martes, 10 de marzo de 2020

Paris, Bilbao

Comparto el texto con el que he tenido el placer de colaborar en el último y reciente número de la revista BILBAO ACCORDION (nº 6, 2020) editada por la Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao / Bilboko Akordeoi Orkestra Sinfonikoa (BAOS).

Se titula "París, Bilbao", y en el mismo intento jugar con algunas analogías entre ambas ciudades conectadas o hermanadas por el sonido del acordeón. Es este el instrumento al que la familia de Josu Loroño (1929-2008) ha consagrado vida y talento, impulsando una academia de música y una orquesta sinfónica que son parte esencial de la Villa de Bilbao y de la historia misma de la música.

Yo, que ni soy de Bilbao ni soy capaz de tocar el acordeón (aunque la armónica la bordo), me siento muy cercano a la BAOS. Cuando su directora, Amagoia Loroño, me pidió una colaboración con la revista no lo dudé. Y aquí está. Con todo mi afecto.


Oscurece. Tañen las campanas de la catedral anunciando el final del día. Las calles se van iluminando y las farolas se reflejan en el asfalto mojado. El río que parte en dos la ciudad reverbera como si el titilar de las estrellas se hubiera trasladado al fondo de sus aguas desde un cielo opacado por el brillo de las luces eléctricas. Al pasar junto a la estación de tren, con su elegante fachada modernista, las luminiscentes aguas parecen animar al ferrocarril, cuyos destinos se despliegan hacia el territorio interior, a seguirlas en dirección al mar. También se ha iluminado la alta y espigada torre, visible casi desde cualquier parte de la ciudad, de la que ya es uno de sus edificios más icónicos.

La humedad y el frío nocturno hacen que las personas que se apresuran por las aceras, de regreso a sus hogares o en dirección a un café donde relajarse tras una jornada de trabajo, encojan el cuello como tortugas entre las solapas de sus abrigos o los pliegues de sus bufandas y fulares. Es entonces cuando se escucha el sonido de un acordeón solitario. Los transeúntes frenan por unos segundos el paso y levantan el rostro del suelo buscando el origen de esa música melancólica, evocadora, sin importarles que el frío se les cuele por el pescuezo y les provoque un escalofrío... ¿O es la música del acordeón la que produce ese efecto?

Lo que suena es un vals; su título: Une nuit à Paris. Pero no estamos en París, aunque hasta ahora he intentado (no sé si lo he conseguido) que la lectora o el lector así lo pensara.

Estamos en Bilbao, ciudad que también cuenta con río (en realidad, Ría), estación de estilo modernista y torre singular, es verdad que desde hace no mucho tiempo. Y el vals que suena no es obra de ningún compositor francés, como Gus Viseur, Marcel Azzola o Jean Wiener; ni de ninguna compositora, como Louise Reisner, a quien se debe la que se considera primera obra publicada para el acordeón, Thème varié très brillant, estrenada en París en 1836.

El autor de Une nuit à Paris es Josu Loroño, fundador en 1963 de la Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao. Iniciador de una aventura musical, la de elevar al popular instrumento hasta las alturas de la música sinfónica, sin perder por ello su carácter y su conexión con la gente; pero también de una aventura humana: la de constituir una gran familia en torno al acordeón. Una gran familia en sentido biológico, en primer lugar, pues la pasión de Josu Loroño se ha transmitido a dos generaciones… y las que vendrán.

Pero también una familia de estudiantes, aprendices y ejecutantes, que se extiende al público que asistimos a los conciertos de la Orquesta. Y una familia universal de culturas y melodías que trasciende fronteras y hermana con gusto los más diversos estilos musicales: valses y zortzikos, tangos y habaneras, aurreskus y sonatas, pasodobles y polcas, arias y cuplés.

Oscurece en la ciudad. Suena un acordeón, tímido al principio, al que se van sumando otros hasta conformar una sinfonía que nos arrebata y nos transporta, desde Bilbao, hasta París, Buenos Aires, Roma, Madrid, Praga o Sevilla.

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