viernes, 13 de marzo de 2020

Nunca hubo dos bandos: violencia política en el País Vasco (1975-2011)

Antonio Rivera (ed.)
José Mª Ruiz Soroa, Antonio Rivera, Luis Castells, Fernando Molina Aparicio, Raúl López Romo, María Jiménez Ramos, Joseba Arregi
Nunca hubo dos bandos. Violencia política en el País Vasco 1975-2011
Comares, 2019

“Mientras los jóvenes parados cruzan coches en las calles donostiarras y desahogan en la guerra santa su demasiado justificada frustración social, entre carreras y pelotazos de la policía, releo con agobio una de las mejores novelas históricas de nuestra literatura: Paz en la guerra de Unamuno. No hay libro preferible para quien quiera iniciarse en el llamado problema vasco; ni tampoco más desolador: ¿hasta cuándo seguiremos padeciendo en Euskalherría los arrechuchos cíclicos de la carlistada? ¿hasta cuándo los tibios intentos de racionalización democrática del estado español seguirán tropezando contra ese escollo oscuro, ayer comunión tradicionalista y hoy nacional-leninismo no menos eucarístico?”.
Fernando Savater, "Guerra en la Paz", El País 1/08/1986


Este libro coral se propone revisar críticamente un conjunto de ideas que conforma un marco analítico o frame que ha caracterizado una cierta manera de aproximarse a la historia del País Vasco y, específicamente, a la época durante la que ETA mantuvo su actividad terrorista:

“Desde hace décadas hay un empeño por significar la historia contemporánea vasca a partir de la existencia de tres factores articuladores: 1. un Pueblo Vasco histórico y perenne, 2. un conflicto histórico entre este y los Estados español y francés, y 3. unos individuos y unos grupos que en todo ese tiempo constituirían el epítome de esa comunidad, con la paralela invisibilización de quienes, al enfrentarse a estos, evidenciarían la división interna y la progresiva conformación de la vasca como una sociedad plural”.

La y los autores tienen a bien limitar esa “constante” histórica a la primera guerra carlista. Podían haberse remontado, como hace la mitología nacionalista, a "tiempos inmemoriables" o, más recatadamente, a las luchas por el reino de Navarra en los siglos XV-XVI. Afortunadamente, como historiadora e historiadores que son, no lo hacen.

Pero lo cierto es que aquella primera carlistada posee una característica que tal vez podría considerarse como un cuarto factor articulador de la perspectiva de los dos bandos, y que como tal se ha prolongado hasta el presente: la “idea de transacción después de la contienda”, expresada en su momento mediante el denominado "abrazo de Vergara". De este episodio histórico o, más bien, de una cierta lectura contemporánea del mismo, podría deducirse la empecinada y muy generalizada convicción de que un (así definido) conflicto histórico de naturaleza política entre el bando vasco y el bando español solo puede tener una solución... negociada. Incluso, y esto sería lo más cuestionable, cuando en nombre de tal conflicto se ha aterrorizado, violentado y asesinado.

A la explicación y cuestionamiento de este transaccionismo historicista se consagra buena parte del libro, que explicitamente se propone “desterrar el imaginario dialéctico que ha condicionado el análisis de la violencia política en el País Vasco” y que “ha triunfado en sectores políticos, intelectuales y mediáticos que no son nacionalistas vascos”, y cuyas claves son: 1. considerar la violencia etarra como “resultado de un «problema» de naturaleza histórica”; 2. identificar en esta violencia la objetivación más evidente de la existencia de "un «contencioso» histórico entre dos actores”; 3.asunción de la imposibilidad de extirpar la violencia terrorista si no es mediante una estrategia de “puerta abierta” orientada a la “negociación”.

Esta fue la estrategia (tan alabada) aplicada a la disolución-reinserción de los PMs, fundada según la tesis sostenida en este libro en la impunidad de los victimarios reinsertados: las víctimas “quedaron excluidas de la justicia y la reparación”. Estrategia repetida en Argel, alimentando así el imaginario de la guerra entre dos bandos al reconocer a ETA como “contrapoder”, de manera que “el Estado confirió a ETA el mismo simbolismo que sus militantes y simpatizantes le había dispensado como manifestación de un «problema histórico»".

Pero, ¿cómo puede sostenerse el marco de los dos bandos cuando todos y cada uno de los acontecimientos armados que han afectado al País Vasco (las guerras carlistas, la Guerra Civil, ETA) han sido, también, conflictos entre vascos? Mediante distintas versiones de lo que en ciertas épocas se denominaron "antivascongados" o "vascongados bastardos", es decir, mediante la negación del pluralismo vasco.

La idea de los dos bandos ha sido y es funcional a la cosmovisión nacionalista vasca de la Historia y la realidad y su objetivo, se nos dice en el prólogo del libro, no sería otro que el de desviar la atención de la “enfermedad moral vasca”.

¿Por qué se rechaza cualquier fundamento para esa idea de los dos bandos? Las razones esgrimidas son: (1) ETA provocó el 92% de todas las muertes, las distintas violencias parapoliciales el 8%. (2) La violencia de ETA posee rasgos específicos de los que carecen las otras violencias: busca provocar terror social como medio para lograr sus objetivos, busca modificar el statu quo (teleología política), las víctimas son provocadas para transmitir su mensaje y lograr sus objetivos políticos (son víctimas vicarias). (3) La violencia de ETA es intencional, racional y fría, la otra era una violencia de respuesta, visceral, necia, buscada/provocada por la primera. (4) Mientras que la violencia de ETA contó con "un entorno social nucleado políticamente en torno a la coalición HB, que apoyó o justificó su práctica, nunca existió algo similar en los GAL” o en otros grupos e extrema derecha.

Porque sí, claro que sí: la de ETA no ha sido la única violencia en nuestra historia más inmediata. En el libro se investiga con rigor el “contraterrorismo ilegítimo" que operó en Euskadi entre 1975 y 1982, apoyado en una “red laxa de complicidades y solidaridad” entre FSE, ejército, extrema derecha y servicios de información, cuyo menor volumen de asesinatos “no merma la gravedad de sus acciones; todo lo contrario, lo aumenta por el apoyo que desde ámbitos del estado se le prestaba”. No existieron dos bandos, pero sí “diferentes y opuestas violencias [...] si bien de muy distinta entidad y trayectoria”.

Pero el más inapelable argumento contra la idea de los dos bandos en conflicto lo encontramos en la realidad de la víctimas de ETA: “Responder al terror con métodos pacíficos no solo las ha convertido en referentes morales, sino que ha contribuido a que una de las premisas fundamentales de la narrativa del conflicto –la existencia de dos bandos que ejercen la violencia de forma simétrica y, como consecuencia, que provocan víctimas equiparables porque las une el sufrimiento- quede desacreditada por la fuerza de los hechos”.

A pesar de todo, como decíamos más arriba, la autora y los autores de este libro lamentan que una influyente narrativa construida en torno a categorías como "problema vasco", "contencioso vasco" o, sobre todo, "conflicto vasco", inventada a principios de los 90 por el MLNV para actualizar y sostener una representación de la violencia como “el (inevitable) producto de una confrontación histórica entre dos bandos: el «pueblo vasco» y el Estado español”.

Según el libro, el éxito de la categoría del "conflicto" (inventada a principios de los 90 por el MLNV) ha contribuido ha debilitar nuestra capacidad para entender, primero, y combatir, después, la violencia de ETA. La teoría del conflicto ha sido el último constructo intelectual mediante el cual se ha sostenido el antagonismo Nosotros vasco-Otro español y, en consecuencia, se ha justificado el terrorismo. “Por eso es tan importante que en este momento las políticas públicas de memoria se soporten en el cuestionamiento de la teoría del conflicto”.

Esta es la cuestión abordada por el libro en la que más me cuesta reconocerme. ¿De verdad ha supuesto tanto lastre adoptar la perspectiva del conflicto? ¿No existe un conflicto (específicamente) vasco, distinto de otros conflictos también vascos, propios de cualquier sociedad compleja? ¿no existe en Euskadi un conflicto “nacional(ista)”? ¿O todo depende del contenido que demos a ese significante? ¿Es distinto hablar de conflicto vasco o de “conflicto en Euskadi”, como hizo Juan José Linz en su famoso libro de 1986? O Alfonso Pérez Agote en La reproducción del nacionalismo (CIS 1984): “Se trata, en el caso vasco, de un conflicto sobre el nosotros. Por una parte el nosotros propuesto por el Estado y, por la otra, el nosotros propuesto por el colectivo parcial (parcial desde el punto de vista del orden político vigente)”. O como usa tal concepto Fernando Savater en su debate al respecto con Javier Sádaba (Euskadi: Pensar el conflicto, Ediciones Libertarias 1987). O como lo planteó Gesto por la Paz en el transcurso de las denominadas "conversaciones de Maroño".

No parece que el recurso (eso sí: según cómo) a la narrativa del conflicto vasco sea incompatible con la resistencia activa frente al terrorismo etarra y contra determinadas expresiones no armadas del historicismo nacionalista

En todo caso, se trata de un libro serio y reflexionado cuya lectura nos obligará, también a repensar nuestras ideas sobre nuestro reciente pasado. O a conocerlo sin mitomanías, en el caso de que no lo hayamos vivido.

1 comentario:

Sal dijo...

Reseña que analiza, que ahonda en la cuestión del libro que comenta. Muy buena. Gracias.