Los pasados 11 y 12 de octubre, sábado y domingo, el profesor de la UPV/EHU Pedro José Chacón y el diputado general de Álava Javier de Andrés publicaron sendos artículos en el diario EL CORREO a propósito del debate provocado por el alcalde de Vitoria sobre la RGI y las personas inmigrantes. Ese mismo domingo me senté ante el ordenador y redacté el artículo que reproduzco a continuación, y que EL CORREO ha publicado hoy en sus páginas de opinión.
No es posible acceder a la versión digital de ninguno de los tres artículos, por eso no incluyo ningún link. Pero aprovecho para recomendar otro, este sí accesible a través de la web del diario, escrito por su subdirector, Pedro Ontoso: "¿De quién son los pobres en Euskadi?".
Pensar institucionalmente la RGI
El politólogo Hugh
Heclo considera que pensar en las instituciones no es lo mismo que pensar
institucionalmente, ya que el simple “pensar en” no indica nada necesariamente
respecto de nuestra posición hacia los valores y los fines que una determinada
institución encarna. “Aceptar esos valores y fines –advierte Heclo- y
participar de ellos como agentes morales es lo que nos hace ser parte de la institución”; y esta
participación es la que, de manera recíproca, “hace que la institución pase a
ser una parte importante de quiénes somos, aún cuando no tenga nunca por qué
definirnos plenamente”. Pensar en las instituciones es un pensar desde fuera,
un pensar distanciado, exterior, necesario para no sucumbir bajo el peso de la
burocratización y la inercia, pero insuficiente para dar cuenta del orden
normativo que existe más allá de la formalización organizativa de una
determinada institución. Pensar institucionalmente no es, por tanto exactamente
lo mismo que pensar en términos organizativos o burocráticos.
Traigo esta
referencia a colación porque me sorprende que, en sendos artículos publicados
por este diario, ni mi colega de la UPV/EHU Pedro José Chacón (“La valla de
Melilla y la RGI vasca”, sábado 11 de octubre) ni el diputado general de Álava
Javier de Andrés (“Integración y RGI”, domingo 12 de octubre) hayan considerado
adecuado reflexionar sobre el actual modelo vasco de política social desde una
perspectiva interna, contentándose con una mirada externa al mismo. El
resultado de su reflexión da la razón a Heclo cuando señala que “«pensar en» puede en
realidad disminuir nuestras facultades para «pensar desde» unos términos
institucionales”.
Compartiendo
su preocupación por mejorar la eficiencia de nuestro sistema de ayudas
sociales, me preocupa que el diputado general de Álava conceda tan poca
importancia a las posibles consecuencias sociales derivadas de “endurecer” el
acceso a las ayudas sociales, como exigir diez años de empadronamiento o
negárselas a personas “en situación irregular”. Consecuencias que afectarían a
varios miles de personas, algunas fuentes hablan de 30.000, que se encontrarían
de la noche a la mañana en la precariedad más absoluta. Suponer que este
“ahorro” en términos puramente económicos no tendría consecuencias sociales es
la única manera de que el balance resulte positivo. Pero esta suposición no se
sostiene: como muestran Wilkinson y Pickett en su imprescindible investigación Desigualdad: un análisis de la (in)felicidad
colectiva, la desigualdad sale muy cara. Una muestra extrema de esa
externalización de los costes sociales la encontramos cuando se refiere a la
existencia en los registros de Lanbide de más de 2.800 personas de las que no
consta su nacionalidad y se pregunta: “¿A dónde van a ser repatriados si
delinquen o incumplen con las más básicas obligaciones?”. Lo que yo me pregunto
es si de verdad ha pensado ya cómo procedería, en su caso, a “repatriar” a varios
miles de personas: con qué recursos policiales o legales y a costa de qué
recursos morales lo haría.
Por otro lado,
como sabe perfectamente Pedro José Chacón, en el ámbito de la ciencia social no
abundan las “verdades del barquero”: la ciencia social transita siempre por el
estrecho sendero de la objetivación de realidades significativas de las que
forma parte la propia persona que hace ciencia. Y de esta regla epistemológica
no se libran tampoco las “predicciones” o los “anuncios” que pueda hacer Javier
Maroto respecto de un supuesto efecto llamada que haría saltar el sistema por
los aires. No sé por qué le parecen más dignas de atención dichas predicciones,
convertidas en el único soporte de su artículo, y no los diversos estudios
sobre la RGI en los que “no se considera la variable de un aumento desmesurado
de la inmigración extranjera”, a pesar de que el propio Chacón los considere
“muy buenos”.
En la historia
reciente de nuestro país hemos sufrido en diversas ocasiones la exclusión
categorial de una parte de nuestros convecinos, reducidos a la condición de
“cacereños” (como narra y denuncia Raúl Guerra Garrido en su novela de 1969,
que Pedro José Chacón tan bien conoce) o motejados de “españolazos” (como habrá
sufrido muy de cerca Javier de Andrés), en ambos casos tachados de “población
sobrante”. Si algo hemos aprendido del pasado, cualquier crítica al
funcionamiento actual de la RGI debería evitar la extranjerización de personas
que ya están y quieren seguir viviendo con nosotros.
El 7 de marzo de 1989 el entonces consejero de Trabajo y Seguridad Social
del Gobierno Vasco, José Ignacio Arrieta, explicaba en un artículo las razones
por las cuales, en medio de una pésima situación económica (con un 21,6% de
paro, superior a la media española; con una fuerte reducción de la renta per
cápita: Bizkaia pasó del segundo puesto en renta familiar disponible en 1971 al
puesto 21 en 1985), Euskadi había decidido impulsar un modelo de garantía de
ingresos pionero en España: “El
día de hoy va a marcar en Euskadi y en el resto del Estado español el inicio de
una forma distinta de articular socialmente el país. A partir de esa fecha, los
ciudadanos que en el País Vasco más están padeciendo las desigualdades
derivadas del actual entramado socioeconómico van a empezar a obtener una
respuesta solidaria desde sus instituciones. Y esto ha sido así porque en
Euskadi hemos asumido la marginación no como un problema del que la padece,
sino de la sociedad, y como tal, su solución no puede ser patrimonio de nadie,
sino responsabilidad de todos”.
Esa
perspectiva profundamente integradora, que no desconoce los problemas ni
renuncia a ganar en eficiencia, es la verdad institucional que subyace a nuestro
modelo social. Me gustaría que este artículo contribuyera a articular una
perspectiva institucional compartida sobre la RGI: preocupada por sus posibles
disfunciones en la actual coyuntura histórica, pero fiel y agradecidamente
comprometida con la intuición moral que estuvo en su origen y a la no debemos
renunciar.
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