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domingo, 17 de noviembre de 2024

Una mujer afortunada

Polly Morland
Una mujer afortunada: Historia de una médica rural
Traducción de Vanesa García Cazorla
Con fotografías de Richard Baker
Errata naturae, 2024
 
"Cuando recuerda aquella tarde, y cualquier otro encuentro similar a lo largo de sus más de veinte años aquí, comprende que parte de lo que ofrece a quienes están a su cuidado es tiempo. Al fin y al cabo, tiempo es lo único que tenemos, y no en el sentido de eficiencia, de gestión, de programas una cita y no retrasarse, ni tampoco en términos de posponer la muerte. Más bien, trabaja sabiendo que el tiempo es el eje finito de nuestras vidas y que la experiencia que tenemos de él es importante, pues no todos los minutos de una misma existencia son iguales. A veces las semanas, los meses o los años pasan volando, ligeros como telarañas, pero, cuando se siente dolor, miedo o angustia, diez minutos pueden pesar como un año entero. El modo en que se trata a la gente en esas circunstancias marca la diferencia, y ella lo sabe. Está aquí para ayudar a cargar con la gravidez del tiempo, para que sus pacientes regresen a horas más ligeras, ya se trate del moribundo que cuenta sus horas, ya de la joven que lucha contra la depresión, ya de un manitas que se ha cortado el pulgar y espera una ambulancia en plena nevada".

Polly Morland, escritora británica y documentalista de formación, nos regala una obra profundamente humana y reflexiva que combina elementos de narrativa biográfica, ensayo social y análisis crítico sobre los cuidados médicos en un mundo en constante cambio. Inspirada en el clásico de John Berger Un hombre afortunado, el retrato inolvidable de un médico rural británico en la década de 1960, la historia de Polly Morland es tanto un homenaje como una actualización de los temas que Berger exploró.
 
Una mujer afortunada se centra en una médica rural que ejerce en una pequeña comunidad en Inglaterra. A través de entrevistas y observaciones, Polly Morland captura la cotidianidad de esta doctora, que antes llamábamos "de familia", sus retos, sus momentos de alegría y sus frustraciones, mientras aborda cuestiones como la crisis del sistema de salud pública, las tensiones entre el idealismo y la práctica médica, y las implicaciones humanas de atender a comunidades profundamente unidas en un mundo donde la medicina enfrenta desafíos inéditos: la sobrecarga de trabajo, el envejecimiento de la población, la tecnología médica, sobre todo, las tensiones entre la atención personalizada y las demandas burocráticas de unos sistemas de salud cada vez más industrializado.
 
La autora logra transmitir tanto la profundidad emocional de la experiencia médica como la complejidad de los dilemas éticos que enfrenta una médica rural. Sus descripciones de los encuentros entre la doctora y sus pacientes son visuales y detalladas, con una sensibilidad para captar tanto los momentos dramáticos como los silencios cargados de significado. Porque este es núcleo esencial del libro: la observación atenta del vínculo entre la doctora y sus pacientes. En un mundo donde la medicina a menudo se ve reducida a números y diagnósticos rápidos, esta "mujer afortunada" personifica un enfoque humanista, basado en la comprensión profunda de las vidas y contextos de quienes cuida, enfoque que fortalece la confianza y el bienestar de sus pacientes, pero que también puede convertirse en una carga emocional para la médica.
 
A diferencia de Un hombre afortunado, donde Berger retrata la práctica médica desde una perspectiva masculina y paternalista ("la esposa del médico está excluida del relato" a pesar de desempeñar "un papel fundamental no sólo en los terrenos emocional y doméstico, sino también en el profesional"), Polly Morland introduce con claridad la perspectiva de género. Como mujer médica, esta doctora enfrenta expectativas y presiones diferentes, desde equilibrar la vida laboral con las responsabilidades personales hasta lidiar con prejuicios machistas en un campo históricamente dominado por hombres.

Una mujer afortunada es un libro que invita a pensar profundamente sobre qué significa cuidar en un mundo que a menudo prioriza la eficiencia sobre la disponibilidad, una obra que trasciende la mera biografía para convertirse en un testimonio de los valores más esenciales de la medicina: la empatía, el cuidado y la conexión humana. Polly Morland escribe con una sensibilidad que deja una impresión duradera, invitándonos a reconsiderar nuestra propia relación con los sistemas de salud y las personas que los sostienen.
 
"Habrá tenido en torno a ciento treinta mil citas en estos primeros veinte años en el valle. Pero comprende que lo numérico y lo técnico, hasta lo abiertamente clínico, no es más que una parte ínfima de su historia aquí. Detrás de estas ciento treinta mil citas hay algo que otros médicos ya no disfrutan: un número significativo de relaciones personales duraderas y de calidad que sientan los cimientos de los pilares de la buena atención sanitaria, la confianza, la compenetración y la empatía. A pesar de que muchas de esas consultas han sido de amigos y vecinos, es importante entender que no se trata de amistades per se, al contrario: representan un vínculo distinto y único, que está por definición en continuo cambio y que se basa en un delicado equilibrio entre intimidad y distancia".
 
Enriquecido por las hermosas y evocadoras fotografías de Richard Baker, es un libro que recomiendo sin dudar. A mí me ha encantado, literalmente. Ojalá lo lean muchas futuras médicas y médicos.






domingo, 29 de octubre de 2023

Una vida de tres perros

Abigail Thomas
Una vida de tres perros
Traducción de Regina López Muñoz
Errata Naturae, 2023

"Necesitarás tres perros, uno de los cuales habrá captado un aroma interesante que entra flotando por la ventana del segundo piso. Es una sabuesa. Todos lo son, y los cuatro dormís juntos en una cama de matrimonio. Cuando abras los ojos (su aliento caliente y perruno en tu cara), te estará mirando con tal intensidad que te dará la risa. Te pondrás la ropa de ayer (oportunamente tirada en el suelo) y bajarás sin tropezar con Rosie ni con Harry ni con Carolina, todos ellos rozándote los pies. Cuando abras la puerta de la cocina, saldrán disparados al jardín y se pondrán a cazar al instante, con la nariz pegada al suelo, a un animalillo cuya cola zigzagueante parece un electrocardiograma. Saldrás tras ellos al césped verde y mojado. Estarás al aire libre y serán las cinco de la mañana".


Así empieza el capítulo titulado "Cómo ahuyentar la melancolía" y es una excelente muestra del tono y contenido del libro. Un libro de memorias en el que la autora comparte una historia, la suya, realmente trágica, pero que Abigail Thomas afronta con una actitud admirable en la que el amor y el humor se convierten en recursos esenciales para dar sentido a esa tragedia.
 
La historia comienza cuando su marido, Rich, fue atropellado por un coche una noche en la que paseaba a su perro, Harry, en las inmediaciones de su domicilio en Manhattan. El resultado fue un gravísimo traumatismo cranoencefálico que acabó provocándole una demencia prematura. Precisando atención especializada en todo momento, Rich acaba ingresado en una residencia y Abigail Thomas se traslada desde Manhattan a un pequeño pueblo cercano, para estar cerca.

La autora no oculta ni edulcora una experiencia que es terrible: "Algo se detuvo el 24 de abril de 2000. Nuestros años en común se terminaron, nuestro futuro en común cambió". La dureza de cuidar de su marido, la difícil decisión de ingresarlo en una residencia ("¿Qué clase de mujer era? ¿Qué pasaba con mis votos matrimoniales?"); las visitas de los miércoles y la rutina, emocionalmente agotadora, de sacar a Rich de la residencia cada fin de semana y la dolorosa operación de llevarlo de vuelta ("Que cómo meto a mi marido en el coche? Con embustes"); la aceptación de que ella seguía siendo una persona autónoma, con sus propias necesidades, con su propia vida, a la que no podía ni debía renunciar: “¿Qué nivel de exigencia nos imponemos las mujeres? Después de todos estos años, por fin logro pronunciar las palabras «quiero vivir mi vida» sin sentirme ni un monstruo ni una egoísta, ni una cobarde”.
 
Sin embargo, el relato transmite belleza, esperanza y alegría. No habría sido lo mismo, seguro, si en su vida no hubieran estado presentes, muy presentes, Carlina, Rosie y Harry:
 
"De un tiempo a esta parte sólo hablo de perros. [...] A veces detecto una pausa brevísima antes de que mi interlocutor cambie de tema con un murmullo y acto seguido recuerde que tenía un recado pendiente. Pero mis perros me hacen reír, me dan consuelo y nunca me aburro de ellos. Cuando la cabeza de Rosie descansa en mi hombro, Harry se hace hueco en mi costado izquierdo y Carolina se acurruca como una prenda doblada en una lavandería china, tan pequeña y pulcra, soy plenamente feliz".

Una historia luminosa.
 

miércoles, 20 de septiembre de 2023

martes, 21 de julio de 2020

El sonido de un caracol salvaje al comer

Elisabeth Tova Bailey
El sonido de un caracol salvaje al comer
Traducción de Violeta Arranz
Capitán Swing, 2019

"Todo lo relacionado con el caracol resulta enigmático y fue precisamente ese aire de misterio lo que atrajo inicialmente mi interés. Comprendí que mi propia vida se estaba volviendo igual de enigmática. Desde el inicio de mi enfermedad y durante mis innumerables recaídas, mi lugar en el mundo ha estado más documentado por mi ausencia que por mi presencia. Aunque mis amigos más cercanos comprendían mis circunstancias, los que no me conocían bien pensaban que mi desaparición del trabajo y de los círculos sociales era inexplicable.
Y en realidad yo no había desaparecido; simplemente estaba recluida en casa, como un caracol encogido dentro de su concha. pero estar recluida en casa en el mundo de los seres humanos es como desaparecer. A veces, cuando me encuentro con algún conocido de antes, veo que cruza por su rostro una mirada de estupefacción, como si creyera que está viendo un fantasma, como si no se esperara mi reaparición. A veces incluso yo misma me pregunto si no me habré convertido en un fantasma".


Elisabeth Tova Bailey tenía 34 años cuando un extraño patógeno le provocó una grave enfermedad mitocondrial que la mantuvo totalmente postrada en la cama durante meses, con su cuerpo casi paralizado. Un día, una amiga que la estaba visitando volvió de un paseo por el bosque cercano con un caracol. Llenó una maceta con tierra, trasplantó en ella algunas violetas silvestres, depositó ahí al caracol y dejó la maceta junto a la cama de la autora.

"'¿Y por qué tendría que gustarme un caracol?', me pregunté en silencio. ¿Qué narices podía hacer con él? No podía levantarme de la cama para devolverlo al bosque. No era de mucho interés y, si realmente estaba vivo, la responsabilidad -especialmente la responsabilidad por un caracol, algo tan fuera de lugar- era aplastante".

Sin embargo, con el paso de los días la compañía de su silente compañerx (los caracoles son hermafroditas) se convirtió en un foco constante de interés y curiosidad. Cuando empiezan a aparecer pequeños agujeros cuadrados en un sobre junto a la maceta la autora se pregunta si no serán bocados del caracol hambriento, y empieza a alimentarlo con pétalos y champiñones. Cuando se despertaba de madrugada se sentía acompañada al escuchar "el reconfortante sonido de la minúscula masticación del caracol". Y así, su extrañeza inicial se transformará en una relación profunda con una de las criaturas aparentemente más alejadas de nuestra especie humana: "Mientras contemplaba sus estrafalarias narices-ojos telescópicos, sus dientes que formaban una cinta, su babosa piel y su casa móvil, me costaba creer que fuéramos originarios del mismo planeta". Pero la conexión se produjo:

"Después de varias semanas haciéndonos mutuamente compañía las veinticuatro horas del día, no quedaba duda sobre nuestra relación: ya era oficial que el caracol y yo vivíamos juntos. Reconozco que me había encariñado con él".

El fruto de este encariñamiento es este libro fascinante, lleno de curiosidades sobre estas criaturas (nunca volveré a mirar igual a los caracoles que brotan de la nada con cada chaparrón en torno a mi casa). Pero, sobre todo, Elisabeth Tova Bailey ha escrito un ensayo imprescindible sobre la fragilidad de la vida (de todas las vidas) y la interdependencia radical entre los seres humanos y la naturaleza

Leyéndolo he recordado uno de los proyectos más delicados y mágicos de la ilustradora Josune Urrutia Asua, su Niña caracol: belleza y ternura creada también en condiciones adversas.

Por cierto, aquí se puede escuchar el sonido que hace un caracol comiendo una zanahoria.