viernes, 2 de abril de 2021

Orfeo: música y microbiología

Richard Powers
Orfeo
Traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara
Alianza de Novelas, 2020
 
"Las orillas del estanque estaban húmedas y a Els se le embarraron los zapatos. Agarró un palo y se quitó el barro de las suelas. Con cada pasada del palo, salian despedidas millones de especies de bacterias, hongos, protozoos, microalgas, actinomicetos, nematodos y artrópodos micróscópicos, miles de millones de organismos unicelulares que producían decenas de miles de tipos diferentes de proteínas. En ese torrente también había señales químicas, clústeres tonales prodigiosos, festivales de invención ensordecedores para cualquiera que se molestara en prestar atención.
En algún lugar de los miles de millones de pares de bases de esos millones de especies tenía que haber canciones codificadas, secuencias que hablaran de todo lo que le había sucedido a Els. Una música por la que abandonar a una mujer y a una hija. El rondó de una larga amistad echada a perder. Canciones de ermitaño. Canciones de amor y de ambición y de traición y de fracaso y de arrepentimiento. Incluso el himno vespertino de un químico industrial jubilado cuyo único pesar fue vivir lejos de sus nietos".

 
Es este un libro prodigioso, tan complejo como fascinante. Narra la historia de Peter Els, talentoso músico precoz, profesor de composición en una pequeña universidad de Pennsilvania que, tras su jubilación, se vuelca obsesivamente en la tarea de descubrir la musicalidad subyacente a las señales químicas que constituyen la vida, lo que siempre le ha fascinado:

"Para Els, la música y la química eran dos hermanas gemelas separadas al nacer: mezclas y modulaciones, armonías espectrales y espectroscopia armónica. La estructura de los largos polímeros le recordaba a las intrincadas variaciones de Webern. Los disparatados espacios probabilísticos de los orbitales atómicos -halteras, anillos, esferas- parecían las unidades de una notación vanguardista. Las fórmulas de la fisicoquímica se le antojaban composiciones complicadas y divinas".
 
Para ello monta un laboratorio artesanal en su casa: "Biología de andar por casa: la última industria artesanal en auge. Con un ordenador, una tarjeta de crédito y una pizca de paciencia, cualquiera podía crear un ser vivo a su gusto"
 
Pero cuando, por casualidad, un servicio de seguridad del Estado ("Unidad Especial de Seguridad") descubre el laboratorio, todo se complica y se enreda: centrifugadores, bacterias, ADN, reactivos y, por si fuera poco, un manuscrito otomano del siglo XVI que representa un sistema antiguo de notación musical, en escritura árabe, enmarcado en una pared del salón. Sumado a búsquedas en internet sobre el botulismo, el Ébola o el gas sarín ("Tras cincuenta minutos en la red, casi le dieron ganas de arretarse a sí mismo"), en el clima de inseguridad extendido en EEUU tras el 11-S, Els acaba acusado de bioterrorismo. "Una vez más, la amenaza mantenía intacta esa democracia precaria. Tendrían que castigar a Els en proporción al susto que le había dado a la imaginación colectiva".
 
En todo caso, la peripecia de su huída de la persecución policial es solo el contexto sobre el que se desarrolla la verdadera historia de esta novela: la pasión de un ser humano por conocer y conectarse con los elementos fundamentales de la existencia, aunque para ello deba sacrificar lo que convencionalmente llamamos vida (el amor, la progenie, la amistad), víctima de una sociedad aterrorizada que reduce la existencia a mera supervivencia.

Reconozco que su lectura me ha costado mucho más esfuerzo que su anterior El clamor de los bosques. Pero el esfuerzo merece la pena.

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