Las elecciones del 20D han dibujado un juego
partidario complejo, pero un horizonte político clarísimo. ¿Qué es lo que, en
mi opinión, ha quedado claro?
1. El PP ha perdido unas elecciones que, por su
abusiva manera de utilizar la mayoría absoluta de la que ha disfrutado durante
la recién terminada legislatura, había convertido en plebiscitarias. La cultura
política del pacto y el acuerdo no es cuestión de aritmética (como no me da con
mis votos, habrá que buscar un apoyo) sino de ética, de convicción democrática.
Y el PP ha demostrado que carece por completo de esta convicción. A lomos de
una mayoría que sólo podría ser coyuntural, ha gobernado como si no existiera
un mañana, aplicando sin rubor la política más ideológica, menos compartida en
el parlamento y más contestada en la calle que jamás hemos conocido en este
país.
El PP ha obtenido 7.204.680 votos, el 28,72% de los
sufragios. Son muchos votos, y le convierten en el partido más votado. Aún así,
en relación a las anteriores elecciones de 2011 el PP ha perdido 3.681.886
votos y 16 puntos porcentuales (en 2011 logró el 44,63% de todos los
sufragios). Siete de cada diez electores le han dicho “no”. Estas han sido unas
elecciones de cambio.
2. También ha quedado claro que 11.661.616 electores
han optado por las candidaturas de PSOE, Podemos e IU-UP, casi 3 millones más
de votos de izquierda que los conseguidos por PSOE e IU en 2011. En conjunto,
el 46,29% de las y los votantes han votado en clave de izquierda, a unos
partidos que, aunque con muchas y profundas diferencias entre sí, llevaban en
sus programas propuestas de cambios normativos más que sustantivas,
coincidentes todas ellas en la negación de las principales políticas aplicadas
por el gobierno de Rajoy.
3. En estas circunstancias, cualquier posibilidad de
que el PP vuelva a gobernar España debería quedar descartada. El cambio reclamado
por la ciudadanía sólo puede significar sacar al PP del gobierno. Esta es la
condición necesaria, aunque no suficiente, para no traicionar los resultados
del 20D. Para ello, cada una de las tres fuerzas de la izquierda tendrá que
hacer no sólo lo posible, sino lo necesario para proponer una alternativa de
gobierno viable y estable.
4. Los nacionalismos vasco y catalán (PNV, EHB, G-Bai,
CiU/DiL, ERC) han obtenido 278.805 votos menos que en 2011. Por ello, aunque
las reivindicaciones nacionalistas sean un problema político al que el próximo
gobierno de izquierda habrá de dar una respuesta que lo resitúe definitivamente
en una clave de solución democrática y consensual (y, por tanto, en una clave
no nacionalista), estas reivindicaciones no son la principal demanda a la que
tendría que responder.
5. España necesita tres grandes reformas. La primera y
fundamental, una reforma productiva que afronte (que empiece a afrontar) los
retos de la transición hacia un modelo productivo basado en la sostenibilidad
ecológica y en la justicia global. La
segunda, una reforma social que reparta todos los trabajos socialmente
necesarios, combata las exclusiones de la ciudadanía por razón de género o de
origen y garantice las condiciones materiales para la vida digna. La tercera,
una reforma territorial que suture de una vez los rotos que han provocado tanto
la histórica construcción imperial de la nación española de ayer como las
evanescentes emociones identitarias de hoy.
6. Aunque considero las otras dos reformas más
importantes, creo que esta tercera puede dar al traste con la posibilidad misma
de constituir una alternativa y un gobierno de cambio. Por ello, apunto una
breve reflexión al respecto.
Para encarar esta reforma el PSOE tendrá que abandonar
de una vez por todas esa cómoda posición en la que se ha mantenido desde la
transición, caracterizada por una ambigüedad ante el nacionalismo que, si al
menos hubiera sido calculada, ofrecería hoy una base mínima para empezar a caminar. Pero no ha sido así. Salvo excepciones como la de Ramón Jáuregui
(que al menos ha intentado armar un discurso argumentado al respecto), el
socialismo español ha oscilado entre el negacionismo del problema nacionalista
al tiempo que se mercadeaba con nacionalistas vascos y catalanes para apoyarse
en el gobierno, y el declaracionismo estéril, como la denominada “Declaración de Granada” de 2013 que, si bien tiene aspectos de interés, ha carecido
del más mínimo desarrollo práctico: como si por el hecho de escribir
“federalismo”, este se realizara. Por ello, en esto el PSOE debe empezar desde
cero, o desde menos cero, a tenor del encendido españolismo que destilan
algunas intervenciones recientes de sus barones y baronesas territoriales.
El problema de Podemos es parecido en cuanto a la falta
de cálculo, aunque en este caso su punto de partida no esté en el cero, sino en
el cien, cada vez más entrampado en una cháchara nacionalista sobre el “derecho
a decidir” de la que debería salirse lo antes posible. Para ello, en sintonía
con sus alianzas territoriales, particularmente en Cataluña, Podemos tiene la
responsabilidad de construir una alternativa a la “economía moral del nacionalismo”, planteando una reforma normativa que posibilite la “secesión bilateralmente pactada”, según el modelo canadiense.
7. Como decía al comienzo de esta reflexión, puede que
el escenario postelectoral del 20D dibuje un escenario endemoniado para los
partidos de izquierda, especialmente para PSOE y Podemos, que habrán de
enfrentarse en primer lugar a sí mismos y a sus respectivos fantasmas
ideológicos y estratégicos. Pero todo lo que no sea gobernar desde la izquierda
las imprescindibles reformas que este país necesita alimentará una crisis
democrática que ni siquiera una posible victoria pírrica de la izquierda
emergente en una “segunda vuelta” podrá resolver.
Y para hacerlo más difícil, pero más estable,
incorporando en la deliberación a todos, también a los perdedores. “Nadie,
nadie, nadie, que enfrente no hay nadie…”.
>> Publicado en EL DIARIO NORTE.
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