Con la excepción de algunos breves momentos de relativa consideración del problema de la pobreza económica como una cuestión social (estructural) y, por ende, como un problema de responsabilidad no solo individual sino también colectiva -la época del denominado sistema Speenhamland (1795), estudiado por Karl Polanyi en La gran transformación, del estado beveridgiano de bienestar o de las políticas de garantía de rentas en sus versiones menos condicionalitarias- las personas pobres han sido siempre una molesta presencia en nuestras sociedades, un recordatorio de todo lo que no funciona (plena, universalmente) en nuestros estados sociales y de derecho: ni el derecho al empleo, ni a la vivienda, ni a la salud... De ahí la permanente tentación de culpabilizarlas de su situación, sacudiéndonos al tiempo nuestra propia responsabilidad colectiva.
Uno se apoya en la mochila. Porque en el momento en que nos quitamos el peso de nuestros hombros no sabemos enderezarnos enseguida; ¡pues resulta que era el peso lo que antes nos daba seguridad y equilibrio! [George Simmel]
jueves, 8 de julio de 2021
La automatización de la desigualdad
La automatización de la desigualdad: Herramientas de tecnología avanzada para supervisar y castigar a los pobres
Traducción de Gemma Deza
Capitán Swing, 2021
"Aunque los edificios de los asilos para menesterosos se han demolido, su legado pervive en los sistemas de toma automatizada de decisiones que enjaulan y atrapan a los pobres actuales. Bajo su lustre de alta tecnología, los sistemas de gestión de la pobreza -tanto la toma automatizada de decisiones como la minería de datos y los análisis predictivos- guardan un parecido asombroso con las casas de la caridad del pasado. Las herramientas digitales actuales se sustentan en opiniones punitivas y moralistas de la pobreza y configuran un sistema de contención e investigación con tecnologías avanzadas. El asilo digital disuade a los pobres de acceder a los recursos públicos; supervisa su trabajo, su gasto, su sexualidad y la crianza de sus hijos; intenta predecir su comportamiento futuro, y castiga y criminaliza a quienes no acatan sus dictados. Y, en el proceso, crea distinciones morales cada vez más afiladas entre los pobres que merecen recibir ayudas y los que no, con categorizaciones que demuestran nuestro fracaso como país a la hora de cuidarnos los unos a los otros".
La politóloga Virginia Eubanks firma una profunda investigación sobre la forma en que la asentada cultura de la desconfianza y el castigo hacia las personas pobres se expresa en la actualidad en el lenguaje aparentemente aséptico de las tecnologías de análisis de datos.
Porque la aporofobia no es de hoy, aunque el concepto sea muy reciente: no hay más que leer la obra clásica de Bronislaw Geremek La piedad y la horca o recordar la tradición inglesa de las leyes sobre los pobres (en realidad, contra las personas pobres), como el Statut of Laborers (1349), las Poor Relief Acts de 1601 y de 1722, que supone el establecimiento de las workhouses o “casas del trabajo”, ominoso antecedente de la ideología de la activación laboral, o las propuestas del panopticófilo Jeremy Bentham en 1798.
Y, claro, los algoritmos desarrollados por una sociedad patriarcal, capitalista, racista y aporofóbica solo pueden reproducir esas mismas bases sociales. Como advierte Eubanks: "Solo la fantasía puede llevar a creer que un modelo estadístico o un algoritmo de clasificación cambiará drásticamente, como por arte de magia, una cultura, unas políticas y unas instituciones construidas a lo largo de los siglos". Y concluye: "Como el asilo para menesterosos de ladrillo y mortero, el asilo digital desvía a los pobres de los recursos públicos. Como la caridad científica, investiga, clasifica y criminaliza. Y como las herramientas acuñadas durante la reacción en contra de los derechos sociales, utiliza bases de datos integradas para marcar objetivos, rastrearlos y castigarlos".
Virginia Eubanks escribe desde y sobre Estados Unidos. Pero lo que dice debería ser leído y reflexionado también por estos lares.
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