jueves, 30 de julio de 2009

Exterminio


Las víctimas del terrorismo, todas las víctimas del terrorismo, no han sido simplemente (si es que se puede utilizar este término cuando hablamos de lo más terrible que puede hacer una persona contra otra) asesinadas. Las víctimas del terrorismo han sido exterminadas.
Escribe Sven Lindqvist que en latín “exterminio” significa poner al otro lado de la frontera, o terminus.
Las víctimas del terrorismo etarra han sido víctimas de una determinada perspectiva sobre lo que esta sociedad debe ser. Una perspectiva cuya característica más destacable es la de considerar que en el Nosotros vasco que pretenden construir hay determinadas personas que están de sobra. Personas que, porque están de sobra, deben ser puestas más allá –ex terminus- de la frontera moral que define ese Nosotros. ¿A través de qué medios? Puede ser mediante la amenaza y el amedrentamiento, de manera que finalmente opten por dejar el país. O puede ser, también, mediante la más expeditiva eliminación física.
La limpieza étnica, la eliminación del diferente, sólo es posible sobre las ruinas de la comunidad de aceptación mutua. La eliminación del otro exige un ambicioso y complejo programa de des-vinculación y, consecuentemente, de des-responsabilización. En 1935 el rabino de Berlín describió así la situación de los judíos en Alemania: “Acaso esto no haya sucedido nunca en el mundo y nadie sabe cuánto tiempo se puede soportar: la vida sin vecinos”. Como señala Bauman, el Holocausto fue posible sólo tras un largo proceso de producción social de la distancia, condición previa para la producción social de la indiferencia moral. Sólo así fue posible generalizar entre los alemanes la convicción de que por muy atroces que fueran las cosas que les ocurrían a los judíos, nada tenían que ver con el resto de la población y, por eso, no debían preocupar a nadie más que a los judíos. Por su parte, Beck denomina construcción política del extraño al proceso que hizo que tantas personas pasaran “de vecinos a judíos”, siendo así expulsados en la práctica del espacio de los derechos y las responsabilidades.
ETA ha consumado sus atentados sobre la base, absolutamente imprescindible, de 1º) una estrategia previa de construcción política del extraño (el español, el opresor, el represor...), 2º) a la que ha seguido un proceso de producción social de la distancia (aislamiento, no son de los nuestros, son maketos...), 3º) cuya consecuencia ha sido la generación de la indiferencia moral. El asesinato no es más que el último eslabón de este proceso.
La columna de la vergüenza, iniciada hace 50 años y que hoy se eleva hasta los casi mil muertos de altura, ha sido construida víctima a víctima, sí; pero ha sido construida, también, indiferencia a indiferencia. ¿Hasta dónde se extienden las responsabilidades por los asesinatos de hoy? ¿Hasta quiénes? ¿Acaso llegan hasta aquellas verbenas en las por todas las plazas de Euskadi la canción del verano era aquella del “Voló, voló, Carrero voló...”, con su sencilla coreografía de prendas lanzadas jocosamente al aire?

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