Se llama Emilio G. y ha irrumpido con un mazo en la herriko taberna de Lazkao al grito, supuestamente, de: "¡Me habéis jodido mi casa, yo os voy a joder ahora la vuestra! Ojo por ojo". Los medios de comunicación protegen su anonimato facilitando sólo la inicial de su apellido, pero algunos ofrecen imágenes de Emilio golpeando la puerta de la herriko y hay un periódico que, en un alarde de irresponsabilidad, coloca en portada una foto en la que se le identifica a la perfección, detenido por la Ertzaintza. ¿Nadie controla estas cosas? ¿Y la intimidad de Emilio, y su seguridad? ¡Que estamos hablando de Euskadi! Ya han aparecido carteles amenazadores. Los fanáticos de las muchas noches de cristales rotos solo ven la paja en el ojo ajeno.
La conducta de Emilio no tiene justificación. Lo de Gandhi: si seguimos la proclama del "ojo por ojo" al final todos acabaremos ciegos. Pero no perdamos la perspectiva: se trata de una anécdota. Son otros los que deberían ocupar esas portadas, lo que ocurre es que se ocultan tras capuchas. Otros son los de la maza cotidiana. La maza que no cesa. La maza y la serpiente.
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