La segunda ley, por su parte, asegura que la estupidez "es una prerrogativa indiscriminada de todos y de cualquier grupo humano, y que tal prerrogativa está uniformemente distribuida según una proporción constante".
Viene esto a cuento de dos noticias que hoy publica la prensa.
La primera en PÚBLICO: Un juez de Getafe (Madrid) examina de historia de España a los extranjeros que solicitan la nacionalidad española, con preguntas como estas: "¿Cuántas dinastías de reyes han dirigido España? Cite tres escritores españoles del siglo XVIII o poetas de la posguerra. ¿Qué nombre recibió la primera Constitución Española? ¿Quién fue Murillo? ¿Qué ocurrió en España en 1868? ¿Sabe usted quién es Rafa Nadal? ¿Y Calderón de la Barca?".
La segunda, en EL MUNDO: El portavoz de política interior de la CDU en Berlín, Peter Trapp, ha propuesto efectuar pruebas de inteligencia como filtro para admitir en Alemania solamente a los extranjeros de mayor potencial intelectual.
Resultaría conmovedora la preocupación de ambos, juez español y político alemán, por mantener el nivel intelectual de sus respectivos países si no fuera por la unidireccionalidad de esa preocupación. Como si la estupidez o la tontería se importaran.
Lean a Capella, ambos dos. La estupidez no es una prerrogativa de ningún grupo humano en particular, y cada colectivo carga con su propia cuota. Políticos y jueces incluidos.
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