Invierno
Rick Bass
Traducción de Silvia Moreno Parrado
Errata Naturae, 2018
"Un escritor en un valle de trabajadores. Tal vez lo novedoso de la situación les permita tolerarme. Nadie pregunta si voy a pasar aquí el invierno; su forma de expresarlo es, más bien: 'Entonces, ¿vas a intentar invernar aquí?'. Y entonces, si aguanto toda la estación, ya seré un residente".
Aquí es el valle del Yaak, en el extremo noroeste de Montana, en la frontera misma con Canadá. El invierno al que se refieren es un superinvierno: 32 grados bajo cero, ventisca y nieve en abundancia:
"Aquí, en invierno, es otro mundo [...]. No hay reglas. Puede pasar cualquier cosa. No se puede dar nada por sentado. En casi todos los sitios sí se puede, pero [...] en Yaak nunca. Cuando está nevando de verdad, sales a la leñera con una cuerda atada a la cintura, para que, si arrecia la ventisca mientras estás de espaldas, al menos puedas encontrar el camino de regreso a la cabaña, en lugar de quedarte dando vueltas en círculos cada vez más amplios, siguiendo esa brújula desquiciada, maldita y perdida que todos llevamos dentro".
El escritor es Rick Bass, que en 1987 se instaló en el Yaak junto con su pareja, Elisabeth Hughes, cuyos evocadores dibujos acompañan el texto.
Leerlo, como he hecho yo, junto a una cálida y rumorosa chimenea, unnos días en los que la temperatura por la mañana llegaba a bajar hasta menos 5 grados, ha sido una delicia.
Aunque el simple hecho de leerlo casi llega a provocar agotamiento.
Vivir en un entorno como el Yaak exige que gran parte de la existencia cotidiana gire en torno a la madera que, en los dias más fríos, permitirá lograr esos grados imprescindibles para sobrevivir. Madera que hay que trocear con la motosierra, cargar y transportar, desmenuzar con el hacha, almacenar, quemar... y volver a empezar.
Es verdad que también está el Dirty Shame, el único bar de la zona donde disfrutar de la cerveza y la conversación con la pintoresca fauna humana que habita el valle. Una cofradía consagrada a celebrar el invierno, pues de adaptarse a sus rigores depende su supervivencia:
"El peligro de abandonare a pensar en la primavera (pastos verdes, paseos, pies desnudos, lagos, pesca con mosca, ríos y sol, sol caliente) es que, una vez que esos pensamientos se te meten en la cabeza, no puedes echarlos.
ama el invierno. No lo traiciones. Sé fiel.
Cuando llegue aquí la primavera, ámala también, y después el verano.
Pero tienes que ser leal al invierno en roda su magnitud (en toda su magnitud y con sinceridad) o te verás tirado en la cuneta, ansiando una primavera a la que aún le falta mucho por llegar, y el invierno te habrá abandonado y en su lugar tendrás la fiebre de la cabaña, la peor.
Cuanto más frío hace, más tienes que amarlo".
Otro acierto de Errata Naturae.
Uno se apoya en la mochila. Porque en el momento en que nos quitamos el peso de nuestros hombros no sabemos enderezarnos enseguida; ¡pues resulta que era el peso lo que antes nos daba seguridad y equilibrio! [George Simmel]
domingo, 30 de diciembre de 2018
Peña Redonda: la frontera entre la montaña y el llano
Ayer nos fuimos hasta Traspeña de la Peña (eso es presumir de peña) para subir a Peña Redonda (1.996 mts). Me acompañaron Garbiñe y Sama. Optamos por esta vertiente sur, más soleada, para no sufrir con la fuerte helada mañanera. Un día luminoso.
Peña Redonda se encuentra en una zona en la que antaño abundaron minas y canteras: pueden verse sus restos, entre bosquecillos de encinas.
No es una cumbre complicada, aunque hay que sudar sus empinados senderos. Lo más destacable de esta cumbre, como el resto de cumbres que conforman la sierra de La Peña, es su condición de abrupta frontera entre las llanuras que llevan hasta Tierra de Campos y la Alta Montaña Palentina.
Hay que seguir trepando, bajo un cielo esplendoroso, cuyo azul brillante sólo se ve matizado por las estelas de los aviones y por la luna, que se resiste a esconderse.
A nuestra izquierda, las cimas del Cueto, Peña del Fraile y las Peñas Mayores de Guardo y Velilla.
Collado, al que se llega si la subida se hace por la vertiente norte, desde el llamado Valle Estrecho.
Girando hacia la izquierda, aún nos quedan los últimos 300 metros de ascenso, primero por una pedriza, luego siguiendo un sendero de tierra en zig-zag que nos ayuda a superar los últmos repechos. El llano va quedando abajo. Ya se ve la gran cruz de hierro que corona la cima.
Desde la cima nos asomamos a la vertiente norte, totalmente distinta de la sur. Ahí abajo, diminutos entre los bosques, vemos los pueblos de Rebanal de las Llantas y San Martín de los Herreros. En verano subiremos desde ahí.
En el camino de descenso hemos pasado calor.
Hoy no he visto fauna salvaje, con la excepción de Garbi y de Sama, que son dos bestias subiendo al monte 😁
Una mañana estupenda.
Peña Redonda se encuentra en una zona en la que antaño abundaron minas y canteras: pueden verse sus restos, entre bosquecillos de encinas.
No es una cumbre complicada, aunque hay que sudar sus empinados senderos. Lo más destacable de esta cumbre, como el resto de cumbres que conforman la sierra de La Peña, es su condición de abrupta frontera entre las llanuras que llevan hasta Tierra de Campos y la Alta Montaña Palentina.
Hay que seguir trepando, bajo un cielo esplendoroso, cuyo azul brillante sólo se ve matizado por las estelas de los aviones y por la luna, que se resiste a esconderse.
A nuestra izquierda, las cimas del Cueto, Peña del Fraile y las Peñas Mayores de Guardo y Velilla.
Collado, al que se llega si la subida se hace por la vertiente norte, desde el llamado Valle Estrecho.
Girando hacia la izquierda, aún nos quedan los últimos 300 metros de ascenso, primero por una pedriza, luego siguiendo un sendero de tierra en zig-zag que nos ayuda a superar los últmos repechos. El llano va quedando abajo. Ya se ve la gran cruz de hierro que corona la cima.
Desde la cima nos asomamos a la vertiente norte, totalmente distinta de la sur. Ahí abajo, diminutos entre los bosques, vemos los pueblos de Rebanal de las Llantas y San Martín de los Herreros. En verano subiremos desde ahí.
Hoy no he visto fauna salvaje, con la excepción de Garbi y de Sama, que son dos bestias subiendo al monte 😁
Una mañana estupenda.
viernes, 28 de diciembre de 2018
Rodeando el Espigüete
Hacía frío, mucho frío, esta mañana. El plan de hoy era rodear la mole del Espigüete. He dejado el coche en Puente Agudín, he caminado por la carretera hasta Pino Llano y he afrontado la senda que lleva a la Cascada de Mazobre en penumbra.
Una vez en el collado, hay que seguir una leve senda, con hitos al principio, bordeando por una inclinada pedriza la cara oeste del Espigüete, hasta llegar a un collado por el que se accede a la cara sur.
Hoy ha sido día de rebecos: decenas de ellos pastaban entre las rocas. Aunque la mayoría escapaban al verme, algunos parecían posar para las fotos.
Más abajo, donde las rocas dejaban paso a la hierba y los arbustos, algunos ciervos vigilaban mi marcha.
Tras recorrer las pedreras de la cara sur del Espigüete, me he situado sobre Puente Agudín, mi punto de partida y, ahora, de llegada. Toca descender por un espeso bosque. Nada más empezar a hacerlo, un buitre ha pasado volando, y un tronco antropomórfico pretendía asustarme para que volviera sobre mis pasos.
Pero los espíritus del bosque aunque esquivos, son amistosos.
Antes de llegar a la cascada, desvío hacia la izquierda para coger la senda que, pasando junto a la Sima del Anillo, llega hasta el Collado de Arra. Había bastante nieve, dura y resbaladiza. También resbalaban las piedras, cubiertas por una pátina de traicionera helada.
Una vez en el collado, hay que seguir una leve senda, con hitos al principio, bordeando por una inclinada pedriza la cara oeste del Espigüete, hasta llegar a un collado por el que se accede a la cara sur.
Hoy ha sido día de rebecos: decenas de ellos pastaban entre las rocas. Aunque la mayoría escapaban al verme, algunos parecían posar para las fotos.
Más abajo, donde las rocas dejaban paso a la hierba y los arbustos, algunos ciervos vigilaban mi marcha.
Tras recorrer las pedreras de la cara sur del Espigüete, me he situado sobre Puente Agudín, mi punto de partida y, ahora, de llegada. Toca descender por un espeso bosque. Nada más empezar a hacerlo, un buitre ha pasado volando, y un tronco antropomórfico pretendía asustarme para que volviera sobre mis pasos.
Pero los espíritus del bosque aunque esquivos, son amistosos.
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