lunes, 29 de diciembre de 2025

Adiós a un río

John Graves 
Adiós a un río
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Capitán Swing, 2025 

"El Brazos entero me pertenecía aquella tarde. De verdad. El cielo azul otoñal (los cielos despejados de otras épocas en Texas tienden a ser blancos, decolorados), el aire amarillento claro; el verde, dorado y rojo de enebros y robles, los peñascos del tamaño de edificios, el sol a la espalda; la boga regular y gustosa del remo; las cabras de angora hucheándome desde la orilla al captar mi olor... Me pertenecía a mí y a los pájaros que gorjeaban y a los animales invisibles (las pisadas de ciervos y mapaches se superponían en las márgenes) y a los grandes matalotes que saltaban y caían con un planchazo... De vez en cuando era consciente de ruidos de personas y de su presencia -un hachazo en el bosque de enebros, un mugido, un tractor traqueteando en la planicie de un recodo, el jirón de un avión a reacción en el cielo azul, el fogonazo y la liberación repentina de su propio estruendo-, pero era otoño y no estaban en el río. El río era mío".


Publicado originalmente en 1960, este es el relato de un viaje en canoa por el río Brazos, en Texas, antes de que una serie de presas transforme de manera irreversible su curso. Sin embargo, desde sus primeras páginas queda claro que John Graves no está escribiendo solo un libro de viajes, sino una meditación profunda sobre el tiempo, la memoria y la relación entre el ser humano y el paisaje. El río es el hilo conductor, pero lo que verdaderamente fluye en estas páginas es una conciencia que se despide.


Por ello el libro se estructura como una travesía física -Graves desciende en canoa el río durante varias semanas- y, al mismo tiempo, como una travesía interior. A cada recodo del Brazos le corresponde una digresión: recuerdos de infancia, historias de colonos y pueblos indígenas, episodios de la historia texana, reflexiones sobre la guerra, la vejez y la fragilidad del mundo natural. El movimiento del agua marca el ritmo de una narración que se permite detenerse, observar, escuchar:

"El resultado es que un breve segmento de la frontera americana, reconocible a su manera aunque no tan reconocible como alguien de la zona podría verse tentado a pensar, se detuvo en el Brazos, crepitó y humeó durante unos cuantos años como una fogata en la maleza mientras se expulsaba a los indios de la existencia y se empujaba al ganado hacia el norte, y luego siguió avanzando y llevándose la mayor parte de sus enérgicos hombres con ella.
Nada de lo sucedido en este segmento, entonces ni más tarde, marcó significativamente la historia humana. Desde un punto de vista más que posible, las historias hablan de una disputa en parte innecesaria y dilatada entre salvajes y patanes iletrados que constituían los márgenes de una cultura que dos siglos y medio antes había engendrado a Shakespeare y que incluso entonces estaba leyendo a Dickens, a Trollope y a Thoreau y reflexionando sobre las ideas de Charles Darwin. También hablan -dicha historias- de las disputas subsiguientes entre los propios patanes: de robo de ganado, de whisky de maíz, de Reconstrucción, de contiendas sangrientas, de linchamientos, de sectarismo disidente y de más analfabetismo.
¿Acaso pueden influir de alguna manera en la aventura de la humanidad?
Puede que un poco. No todas las historias hablan de patanes".

Uno de los grandes logros del libro es su capacidad para fundir géneros sin fricción. Adiós a un río es a la vez crónica histórica, ensayo ecológico, autobiografía y relato de aventuras mínimas. La prosa de Graves es precisa, rica en observación, con un humor seco que evita la solemnidad. Incluso cuando aborda la destrucción ambiental, lo hace desde la experiencia concreta. Su mirada es la de alguien que sabe que el cambio es inevitable, pero que se resiste a aceptar la pérdida sin dejar testimonio de lo que había. El viaje se convierte así en un acto de despedida consciente: nombrar lo que existe antes de que desaparezca.

"Todo va a desaparecer, como sus gentes, como las criaturas salvajes que pueblan sus orillas, como el otoño... Es lo que es. Fue lo que fue. Con suerte, lo que fue puede ser parte de lo que es. Aunque hoy no es algo que suceda con frecuencia".

Graves recuerda que todo paisaje está habitado por historias humanas, y que modificar un río implica también alterar la memoria colectiva ligada a él. La construcción de presas no es solo un proyecto técnico, sino una decisión cultural sobre qué vale la pena conservar. En ese sentido, el libro anticipa muchas de las preocupaciones contemporáneas sobre ecología y sostenibilidad, pero sin el lenguaje de la urgencia actual. Su fuerza reside precisamente en su paciencia: en la atención minuciosa a los detalles, en la aceptación de los silencios, en la convicción de que comprender un lugar exige tiempo y presencia.

El “adiós” del título no es solo al río tal como fue, sino a una forma de estar en el mundo: más lenta, más atenta, menos dominadora. Cuando el viaje termina queda la sensación de haber acompañado a alguien en un gesto íntimo y necesario: decir adiós con palabras justas, antes de que el río y su entorno, también el humano, cambien para siempre.

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