; hasta Reagan acabó desilusionando a los puristas; Gingrich se desinfló; Robertson implosionó. Es poco probable que el último de esos avatares, el Tea Party, vaya a perdurar".
De ahí su conclusión: "los demócratas tienen todas las bazas". ¿Por qué? Porque los factores subyacentes juegan a su favor:
"Las proyecciones demográficas les favorecen, al hacerse cada vez mayor en el electorado la proporción de la generación Y, (esto es aquellos nacidos entre 1980 y 2000), y de los hispanos, mientras que la de los blancos declina. La ventaja ideológica se ha desplazado también en su dirección y probablemente aumentará, en la medida en que la raza y la religión se convierten en lastres, más que en ventajas en la construcción de una mayoría electoral; además, el país ya no parece correr tantos peligros en el exterior. Tras la inesperada victoria de Bush en 2000, la Guerra contra el Terror ofreció el suplemento de un nacionalismo hiperbólico para la consolidación republicana en el poder en 2004; pero al desinflarse la batalla contra el terrorismo, como antes contra el comunismo, la administración del imperio ya no requiere un ambiente de emergencia nacional. Del mismo modo que en la década de 1990, el bastón de mando estratégico pudo pasar sin ningún incidente a Clinton, reajustando socialmente la fórmula para el dominio neoliberal, hoy día Obama puede dar un giro cultural sin temor a ser vencido en una puja de seguridad imperial, dejando la versión republicana reducida al tema menor de la impuestofobia".
[2] Pero, ¡ay!, en estas irrumpió Trump, que ha vuelto a embriagar a las tropas de choque republicanas, ha reactivado al Tea Party, ha puesto de rodillas al alto mando del partido, ha reactivado la religión y la raza como fundamentales ejes políticos, ha revivido a los blancos poco educados ultrapatriotas y ultraconservadores y ha elevado el umbral colectivo de miedo hasta el DEFCON 3, recuperando un discurso abiertamente militarista.
La lectura del libro de la socióloga Arlie Russell Hochschild Strangers in Their Own Land ("Extranjeros en su propio país") nos permite aproximarnos a la vida y la visión del mundo de las personas que han hecho posible la sorprendente victoria de tan peligroso demagogo. Durante cinco años, Hochschild ha compartido conversaciones, fiestas, actos políticos, celebraciones religiosas, con
buscando entender sus emociones y sentimientos más profundos (deep story), con el fin de poder imaginarse a sí misma (una mujer educada, progresita y urbanita) en los zapatos (into their shoes) de esas personas tan distintas de ella misma. Para ello se trasladó a Lousiana, uno de los estados más pobres, contaminados y subsidiados de Estados Unidos, para convivir con fervorosos militantes del Tea Party.
Allí se enfrentó a la Gran Paradoja (Great Paradox) que supone encontrarse con personas que luchan por preservar los recursos productivos y ecológicos de sus ciudades y pueblos, amenazados por las grandes empresas petroleras y alimentarias, pero que en lugar de confiar en la intervención reguladora del gobierno ponen todas sus esperanzas en el mercado libre: "Small farmers voting with Monsanto? Corner drugstore owners voting with Walmart? The local book-store owner voting with Amazon?". Así de paradójico: pequeños granjeros votando lo mismo que la multinacional de las semillas transgénicas Monsanto, pequeños comerciantes de proximidad votando lo mismo que la mastodóntica y agresiva corporación Walmart, libreros locales votando lo mismo que Amazon.
Hochschild considera que esta paradoja es posible porque las y los militantes del Tea Party sitúan su auto-interés emocional (emotional self-interest) por encima de su interés económico. "Me di cuenta -escribe Hochschild- de que el Tea Party no era tanto una agrupación política como una cultura, una manera de ver y de sentir acerca de un lugar y su gente".
He reflexionado sobre cuestiones parecidas en un artículo titulado "Desamparo, populismo y xenofobia". Habrá que seguir reflexionando sobre estas cuestiones, pero pisando suelo y sin que la ideología ciegue nuestros ojos analíticos.
[3] Lo cual no es óbice para que, tras el análisis, recuperemos la dimensión ideológica, normativa. Es lo que hace el historiador Timothy Snyder en su libro Sobre la tiranía: veinte lecciones que aprender del siglo XX.
Que un reputado historiador, especialista en los movimientos totalitarios característicos de la primera mitad del siglo XX, recurra a su disciplina y a sus conocimientos para advertir a sus compatriotas estadounidenses contra la deriva tiránica que el Trumpismo puede significar, y que los aliente a resistirse a la misma, resulta tan alarmante (la cosa es seria) como admirable (precisamente porque la cosa es seria, la tentación de los académicos es refugiarnos en nuestros despachos).
Estas son las veinte lecciones que Snyder nos propone, a cada una de las cuales dedica un breve capítulo:
1. No obedezcas por anticipado.
2. Defiende las instituciones.
3. Cuidado con el Estado de partido único.
4. Asume tu responsabilidad por el aspecto del mundo.
5. Recuerda la ética profesional.
6. Desconfía de las fuerzas paramilitares.
7. Sé reflexivo, si tienes que ir armado.
8. Desmárcate del resto.
9. Trata bien nuestra lengua.
10. Cree en la verdad.
11. Investiga.
12. Mira a los ojos y habla de las cosas cotidianas.
13. Practica una política corporal.
14. Consolida una vida privada.
15. Contribuye a las buenas causas.
16. Aprende de tus conocidos de otros países.
17. Presta atención a las palabras peligrosas.
18. Mantén la calma cuando ocurra lo impensable.
19. Sé patriota.
20. Sé todo lo valiente que puedas.
Esperemos que no haga falta, pero por si acaso...
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