Cualquier aproximación al nazismo desde una perspectiva macro resulta tan apabullante como estremecedora: su capacidad de movilizar una poderosa maquinaria bélica y su estrategia de la «guerra relámpago»; el dominio, junto con sus aliados, de un inmenso territorio que, en su momento más álgido, incluía la Europa continental, Escandinavia, los Estados bálticos, Bielorrusia, la mayor parte de Ucrania y grandes extensiones del territorio ruso, además de Libia o Egipto; y, por supuesto, las cifras del asesinato burocratizado, eficiente y racional, sin parangón en esa era de los genocidios (Bernard Bruneteau, El siglo de los genocidios, Alianza Editorial, Madrid, 2006) que ha sido el siglo XX: más de 40.000 campos de concentración y detención, guetos, factorías de trabajos forzados, en los que estuvieron internadas entre 15 y 20 millones de personas, de las que murieron al menos 6 millones, 500 burdeles de prostitución forzada y miles de centros para practicar la eutanasia o forzar abortos (Eric Lichtblau, «The Holocaust Just Got More Shocking», The New York Times, March 1, 2013).
Pero, en mi opinión, lo más relevante del fenómeno nazi, tanto desde un punto de vista científico como desde el simple interés humano, es su dimensión micro: su enraizamiento en la sociedad alemana, la forma en que se extendió conquistando corazones y mentes, su normalización cotidiana… Destacan, desde esta perspectiva, los testimonios autobiográficos de personas que vivieron y sufrieron en primera persona las transformaciones que, al principio de manera sutil, modificaron radicalmente la estructura política, social y moral de la sociedad alemana. Me refiero a libros como los de Sebastian Haffner (Alemania: Jekyll y Hyde, Destino, Barcelona, 2005; Historia de un alemán. Memorias 1914-1933, Destino, Barcelona, 2001), Edgar Feuchtwanger (Hitler, mi vecino, Anagrama, Barcelona, 2014), Joachim Fest (Yo no, Taurus, Madrid, 2007) y, sobre todo, a los minuciosos diarios que Victor Klemperer escribió entre el 14 de enero de 1933 y el 10 de junio de 1945 (Quiero dar testimonio hasta el final, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003, 2 vols.). Pero también a las obras de historiadoras e historiadores como Peter Fritzsche (Vida y muerte en el Tercer Reich, Crítica, Barcelona, 2009; De alemanes a nazis: 1914-1933, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2009), Claudia Koonz (La conciencia nazi, Paidós, Barcelona, 2005), Robert Gellatelly (No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso, Crítica, Barcelona, 2002). O a historias locales como La toma del poder por los nazis, en la que William Sheridan Allen disecciona la penetración y triunfo del proyecto nazi en la pequeña ciudad de Northeim (Ediciones B, Barcelona, 2009), y en la que ofrece una clave esencial para entender el éxito del proyecto nacionalsocialista: «El Führer alcanzó la cúspide de su poder porque sus seguidores tuvieron éxito en el nivel más bajo, en las bases».
Y es en este nivel en el que Jesús Casquete realiza la investigación que ha dado lugar al libro que ahora reseñamos. El autor se centra en las Tropas de Asalto, las famosas SA, «el nacionalsocialismo hecho cuerpo», tal como las calificó uno de sus máximos responsables (p. 21). Nacidas en 1920, el mismo año de la fundación del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), compuestas en sus inicios por antiguos soldados desmovilizados (los Freikorps), ultranacionalistas, violentamente anticomunistas (Cap. 7) y visceralmente antisemitas (Cap. 6), las SA van a constituir las brigadas de choque del movimiento nacionalsocialista desde mucho antes de que este se hiciera con las riendas del poder en Alemania.
Como señala el autor ya desde el mismo título, en su libro se despliega una mirada «a pie de calle, a ras de suelo, atenta al detalle y que destaca lo que los miembros de las SA hacían (su praxis) en el día a día» (p. 25). Y lo que hacían, y el libro de Jesús Casquete nos lo muestra con todo detalle, era reventar los actos políticos de sus adversarios, sobre todo de los comunistas, ocupar la calle con su estética y su cultura paramilitar, pero también y sobre todo normalizar discursos, comportamientos, aspiraciones e imaginarios que, con el tiempo, acabarán por constituir el núcleo de la cosmovisión nacionalsocialista. Resultan, en este sentido, particularmente interesantes los capítulos dedicados a la visión sobre la mujer y sus funciones en el proyecto nacionalsocialista (Cap. 5) y al cambio experimentado en los nombres de pila asignados a los recién nacidos, de manera que las referencias a la tradición cristiana (Johann, Matthias, Peter, Agnes, Christine, Therese…) van a ser sustituidas por nombres derivados de la tradición germánica, como Kurt, Sigfried, Ulrich o Waldemar para los varones y Edda, Gudrun o Gerda para las mujeres (Cap. 12).
Pero, a pesar de esta sustitución de la cosmovisión ligada a la tradición cristiana por la mitología germánica, el libro también analiza la conformación de un «cristianismo alemán», de orientación esencialmente protestante, al servicio de la causa nacionalsocialista (Cap. 9). Siguiendo una línea de investigación en la que el autor es un referente reconocido, una parte central del libro está dedicada a la construcción de todo un imaginario heroico, con sus héroes y sus mártires (Cap. 3), aunque en muchos casos estos tuvieran que ser objeto de un «pulido póstumo» con el fin de adecuar su vida, en ocasiones poco edificante, y hasta su muerte, no siempre ocurrida en situaciones épicas, a las expectativas del citado imaginario (Cap. 11). En relación con esto, el libro analiza también los ritos funerarios con los que se despedía a estos mártires (Cap. 10).
Por cierto, y en contraste con este imaginario épico y martirial, uno de los capítulos que más me ha sorprendido e interesado es el dedicado a analizar la existencia de un sistema de seguros que permitía a los miembros de las SA asumir con ciertas garantías los riesgos derivados de su práctica violenta y, en sus inicios, ilegal: «Gracias a los seguros de que se dotaron, los nazis pudieron involucrarse en acciones violentas con mayor tranquilidad. […] Para atemperar los efectos paralizantes del miedo, la dirección de las SA diseñó un esquema de seguros para cubrir a los fieles a la causa en casos de percances ocurridos en el ejercicio de sus deberes de militantes. […] La estrategia de brutalidad y terror callejeros para hacer avanzar la «idea» se vio facilitada porque sus principales ejecutores, los hombres de las Tropas de Asalto, estaban cubiertos por un sofisticado sistema de seguros» (pp. 162-163). Una locura, sí, pero con método.
Construido a partir de un minucioso trabajo de documentación sobre fuentes primarias procedentes de diferentes archivos, bibliotecas y centros de documentación de Alemania, en este libro encontramos multitud de de informaciones que nos invitan a profundizar en la realidad de un micro-nazismo sin cuya existencia, obstinada, tal vez nunca hubiese sido posible el triunfo de Hitler: «Este libro pretende mostrar que, sin la labor de zapa de la democracia practicada por las SA durante la primera experiencia democrática en Alemania, esos genocidas nunca habrían disfrutado de la posibilidad de poner en práctica su proyecto totalitario de ingeniería social» (p. 26). Creo que lo logra.
Reseña publicada en INGURUAK, nº 62, 2017, pp. 108-110.
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