jueves, 21 de noviembre de 2024

Gaza ante la historia / El precio que pagamos

Que la DANA no nos haga olvidar Gaza. Comparto aquí la lectura de dos libros que recomiendo, con los que mantengo acuerdos y desacuerdos en distintos sentidos, pero son dos libros cuya lectura me ha hecho pensar y repensar las múltiples dimensiones de una realidad dramática.


El primero de ellos es Gaza ante la historia, de Enzo Traverso, publicado por Akal (2024) con traducción de Valentina Olalla Salvador.

Traverso es un destacado historiador bien conocido por su análisis crítico de las ideologías, la memoria histórica y los conflictos del siglo XX. Situado en el cruce entre el análisis histórico y el compromiso ético, en este ensayo plantea una crítica implacable a las narrativas dominantes que justifican la violencia contra las y los palestinos. En su prefacio el autor deja claro que no pretende ser un especialista en Oriente Medio ni un cronista de la guerra. En cambio, ofrece una reflexión crítica sobre cómo se interpreta y utiliza la historia en el presente, destacando las formas en que las narrativas occidentales moldean la percepción del conflicto. El autor se presenta abiertamente como una voz discordante frente al consenso mediático y político de Occidente, que, según él, utiliza la memoria histórica, especialmente la del Holocausto, para justificar el apoyo a Israel, a menudo a expensas de cualquier consideración por el sufrimiento palestino.

"La memoria del Holocausto se celebra ritualmente como religión civil de la democracia y los derechos humanos en la Unión Europea. Hoy, sin embargo, esta «religión civil» tiende a abandonar su vocación original y a identificarse cada vez más con la defensa de Israel y la lucha contra el antisionismo, considerado una forma de antisemitismo. Angela Merkel y Olaf Scholz han declarado en repetidas ocasiones que el apoyo incondicional a Israel tiene fuerza de «razón de Estado» (Staatsraison) para Alemania. Desde el 7 de octubre, el Gobierno del canciller Scholz, con el apoyo de los medios de comunicación, ha creado en el país un ambiente de caza de brujas contra cualquier forma de solidaridad con Palestina. Muchos jóvenes alemanes han acabado en comisaría por manifestarse con una bandera palestina (entre ellos varios ciudadanos de origen palestino), hasta el punto de producir la protesta de personalidades judías que dirigen importantes instituciones culturales alemanas. Pero, incluso en este caso, Alemania es solo la expresión paroxística de una tendencia más amplia. Esto explica por qué en muchos países, especialmente en Francia y Estados Unidos, muchos judíos han alzado la voz para decir «no en mi nombre»".

Traverso analiza cómo la memoria histórica es manipulada para justificar las acciones de Israel en Gaza. Según el autor, la instrumentalización de la memoria del Holocausto ha creado una narrativa en la que Israel aparece sistemáticamente como la víctima, incluso cuando despliega una maquinaria bélica devastadora. Esta memoria monopolizada, señala, no permite comprender las raíces del conflicto ni la complejidad de las relaciones entre opresores y oprimidos. Para Traverso, Gaza se ha convertido en un emblema de la resistencia en un mundo marcado por la desigualdad y la violencia estructural. Describe a Gaza como un "laboratorio" de control biopolítico, donde se experimentan nuevas formas de segregación, asedio y castigo colectivo. Este enclave, aislado y devastado, no es solo un escenario de tragedia, sino también un espejo de las desigualdades globales y un recordatorio de los límites de la humanidad.

"El discurso dominante en torno al 7 de octubre hace de esta fecha una especie de Epifanía negativa, la súbita aparición del mal de la que ha surgido una guerra reparadora. El contador se ha puesto a cero, como si esa fecha fuera el único origen de esta tragedia. El 7 de octubre habría rasgado un velo sobre la verdadera naturaleza tanto de Hamás como de Israel: el ejecutor y la víctima. La Franja de Gaza, un territorio habitado por 2,4 millones de personas sometidas a una segregación total durante dieciséis años, se ha convertido en la cuna del mal, donde asesinos despiadados actúan con impunidad, convirtiendo a los civiles en «escudos humanos». En realidad, la destrucción de Gaza es el epílogo de un largo proceso de opresión y desarraigo. [...]
El 7 de octubre no es un estallido repentino de odio, tiene una larga genealogía. Es una tragedia metódicamente preparada por quienes hoy querrían vestirse de víctimas. Es una tragedia que continúa; por eso es importante no invertir los bandos. Un simple vistazo a la cronología permite comprender cómo se llegó al «pogromo» del 7 de octubre. Desde la retirada de Israel en 2005, la Franja de Gaza ha sufrido continuos ataques por parte del Tzahal [Fuerzas de Defensa de Israel] que se han saldado con miles de muertos: 1.400 en 2008 (frente a 13 israelíes), 170 en 2012, 2.200 en 2014. El 30 de marzo de 2018, una gran manifestación pacífica contra el bloqueo de la Franja acabó en masacre: 189 muertos y 6.000 heridos. En 2023, entre el 1 de enero y el 6 de octubre, el Tzahal ya había matado a 248 palestinos en los territorios ocupados y detenido a 5.200. Entre 2008 y el 6 de octubre de 2023, el Tzahal mató a más de 6.400 palestinos, de ellos más de 5.000 en Gaza, e hirió a 158.440, mientras que las víctimas israelíes de las acciones de Hamás y otros grupos islamistas fueron 310 y los heridos 6.460. En Gaza, los refugiados palestinos son cerca de un millón y medio, más de la mitad de la población. La tasa de desempleo es del 50% y el 80% de la población vive en condiciones de pobreza. El PIB no ha dejado de disminuir en los últimos años, lo que convierte la intervención humanitaria de la UNRWA (suspendida desde hace unos meses por varios países de la UE) en una cuestión de supervivencia. El 75% de la población tiene menos de veinticinco años y ha vivido prácticamente segregada desde su nacimiento. A pocos kilómetros, más allá de la barrera electrificada, protegidos por la «Cúpula de Hierro» (Iron Dome), el escudo antimisiles que intercepta los cohetes, los israelíes viven como en Europa. Tel Aviv es tan cosmopolita, moderna, feminista y gay friendly como Berlín. Su industria cultural exporta series de televisión a todo el mundo y en los últimos años su gastronomía se ha vuelto muy apreciada. Este es el telón de fondo del 7 de octubre"

Traverso critica duramente la actitud de los gobiernos y medios de comunicación occidentales, que condenan ciertas violencias mientras justifican otras en nombre de la autodefensa o la lucha contra el terrorismo. Señala que este doble estándar profundiza la desconexión entre las élites políticas occidentales y sus propias sociedades, muchas de las cuales expresan solidaridad con los palestinos. A través de comparaciones históricas, el autor problematiza los intentos de Israel por presentarse como víctima única y legítima y establece paralelismos provocativos entre la represión en Gaza y episodios históricos como los bombardeos masivos en la Segunda Guerra Mundial o el colonialismo europeo. Aunque reconoce las diferencias, utiliza estas analogías para destacar las dinámicas de poder y las justificaciones ideológicas que subyacen a la violencia.

El texto está impregnado de una sensación de urgencia. Traverso escribe "en situación", lo que significa que no aspira a una neutralidad axiológica sino a un compromiso con quienes sufren un auténtico genocidio. Esta elección, aunque poderosa y plenamente justificada por la urgencia real que los acontecimientos demandan (hoy mismo, al menos 66 personas han muerto y más de un centenar han resultado heridas en un bombardeo israelí contra un edificio residencial aledaño al hospital Kamal Adwan, en la ciudad de Beit Lahia, en el norte de Gaza, entre ellas muchas mujeres y niñas), lleva a Traverso a realizar afirmaciones que yo no puedo compartir; como esta reflexión sobre las violaciones como "arma de guerra":

"La violación ha sido siempre un arma de guerra especialmente despreciable, utilizada por prácticamente todos los ejércitos, incluidos los que libran guerras justas. En los últimos años, ha ocurrido en Afganistán, Iraq, Nigeria y Ucrania. En mayo de 1945, la entrada del Ejército Rojo en Berlín fue una pesadilla para decenas de miles de mujeres alemanas. Las octavillas del Ejército Rojo instaban a los soldados a tratarlas como botín de guerra. Hoy día, según diversos testimonios, tanto los combatientes de Hamás como los soldados israelíes han cometido violaciones (no se han encontrado pruebas porque, tras difundir los rumores más fantasiosos sobre las atrocidades de Hamás, el Estado Mayor del Tzahal impide cualquier investigación al respecto). Según Pramila Patten, responsable del organismo de la ONU creado para tratar la cuestión de la violencia sexual durante los conflictos, muchos testimonios coincidentes indican que dichas violaciones tuvieron lugar. Sin embargo, no se sabe si fueron planeadas por Hamás o alentadas por el Tzahal, sobre todo durante los interrogatorios que tuvieron lugar después del 7 de octubre. Lo cierto es que la violencia sexual de los combatientes palestinos recibió mucha más cobertura mediática que la de Israel, como han señalado muchas feministas árabes. ¿Podemos distinguir entre soldados y «terroristas» en este marco? El furor mediático en torno a las violaciones coincidió con una censura reveladora. Un detalle menor, la novela de la escritora palestina Adania Shibli, cuya ceremonia de entrega del premio LiBeraturpreis fue cancelada en la Feria del Libro de Frankfurt en octubre de 2023 por censores con altísimos principios morales, narra la violación y asesinato de una joven palestina por soldados israelíes durante la Nakba de 1949".
O como esta otra sobre el asesinato de civiles, que no solo no es "el arma de los débiles" sino que lo es, como precisamente estamos comprobando en Gaza, el arma favorita de los fuertes:

"El asesinato de civiles, por lamentable que sea, siempre ha sido el arma de los débiles en las guerras asimétricas, utilizado por el FLN argelino, por la OLP antes de Oslo, por el CNA de Nelson Mandela, por el FNL vietnamita que atacaba burdeles en Saigón llenos de soldados estadounidenses, e incluso por los terroristas del Irgun, ya mencionados, que ponían bombas contra los británicos antes del nacimiento de Israel (el atentado contra el Hotel King David de Jerusalén en julio de 1946 causó 91 muertos y 46 heridos, no solo británicos sino también árabes y judíos). Esto también vale, aunque tendemos a olvidarlo, para los movimientos de resistencia europeos durante la Segunda Guerra Mundial".

En cualquier caso, esta obra es un llamado a reconocer la dimensión humana y política del sufrimiento palestino y a repensar las narrativas históricas en función de un presente marcado por profundas desigualdades. Con su estilo incisivo y su perspectiva crítica logra captar la tragedia y la resistencia de Gaza en un mundo donde las narrativas dominantes a menudo ocultan más de lo que revelan.


El segundo libro es El precio que pagamos, de David Grossman (Penguin Random House, 2024), con traducción de Ana María Bejarano. Un autor que ya ha pasado por este blog y que durante décadas ha sido una de las voces más críticas con las derivas autoritarias y belicistas de los gobiernos israelíes. Encontramos aquí una recopilación de discursos y artículos de opinión que van desde 2017 a 2024 y que se abren y enfocan a partir de un texto publicado el 10 de octubre de 2023, tres días después de la masacre provocada por Hamas, en el que entre otras cosas dice lo siguiente:

"Lo que está sucediendo hoy es la concreción del precio que Israel tiene que pagar por haberse dejado arrastrar durante años por un liderazgo corrupto que lo ha llevado hacia el abismo destrozando las instituciones judiciales y su misma integridad, las fuerzas armadas y el sistema educativo; un liderazgo dispuesto a poner al país en peligro existencial solo por salvar a su primer ministro de ir a la cárcel.
Horroriza pensar que hemos colaborado durante años con todo ello. Pensar en la enorme energía, la actividad y dinero que hemos dilapidado mientras mirábamos pasmados a la familia Netanyahu y sus calamidades a lo Ceaușescu.
Durante los últimos nueve meses salieron a las calles todas las semanas, como sabido es, millones de israelíes para manifestarse contra el Gobierno y la persona que lo encabeza. Se trataba de un movimiento de una importancia sin precedentes que pretendía devolver a Israel a sus orígenes, a la sublime gran idea de los cimientos de su existencia: crear un país que fuera un hogar para el pueblo judío. Y no simplemente un hogar: millones de israelíes querían crear un país liberal, democrático, en paz, pluralista, que respete las creencias de todas las personas. Pero, en lugar de escuchar lo que ese movimiento de protesta proponía, Netanyahu decidió afearlo, tratarlo de traidor, incitar contra él y hacer más profundo el odio entre las dos partes.
Y al mismo tiempo, una y otra vez y en todo momento, Netanyahu declaraba lo fuerte que Israel era, lo estable y, sobre todo, lo preparado que estaba para afrontar cualquier peligro.
Cuéntele eso hoy a los padres rotos por el dolor, a los bebés arrojados a la cuneta. Cuénteselo a los secuestrados, a los que son repartidos ahora como si de caramelos humanos se tratara entre las distintas organizaciones. Cuénteselo a las personas que le votaron. Cuénteselo a las ochenta brechas en la valla más sofisticada del mundo.
Pero no nos confundamos ni nos equivoquemos, porque a pesar de toda la ira que podamos sentir contra Netanyahu, contra los suyos y su proceder, el horror de estos días no lo ha provocado Israel, sino que el artífice ha sido Hamás. Porque, aunque la ocupación sea un crimen, perseguir a cientos de civiles, a niños, a sus padres, a ancianos y enfermos, yendo a por ellos de uno en uno para dispararles a sangre fría, es un crimen todavía más atroz. La perversidad también tiene su jerarquía. En la infamia hay grados de gravedad que cualquier mente recta y naturalmente sensible es capaz de discernir. Y así, cuando observamos el campo de la matanza de la Fiesta Nova por la Paz, a los terroristas de Hamás persiguiendo con las motos a esos jóvenes que, en parte, seguían bailando sin entender lo que sucedía, cuando vemos cómo los rodean para cazarlos como a presas y asesinarlos entre gritos de júbilo, no sé si llamar a los perpetradores bestias humanas, porque de humanos no tienen nada.
Andamos como sonámbulos estos días, con sus noches. Intentamos no dejarnos llevar por la tentación de ver los vídeos del horror o hacer caso de los rumores. Sentimos los estremecimientos de miedo de los que por primera vez desde hace cincuenta años, desde la guerra de Yom Kipur, son conscientes de la ansiedad que experimenta el que ve la primera marca del arañazo de una posible derrota".

Es sobre este trasfondo cuando Grossman se plantea algunas preguntas esenciales: "¿Quiénes seremos? ¿Qué clase de personas seremos tras estos días, después de haber visto lo que hemos visto? ¿Desde qué punto se podrá empezar de nuevo tras la destrucción y la aniquilación de tantas y tantas cosas en las que creíamos y de las que estábamos seguros?". La respuesta es ominosa aunque, desgraciadamente, muy certera: 

"Predicción: el Israel de después de la guerra será mucho más de derechas, militante y racista. La guerra que le ha sido impuesta ha grabado en su conciencia los estereotipos y los prejuicios más radicales y odiosos que dictan, y ahora lo harán con mayor ahínco, los rasgos de la identidad israelí. Una identidad que incluirá a partir de ahora el trauma del mes de octubre de 2023 y el carácter de la política de Israel sumida en la polarización y la fractura interna".

Leer El precio que pagamos es aproximarse a la reflexión angustiada de un ciudadano de Israel que ha militado siempre por la paz y la coexistencia mediante la fórmula de los dos estados y que ahora se muestra sumido en el pesimismo, como señalaba en una entrevista en El País el pasado 28 de mayo:

"En el campo de la paz en Israel, y yo como parte de él, creíamos demasiado en la lógica y demasiado poco en el poder del fanatismo religioso. Y nuestras relaciones con el pueblo palestino no van de lógica. Van a veces de odio, a veces de amor no correspondido, a veces de traición, a veces de voluntad de venganza… Este conflicto es muy emocional y psicológico. Si los palestinos no tienen hogar y sensación de hogar, nosotros tampoco. Así funciona la física humana. Si más y más palestinos entienden y se convencen de que estamos aquí para quedarnos, que no somos como los cruzados, como colonialistas, sino que en la Tierra de Israel nacimos como pueblo, como cultura, como religión, como lengua. No somos extranjeros. Vinimos aquí porque de aquí procedemos. Cuando acepten interiorizarlo, daremos el primer paso hacia la paz. No sé si sucederá en uno, en 30 años o nunca. Solo sé que lograr la paz es ahora un interés superior de Israel, porque mientras no suceda estaremos expuestos a desastres como los que hemos visto este último año. Y sola Israel no es capaz de vencer guerras contra todo el mundo árabe"

Sorprende esta incapacidad para reconocer la naturaleza colonial, yo creo que objetivamente colonial, cuestión clave a la hora de interpretar la realidad del conflicto y, sobre todo, de buscar salidas razonables y humanas al mismo. Más aún cuando el propio Grossman se plantea si "un país que hace ya cincuenta años que tiene ocupado a otro pueblo negándole la libertad y limitando las libertades de los que se oponen a ello" puede ser considerado un país democrático, si es realmente posible pensar en una "democracia ocupante". Sorprende, porque para él está claro que esto es imposible, aunque seguramente tenga que ver con la profunda experiencia de inseguridad existencial ("una sensación de que su hogar nacional -y es posible que muy pronto también su hogar particular- está en llamas") que desde el 7 de octubre se ha adueñado de la sociedad israelí que Traverso pone en duda, con una "resignificación" del eslogan From the river to the sea, Palestine wil be free que no sirve para proporcionar seguridad:

"En 1988, el periodista israelí Yehuda Elkana, testigo de diversas atrocidades durante la guerra del Líbano seis años antes, atribuyó esta propensión a un «profundo miedo existencial» que tiende a hacer del pueblo judío la eterna víctima de un mundo hostil. Esta convicción, que evidentemente no ha desaparecido cuarenta años después, fue la «trágica y paradójica victoria de Hitler». Tras constatar que el nazismo no había dejado de influir y modelar el imaginario israelí, Elkana descubrió las virtudes del olvido: «El yugo de la memoria histórica», escribió con desconsuelo, «debe ser extirpado de nuestras vidas».
Frente a una memoria tan distorsionada, sería mejor olvidar el pasado. Incluso antes de Elkana, tras la masacre de Sabra y Shatila en Líbano, Primo Levi había concedido una entrevista a Repubblica en la que reconocía este «profundo miedo existencial», pero no aceptaba convertirlo en una excusa: «Sé muy bien que Israel ha sido fundado por gente como yo, pero menos afortunada que yo. Hombres con el número de Auschwitz tatuado en el brazo, sin hogar ni patria, que escaparon de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, que encontraron allí un hogar y una patria. Sé todo esto. Pero también sé que este es el argumento favorito de Begin. Y niego validez a un argumento tal».
Según Primo Levi, la Shoah no otorga a Israel un estatus de inocencia ontológica. A sus ojos, no había duda de que Begin era un «fascista»; de hecho, pensaba que el propio Begin habría aceptado de buen grado esta definición. Ahora, comparado con Netanyahu, Begin parecería un moderado.
No estoy seguro de que cuarenta años después, es decir, tras dos generaciones, el diagnóstico de Elkana y Levi sobre el imaginario israelí siga siendo válido"

Dos lecturas incómodas, por distintas razones, pero muy necesarias.

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