Todas y todos habremos leído novelas o habremos visto películas de misterio o de terror en las que la acción discurre en una casa con una habitación cerrada. Una habitación en la que, hace años, tuvieron lugar sucesos terribles. Para poder habitar la casa se insiste en la necesidad de mantener la habitación cerrada pues, en caso de ser abierta, el mal que contiene se extenderá por todo el edificio y afectará a los actuales inquilinos. En las novelas y películas la puerta de la habitación siempre acaba por abrirse. En la vida real también. Es imposible mantener cerradas las habitaciones en las que se han cometido crímenes e injusticias; es imposible ocultar para siempre cadáveres en los armarios. Más temprano que tarde, las puertas se abren y el mal del pasado inunda el presente.
La noticia de la detención de los asesinos de Víctor Jara ha venido a coincidir en el tiempo con otra de parecida índole: el inicio del juicio por el asesinato, hace 14 años, del poeta nigeriano Ken Saro-Wiwa.
La poesía sigue siendo un arma -la mejor- cargada de futuro.
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