viernes, 15 de agosto de 2025

Por el río

Olivia Laing
Por el río: Un recorrido más allá de la superficie
Traducción de Nuria de la Rosa Regot
Paidós, 2025 
 
"Cuando me levanté vi a una cierva bebiendo. Aunque no me vio escalar la orilla, de repente se percató de mi presencia. Juntó los cuartos traseros igual que haría un caballo, un movimiento que reconocía perfectamente como el preludio a un corcovo, y se esfumó dando saltos. Se movía con una rigidez extraña, con andares de caballito de madera, brincando sobre patas firmes por el camino hasta adentrarse en la oscuridad del bosque. El ciervo no era una visión excepcional ni extraordinaria. Había miles iguales, y también había miles como yo. Pero allí estaba, siguiendo su propio camino, que, por un momento, se cruzó con el mío. Era tan insólito como el iguanodonte y ambos estaban igual de cautivos en el tiempo. Un tejido en el que todos nos vemos envueltos. Junto a mí, el arroyo restallaba hacia el este, incesante como una aguja. Una puntada en el tiempo. ¿Era de verdad el mundo algo más que eso? Los detalles del día (el aire fresco en calma, el fuerte olor a ajo) se dieron durante un momento tan preciso que la gran era oculta de la tierra parecía tan improbable como un sueño. Agaché la cabeza, perpleja, y me adentré entre los árboles tras la estela de la cierva".
 
 
En pleno verano, tras la doble pérdida de un amor y de un trabajo, Olivia Laing decidió recorrer durante una semana el curso del río Ouse, en Sussex, desde su nacimiento hasta su desembocadura. No era un paseo improvisado: ese mismo río había acogido, más de sesenta años antes, las piedras con las que Virginia Woolf (otra vez Virginia Woolf) llenó sus bolsillos antes de internarse para siempre en sus aguas. Ese eco trágico, combinado con la necesidad íntima de recomponerse, convierte la narración en un viaje tanto geográfico como emocional.

Desde las primeras páginas, la prosa de Olivia Laing fluye como la corriente que la guía: se detiene, retrocede, meandea. Sus observaciones poseen una precisión de naturalista y un lirismo capaz de acuñar el instante. Cada paso se convierte en un diálogo con el paisaje, y el río en un espejo que devuelve fragmentos de memoria. Por eso la caminata no es solo contemplativa, la de una naturalista. A cada recodo del Ouse, la autora enlaza historias y recuerdos como afluentes que alimentan el relato: escenas de la Guerra de los Barones en Lewes; la historia del iguanodonte hallado por Gideon Mantell; el fraude científico del Hombre de Piltdown; recuerdos de infancia escuchando El viento en los sauces en un coche, mientras las sombras se proyectaban en el cristal como visiones inquietantes. La historia natural, la literatura y la memoria personal se entrelazan con la misma naturalidad con que un río absorbe la lluvia y el arroyo.

El estilo de Olivia Laing, tan característico, combina erudición y emoción, precisión y transparencia íntima. El relato no avanza en línea recta, sino que se permite rodeos hacia remansos biográficos, históricos o míticos antes de retomar el hilo del recorrido. El resultado es un ensayo que feminiza (o, mejor, feministiza) la literatura de viajes, incorporando a la narración sensibilidad, introspección y una atención profunda a la experiencia corporal y emocional de caminar.
 
"Un hombre me adelantó a paso ligero con los prismáticos colgados del cuello. Nos sonreímos en silencio y me sorprendió por primera vez lo segura que me sentía. Cinco días andando, casi sin hablar, y parecía que me hubiera sumergido en el mundo, hasta el cuello, y el pánico que me había ensombrecido durante meses se hubiera disuelto. Mi teléfono había sonado de vez en cuando, pero no había contestado. No quería romper el optimismo que me había inundado de forma tan inesperada. En casa, la soledad había comenzado a aterrorizarme, la amenaza que suponía, interminable y blanca como el papel, aunque en el pasado siempre me había encantado estar sola. Pero allí, en el campo, avanzando a mi ritmo, no me sentía aislada ni apartada. Sucedían demasiadas cosas. Como (¡allí!) dos ostreros en la orilla de enfrente, inmóviles como sujeta-libros, monocromáticos excepto por sus picos color mandarina, graznando con voces agudas y quejumbrosas: «Piippiiip, piiippiip, piippiip»".

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