martes, 21 de julio de 2020

El sonido de un caracol salvaje al comer

Elisabeth Tova Bailey
El sonido de un caracol salvaje al comer
Traducción de Violeta Arranz
Capitán Swing, 2019

"Todo lo relacionado con el caracol resulta enigmático y fue precisamente ese aire de misterio lo que atrajo inicialmente mi interés. Comprendí que mi propia vida se estaba volviendo igual de enigmática. Desde el inicio de mi enfermedad y durante mis innumerables recaídas, mi lugar en el mundo ha estado más documentado por mi ausencia que por mi presencia. Aunque mis amigos más cercanos comprendían mis circunstancias, los que no me conocían bien pensaban que mi desaparición del trabajo y de los círculos sociales era inexplicable.
Y en realidad yo no había desaparecido; simplemente estaba recluida en casa, como un caracol encogido dentro de su concha. pero estar recluida en casa en el mundo de los seres humanos es como desaparecer. A veces, cuando me encuentro con algún conocido de antes, veo que cruza por su rostro una mirada de estupefacción, como si creyera que está viendo un fantasma, como si no se esperara mi reaparición. A veces incluso yo misma me pregunto si no me habré convertido en un fantasma".


Elisabeth Tova Bailey tenía 34 años cuando un extraño patógeno le provocó una grave enfermedad mitocondrial que la mantuvo totalmente postrada en la cama durante meses, con su cuerpo casi paralizado. Un día, una amiga que la estaba visitando volvió de un paseo por el bosque cercano con un caracol. Llenó una maceta con tierra, trasplantó en ella algunas violetas silvestres, depositó ahí al caracol y dejó la maceta junto a la cama de la autora.

"'¿Y por qué tendría que gustarme un caracol?', me pregunté en silencio. ¿Qué narices podía hacer con él? No podía levantarme de la cama para devolverlo al bosque. No era de mucho interés y, si realmente estaba vivo, la responsabilidad -especialmente la responsabilidad por un caracol, algo tan fuera de lugar- era aplastante".

Sin embargo, con el paso de los días la compañía de su silente compañerx (los caracoles son hermafroditas) se convirtió en un foco constante de interés y curiosidad. Cuando empiezan a aparecer pequeños agujeros cuadrados en un sobre junto a la maceta la autora se pregunta si no serán bocados del caracol hambriento, y empieza a alimentarlo con pétalos y champiñones. Cuando se despertaba de madrugada se sentía acompañada al escuchar "el reconfortante sonido de la minúscula masticación del caracol". Y así, su extrañeza inicial se transformará en una relación profunda con una de las criaturas aparentemente más alejadas de nuestra especie humana: "Mientras contemplaba sus estrafalarias narices-ojos telescópicos, sus dientes que formaban una cinta, su babosa piel y su casa móvil, me costaba creer que fuéramos originarios del mismo planeta". Pero la conexión se produjo:

"Después de varias semanas haciéndonos mutuamente compañía las veinticuatro horas del día, no quedaba duda sobre nuestra relación: ya era oficial que el caracol y yo vivíamos juntos. Reconozco que me había encariñado con él".

El fruto de este encariñamiento es este libro fascinante, lleno de curiosidades sobre estas criaturas (nunca volveré a mirar igual a los caracoles que brotan de la nada con cada chaparrón en torno a mi casa). Pero, sobre todo, Elisabeth Tova Bailey ha escrito un ensayo imprescindible sobre la fragilidad de la vida (de todas las vidas) y la interdependencia radical entre los seres humanos y la naturaleza

Leyéndolo he recordado uno de los proyectos más delicados y mágicos de la ilustradora Josune Urrutia Asua, su Niña caracol: belleza y ternura creada también en condiciones adversas.

Por cierto, aquí se puede escuchar el sonido que hace un caracol comiendo una zanahoria.


2 comentarios:

Amaia dijo...

No te lo vas a creer, pero me he emocionado escuchando al caracol comiendo zanahoria. Sí, soy una llorona, pero dejando eso a un lado, me ha impresionado lo mucho que se parece su sonido al que hacemos las humanas. Este libro lo compro hoy mismo. Gracias por el descubrimiento.

Imanol dijo...

Gracias Amaia. La verdad es que mientras lo leía pensaba que tu eras una de las personas a las que este libro podría interesar. Un abrazo.