Cuando ETA cesó definitivamente en su actividad terrorista, todos los problemas de Euskadi todavía estaban allí. No se me ocurre representación más absurdamente trágica de la historia de ETA, de ese dinosaurio pesadillesco que hace diez años desapareció de nuestras vidas.
Aquel 20 de octubre de 2011 en el que ETA anunció su disolución Euskadi seguía teniendo los mismos problemas que un año o una década antes. Si pensamos en los grandes objetivos que pretendían justificar su existencia, la independencia y el socialismo, aquel 20 de octubre Euskadi estaba tan cerca o tan lejos de ser un Estado socialista como lo estaba 52 años antes, cuando ETA nació. Durante medio siglo nada (nada sustancial, nada a mejor) cambió con la existencia de ETA; pero tras su disolución, todo cambió. Cuando despertamos, el dinosaurio ya no estaba allí, y con él empezaban a desaparecer las miradas a los bajos de los coches, las despedidas mañaneras como si fueran la última, la emigración forzada, las nucas guardaespaldadas, la ocultación de las convicciones y las militancias políticas, las geografías urbanas prohibidas…
Cuando ETA desapareció, hace diez años, desapareció EL PROBLEMA VASCO (así, con mayúsculas) porque, en realidad, ETA era nuestro problema mayúsculo. Su mera existencia generaba una perversa profecía autocumplida: si hay personas dispuestas a matar y a morir, ¿cómo no va a ser grave la situación política que sufre Euskal Herria? Tanto las personas que lo practican como las que lo apoyan, pero también muchas que lo analizan, se aproximan al terrorismo desde una perspectiva estratégica o de acción racional: como una forma de acción que tal vez no se sostenga en la teoría, pero que funciona en la práctica; yo creo, más bien, que el terrorismo no funciona en la práctica, pero sí en la teoría. Es el efecto-marco de la violencia terrorista: “si no queda otra salida que recurrir a la violencia armada” por algo será...
Pero el caso es que ETA desapareció y todos los problemas mayúsculos que supuestamente justificaban su existencia se convirtieron en lo que realmente eran y siguen siendo, en problemas políticos con minúsculas, susceptibles de ser abordados como cualquier problema político: reflexionando con inteligencia, diagnosticando con acierto, proponiendo alternativas, convenciendo, acumulando fuerza democrática…
En julio de 1997, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, recurrí a otro microrrelato de Augusto Monterroso, el titulado “El rayo que cayó dos veces en el mismo sitio”, para denunciar la estéril violencia de ETA: “Hubo una vez un Rayo –escribe Monterroso- que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho”. Desgraciadamente ETA no se deprimió la segunda, ni la tercera, ni la cuarta vez que hizo daño. Cuarenta y tres años de asesinatos, más de 850 víctimas mortales… ¿para qué? Una historia de navegación sin rumbo que solo podía acabar en derrota. Fue hace diez años. Demasiado tarde.
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