martes, 29 de julio de 2025

Hacer la guerra

Simone Weil
Hacer la guerra
Traducción de Juan Vivanco Gefaell
Taurus, 2024 
 
"La idea de la muerte no se puede concebir, salvo por instantes, cuando se siente que la muerte existe de verdad. Cierto es que todo hombre está destinado a morir y que un soldado puede hacerse viejo combatiendo; pero para quienes tienen el alma sometida al yugo de la guerra, la relación entre la muerte y el futuro no es igual que para los demás hombres. Para los demás la muerte es un límite impuesto de antemano al futuro; para ellos es el propio futuro, el futuro que les asigna su profesión. Que unos hombres tengan por futuro la muerte es antinatural, Cuando la práctica de la guerra pone en evidencia la posibilidad de muerte que encierra cada minuto , el pensamiento se vuelve incapaz de pasar de un día al siguiente sin que se le cruce la idea de la muerte. [...] El alma sufre violencia diariamente. Cada mañana el alma se despoja de cualquier aspiración, porque el pensamiento no puede viajar en el tiempo sin pasar por la muerte. La guerra borra así cualquier idea de meta, incluso la idea de las metas de la guerra. Borra hasta el pensamiento  de acabar con la guerra".
 
 
Este volumen reúne cuatro ensayos de Simone Weil que, escritos entre 1939 y 1940, ofrecen una meditación íntima y radical sobre la guerra y el poder. En el primero de los textos, "No empecemos de nuevo la guerra de Troya", reflexiona sobre la repetición de conflictos ancestrales sin propósito claro, arraigándose en el mito para entender la lógica de salir a la guerra sin una razón fundada:
 
"A lo largo de la historia humana se puede comprobar que los conflictos más encarnizados son, con diferencia, aquellos que no tienen objetivo. Esta paradoja, bien mirada, es quizá una  de las claves de la historia; no hay duda de que es la clave de nuestra época"
 
La autora recurre a la guerra de Troya como ejemplo de disputas que se vuelven heredadas, recuerda cómo se invocan los muertos para justificar nuevos combates y alerta sobre esta mecánica emocional de la violencia simbólica: si no ponemos freno a ese ciclo, estaremos condenados a revivirlo una y otra vez.
 
"Para quien sabe ver, hoy en día no hay un síntoma más angustioso que el carácter irreal de la mayoría de los conflictos que van surgiendo. Tienen aún menos realidad que el conflicto entre los griegos y los troyanos. En el centro de la guerra de Troya al menos había una mujer, que además era una mujer de una belleza perfecta. Para nuestros contemporáneos son palabras adornadas con mayúsculas las que hacen las veces de Helena"

En el segundo ensayo, "La Ilíada o el poema de la fuerza", Simone Weil sostiene que el verdadero héroe del poema de Homero es la fuerza misma: aquella que somete, que arrastra, que desfigura tanto al oprimido como al ejecutor del poder. Desde las primeras líneas, afirma que cualquier individuo bajo el dominio de la fuerza se convierte en una cosa, a veces incluso en cadáver. La autora analiza cómo la violencia no solo destruye cuerpos, sino que intoxica al agresor, anulando la razón y la piedad. Describe a Aquiles, Agamenón y otros héroes como víctimas de la fuerza que ellos mismos creen controlar. Solo la moderación y la compasión ofrecen una posible salida del ciclo de degradación que provoca la violencia desatada.
 
"Tal es la naturaleza de la fuerza. El poder que posee de transformar a los hombres en cosas es doble y se ejerce en dos sentidos: petrifica de un modo distinto, pero igualmente, las almas de los que la padecen y de los que la manejan. Esta propiedad alcanza el grado más alto en medio de las armas, desde el momento en que una batalla se orienta hacia una decisión. Las batallas no se deciden entre hombres que calculan, sopesan, trazan un plan y lo ejecutan, sino entre hombres carentes de estas facultades, transformados, rebajados al nivel de la materia inerte, que es mera pasividad, o de las fuerzas ciegas, que son mero impulso".

En el ensayo "La agonía de una civilización vista a través de un poema épico"  Simone Weil plantea una comparación inesperada entre la Ilíada de Homero y un poema medieval poco conocido, la Chanson de la croisade contre les Albigois (Cantar de la cruzada contra los albigenses) para componer un relato filosófico sobre el derrumbe de las civilizaciones: en uno, ve reflejada la grandeza y la tragedia de un mundo antiguo que, incluso en medio de la guerra, conserva algo de equilibrio, de justicia elemental; en el otro se le revela un paisaje devastado por una violencia absoluta, donde no queda ni siquiera la esperanza.

Aunque la Ilíada sea una epopeya de la fuerza que aplasta a los hombres, que los transforma en cosas antes incluso de matarlos, Homero aún logra mirar a todos los personajes con una especie de compasión imparcial. Nadie es enteramente bueno o malo y la guerra, aunque feroz, parece regida por una ley ancestral, una medida que equilibra la pérdida y el honor. Pero cuando la autora vuelve la vista hacia el Cantar, lo que encuentra es muy distinto: el poema no canta simplemente una guerra religiosa, documenta la aniquilación metódica de una cultura entera, la occitana, durante la cruzada albigense del siglo XIII. Aquí, la violencia ya no se presenta como tragedia compartida, sino como imposición brutal, como victoria sin medida ni misericordia, sin lugar para la piedad: el vencedor no solo derrota, borra al enemigo, su lengua, su arte, su memoria. Entre la antigua Grecia y el medievo occitano, Simone Weil traza así un relato de pérdida: el tránsito de una civilización que aún reconoce límites en la guerra, hacia otra en la que el poder se ejerce como violencia pura, sin rostro ni remordimiento. Y en ese relato, la poesía épica se convierte en testigo silencioso de la historia, en una tumba de palabras que aún conserva la dignidad de los vencidos. Aquí es, en su caso, donde podemos encontrar un atisbo de esperanza, de conexión con la violencia "moral" de la Iliada:
 
"Basta con mirar esta tierra, aunque no se conozca su pasado, para ver la cicatriz de una herida. Las fortificaciones de Carcasona, tan visiblemente erigidas para la dominación, la Iglesia con una mitad románica y la otra de una arquitectura gótica tan visiblemente importada, son espectáculos que hablan. Este país ha padecido la fuerza. Lo que mataron ya no pudo resucitar, pero la piedad que perdura a través de las edades permite que algún día, cuando se den la circunstancias favorables, surja algún equivalente. No hay nada más cruel con el pasado que el tópico de que la fuerza no puede destruir los valores espirituales. Con esta opinión estamos  negando que las civilizaciones borradas por la violencia de las armas hayan existido alguna vez: podemos hacerlo sin temor al desmentido de los muertos. Y así volvemos a matar lo que pereció y nos sumamos a la crueldad de las armas. La piedad manda buscar las huellas, por escasas que sean, de las civilizaciones destruidas, para tratar de imaginar su espíritu. El espíritu de la civilización occitana del siglo XII, tal como podemos entreverlo, obedece a aspiraciones que no han desaparecido y que no debemos dejar desaparecer, aun si no podemos esperar cumplirlas".

El cuarto ensayo, "¿En qué consiste la inspiración occitana?", dialoga con el anterior y se adentra en esa forma de resistencia que es la inspiración cultural y poética que puede surgir en medio del conflicto. Se pregunta cómo ciertas formas artísticas del sur de Francia -el mundo occitano- ofrecieron durante siglos una vía diferente, una poética de la libertad frente a la opresión, reflexiona sobre cómo ese legado puede iluminar la acción política y ética hoy: tal vez no toda lucha es guerra y halla formas no violentas de resistencia que brotan desde la raíz cultural y simbólica.

Este conjunto de ensayos sigue siendo profundamente actual. Su mirada cuestiona las lógicas de legitimación de cualquier conflicto, nos obliga a reconocer que usar la fuerza degrada tanto al oprimido como al opresor y, de este modo, actúa como una advertencia moral para repensar nuestras respuestas ante la violencia colectiva y el conflicto. Simone Weil no ofrece soluciones fáciles, pero sí una mirada inquieta y exigente para explorar la naturaleza de la violencia. 

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