Un hombre mejor
Traducción de Patricia Antón de Vez
Salamandra, 2025
"La crítica de arte había dejado a Clara en su estudio para que leyera en privado la reseña que acababa de hacerse pública. Luego había cruzado la plaza ajardinada del pueblo y, tras quitar la nieve medio derretida del banco, se había sentado a observar los tres pinos que claramente daban su nombre a aquel lugar. Aquello le pareció poco sutil. Demasiado obvio. Tres pinos en Three Pines...
Habría preferido que hubiera sólo dos pinos. Lo volvería todo más interesante, le proporcionaría una historia al lugar. ¿Qué fue del tercer árbol? De acuerdo, no sería una gran historia, pero era mejor que nada.
De hecho, aquel pueblecito escondido le parecía bonito pero banal. Casi podía ver cómo las casas de piedra, ladrillo y tablillas de madera, la iglesia en la colina y el bosque más allá se convertían en una acuarela ante sus ojos. Había algo que no era del todo real, no del todo de este mundo. Y mucho menos del mundo ruidoso y agresivo que acababa de dejar atrás.
Era como un bonito cuadro pintado por algún artista anciano con poco talento.
Bonito. Dulce. Predecible. Seguro".
Publicada originalmente en 2019, esta es la decimoquinta novela de la serie del inspector Armand Gamache, tan querida por aquí, y una de las entregas más “humanas” de Louise Penny: menos centrada en la investigación pura y más en qué significa hacer lo correcto cuando todo alrededor empuja a mirar hacia otro lado. Eso no quiere decir que no haya investigación, pistas, urgencias y conflictos, que los hay, pero la autora se apoya en todo eso, quizá más que en ninguna otra novela de la serie, para proponer una reflexión sobre la responsabilidad moral, como un cauce para preguntarse qué ocurre cuando hacer lo correcto resulta incómodo, impopular o incluso peligroso, y aun así no hacerlo tiene un costo intolerable.
La historia combina dos tramas principales. La primera es la que gira en torno a un fenómeno natural: una crecida inesperada provocada por las fuertes lluvias y el deshielo repentino amenaza pueblos y carreteras en todo Québec; hay evacuaciones, miedo y sensación de desastre inminente. Penny usa esta situación como un reloj en marcha: todo ocurre con prisa y con recursos limitados. La segunda, propiamente criminal, se desencadena con la desaparición de una mujer. Al principio parece uno más de esos casos donde “algo no cuadra”, pero Gamache y su equipo detectan un patrón que apunta a un problema mayor: violencia de género, manipulación y la manera en que ciertos abusos pueden quedar invisibles porque el entorno prefiere no verlos.
Lo que hace interesante la investigación es que la autora no la plantea solo como “¿quién lo hizo?”, sino como “¿qué está pasando realmente aquí y por qué nadie actuó antes?”. La novela nos confronta con ese tipo de misterio moral: no es únicamente descubrir al culpable, sino entender las capas de complicidad, miedo y autoengaño.
Desde las primeras páginas, la novela se instala en un clima de fragilidad. Armand Gamache ha regresado a la Sûreté du Québec en un momento particularmente delicado: la institución sigue marcada por viejas heridas, y una amenaza externa -las inundaciones que avanzan sin tregua- convierte el tiempo en un bien escaso. El agua que sube no es solo un elemento ambiental, funciona como una presión constante que obliga a decidir rápido, a priorizar, a aceptar pérdidas. Louise Penny, siempre sutil, convierte ese contexto en una metáfora transparente del dilema moral que atraviesa toda la historia.
Gamache no es ya solo el policía íntegro que conocemos desde Naturaleza muerta; es un hombre que ha sido puesto a prueba, que ha fallado, que ha pagado precios personales y profesionales, y que ahora parece actuar desde una convicción más silenciosa pero más firme. Su liderazgo se expresa menos en discursos que en gestos: escuchar, sostener, confiar, asumir culpas ajenas cuando es necesario. El título, Un hombre mejor, suena a exigencia personal permanente, radicalmente incómoda. El equipo que lo rodea -Beauvoir, Lacoste y los demás- aporta matices esenciales a esa reflexión moral. Las relaciones están marcadas por la lealtad, pero también por cicatrices que no desaparecen del todo.
Tres frases, repetidas a lo largo del libro, funcionan como auténticos pilares morales del relato. La primera procede, según se dice, de Moby Dick: “Toda verdad contaminada de malicia”. Penny la inserta en distintos momentos como advertencia: no toda verdad libera, no toda revelación es justa. La verdad puede convertirse en un arma cuando se pronuncia desde el resentimiento, el deseo de control o la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. La segunda frase introduce un tono más abiertamente espiritual y dramático. Atribuida a Francisco de Asís, se repite como un susurro de consuelo en medio del horror: “Clara, Clara, no desesperes. Entre el puente y el agua, yo estaba allí”. En el contexto del libro, esta línea resuena como una promesa de presencia en el instante límite, en ese espacio mínimo -entre la caída y el impacto- donde parece que todo se pierde. Louise Penny la utiliza, creo, como una imagen de acompañamiento radical: incluso cuando nadie más actúa, cuando la comunidad falla o calla, alguien -o algo- estuvo allí. Es una frase que dialoga directamente con la pregunta más incómoda del libro: ¿quién estuvo, realmente, cuando más se necesitaba? La tercera cita, pronunciada por Gamache, ancla toda esa reflexión en lo personal y lo concreto. Cuando Isabelle Lacoste le pregunta por qué sigue en la Sûreté después de todo lo que ha sufrido, él responde: “Es el lugar al que pertenezco. A todos nos dan un cáliz. Éste es el mío”. Aquí Penny condensa la ética de su protagonista y, en buena medida, la de toda la serie. No se trata de heroísmo ni de sacrificio grandilocuente, sino de aceptar la carga que a uno le ha tocado, con plena conciencia de su peso. Gamache no idealiza la institución ni olvida sus traiciones; permanece porque ese es el espacio desde el que puede intentar, imperfectamente, hacer el bien.
En ese marco se despliega la novela: las inundaciones que avanzan funcionan como metáfora de un mundo donde todo puede desbordarse -las emociones, las mentiras, la violencia, las instituciones- y donde decidir implica siempre dejar algo atrás. La investigación criminal importa, pero importa sobre todo como escenario en el que se ponen a prueba estas ideas. Louise Penny nos insta a acompañar a los personajes en decisiones incómodas, en silencios culpables, en intentos de reparación que nunca son completos.
Aunque pueda parecer una línea narrativa secundaria frente a las dos grandes tramas de la novela -las inundaciones y la desaparición de Vivianne, con su trasfondo de violencia de género-, considero especialmente relevante la historia de Clara y su crisis artística. Las críticas a su obra más reciente a través de las redes sociales no solo afectan a su proceso creativo, sino que funcionan como una reflexión más amplia sobre el uso de estos espacios digitales para juzgar, desacreditar o incluso difamar desde el anonimato y la distancia emocional. Esta dimensión introduce una crítica contemporánea sobre la exposición pública, la fragilidad del reconocimiento artístico y la violencia simbólica que puede ejercerse en el entorno virtual.
Aunque Penny suele escribir de forma que las lectoras o los lectores nuevos no se pierdan, este libro funciona mejor si sabes quién es Gamache y vienes, al menos, con algo de contexto de sus conflictos previos dentro de la Sûreté du Québec. Aun así, Un hombre mejor está construida para que puedas entrar directamente en el “universo Gamache”: se recapitulan lo esencial de relaciones y tensiones internas.
Three Pines, por su parte, sigue siendo ese espacio ambiguo que tan bien sabe construir Penny: refugio emocional, lugar de belleza y calidez, pero también escenario donde el silencio puede volverse cómplice. Las escenas cotidianas -las comidas, las conversaciones aparentemente triviales, la presencia constante y contrastante de Ruth y Reine-Marie- no funcionan como simples pausas narrativas, sino como contrapuntos morales: recordatorios de lo que está en juego cuando la verdad irrumpe y desordena la armonía.
En términos de estilo, la novela mantiene esa prosa clara, contenida y profundamente atmosférica que distingue a Louise Penny. El ritmo no busca la aceleración constante; prefiere alternar momentos de tensión con espacios de reflexión, permitiendo que resuenen las preguntas éticas que sostienen la trama. Esto puede percibirse como lentitud, pero para quienes valoramos la dimensión moral de la serie es precisamente ahí donde reside su fuerza. Al cerrar el libro, queda la impresión de que Penny no nos pregunta quién es el culpable -eso acaba aclarándose-, sino algo más inquietante: qué hacemos con la verdad, dónde estamos cuando otros caen, y si somos capaces de aceptar el cáliz que nos corresponde sin derramarlo sobre las demás.

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