Élisabeth de Fontenay
Alain Finkielkraut
Campo de minas
Traducción de Elena M. Cano e Iñigo Sánchez-Paños
Alianza Editorial, 2018
Élisabeth de Fontenay (París, 1934) es una reconocida filósofa y ensayista especialista en Diderot y estudiosa de la obra de Marx, autora de un libro esencial para pensar nuestra relación con los animales (Le Silence des bêtes, Fayard 1998) y profesora emérita (maître de conférences) en la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne. Su madre procedía de una familia judía huída de Odessa durante los pogromos de 1905, y su padre, miembro de una acomodada familia católica de derechas, apoyó el Frente Popular y participó desde el primer momento en la resistencia contra los nazis (fue, en esa hermosa expresión de la lengua francesa, un résistant de la première heure).
"Sabemos que la gran mayoría de aquellos que, al bajar de los trenes, se encontraron en las rampas de los campos de exterminio, no hablaban alemán, no entendieron nada acerca de estas palabras que no estaban dirigidas a ellos como lenguaje humano, pero que cayó sobre ellos con rabia y aullidos. Ahora bien, someterse a un lenguaje que ya no está hecho de palabras, sino solo de gritos de odio y que no expresa nada más que el poder infinito del terror, el paroxismo de la inteligibilidad asesina, ¿no es precisamente el destino de tantos animales?" (Le Silence des bêtes).
Alain Finkielkraut es, seguramente más conocido. Desde luego, para mí es una referencia familiar, a la que me aproximo (muchas veces) y de la que me alejo (algunas otras), como ya he comentado aquí y aquí. Nacido también en París, en 1949, filósofo y ensayista, descendiente de un judío polaco deportado a Auschwitz... Además de raíces, profesión y nacionalidad, comparte con Élisabeth de Fontenay una larga amistad, forjada en la activa participación de ambos en el Mayo del 68, amistad que se ha mantenido a pesar de que, con el paso del tiempo, Finkielkraut se haya alejado de manera muy explícita de su anterior sesentayochismo..
En la carta que inicia el intercambio epistolar entre ambos, Élisabeth de Fontenay hace recuento de sus discrepancias:
"¿Qué es lo que nos opone? Tu complacencia en una visión pasadista del estado del mundo, visión que se me antoja más estetizante que ética o política; en tu pesimismo extremo en lo que se refiere a la modernidad técnica; en tu irritación frente a las nuevas generaciones, de las que no esperas gran cosa; en tu desesperación al constatar que están y estarán cada vez más desprovistas de humanidad, es decir, según tú, de cultura; en tu feminismo de otro tiempo, que asimila las Luces a la galantería, aunque sé por experiencia cuánto cuentan en tu vida las mujeres que colaboran en la creación de un mundo común, y sobre todo en tu elección, aunque no seas un hombre político, de la ética de la responsabilidad contra la ética de la convicción, justificando cierta frialdad en cuanto a la constatación de que Europa no puede recibir toda la miseria del mundo; finalmente, en tu ausencia de aflicción a propósito de la noción de identidad...".
Sobre todos estos temas y sobre algunos más (la inmigración, el Frente Nacional, la educación, la tradición, el islam...) disputarán dos personas amigas, inteligentes, comprometidas con su pensamiento, que se toman en serio el debate de ideas. Un extraordinario ejercicio de honestidad intelectual.
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