En el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, dos lecturas muy recomendables.
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Por qué no hablo con blancos sobre racismo
Traducción de Ana Camallonga
Península, 2021
"He dejado de hablar con blancos sobre racismo. No con todos ellos, pero sí con la amplia mayoría que rechaza aceptar la legitimidad del racismo estructural y sus síntomas. No puedo seguir enfrentándome al abismo de la desconexión emocional que las personas blancas exiben cuando una persona de color articula su experiencia. Su mirada se apaga y se endurece. Es como si alguien echara melaza en sus oídos y bloqueara sus canales auditivos. Es como si ya no pudieran oírnos".
Como señala la autora, si el racismo se agotara en las palabras y acciones del extremismo blanco, la lucha antirracista sería muy sencilla. Bastaría con prohibir los discursos inflamadamente racistas, con castigar electoralmente a los partidos xenofovox o con combatirlos en la calle.
Pero el racismo es estructural, "está imbricado en el tejido de nuestro mundo", existe y persiste por y para mantener el "privilegio blanco", que la autora define acertadamente como "la ausencia de las consecuencias negativas del racismo": no sufrir discriminación por tu raza, no sufrir miradas dascalificatorias, no ser objeto de sospecha, no sentir la preocupación por estar fuera de lugar, no tener miedo de caminar por determinados lugares... Este racismo estructural "no solo priva de poder a sus víctimas sino que empodera a los que no lo son", de manera que "brinda mejores oportunidades en la vida a las personas blancas".
Por cierto: exactamente lo mismo ocurre con el privilegio masculino, por eso el machismo es igualmente estructural.
No es cómodo reconocernos como beneficiarios de ese privilegio blanco, como no lo es hacerlo del privilegio masculino. De ahí la resistencia creciente en la izquierda frente a la afirmación militante de la diversidad, concebida como "trampa" para la acción colectiva, como si fuera necesario sacrificar la crítica y deconstrucción del "otro generalizado" (Seyla Benhabib), con su universalismo abstracto y en última instancia falso, en favor de una acumulación de fuerzas que, finalmente, solo serviría para reforzar los privilegios blanco y machista.
Reni Eddo-Lodge ha escrito un libro incómodo, pero necesario. Siendo blanco no basta con no ser activamente racista, ni siquiera con querer ser activamente antirracista. El problema es el privilegio y combatirlo, combatirnos, es bastante más difícil que derrotar a la derecha extrema.
"La ceguera ante la raza no ayuda a deconstruir las estructuras racistas ni a mejorar sustancialmente las condiciones de vida de las personas de color. Para desmantelar estructuras injustas y racistas es necesario que veamos la raza. Es necesario que veamos quién se beneficia de su raza, quién se ve perjudicado de un modo desproporcionado por los estereotoipos negativos asociados a su raza y a quién se concede todo el poder y el privilegio -ganados a pulso o no- gracias a su raza, su clase o su género. Ver la raza es esencial para cambiar el sistema".
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Esta tierra es nuestra tierra
Traducción de Aurora Echevarría
Penguin Random House, 2021
"Un día, allá en la década de 1980, mi abuelo materno estaba sentado en un parque de las afueras de Londres, y un anciano británico se acercó a él y le agitó un dedo en la cara.
- ¿Qué hacéis aquí? -le preguntó-. ¿Por qué estáis en mi país?
- Porque somos los acreedores -respondió mi abuelo, que había nacido en la India y, después de haber trabajado toda su vida en la Kenia colonial, vivía jubilado en Londres-. Os llevasteis toda nuestra riqueza, nuestros diamantes. Hemos venido a recuperarlos.
Estamos aquí porque vosotros estuvisteis allí, le estaba diciendo mi abuelo".
Suketu Mehta, que ya ha aparecido por aquí en otra ocasión, firma un libro que, como él mismo dice, "está escrito con pena y rabia, así como con esperanza".
Pena por las historias que ha recogido en el muro entre Estados Unidos y México, en Nueva York, Abu Dabi, Tánger y Tarifa. Porque "allí donde hay inmigrantes, hay historias; y debido a su desplazamiento, tienen la necesidad de recordar".
Rabia por el colonialismo viejo y nuevo con el que Occidente ha debilitado o destruido las estructuras culturales, sociales, económicas y políticas de las regiones del mundo de donde proceden las personas migrantes:
"Cuando los migrantes se desplazan, no es por capricho o porque odien su tierra natal, o para saquear los países a los que acuden, ni siquiera (lo más frecuente) para hacer fortuna. Se desplazan -como bien sabía mi abuelo- porque los gravámenes acumulados de la historia han convertido su tierra natal en un lugar menos habitable. Están aquí porque vosotros estuvisteis allí".
Rabia, también, por el ascenso del populismo xenófobo ("Occidente está siendo destruido no por los migrantes, sino por el miedo a los migrantes"), con sus mentiras, sus odios, sus miedos.
Y esperanza, que se desprende de las historias de acogida y de éxito que recoge en la última parte del libro, entre estas la suya y la de su propia familia:
"Estoy aquí, escribiendo este libro, cmo consecuencia de una inmigración en cadena. Primero vino mi tío Anilmasa, que salió de un pequeño pueblo de Gujarat para estudiar en la Universidad Estatal de Kent, en Ohio, y formarse como ingeniero. Luego vinieron su mujer, su hermano, su madre y los hermanos de su mujer. Estoy en Estados Unidos gracias a una 'reunificación familiar', o lo que Trump llama 'migración en cadena'".
Mehta ha titulado su libro como la icónica canción del gran Woody Guthrie, This Land is Your Land, una de cuyas versiones termina con esta estrofa:
Ningún ser viviente podrá detenerme
mientras voy caminando por este camino de la libertad;
ningún ser viviente me hará volver atrás,
esta tierra fue creada para vosotros y para mí.
Toda una declaración de intenciones.
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