martes, 2 de noviembre de 2010

Vientos del pueblo en el Senado

Hoy, el viejo salón de plenos del Senado se ha llenado de memoria, de dignidad, de reciedumbre y de poesía. Todo ello de la mano de Miguel Hernández, de quien estos días se conmemora el centenario de su nacimiento en Orihuela, aunque de todo ese siglo él sólo pudo vivir 31 años.



En el salón han resonado los versos de Miguel Hernández en boca de José María Pou ("Nanas de la cebolla"), Charo López ("El niño yuntero"), Juan Diego (sobrecogedora su interpretación de la "Elegía a Ramón Sijé") y Nuria Espert ("Vientos del pueblo me llevan").

Además de senadoras y senadores de todos los grupos políticos, los escaños han sido ocupados preferentemente por decenas de ciudadanas y ciudadanos, algunos portando libros con los poemas de Miguel Hernández. Cabellos encanecidos, rostros arrugados, pero todas y todos henchidos de vigor democrático.





También ha estado presente Marcelino Camacho. En las intervenciones iniciales de Javier Rojo, presidente del Senado, y de Carlos Berzosa, rector de la Universidad Complutense. Por cierto: también el poeta tuvo su Josefina.


Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
mpotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.


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