Bosques negros, cielo azul
Traducción de Pablo González-Nuevo
Hoja de Lata, 2025
"Estos eran los fríos y simples hechos. Si en el subconsciente de Emaleen rondaban otras ideas -fantasías sobre hadas aladas y pelo de bruja, un pellejo de animal enterrado bajo musgo y tierra y un hombre que también era un oso- no eran más que el producto de la imaginación infantil".
¿O no?...
El bosque respira. Un aliento frío y perfumado de resina se desliza entre los troncos oscuros, arrastrando susurros antiguos. El cielo, de un azul limpio y lejano, parece prometer algo más que un día despejado: promete libertad. Birdie, joven madre soltera que trabaja como camarera en un hostal de carretera en los bosques de Alaska, agotada por el peso de lo cotidiano y una vida en la que los errores se acumulan, escucha esa llamada como quien oye un idioma olvidado. Encarnándola, en su camino aparece Arthur, hombre de silencios hondos y movimientos pausados, como si el bosque lo hubiera moldeado a su imagen. Hay en él una fuerza primitiva que atrae y desconcierta, una promesa tácita de vida sin relojes ni paredes. Más allá del río Wolverine, donde el mundo civilizado se disuelve, él acaba por ofrecerla un rincón remoto, una cabaña de madera, y la posibilidad de empezar de nuevo.
Birdie acepta y lleva consigo a Emaleen, su hija, que mira la tundra con ojos de cuento. Para la niña, las piedras cubiertas de musgo son tartas de cumpleaños, y cada flor, un nombre secreto que merece ser pronunciado. Entre las manos de Emaleen, el bosque se vuelve juego y leyenda, hogar de brujas y hadas, un lugar donde lo real y lo mágico se abrazan sin notarlo. Pero lo que al principio es refugio se convierte en escenario de una verdad más ominosa, en un territorio donde lo animal y lo humano se confunden.
Birdie acepta y lleva consigo a Emaleen, su hija, que mira la tundra con ojos de cuento. Para la niña, las piedras cubiertas de musgo son tartas de cumpleaños, y cada flor, un nombre secreto que merece ser pronunciado. Entre las manos de Emaleen, el bosque se vuelve juego y leyenda, hogar de brujas y hadas, un lugar donde lo real y lo mágico se abrazan sin notarlo. Pero lo que al principio es refugio se convierte en escenario de una verdad más ominosa, en un territorio donde lo animal y lo humano se confunden.
Eowyn Ivey trenza este relato con la calma de un río, deteniéndose en cada textura, cada sonido nocturno, cada gesto mínimo. El paisaje no es un telón de fondo sino un personaje más, con voz, cuerpo y memoria. Entre la tensión de lo salvaje y la fragilidad humana, la autora nos recuerda que, cuando buscamos escapar del mundo, a veces nos encontramos con lo más salvaje de nosotras mismas. Construye así una fábula inquietante sobre amor, peligro, maternidad y mito en la que Birdie es un personaje que desconcierta, porque encarna dos fuerzas opuestas: la necesidad de cuidar y el deseo de huir. Como madre, su primera obligación parece ser la seguridad de su hija; como mujer, siente el impulso irrefrenable de romper con una vida que percibe como claustrofóbica. En ese conflicto radica su inquietante atractivo.
Su decisión de adentrarse en el bosque con Arthur no nace de una confianza ciega ni de un análisis racional, sino del anhelo, de su búsqueda de una promesa de autenticidad y de una existencia más pura, lejos de lo que experimenta como una vida plagada de decisiones equivocadas, ruido y artificio. Arthur, por su parte, mantiene veladas partes cruciales de su vida, y Birdie elige convivir con ese misterio. Aquí, la autora parece sugerir que a veces aceptamos no saber, porque la ilusión que sostenemos nos parece más valiosa que la verdad que podría destruirla.
"Syd se incorporó en la silla y cruzó las piernas acercándose a ella como quien va a compartir un secreto.
-Bueno -dijo, y acto seguido junto los pulgares moviendo las manos como si fueran alas-, ¿así que al fin levantas el vuelo?
Ella tardó un segundo en darse cuenta de que hablaba de su mudanza
al otro lado del río Wolverine. Debía de habérselo contado Della.
-Sí, creo que Emaleen y yo necesitamos un cambio.Vamos a quedarnos
en la cabaña de Arthur en North Fork. Tú has estado allí, ¿verdad? Donde
Arthur.
-Claro. Aunque lo cierto es que... nadie dice su verdadero nombre.
Solo eufemismos para referirse a él. ¿Lo sabías? El vagabundo descalzo.
El hombre de cuatro patas. El amigo dorado. El comemiel. Es algo
siniestro que nadie quiera llamarlo por su verdadero nombre. Nadie
quiere juntarse con él. Nos acojona. Y no ocurre solo aquí. Por todo el
mundo, en todas las épocas, la gente usaba toda clase de nombres
velados".
Birdie parece representar el riesgo de buscar un “afuera” absoluto, un lugar donde se pueda escapar de los errores humanos, sin darse cuenta de que esos errores viajan con nosotras, con nosotros, que son parte de nuestra condición. El papel de Birdie, entonces, no es el de una mártir ni el de una imprudente, sino el de alguien atrapada entre la pulsión de proteger y la necesidad de huir. Es un recordatorio de que, en la vida, las decisiones más peligrosas no siempre se toman desde la maldad, sino desde la esperanza.
Desasosegante, muy desasosegante.
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