Si el fallo del Estatut es prueba de que "la España plural ya no existe", ¿quiero eso decir que sí existía antes de ayer?
[1] España lleva tiempo siendo una nación en estado. Si durante los tensos últimos meses del gobierno de José Mª Aznar España parecía una frutería (se hablaba entonces de la posibilidad o no y, en cada caso, de las consecuencias de abrir el “melón” constitucional) con la presidencia de Rodríguez Zapatero España es un paritorio.
Habrá quienes, seguramente con argumentos sólidos, teman lo que de verdad pueda traer consigo un debate nacido menos de la virtud que de la necesidad, menos de la decisión de todos que de la urgencia de parte. Habrá quienes hagan notar su incomodidad ante una situación que, hoy por hoy, no es (no puede ser) otra cosa que un monumental follón. Sea como sea, haciendo buena aquella afirmación de Marx según la cual los seres humanos construimos nuestra historia, sí, pero no elegimos las condiciones en las que tal construcción debe afrontarse, sería una irresponsabilidad histórica negar la realidad de una España que, como señaló Maragall, “ha cambiado más su cuerpo que su mentalidad”.
[2} Hace unos años el único debate posible era aquel que se entablaba entre quienes conciben a España como demasiado una y quienes la piensan como demasiado otra. Era este un debate sin salida alguna, un demencial juego de suma cero en el que una grosera aritmética política de pérdidas y ganancias no hacía otra cosa que espesar una indigesta olla podrida rebosante de agravios, sospechas, miedos, deslealtades, amenazas y egoísmos. Hoy, por el contrario, se abre la posibilidad de pensar una España orientada a resolver su problema histórico de identidad pensándose a sí misma como espacio imprescindible de derechos y libertades, de paz y de solidaridad. No es más que un esbozo, apenas un par de trazos, tal vez más voluntad que proyecto: pero es más de lo que hemos tenido en nuestra historia reciente; y es infinitamente mejor que el choque de trenes al que nos abocaban Aznar y los nacionalismos autoproclamados históricos.
[3] El destino del autogobierno de vascos y catalanes está inexorablemente ligado al proyecto de desestatonacionalización de España que parece querer impulsar el PSOE de la mano de Rodríguez Zapatero. Siendo, los nacionalismos denominados históricos deberían abandonar definitivamente la estrategia de free rider que los ha caracterizado -más al vasco que al catalán-para comprometerse lealmente en la gobernabilidad del hoy por hoy (Europa es futuro muy lejano) único marco incluyente que permite la protección de los derechos y las libertades de todas y todos sin por ello sacrificar la pluralidad de pertenencias que nos caracterizan.
[4] En un Estado plurinacional caben varias naciones, pero no varios nacionalismos. El problema de la transformación plurinacional de España no es el de la existencia de varias naciones, sino de varios nacionalismos. De hecho, uno sólo ya está de más.
No se trata de abonar discursos rancios sobre unidades o esencias nacionales, sino de apostar por un proyecto moderno de ciudadanía definida por los derechos y las libertades de todas y cada una de las personas, en un marco de estabilidad jurídica garantizado por las distintas instituciones del Estado. Como ha dicho Claudio Magris, “nadie se enamora de un estado pero hace falta el Estado para que podamos exaltarnos tranquilamente por lo que nos dé la gana y para que nuestra libertad, según la vieja definición liberal, sólo termine donde comienza la libertad del otro”.
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