miércoles, 3 de noviembre de 2010

Nocturna urbana

“Pasear por la Gran Vía de noche me ayudaba a sentir Madrid así: como en el fondo me gustaba que fuera, y como la añoraba cuando estaba lejos, intentando desentrañar alguna muerte en lugares más pequeños y apacibles. Ahora, excepcionalmente, estaba husmeando allí, en las tripas de mi propia ciudad, aunque hubiera levantado el cadáver a unos cuantos kilómetros. Porque Madrid es demasiado efervescente para caber en su término municipal. Y por mucho que crezca su constelación de cemento, sus arterias de asfalto mantienen el organismo sincronizado en un solo latido, hasta sus más remotas extremidades. También me gustaba sentir aquella conexión, que desde el centro lleva hasta Alcobendas o Móstoles o Getafe o Coslada; tan Madrid como la Cibeles o Neptuno, tan incomprensibles sin ella como a la inversa.

En cierto sentido, las ciudades son mucho más reales que los países, o por lo menos su realidad es más inequívoca. Se afirman sobre su continuidad física, y sobre la continuidad no menos física del sudor y la respiración de sus gentes, más allá de las demarcaciones artificiales sobre las que tratan e imponer su precario designio los ayuntamientos. Uno puede dividir un país, de hecho muchos lo consiguen cotidianamente; pero no hay modo de dividir una ciudad. Todos los que alguna vez lo intentaron, acabaron fracasando. Tanto da que alcen muros, de hormigón, de ideologías o de lenguas. La ciudad los derriba siempre, para seguir bullendo conforme a su lógica primaria y animal. Quizá por eso sea una de las más poderosas construcciones humanas, desde las polis de Grecia hasta las cosmópolis del presente”.

(Lorenzo Silva, La estrategia del agua, pp. 260-261)





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