La casa más lejana. Un año de vida en la gran playa de Cape Cod
Traducción de Inés Clavero e Irene Oliva
Volcano, 2019
"Una tarde de marzo, cuando el atardecer se difuminaba en la noche, el cielo entero resultó estar recubierto de nubes, todo salvo un canal dorado al oeste que se abría entre el suelo de la nube y la tierra. En mi duna solitaria reinaban la quietud y la paz. La tierra entera estaba oscura, oscura como un cuenco alzado a una solemnidad de silencio y nube. Oí un sonido familiar. Al volverme hacia la marisma, vi una bandada de gansos que sobrevolaba los prados por aquel claro de luz dorada que se extinguía, batiendo sus esbeltas alas con una belleza lenta y majestuosa, inundando la planicie y la oscuridad con su graznido musical y tintineante. ¿Acaso existe en el mundo clamor salvaje más noble? Lo escuché hasta que se hubo apagado y los pájaros hubieron desaparecido en la oscuridad, y después oí un mar en calma que rezongaba por el cambio de marea. En ese momento, empecé a sentir algo de frío, regresé a Fo'castle y eché leña viva al fuego".
En 1926 Henry Beston (1888-1968) se instaló en una pequeña cabaña en la costa de Cape Cod (en el mapa al final de este comentario, la señalada como "The outermost house"), en la playa de Eastham, donde permaneció durante un año. El resultado es un texto que, más que a ser leído, nos invita a ser paseado, contemplado, sentido. "Suceda lo que suceda en nuestro mundo humano -escribe Beston-, no hay sombra de nosotros que nuble el nacimiento del sol, no hay pausas en el curso de los vientos, ni quiebros en los ritmos largos de las olas rompientes que se precipitan hacia la orilla". Y, en efecto, el protagonismo absoluto de este libro lo tienen las rompientes, las mareas invernales, las dunas, las tormentas, las bandadas de aves marinas, los páramos y las marismas, las plantas y los bosquecillos costeros... El autor transita por esos paisajes como mero testigo de los procesos naturales, limitándose a ser cronista de los cambios de las estaciones y las mareas.
Beston es también testigo de "un nuevo peligro" que empezaba a amenazar a las aves en el mar; los vertidos procedentes del refinado de petróleo y de su bombeo a los buques petroleros: "Esta polución espantosa flota en grandes superficies y se adhiere a las alas de las aves que se posan en ella. Los animales, inevitablemente, mueren". Pero, convencido de nuestra insignificancia frente a la persistencia de la naturaleza, Beston se muestra convencido de que se trata de una amenaza pasajera y toda esa contaminación se terminará pronto. Se equivocó en esto; escribía en los inicios del siglo XX. Pero no se equivocó en su intuición holística de concebir a la humanidad como parte, junto con el resto de los seres vivos, de un mismo y solo mundo:
"Necesitamos un concepto distinto de los animales, uno más acertado y quizá uno más místico. [...] No son hermanos, no son adláteres; son otros pueblos, atrapados con nosotros en la red de la vida y el tiempo, prisioneros como nosotros de las maravillas y las penalidades de la Tierra".
Hay literatura de naturaleza que nos atrae y fascina por su salvajismo,
por la dureza de las experiencias que narra, por la satisfacción que nos produce sabernos a salvo de tales experiencias; y hay libros de naturaleza
en los que nos gustaría quedarnos a vivir: este es uno de ellos.
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