Recupero algunas lecturas realizadas hace semanas, que por su diversidad pueden ser de interés para bastantes de las personas que acostumbran acercarse a este blog. Todas son ensayos o trabajos de investigación. De las novelas nos ocuparemos próximamente.
Empezamos con el libro Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia (Taurus, Barcelona 2017), del arqueólogo belga David van Reybrouck. Arqueólogo, sí. Y para salvar la democracia de los muchos males que la aquejan (crisis de legitimidad de los responsables políticos, volatilidad electoral, debilitamiento de la capacidad de actuación de las instituciones, etc.), derivados según el autor de su reducción a simple mecanismo de elección periódica de representantes, mira al pasado, concretamente a un sistema como el que se empleaba en la antigua Atenas o en ciudades Estado como Florencia: el sufragio por sorteo, o "demarquía". Aunque, en realidad, su propuesta no es antirrepresentativa, sino "birrepresentativa":
"Hoy en día debemos encaminarnos hacia un modelo birrepresentativo, es decir, una representación popular obtenida tanto por elección como por sorteo. A fin de cuentas ambos sistemas tienen sus cualidades: la experiencia práctica de los políticos profesionales y la libertad de los ciudadanos que no dependen de la reelección. De este modo, el modelo electoral y el aleatorio van de la mano".
El libro esté escrito con un tono ágil, el autor transmite convencimiento y hasta impulsa una iniciativa, denominada G1000, construida en torno a la idea de las "cumbres ciudadanas" como herramienta esencial para redemocratizar la política. Es verdad que el libro peca en ocasiones de simplista: recomiendo leer la atinada reseña crítica de José María Ruiz Soroa publicada en el último número de Revista de Libros. Su crítica de la democracia electoral como mecanismo para salvaguardar a las élites políticas del control popular -fundado sobre el dictum de Montesquieu: "El sufragio por sorteo es propio de la naturaleza de la democracia; el sufragio por elección, de la aristocracia"- será muy aplaudida en estos tiempos de anti-castismo.
Empezamos con el libro Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia (Taurus, Barcelona 2017), del arqueólogo belga David van Reybrouck. Arqueólogo, sí. Y para salvar la democracia de los muchos males que la aquejan (crisis de legitimidad de los responsables políticos, volatilidad electoral, debilitamiento de la capacidad de actuación de las instituciones, etc.), derivados según el autor de su reducción a simple mecanismo de elección periódica de representantes, mira al pasado, concretamente a un sistema como el que se empleaba en la antigua Atenas o en ciudades Estado como Florencia: el sufragio por sorteo, o "demarquía". Aunque, en realidad, su propuesta no es antirrepresentativa, sino "birrepresentativa":
"Hoy en día debemos encaminarnos hacia un modelo birrepresentativo, es decir, una representación popular obtenida tanto por elección como por sorteo. A fin de cuentas ambos sistemas tienen sus cualidades: la experiencia práctica de los políticos profesionales y la libertad de los ciudadanos que no dependen de la reelección. De este modo, el modelo electoral y el aleatorio van de la mano".
El libro esté escrito con un tono ágil, el autor transmite convencimiento y hasta impulsa una iniciativa, denominada G1000, construida en torno a la idea de las "cumbres ciudadanas" como herramienta esencial para redemocratizar la política. Es verdad que el libro peca en ocasiones de simplista: recomiendo leer la atinada reseña crítica de José María Ruiz Soroa publicada en el último número de Revista de Libros. Su crítica de la democracia electoral como mecanismo para salvaguardar a las élites políticas del control popular -fundado sobre el dictum de Montesquieu: "El sufragio por sorteo es propio de la naturaleza de la democracia; el sufragio por elección, de la aristocracia"- será muy aplaudida en estos tiempos de anti-castismo.
Pero más que por sus aciertos y errores desde la perspectiva de la filosofía política, considero que la propuesta de van Reybrouck nos anima a pensar en una democracia que se libere de la tiranía del pensamiento rápido y de la decisión supuestamente definitoria y definitiva, para incorporar lógicas, procedimientos e instituciones que hagan posible la deliberación sosegada y la construcción de propuestas políticas tan complejas, al menos, como las problemáticas a las que deben responder.
Ya desde los trabajos pioneros de la Escuela de Chicago -con sus investigaciones sobre el gueto, los trabajadores nómadas o hobos, los migrantes, las tensiones raciales, la delincuencia juvenil o sobre la vida urbana, en general- en la sociología norteamericana cabe reconocer un estilo muy característico de hacer investigación social: una investigación aplicada, narrativa, que responde a problemas sociales cotidianos y perfectamente observables, con un fuerte sentido normativo y una finalidad práctica.
En esta corriente se incardina el libro de Matthew Desmond Desahuciadas. Pobreza y lucro en la ciudad del siglo XXI (Capitán Swing, Madrid 2017), un estudio de caso de ocho familias empobrecidas afectadas por procesos de desahucio en la ciudad de Milwaukee. Y siguiendo sus vidas, casi siempre trágicas pero también, a ratos, llenas de arrojo y solidaridad, el autor va analizando las políticas públicas que desde los años Ochenta fueron preparando la "cruzada contra la asistencia social" que hoy caracteriza la cultura política de Estados Unidos. Y aquí hay mucho que aprender desde esta Europa (y esta Euskadi) que en ciertas cosas parece tener la tentación de americanizarse, con los discursos sobre el efecto desincentivador de las ayudas sociales y la deriva creciente hacia la activación.
También se esfuerza por vincular la existencia de estas familias pobres con las vidas de los ricos y de las clases medias, pues lo que en el ámbito de la vivienda ha beneficiado a estos, ha perjudicado a los primeros. Dos ejemplos de su reflexión, en este sentido:
"A lo largo de los años, los legisladores de ambos lados del espectro político han reducido la ayuda para vivienda a los pobres y la han incrementado en el caso de los ricos en forma de reducciones fiscales a la compra de vivienda. Hoy en día, el desembolso fiscal para la compra de vivienda supera ampliamente el dedicado a la asistencia para vivienda".
"Si reconocemos que la vivienda es un derecho básico, entonces debemos valorar de otro modo otro derecho: el derecho a lucrarse cuanto sea posible ofreciendo alojamiento a las familias (y especialmente la obtención de beneficios excesivos de los menos afortunados). [...] Explotación. Aquí tenemos una palabra que ha sido eliminada del debate de la pobreza. Es un término que nos habla del hecho de que la pobreza no es solo un producto de los bajos ingresos. Es también un producto de los mercados extractivos".
Sin embargo, lo que se presenta como un libro desmitificador, en realidad se lee casi como un publirreportaje. Alejadas de la perfección, claro que sí, pero bastante atractivas: así son esas gentes y esas sociedades escandinavas. De ahí la conclusión a la que llega Booth:
"En estos momentos, Occidente busca una alternativa al capitalismo desenfrenado que ha asolado nuestras economías, un sistema que quizá evite los extremos del socialismo soviético y el neoliberalismo no regulado estadounidense. En realidad, en lo que a mí respecta, sólo hay un lugar donde fijar la mirada en busca de un modelo ejemplar desde una perspectiva tanto social como económica, y no es Brasil, Rusia ni China. La respuesta la tienen los países escandinavos. Incluso la pequeña Islandia se está recuperando con un crecimiento más alto que el de la mayoría de Europa. Aquí arriba, incluso cuando se equivocan, enseguida descubren cómo enderezar la situación sin que se produzca ningún derramamiento de sangre".
Dan ganas de hacerse islandés.
Triplete de Capitán Swing, una editorial que se ha convertido en pocos años en una referencia esencial para quienes nos movemos en el campo de las ciencias sociales. Se trata de Tribu. Sobre vuelta a casa y pertenencia (Capitán Swing, Madrid 2016), de Sebastian Junger, escritor -es autor de la novela La tormenta perfecta, que inspiró la película del mismo título- y periodista en zonas de conflicto -impresionante su anterior libro, Guerra-.
"¿Cómo te conviertes en adulto en una sociedad que no requiere sacrificios? ¿Cómo te haces un hombre en un mundo que no exige valor?", se pregunta Junger al comienzo del libro. Preguntas incómodas, turbadoras, ambiguas, que estructuran toda su reflexión.
Buscando responder a las mismas el libro nos acerca a la expansión americana hacia el Oeste y al choque de civilizaciones con las sociedades indias, cuya forma de vida atrajo a numerosos occidentales:
"Algo dice de la naturaleza humana que un sorprendente número de estadounidenses -en su mayoría hombres- acabara uniéndose a la sociedad india en vez de permanecer en la suya propia. Emulaban a los indios, se casaban con ellos, eran adoptados por ellos, y en ocasiones hasta luchaban a su lado. Lo contrario casi nunca ocurrió: los indios casi nunca escapaban para unirse a la sociedad blanca. La emigración siempre pareció ir de lo civilizado a lo tribal, lo que desconcertó a los pensadores occidentales a la hora de explicar semejante rechazo aparente de su sociedad. [...] De entre todas las tentaciones de la vida nativa, una de las más convincentes pudo haber sido su fundamental igualitarismo".
También analiza lo que ocurre en situaciones de combate, o de catástrofe natural, siempre desde el planteamiento de que tales situaciones tienen el potencial de retrotraernos a un momento "tribal", en el que el compromiso colectivo y la identificación de un bien común se vuelven imprescindibles para la supervivencia.
También analiza lo que ocurre en situaciones de combate, o de catástrofe natural, siempre desde el planteamiento de que tales situaciones tienen el potencial de retrotraernos a un momento "tribal", en el que el compromiso colectivo y la identificación de un bien común se vuelven imprescindibles para la supervivencia.
A partir de ahí, Junger aborda el debilitamiento de las relaciones de comunidad, la disminución de los contactos físicos, la disminución de los vínculos, y sus consecuencias, algunas de las cuales resultan de evidente actualidad:
"Los cazadores de subsistencia no son necesariamente más éticos que otra gente; simplemente no pueden mantener comportamientos egoístas porque viven en grupos pequeños donde caso todo está expuesto al escrutinio. Por otro lado, la sociedad moderna es un desorden descontrolado y anónimo donde la gente puede llegar a niveles increíbles de deshonestidad y salirse con la suya sin ser atrapados. Lo que los pueblos tribales considerarían una profunda traición del grupo, la sociedad moderna simplemente lo tilda de fraude. Es de suponer que los cazadores-recolectores tratarían a su versión de banquero deshonesto o estafador de prestaciones sociales con la misma contundencia que a un cobarde. Puede que no le mataran, pero ciertamente se le proscribiría de la comunidad. El hecho de que un grupo de personas pueda costarle a la sociedad estadounidense pérdidas por valor de varios billones de dólares -aproximadamente una cuarta parte del PIB anual- y no sea juzgado por delitos graves demuestra lo completamente des-tribalizado que está el país".
"La belleza y la tragedia del mundo moderno es que elimina muchas situaciones que exigen que la gente demuestre un compromiso con el bien colectivo", lamenta Junger. No dice apenas nada sobre las muchas sombras que la comunidad, la pertenencia y la tribu traen también consigo. Pero, sin olvidar nada de esto, no esta mal recordarnos también lo que hemos perdido al ganar en autonomía individual.
Cambiamos de editorial y de temática. En La España de las ciudades. El Estado frente a la ciudad urbana (Economía Digital, Barcelona 2017), José María Martí Font nos ofrece un fresco actualizado de la realidad urbana y sus dinámicas disruptivas, que en tantos aspectos superan los límites que acogotan la actuación de los gobiernos estatales y autonómicos:
"Las grandes aglomeraciones urbanas desbordan permanentemente las estructuras de poder jerárquico de las administraciones centrales. Dotarlas de personalidad política e institucional, otorgarles verdaderos mecanismos de autogobierno, concederles capacidad de gestión y autonomía, supondría renunciar a controlarlas".
No se trata sólo, aunque también, de ese "nuevo municipalismo" que en las elecciones locales de 2015 se hizo con las alcaldías de Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, A Coruña, Santiago y Cádiz, de las que el autor escribe: "Esta entrada de energía, de aire fresco, está provocando que se hagan políticas que nunca se habían hecho, como las de vivienda [...]. También que se revisen procesos que parecían intocables como el de las privatizaciones de los servicios públicos". El libro no se centra en esas ciudades y sus nuevos gobiernos municipales, sino que se aproxima también a otras, como Vigo, Málaga o, con menos detenimiento, Sevilla, Bilbao o Las Palmas, para imaginar las posibilidades de "otro país posible, una Iberia urbana", fundado sobre el autogobierno de las ciudades.
"Si los alcaldes gobernaran el mundo...", reflexiona Benjamin Barber.
No abandonamos la ciudad. Suketu Mehta escribe La vida secreta de las ciudades (Penguin Random House, Barcelona 2017) distinguiendo entre la "ciudad estadística" y la "ciudad impresionista", para invitarnos a acompañarle en un sugerente viaje por esta segunda. El libro es un canto irrestricto al espíritu urbano y las dinámicas sociales, culturales, económicas y políticas -"Las revoluciones de Oriente Próximo se han producido en ciudades, no en pueblos"- que surgen en todas las ciudades del mundo. Dinamismos que explicarían el hecho de que "por primera vez en la historia, viven más seres humanos en las ciudades que en los pueblos. Nos hemos convertido en una especie urbana. En 1900, el 10 por ciento vivíamos en ciudades; en 2010, el 53 por ciento y, para 2050, cuando seamos nueve mil millones de personas en el planeta, el 75 por ciento habitaremos en ciudades".
"La belleza y la tragedia del mundo moderno es que elimina muchas situaciones que exigen que la gente demuestre un compromiso con el bien colectivo", lamenta Junger. No dice apenas nada sobre las muchas sombras que la comunidad, la pertenencia y la tribu traen también consigo. Pero, sin olvidar nada de esto, no esta mal recordarnos también lo que hemos perdido al ganar en autonomía individual.
Cambiamos de editorial y de temática. En La España de las ciudades. El Estado frente a la ciudad urbana (Economía Digital, Barcelona 2017), José María Martí Font nos ofrece un fresco actualizado de la realidad urbana y sus dinámicas disruptivas, que en tantos aspectos superan los límites que acogotan la actuación de los gobiernos estatales y autonómicos:
"Las grandes aglomeraciones urbanas desbordan permanentemente las estructuras de poder jerárquico de las administraciones centrales. Dotarlas de personalidad política e institucional, otorgarles verdaderos mecanismos de autogobierno, concederles capacidad de gestión y autonomía, supondría renunciar a controlarlas".
No se trata sólo, aunque también, de ese "nuevo municipalismo" que en las elecciones locales de 2015 se hizo con las alcaldías de Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, A Coruña, Santiago y Cádiz, de las que el autor escribe: "Esta entrada de energía, de aire fresco, está provocando que se hagan políticas que nunca se habían hecho, como las de vivienda [...]. También que se revisen procesos que parecían intocables como el de las privatizaciones de los servicios públicos". El libro no se centra en esas ciudades y sus nuevos gobiernos municipales, sino que se aproxima también a otras, como Vigo, Málaga o, con menos detenimiento, Sevilla, Bilbao o Las Palmas, para imaginar las posibilidades de "otro país posible, una Iberia urbana", fundado sobre el autogobierno de las ciudades.
"Si los alcaldes gobernaran el mundo...", reflexiona Benjamin Barber.
No abandonamos la ciudad. Suketu Mehta escribe La vida secreta de las ciudades (Penguin Random House, Barcelona 2017) distinguiendo entre la "ciudad estadística" y la "ciudad impresionista", para invitarnos a acompañarle en un sugerente viaje por esta segunda. El libro es un canto irrestricto al espíritu urbano y las dinámicas sociales, culturales, económicas y políticas -"Las revoluciones de Oriente Próximo se han producido en ciudades, no en pueblos"- que surgen en todas las ciudades del mundo. Dinamismos que explicarían el hecho de que "por primera vez en la historia, viven más seres humanos en las ciudades que en los pueblos. Nos hemos convertido en una especie urbana. En 1900, el 10 por ciento vivíamos en ciudades; en 2010, el 53 por ciento y, para 2050, cuando seamos nueve mil millones de personas en el planeta, el 75 por ciento habitaremos en ciudades".
Por eso, porque "nada atrae más que el éxito", Suketu Mehta sostiene que "en todo el mundo los aldeanos olvidan a Gandhi y se mudan a grandes ciudades", de manera que "hemos dado la espalda a Thoreau, Tolstói y Gandhi. Si tenemos opción, preferimos edificios, multitudes y calles pavimentadas a espacios abiertos, soledad y árboles; a menudo, por el mero hecho de que son grandes". No es preciso que aclare lo que personalmente, thoreauniano confeso, me duele esta afirmación. Pero es verdad que los datos son los datos, y que la urbanización acelerada del mundo es un hecho. Otra cosa es que los procesos que lo explican se sustenten, exclusiva o principalmente, en razones de elección libre. En mi opinión, junto a muchas, muchísimas, salidas del mundo rural elegidas, hay también muchas expulsiones, muchas personas que simplemente se encuentran con que la vida que desearían llevar se vuelve imposible.
Mehta capta y transmite perfectamente las complejidades de la atractividad urbana: "El atractivo de la ciudad es el tiempo flexible. Comes cuando quieres. Sales a bailar cuando te apetece. Puedes trabajar después de la puesta de sol y dormir en época de cosecha. Ni el sol, ni la luna ni Dios pueden decirte cuándo comer, dormir o trabajar. En algún lugar de la gran ciudad alguien tiene una tienda abierta que te venderá lo que deseas en este preciso instante". Una flexibilidad que, en sus procesos más profundos, significa libertad: "Este es un lugar donde tu casta no importa, donde una mujer puede comer sola en un restaurante sin que la acosen y donde puedes intentar casarte con la persona de tu elección. […] En todas las ciudades del mundo se produce un derrocamiento masivo de tabúes. Una elección masiva". Pero también supone un alarmante aumento de las incertidumbres, las vulnerabilidades y la precariedad existencial:
"Conocí a una niñera india sin papeles de Nueva York que llevaba una década sin ver a sus hijos. Los había dejado a cargo de los suegros mientras su marido y ella se deslomaban en Nueva York para mandarles dinero, con la esperanza de legalizar algún día su situación y traérselos. Hablaba con ellos todos los domingos. Un día alguien le enseñó las fotos de una boda en su pueblo de la India: «¿Quién es esta?», preguntó, señalando a una adolescente. La persona que le mostraba las fotos la miró con sorpresa. «Es tu hija.» La niñera rompió a llorar".
Un libro breve, más narrativo que analítico, pero lleno de reflexiones sugerentes.
Sherry Turckle, psicóloga del Massachusetts Institute of Tecnology (MIT), lleva toda su vida profesional dedicada a estudiar los efectos que la interacción con internet, las redes sociales y el entorno digital tienen sobre nuestra vidas. En los Ochenta y Noventa publicó dos libros de referencia, The Second Self: Computers and the Human Spirit (1984), y Life on the Screen: Identity in the Age of the Internet (1995; hay edición en castellano en Paidós, 1997), en los que hacía una lectura esencialmente positiva de las posibilidades que estas tecnologías ofrecen para "doblar" nuestras vidas, para vivir plenamente en dos mundos, el online y el offline, el virtual y el real. En 2012 empieza a revisar esta posición en su libro Alone Together. Why We Expect More from Technology and Less from Each Other (puede escucharse al respecto en castellano su conferencia TED), revisión crítica que ahora profundiza en el libro En defensa de la conversación. El poder de la conversación en la era digital (Ático de los Libros, Barcelona 2017).
Aunque la autora se apresura a declarar que su tesis "no es antitecnología [sino] proconversación", su perspectiva se asemeja ahora a la de autores como Nicholas Carr, de quien ya hemos hablado aquí, que nos alerta contra la superficialización de nuestras vidas como efecto de internet. En esta línea, Turkle advierte -¡ahí es nada!- de que "la tecnología está implicada en un ataque contra la empatía", al desacostumbrarnos de hábitos hasta hace poco tan normales como conversar preferentemente cara a cara -"La conversación cara a cara es el acto más humano, y más humanizador, que podemos realizar. Cuando estamos plenamente presentes ante otro, aprendemos a escuchar. Pero hoy en día buscamos formas de evitar la conversación"-, presentarnos en público sin "editar" permanentemente nuestra imagen ideal y, sobre todo, sin estar sometidos a la tiranía de la interrupción permanente: "Olvidamos lo extraño que se ha vuelto esto, que mucha gente joven ha crecido sin haber experimentado ninguna conversación sin interrupciones en la mesa a la hora de cenar ni durante un paseo con sus padres o con amigos. Siempre han tenido sus teléfonos a mano". Y esto no es algo simplemente curioso o anecdótico, sino que tiene consecuencias importantes:
"El efecto que los teléfonos tienen en nuestras conversaciones en persona es un problema. Los estudios demuestran que la mera presencia de un teléfono sobre la mesa (incluso de un teléfono apagado) cambia aquello sobre lo que la gente habla. Si creemos que nos pueden interrumpir, mantenemos una conversación ligera, centrada en temas que generen poca controversia o intrascendentes. Y las conversaciones con teléfonos a la vista impiden la conexión empática". Resuena aquí la poderosa crítica de Nicholas Carr contra la superficialidad que introduce en nuestras vidas internet, de la que ya nos hicimos eco en este blog hace varios años.
Pero la digitalización parece imparable. De entre los muchos ámbitos analizados por Turkle, destaco en este breve comentario su crítica por la fascinación tecnológica que se ha apoderado del mundo educativo: "Si tratases de diseñar un tecnología educativa perfectamente adaptada a la sensibilidad de la hiperatención, probablemente terminarías utilizando los MOOC", escribe. Frente a esta perspectiva, la autora reivindica con vigor el valor de la clase presencial:
"Si preguntas a aquellas personas que han estudiado durante toda su vida de dónde procede su pasión por aprender, generalmente hablan de un profesor que los inspiró y los marco profundamente. El aprendizaje más potente tiene lugar en el marco de una relación. ¿Qué tipo de relación puedes establecer con un profesor que imparte sus conocimientos desde un pequeño rectángulo en la pantalla del sistema de entrega de contenidos del MOOC? [...].
La clase presencial tiene más virtudes. Obliga al profesor a integrar el contenido y su crítica. Enseña a los estudiantes que ninguna información debe separarse de la oportunidad de debatirla y cuestionarla «en directo». Cuando un buen profesor da clases varias veces a la semana, improvisa partes nuevas de su discurso cada vez. Escriben nuevas secciones una semana o un mes o la noche antes. Adaptan sus clases a los sucesos de actualidad para hacerlas más relevantes. En cambio, una vez se ha preparado el guion para una clase en línea, y ya está filmada, editada y colgada, es difícil, aunque no imposible, que se introduzcan cambios de este tipo. Es lógico pensar que «la mejor versión» de esa clase ya está recogida en el vídeo.
Cuando el consejero delegado de la iniciativa educativa virtual del MIT mencionó la idea de que un buen actor podría ocupar el lugar de un buen profesor, nadie rechazó la sugerencia de plano; al contrario, la idea dio mucho que hablar en internet. Los estudiantes se quejan de que se aburren. Entonces, ¿qué hay de malo en que la presentación del contenido esté en manos de profesionales de la presentación, como por ejemplo Matt Damon? […] Puesto que un aula virtual no es un espacio de conversación, ¿por qué no utilizar a un actor?".
Al libro le sobran bastantes páginas, hay abundantes repeticiones, pero, en su conjunto, es un libro que deberíamos leer y discutir. O conversar...
Y sobre esto, sobre la importancia de la presencia (física, real, esforzada) en la educación versa el libro de Massimo Recalcati, La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza (Anagrama, Barcelona 2016).
En una escuela crecientemente dominada por modelos hipercognitivos, ajenos (incluso hostiles) a cualquier preocupación por los valores, donde las "competencias" más instrumentales y aplicadas son la clave de una educación dirigida por el principio de rendimiento, Recalcati reivindica la importancia vertebral de la hora de clase:
"Uno de los problemas de la Escuela hoy en día es que los docentes se ven oprimidos durante la mayor parte del tiempo por tareas que son completamente ajenas a la actividad didáctica, es decir, a la tarea específica del enseñante. La hora de clase, que debe ser el latido del corazón de la Escuela, se ve marginada por actividades que exceden de la enseñanza en sentido estricto, aplastada bajo la prensa de una evaluación cada vez más reducida a medida".
Una hora de clase que, según el autor, "puede cambiar una vida, dar al destino otra dirección, consagrar para siempre lo que sólo estaba débilmente esbozado". Porque la hora de clase es, sobre todo, una oportunidad para el encuentro y, en ese contexto de encuentro, para el surgimiento de lo inesperado. Algo que no puede ocurrir en el espacio aséptico y previsible de la formación virtual:
"En esta época en la que la horizontalidad infinita y al alcance de la mano de la Red parece desbancar la función del maestro ofreciendo un saber aparentemente sin límites, hay que recordar que ésta no puede conocer el arte del tropiezo, no puede encarnar de ninguna manera el saber que pone a disposición, no puede animar la erótica de aprendizaje, puesto que carece de cuerpo. […] Pensar en transmitir el saber sin tener que pasar por una relación con quien lo encarna es una ilusión, porque no existe didáctica más que dentro de una relación humana. Quienes aspiran a reducir el proceso de aprendizaje y de enseñanza a l transmisión tecnológica y aséptica de la información y ponen sus esperanzas en la definición de metodologías eficientes de asimilación, organización y evaluación del conocimiento, pretenden eliminar la intrusión del cuerpo en la relación didáctica y comenten un error obsesivo en sentido clínico. Creen que es posible separar netamente los afectos de la representación y piensan que con esta separación queda garantizado un saber objetivo e inatacable, un saber capaz de ser dueño del ser".
Y acabamos con lo último de un ensayista clásico, un intelectual de los que ya quedan muy pocos: Hans Magnus Enzensberger y su último trabajo publicado en español, Panóptico (Malpaso, Barcelona 2016). Veinte "ensayos fulminantes" en los que cuestiona con humor los dogmas de la microeconomía, el derecho de autodeterminación, las ideas de crisis y normalidad, el debate entre ciencia y religión o las "neosexualidades contemporáneas". Dos fragmentos.
En el ensayo titulado "Malditas manchas", escribe:
"¿Han observado ustedes que es prácticamente imposible beber una taza de café sin que en su borde, el platillo, la servilleta, la cucharita, el mantel, la blusa o la camisa se forme un reguero, salpicón, manchón, charco o churrete? […] ¿Por qué los filósofos han omitido el problema de la mancha-? El mismo Heráclito apenas si tenía en mente su camisa cuando llegó a la conclusión de que tofo fluía. Esto se debe a una razón muy sencilla. Y es que solían ser otros quienes tenían que lidiar con el ensuciamiento. Correr a secar el charco, a enjuagar el platillo, a lavar la casaca... ¿quiénes lo hacían? Adivinen. No, no eran los filósofos; eran las mujeres. Criadas, lavanderas y chicas de la limpieza se ocupaban de esa tarea [...]".
Y en "Milagros normales":
"Uno espera, por ejemplo, en la parada de la esquina y ocurre el milagro. El autobús viene de verdad. Uno entra en el próximo supermercado y la botella de leche fresca está ahí, dispuesta puntualmente. Uno cruza la calle y no se oye fuego de ametralladora. Suena el timbre y nonos visita el KGB ni el BND ni la mafia sino el cartero griego que, como siempre, es un dechado de solvencia y buen humor. Calificamos tal realidad de normal, aunque es todo menos natural, Para comprenderlo basta con un mínimo de conocimientos históricos y geográficos. Al fin y al cabo, en este país el horror absoluto sólo dista unas pocas décadas y, en otras regiones de la Tierra, sigue a la orden del día. Allí la vida a menudo es como la describió el filósofo inglés Thomas Hobbes: «pobre, tosca, embrutecida y breve». Lo que tenemos ante nosotros cuando nos asomamos a la ventana o salimos a la puerta es, por tanto, un fenómeno excepcional: sumamente improbable y difícil de explicar. ¿Cómo puede darse siquiera una «realidad ordenada» -signifique esto lo qué signifique- en una sociedad que, en una parte nada ínfima, consta de pupilos, trileros, secretarios de Estado en excedencia, asesores inversionistas, frikis publicistas, gurúes del lifestyle, presentadores de espectáculos, artistas de la subvención, agentes de seguridad y cabezas rapadas, personajes que se cuidan de fabricar algo útil?"
Siempre se encuentra algo sugerente en los escritos de Enzensberger.
Pero la digitalización parece imparable. De entre los muchos ámbitos analizados por Turkle, destaco en este breve comentario su crítica por la fascinación tecnológica que se ha apoderado del mundo educativo: "Si tratases de diseñar un tecnología educativa perfectamente adaptada a la sensibilidad de la hiperatención, probablemente terminarías utilizando los MOOC", escribe. Frente a esta perspectiva, la autora reivindica con vigor el valor de la clase presencial:
"Si preguntas a aquellas personas que han estudiado durante toda su vida de dónde procede su pasión por aprender, generalmente hablan de un profesor que los inspiró y los marco profundamente. El aprendizaje más potente tiene lugar en el marco de una relación. ¿Qué tipo de relación puedes establecer con un profesor que imparte sus conocimientos desde un pequeño rectángulo en la pantalla del sistema de entrega de contenidos del MOOC? [...].
La clase presencial tiene más virtudes. Obliga al profesor a integrar el contenido y su crítica. Enseña a los estudiantes que ninguna información debe separarse de la oportunidad de debatirla y cuestionarla «en directo». Cuando un buen profesor da clases varias veces a la semana, improvisa partes nuevas de su discurso cada vez. Escriben nuevas secciones una semana o un mes o la noche antes. Adaptan sus clases a los sucesos de actualidad para hacerlas más relevantes. En cambio, una vez se ha preparado el guion para una clase en línea, y ya está filmada, editada y colgada, es difícil, aunque no imposible, que se introduzcan cambios de este tipo. Es lógico pensar que «la mejor versión» de esa clase ya está recogida en el vídeo.
Cuando el consejero delegado de la iniciativa educativa virtual del MIT mencionó la idea de que un buen actor podría ocupar el lugar de un buen profesor, nadie rechazó la sugerencia de plano; al contrario, la idea dio mucho que hablar en internet. Los estudiantes se quejan de que se aburren. Entonces, ¿qué hay de malo en que la presentación del contenido esté en manos de profesionales de la presentación, como por ejemplo Matt Damon? […] Puesto que un aula virtual no es un espacio de conversación, ¿por qué no utilizar a un actor?".
Al libro le sobran bastantes páginas, hay abundantes repeticiones, pero, en su conjunto, es un libro que deberíamos leer y discutir. O conversar...
Y sobre esto, sobre la importancia de la presencia (física, real, esforzada) en la educación versa el libro de Massimo Recalcati, La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza (Anagrama, Barcelona 2016).
En una escuela crecientemente dominada por modelos hipercognitivos, ajenos (incluso hostiles) a cualquier preocupación por los valores, donde las "competencias" más instrumentales y aplicadas son la clave de una educación dirigida por el principio de rendimiento, Recalcati reivindica la importancia vertebral de la hora de clase:
"Uno de los problemas de la Escuela hoy en día es que los docentes se ven oprimidos durante la mayor parte del tiempo por tareas que son completamente ajenas a la actividad didáctica, es decir, a la tarea específica del enseñante. La hora de clase, que debe ser el latido del corazón de la Escuela, se ve marginada por actividades que exceden de la enseñanza en sentido estricto, aplastada bajo la prensa de una evaluación cada vez más reducida a medida".
Una hora de clase que, según el autor, "puede cambiar una vida, dar al destino otra dirección, consagrar para siempre lo que sólo estaba débilmente esbozado". Porque la hora de clase es, sobre todo, una oportunidad para el encuentro y, en ese contexto de encuentro, para el surgimiento de lo inesperado. Algo que no puede ocurrir en el espacio aséptico y previsible de la formación virtual:
"En esta época en la que la horizontalidad infinita y al alcance de la mano de la Red parece desbancar la función del maestro ofreciendo un saber aparentemente sin límites, hay que recordar que ésta no puede conocer el arte del tropiezo, no puede encarnar de ninguna manera el saber que pone a disposición, no puede animar la erótica de aprendizaje, puesto que carece de cuerpo. […] Pensar en transmitir el saber sin tener que pasar por una relación con quien lo encarna es una ilusión, porque no existe didáctica más que dentro de una relación humana. Quienes aspiran a reducir el proceso de aprendizaje y de enseñanza a l transmisión tecnológica y aséptica de la información y ponen sus esperanzas en la definición de metodologías eficientes de asimilación, organización y evaluación del conocimiento, pretenden eliminar la intrusión del cuerpo en la relación didáctica y comenten un error obsesivo en sentido clínico. Creen que es posible separar netamente los afectos de la representación y piensan que con esta separación queda garantizado un saber objetivo e inatacable, un saber capaz de ser dueño del ser".
Y acabamos con lo último de un ensayista clásico, un intelectual de los que ya quedan muy pocos: Hans Magnus Enzensberger y su último trabajo publicado en español, Panóptico (Malpaso, Barcelona 2016). Veinte "ensayos fulminantes" en los que cuestiona con humor los dogmas de la microeconomía, el derecho de autodeterminación, las ideas de crisis y normalidad, el debate entre ciencia y religión o las "neosexualidades contemporáneas". Dos fragmentos.
En el ensayo titulado "Malditas manchas", escribe:
"¿Han observado ustedes que es prácticamente imposible beber una taza de café sin que en su borde, el platillo, la servilleta, la cucharita, el mantel, la blusa o la camisa se forme un reguero, salpicón, manchón, charco o churrete? […] ¿Por qué los filósofos han omitido el problema de la mancha-? El mismo Heráclito apenas si tenía en mente su camisa cuando llegó a la conclusión de que tofo fluía. Esto se debe a una razón muy sencilla. Y es que solían ser otros quienes tenían que lidiar con el ensuciamiento. Correr a secar el charco, a enjuagar el platillo, a lavar la casaca... ¿quiénes lo hacían? Adivinen. No, no eran los filósofos; eran las mujeres. Criadas, lavanderas y chicas de la limpieza se ocupaban de esa tarea [...]".
Y en "Milagros normales":
"Uno espera, por ejemplo, en la parada de la esquina y ocurre el milagro. El autobús viene de verdad. Uno entra en el próximo supermercado y la botella de leche fresca está ahí, dispuesta puntualmente. Uno cruza la calle y no se oye fuego de ametralladora. Suena el timbre y nonos visita el KGB ni el BND ni la mafia sino el cartero griego que, como siempre, es un dechado de solvencia y buen humor. Calificamos tal realidad de normal, aunque es todo menos natural, Para comprenderlo basta con un mínimo de conocimientos históricos y geográficos. Al fin y al cabo, en este país el horror absoluto sólo dista unas pocas décadas y, en otras regiones de la Tierra, sigue a la orden del día. Allí la vida a menudo es como la describió el filósofo inglés Thomas Hobbes: «pobre, tosca, embrutecida y breve». Lo que tenemos ante nosotros cuando nos asomamos a la ventana o salimos a la puerta es, por tanto, un fenómeno excepcional: sumamente improbable y difícil de explicar. ¿Cómo puede darse siquiera una «realidad ordenada» -signifique esto lo qué signifique- en una sociedad que, en una parte nada ínfima, consta de pupilos, trileros, secretarios de Estado en excedencia, asesores inversionistas, frikis publicistas, gurúes del lifestyle, presentadores de espectáculos, artistas de la subvención, agentes de seguridad y cabezas rapadas, personajes que se cuidan de fabricar algo útil?"
Siempre se encuentra algo sugerente en los escritos de Enzensberger.
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