Esta mañana leo una reflexión de Jorge Riechmann en su último libro, Peces fuera del agua (Baile del Sol Ediciones, 2016):
Bastaría con que las clases populares de este país pusieran en la política democrática una quinta parte del conocimiento experto y la energía emocional que consagran al fútbol, quizá incluso una décima parte: bastaría con eso para que el empeño revolucionario por construir una sociedad justa y sustentable llegase a buen puerto... ¿De verdad hay que remitir tan modesta aspiración al País de Nunca Jamás?
Parece que por ahora sí. Y es una desgracia.
Pero lo que también me planteo, al hilo del Brexit, es cuánto del conocimiento experto y de la energía emocional que, ya sea desde las ciencias sociales, ya desde la política práctica, consagramos a comprender e impulsar el cambio social, lo hemos dedicado a entender y acompañar (acompañar, sí) a las personas y los grupos sociales que, desde hace décadas, vienen siendo perdedores netos de los procesos de reconfiguración del mercado de trabajo y de los espacios convivenciales (pueblos, barrios y ciudades) en las sociedades industriales avanzadas.
A propósito del triunfo del out, escribe Paul Mason: "Britain has voted to leave the EU. The reason? A large section of the working class, concentrated in towns and cities that have been quietly devastated by free-market economics, decided they’d had enough". La razón por la cual ha triunfado la opción de abandonar la Unión Europea es, en su opinión, que una gran parte de la vieja clase obrera británica, concentrada en pueblos y ciudades que han sido devastados por la economía de libre mercado, han decidido que ya era suficiente.
Ya lo advertía un sondeo en abril de YouGog, una empresa de investigación de mercado y opinión pública que trabaja básicamente con métodos online: "Class divides the EU referendum battle lines in awkward and unconventional ways. While in general Labour voters tend to be more europhile, working class people are also generally more eurosceptic, and may be motivated by a key Brexit argument". La clase social divide las líneas de batalla del referéndum sobre la salida de la UE de maneras incómodas y nada convencionales. Mientras que, en general, los votantes laboristas tienden a ser más bien eurófilos, las personas de clase trabajadora son generalmente más euroescépticas, y pueden estar muy motivadas por un argumento central en la campaña en favor del Brexit: el argumento al que se refiere es el expuesto en un artículo publicado en enero con el título "Labour should not be the champion of EU free movement", y no es otro que el de los efectos negativos de la inmigración sobre las condiciones de trabajo y de vida de las clases populares.
Otros interesantes artículos, en la misma línea: "If you've got money, you vote in ... if you haven't got money, you vote out", de John Harris, o "Why the British working class voted for Brexit", de Kamal Mitra Cenoy.
El año pasado publiqué en la Revista Española del Tercer Sector, nº 31, un artículo titulado "Desamparo, populismo y xenofobia", del que a continuación recojo algunos fragmentos:
La desafección democrática, más
en concreto la desconfianza hacia las instituciones de la democracia, puede
considerarse como una excelente variable
proxy para analizar el fenómeno del desamparo. Especialmente esa expresión
de desconfianza y desafección que denominamos populismo.
Son muchas las investigaciones y
los análisis que permiten sostener la tesis de la correlación entre sentimiento
de desamparo (expresado como desasosiego ante el futuro, pérdida de estatus,
miedo a perder la capacidad de cuidar de los suyos, sensación de anomia, etc.)
y apoyo a los discursos y las organizaciones populistas de extrema derecha;
sentimientos de ansiedad que han permitido a estas organizaciones articular un
discurso xenófobo que no se apoya ya en el viejo y desprestigiado racismo
biológico, facilitando así su «lavado de cara» e incrementando su potencial de
penetración social.
Estas organizaciones se convierten en refugio de todos esos angry white men que habitan en barrios degradados de antiguas ciudades industriales hoy
en declive.
En el marco de una “creciente
etnización de las relaciones y conflictos sociales”, la pérdida de seguridad material y
estatus social que sufren muchas personas “constituye un caldo de cultivo ideal
para formaciones políticas populistas, antiinmigrantes y antieuropeas, bajo la amenaza
de la xenofobia, la discriminación y sus manifestaciones más violentas”. Como señala Lorenzo Cachón:
La relación entre esos colectivos de
trabajadores autóctonos peor situados en el mercado laboral y la inmigración y
los inmigrantes es una cuestión de extraordinaria relevancia económica (porque
es ahí donde confluyen, al menos en parte, los ámbitos de competencia entre
autóctonos e inmigrantes) y social y política (porque es en este “terreno
natural” donde se alimenta la demagogia xenófoba de extrema derecha).
Es cierto que la angustia que
impulsa a muchas personas, muchas de ellas ex votantes de partidos
tradicionales de la izquierda, no es sólo económica, o, en todo caso, no se
explica sólo desde variables económicas, sino también en razón de temores y
angustias de naturaleza explícitamente cultural, como son los sentimientos de
pérdida y amenaza de la identidad nacional. En Gran Bretaña ha tenido lugar un interesante debate en este sentido
tras la publicación de una carta abierta a los votantes del United Kingdom
Independence Party (UKIP) del escritor izquierdista Owen Jones, autor del libro
Chavs: la demonización de la clase obrera, en la que sostenía que sus demandas y aspiraciones coincidían en una gran parte
con las de muchos votantes de izquierda, en particular en su rechazo a las
élites económicas y políticas, por lo que no debían dar su apoyo al UKIP. Y
afrontando la espinosa cuestión de la inmigración, escribía:
No voy a haceros perder el tiempo ni a
ser condescendiente con vosotros predicando los beneficios de la inmigración.
Sólo quiero preguntaros esto: ¿Quién ha causado más problemas a nuestro país:
los banqueros que nos sumieron en el desastre económico, los políticos
derrochadores que tienen la cara de aleccionarnos sobre el fraude social, los
ricos evasores de impuestos que dejan de pagar 25.000 millones de libras al
Tesoro Público; los jefes que pagan salarios de pobreza y los propietarios que
cobran alquileres de estafa; o las enfermeras indias y los recogedores de fruta
polacos?.
Este artículo de Owen fue
respondido por otro periodista, Ed West, considerándolo como un ejemplo del «punto
ciego» que caracteriza a la mirada de la izquierda sobre el populismo, y que
consiste en su incapacidad de analizar los problemas sociales en términos no
exclusivamente económicos: «Hay indudablemente razones económicas para la
angustia de los votantes del UKIP, pero la izquierda está ciega a las
ansiedades sociales que tales problemas comportan y que no pueden resolverse
simplemente mediante impuestos más altos o suaves palabras relativas a la
comprensión de sus inquietudes».
El sentimiento de desamparo de tantos individuos
y grupos es un fenómeno complejo en el que se mezclan variables económicas
tanto como sociales, ideológicas y existenciales. En todo caso considero –al
menos como hipótesis- que los fundamentos materiales de ese sentimiento
resultan esenciales, y se bien no son condición suficiente si son condición
imprescindible para la extensión del desamparo. Por otro lado, son estas variables económicas las que pueden permitirnos
reconstruir una narrativa universalista que, sin negar las demandas culturales
e identitarias, evite su transformación en argumentos anti-igualitarios.
Habrá que seguir pensándolo, pero el reto para las fuerzas sociales y políticas progresistas es fundamental.
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