A propósito de nada. Autobiografía
Traducción de Eduardo Hojman
Alianza Editorial, 2020
"Amigos: estáis leyendo la autobiografía de un analgabeto misántropo que adoraba a los gánsteres, un solitario inculto que se sentaba delante de un espejo de tres caras a practicar con una baraja para poder sacar un as de picas, hacer que fuera imposible de ver desde ningún ángulo y llevarse todo el dinero de la partida".
Una amiga sigue recordándome de vez en cuando, con acritud sobreactuada, que en nuestra juventud no nos perdimos ni uno de los estrenos anuales de las películas de Woody Allen, además de ver las reposiciones de sus primeros títulos en alguno de los cines que por entonces había en practicamente todos los pueblos de Encartaciones, incluido el nuestro.
Aún hoy puedo reconstruir escenas y repetir diálogos de películas como Toma el dinero y corre (Take the Money and Run, 1969), Bananas (1971), Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (Everything You Always Wanted to Know About Sex - But You Were Afraid to Ask, 1972), El dormilón (Sleeper, 1973) y La última noche de Boris Grushenko (Love and Death, 1975). Películas inteligentemente gamberras, filmadas y firmadas por un genio formado en los escenarios de comedia en vivo, que escribía libros tan descacharrantes como Sin plumas y Cómo acabar con la cultura de una vez por todas (publicados en español por Tusquets en 1976 y 1974, respectivamente). Libros que, claro, me apresuré a comprar y leer.
Probablemente se trataba de un humor y de un cine que gustaban o no en función de diversos factores (cultura cinéfila, lecturas realizadas, vivencias personales). A mí me encantaban, pero a mi cuadrilla tal vez no tanto.
Luego llegaron dos obras mayores en la filmografía de Allen, Annie Hall (1977) y Manhattan (1979), que aún vuelvo a ver de vez en cuando, pero también una serie de películas -Interiores (Interiors, 1978), Recuerdos (Stardust Memories, 1980) y La comedia sexual de una noche de verano (A Midsummer Night's Sex Comedy, 1982)- que me defraudaron y que sirvieron para que nunca más volviéramos al cine en cuadrilla tan pronto como se estrenaba un nuevo título de Woody Allen. Imaginó que mi amiga se sintió liberada; se lo preguntaré.
El año 1983 abrió una nueva etapa en mi relación con el cine se Allen: yo seguí fiel a la tradición anual de asistir a sus estrenos, ahora menos acompañado, y Woody dirigió otras cinco grandes películas: Zelig (1983), Broadway Danny Rose (1984), La rosa púrpura de El Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985), Hannah y sus hermanas (Hannah and Her Sisters, 1986) y, sobre todo, la maravillosa Días de radio (Radio Days, 1987). Dejo al margen Septiembre (September), también de 1987, que a pesar de su dramatismo me dejó frío. Lo mismo me ocurrió con Otra mujer (Another Woman, 1988), Alice (1990) y Sombras y niebla (Shadows and Fog, 1991); aunque Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989) me recordó al mejor Allen, parecía que su ingenio empezaba a marchitarse.
Pero en 1992 Allen abrió una fructífera década demostrando su maestría a la hora de diseccionar los conflictos derivados de las relaciones humanas con Maridos y mujeres (Husbands and Wives, 1992) y recuperando el gamberrismo inteligente y la mirada melancólica de sus primeras obras: Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993), Balas sobre Broadway (Bullets over Broadway, 1994), Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995), Todos dicen I love you (Everyone Says I Love You, 1996), Desmontando a Harry (Deconstructing Harry,1997), Acordes y desacuerdos (Sweet and Lowdown, 1999), Granujas de medio pelo (Small Time Crooks, 2000), La maldición del escorpión de jade (The Curse of the Jade Scorpion, 2001) y Un final made in Hollywood (Hollywood Ending, 2002). Celebrity (1998) no me gustó.
Entrado el nuevo siglo, me gustó Match Point (2005) pero me aburrí o no conecté con Todo lo demás (Anything Else, 2003), Melinda y Melinda (Melinda and Melinda, 2004), Scoop (2006), El sueño de Casandra (Cassandra's Dream, 2007) y Vicky Cristina Barcelona (2008). Volví a disfrutar con Si la cosa funciona (Whatever Works, 2009) y Medianoche en París (Midnight in Paris, 2011), pero me fui alejando de sus últimas películas: Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010), A Roma con amor (To Rome With Love, 2012), Blue Jasmine (2013), Magia a la luz de la luna (Magic in the Moonlight, 2014), Irrational Man, 2015), Cafe Society (2016), Wonder Wheel (2017), Día de lluvia en Nueva York (A Rainy Day in New York, 2019). Me influyó mucho la denuncia de Dylan Farrow. Algunas ni siquiera me animé a verlas, así que igual me he perdido algo. A ver cómo funciona Rifkin's Festival (2020), que se estrenará en el Zinemaldia.
Dicho todo lo anterior, habrá quedado claro que he disfrutado mucho con el cine de Woody Allen, un tipo capaz de dirigir una palícula al año ("Siempre me fijé un salario muy exiguo para que el presupuesto fuera reducido. probablemente fui el cineasta peor pagado de mi generación"), que nunca ha asistido a la ceremonia de los Oscar, a pesar de haber sido nominado una veintena de veces y haberlo ganado en cuatro ocasiones: como director por Annie
Hall y como guionista por esta película, así como por Hannah y sus hermanas
y Medianoche en Paris. Lo explica así en el libro: "No me gusta la idea de que se premie obras de arte que no se realizan con un propósito competitivo sino para satisfacer un deseo artístico y, con suerte, entretener. No estoy interesado en el pronunciamiento de ningún grupo respecto de cuál es la mejor película del año, o el mejor libro, o el intérprete más valioso". Un paradójico outsider para el sistema hollywoodiense que es a la vez uno de los pesos pesados del séptimo arte, en cuyas películas ha trabajado una buena parte de la constelación de estrellas del cine estadounidense, y algunas del firmamento europeo: Diane Keaton, Mia Farrow, Gene Wilder, Alan Alda, Meryl Streep, John Carradine, Burt Reynolds, Charlotte Rampling, Michael Caine, Caroline Aaron, Liam Neeson, Helena Bonham Carter, Tim Roth, Max von Sydow, Gene Hackman, Anjelica Houston, Ian Holm, Daryl Hannah, William Hurt, Alec Baldwin, Joe Mantegna, Mary-Louise Parker, Chazz Palmintieri, Olimpia Dukakis, Paul Giamatti, Kenneth Branaghn Melanie Griffith, Winona Ryder, Leonardo DiCaprio, Sheley Duvall, Hugh Grant, Christopher Walken, Ornella Mutti, Gena Rowlands, Natalie Portman, Scarlett Johansson, John Malkovich, Kathy Bates, Jeff Goldbum, John Cusack, Jodie Foster, Charlize Theron, Sigourney Weaver, Jeff Daniels, Kate Winslet, Colin Firth, Elisabeth Shue, Mira Sorvino, Dani Aiello, Sean Penn, Uma Thurman, Danny DeVito, Helen Hunt, Chloë Sevigny, Robin Williams, Kistie Alley, Demi Moore, Billy Cristal, Chiwetel Ejiofor, Naomi Watts, Christina Ricci, Drew Barrymore, Josh Brolin, Rachel McAdams, Anthony Hopkins, Evan Rachel Wood, Naomi Watts, Antonio Banderas, Julia Roberts, Marion Cotillard, Roberto Benigni, Carla Bruni, Léa Seydoux, Cate Blanchett, Colin Farrell, Emma Stone, Penélope Cruz, Javier Bardem, Kristen Stewart, Hugh Jackman, Ewan McGregor, Joaquin Phoenix... entre muchas otras.
He disfrutado muchísimo leyendo su disparatada versión de su infancia, puro Días de radio, como cuando describe la relación entre su padre y su madre, Nettie: "Que
él y Nettie terminaran juntos es un misterio comparable a la materia
oscura. Eran dos personajes tan opuestos como Hannah Arendt y Nathan
Detroit, que no se ponían de acuerdo sobre nada excepto Hitler y mis
calificaciones escolares. Sin embargo, y a pesar de toda esa carnicería
verbal, siguieron casados durante setenta años, sospecho que por puro
rencor. De todas formas, estoy seguro de que se quisieron a su manera,
una manera que probablemente solo compartan algunas tribus de cazadores
de cabezas de Borneo".
Son los recuerdos de un niño querido y alegre hasta que cumplió los cinco años, cuando pasó "de ser un crío sonriente y pecoso con una caña de pescar y pantalones ceñidos a ser un patán crónicamente insatisfecho".
Según el propio Allen, esta transformación radical tuvo que ver con la
toma de conciencia, por aquellos años, de su mortalidad: "ah no, yo no me apunté para esto. Nunca acepté ser finito. Si no os importan, quiero que me devolváis el dinero". De
ser cierta, esta actitud ante la vida y la muerte junto con su pasión
por el cine y la música radiada, todo ello adquirido en su más temprana edad,
explican al Woody Allen que luego hemos conocido en la mayoría de sus
películas, desde luego en las más interesantes: "Yo
veía todos los lanzamientos de Hollywood. cada largometraje, cada
película de serie B. Sabía quiénes eran los que salían en la pantalla,
los reconocía, empecé a reconocer también a los secundarios, a los
actores de carácter, a fijarme en la música. [...] La música pop de
aquella época consistía en Cole Porter, Rodgers y Hart, Irving Berlin,
Jerome Kern, George Gershwin, Benny Goodman, Billy Holiday, Artie Shaw,
Tommy Dorsey. De modo que allí estaba yo, empapándome de aquella música
tan hermosa y de películas". Comedias "de champagne", historia urbanas, apartamentos y skylines, cárteles de neón, música de jazz... "Incluso
hoy, si la escena inicial de una película es un primer plano de una
bandera que cae y se trata de la bandera del taxímetro de un taxi
neoyorquino, me quedo. Si es la bandera de un buzón, me largo de la
sala".
También he disfrutado leyendo sobre sus años como guionista televisivo y redactor de chistes para otros cómicos; sobre sus fobias (entre las que sobresale su "fobia a entrar") y sus primeros pasos como monologuista en clubs nocturnos, sin demasiado éxito; sobre sus relaciones afectivas y de amistad; y sobre su personal forma de hacer cine, con perlas como estas:
- "Me hice la promesa de que jamás realizaría ninguna película a menos que tuviera todo el control, y así ha sido desde entonces".
- "El ritual del casting no me gusta. [...] Es habitual que a la persona a la que van a presentarme la haya visto antes en alguna película, de modo que ya sé si puede actuar. No tengo nada que decirle a ninguno de los que vienen. Lo cierto es que si no hacen nada desquiciado, como abalanzarse sobre mí con una navaja, tiendo a contratarlos. Lo único que lo fastidia todo es cuando el siguiente actos que aparece es igual de bueno, igual de capacitado, y tampoco me ataca".
- "Como cineasta soy un imperfeccionista. No tengo paciencia para rodar escenas una y otra vez con el objetivo de contar con planos adicionales captados desde diversos ángulos, por valiosos que sean luego a la hora de realizar el montaje. A mí me gusta rodar una escena, pasar a la siguiente, terminar y salir pitando".
Hasta que llegamos a la página 242, aparece Mia Farrow y el libro empieza a adoptar las hechuras de un acta de acusación hacia Farrow, presentada como una neurótica calculadora, fruto de una familia afectada por graves trastornos mentales, con una relación enfermiza con sus hijas e hijos, y a sí mismo como un pobre idiota enceguecido por la pasión amorosa: "Pensándolo retrospectivamente, ¿debería haber percibido alguna señal de alarma? Supongo que sí, pero si uno está saliendo con una mujer de ensueño, aunque vea señales de alarma, mira para otro lado". Así no, Woody, así no... Hasta la página 324, y algunos parrafos en páginas posteriores, Allen cuenta su versión del sórdido y feroz conflicto que ha mantenido con Mia Farrow por las acusaciones de esta de haber abusado sexualmente de su hija adoptiva Dylan. La historia, terrible, es pública, ha estado en todos los medios de comunicación, ha llegado a los tribunales y ha enfrentado incluso a hermano contra hermana. Tiene derecho ha explicarse, por supuesto, y yo tengo derecho a comprar o no su libro y a creerme o no sus explicaciones. Pero su irrupción en este libro provoca la misma sensación que cuando somos testigos de una explosión de odio y desprecio entre una pareja a la que conocemos y apreciamos: ¡no!, yo no quiero verme metido en esto, por favor.
Este libro son, en realidad, dos, y yo hubiera agradecido leer solo el primero de ellos.
2 comentarios:
Presioso artículo, Imanol. Yo también, aunque no tan de cerca y con tanta fidelidad, seguí los estrenos de W. Allen. Siempre me pareció ver una película distinta a las del resto, a las que se veían en las salas convencionales, pero también a sus propias películas: ninguna se parecía a la anterior, y no sabías si era una comedia ligera (el Dormilón) si era una comedia inteligente (Annie Hall) o era un trullo que aprecias con los años y la burguesidad (Interiores). Hoy día, me sigue cautivando este hombre, aun cuando no la dirigiese (Escenas de una Galería)
¡Qué reseña tan trabajada! Gracias por su generosa laboriosidad.
No he seguido a W. Allen tanto como usted, ni mucho menos. Pero me han gustado mucho algunas películas. Otras no tanto pero siempre encuentro algo de interés en su trabajo.
Desde luego la brutal acusación que persigue a W. Allen desde hace tantos años es desagradable, pero ¿cómo hubiera podido escribir un libro de memorias y no afrontarlo? El odio que pueden desarrollar algunas mujeres despechadas es monstruoso y demoníaco, acaso tema para nuevas tragedias griegas que lleven al cine autores del futuro, si los hay.
Publicar un comentario