Nuestros inesperados hermanos
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego
Alianza Esitorial, 2020
"¡Qué poco se nos parecen nuestros inesperados hermanos! Se nos parecen como nos parecemos nosotros a los hombres del Paleolítico. ¿Qué habría sido de esos pobres antepasados si hubiéramos irrumpido en la cueva de Lascaux con nuestras excavadoras, nuestros gases lacrimógenos y nuestros proyectores mientras ellos dibujaban animales de tonos sabguinos en las paredes? Nos habrían arrojado unas cuantas piedras e imprecaciones antes de morir asfixiados. Y nosotros habríamos decretado que tenían bien merecida su suerte porque su cueva era insalubre y se portaban de forma cruel tanto con los animales como con sus semejantes. Mutatis mutandis, lo que nos está pasando hoy a nosotros...
¡Malditos sean nuestros salvadores!".
El protagonista y narrador de esta novela, Alec, es un cotizado dibujante creador de un personaje popular -"Groom, el trotamundos inmóvil"- cuyas viñetas diarias se publican en numerosos periódicos. En la cincuentena vive en Antioquia, la más pequeña de las islas del archipiélago de los Quirones, en el Atlántico Norte, con la sola vecindad de una novelista, Ève.
Un día, inesperadamente, colapsan en todo el mundo las redes eléctricas y digítales. A los pocos días vuelven las comunicaciones y con ellas la gran noticia: la perturbación global ha sido provocada por un misterioso grupo de seres ¿humanos? -aparentemente lo son, pero poseen poderes sobrehumanos, además de avanzadísimos conocimientos tecnológicos- denominados "los amigos de Empédocles". Su objetivo declarado es el de salvar a la humanidad de sí misma, de su deriva autodestructiva. Al modo de benévolos pero nada democráticos "tutores" (despotismo ilustrado + solucionismo tecnológico) ponen en marcha un programa de "saneamiento" que no deja de presentar ominosos paralelismos con el colonialismo.
“Esta ficción nace del temor, de una angustia. La historia avanza hacia una dirección que no me gusta. Por eso la novela trata de un mundo donde pasa algo espectacular que cambia esa historia”, declaraba Maalouf el presentar la novela. Pero la aparente solución a esos temores no es nada alentadora. Desasosiega recordar que Empédocles es conocido por su defensa de la "democracia esclavista".
Leyéndola me venían ecos del poderoso Saramago narrador-moral, pero Maalouf se queda a medio camino y a ratos la historia resulta inverosimil incluso tratándose de una ficción distópica. Muy lejos de sus obras mayores, como León el Africano, Las cruzadas vistas por los árabes, El viaje de Baldassare o Identidades asesinas, en todo caso tiene el toque-Maalouf: calidad formal, aliento ético voluntad pedagógica.
Al reseñarla ahora, me quedo con esta idea: llevamos con nosotras tanto las ascuas de la barbarie como las semillas de la salvación. Para activar estas últimas no es preciso que nadie nos tutorice desde fuera, tampoco debemos poner nuestra esperanza en ninguna disrupción tecnológica; el camino es recuperar la memoria de nuestros ideales y abandonar las promesas envenenadas de nuestra civilización:
"En el momento en que comenzaba a vacilar la llama del milagro, unos cuantos, más audaces que el resto, al parecer decidieron reaccionar. ¿Cuántos eran? Un puñado. Habían caído en la cuenta de que su civilización iba a naufragar y que, a costa de lo que fuera, había que salvar los ideales de que era portadora. Entonces se marcharon. Dejaron el Ática, Beocia, Tesalia o el Peloponeso, y no se llevaron consigo, dice la leyenda, sino 'el contenido de sus almas'. Y así fue como empezó la aventura de los míos".
Por cierto, que esto ya nos lo explicó mucho antes, en 1973, Ursula K. Le Guin, invitándonos a alejarnos de Omelas.
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