Backlash
Traducción de Francesc Roca
Península, 2025
"¿Cómo puede ser que las mujeres norteamericanas tengan tantos problemas en un momento en que se supone que son tan felices? Si la condición de la mujer nunca ha sido mejor, ¿por qué es tan bajo su estado de ánimo? Si las mujeres tienen lo que pedían, ¿a qué se deben los problemas actuales?
La opinión predominante durante la década de los ochenta ha dado una respuesta monocorde a esta pregunta: la causa de todo ese pesar debe ser precisamente haber conseguido tanta igualdad. Las mujeres son infelices precisamente porque son libres. Las mujeres se han esclavizado con su propia liberación. Al aferrarse a la sortija dorada de la independencia, perdieron la única sortija que realmente importa. Obtuvieron el control de su fertilidad, solo para destruirla. Persiguieron sus propios sueños profesionales para perderse la mayor aventura femenina. El feminismo, se nos dice una y otra vez, ha demostrado ser el peor enemigo de la mujer.
[...] [F]ue la prensa la que expuso y resolvió primero, ante un público muy amplio, la paradoja vital de las mujeres, la paradoja que se convertiría en una cuestión fundamental para el backlash: a pesar de todo lo que habían conseguido, las mujeres se sentían insatisfechas; tenían que ser las conquistas del feminismo, no la resistencia de la sociedad a esas conquistas parciales, las responsables de la insatisfacción de las mujeres".
Backlash, de Susan Faludi, es uno de los ensayos feministas más influyentes del último medio siglo y, uno de los más actuales. Publicado originalmente en 1991, el libro analiza con una lucidez demoledora la reacción social, cultural y política que se activa cada vez que las mujeres avanzan en derechos y autonomía. Ese movimiento de reacción -el backlash- no se presenta de forma abierta o explícita, sino como una narrativa envolvente que promete bienestar mientras socava silenciosamente las conquistas feministas.
El libro ya fue publicado en español en 1993 por Anagrama, con traducción también de Francesc Roca, con el título de Reacción y un subtítulo -La guerra no declarada contra la mujer moderna- más fiel al original (The Undeclared War Against American Women).
Susan Faludi parte de una aparente contradicción: ¿por qué, cuando las mujeres parecen tener más oportunidades y más libertad que nunca, se extiende el relato de que están más infelices, solas y frustradas? La respuesta que construye a lo largo del libro es contundente: esa supuesta “crisis de la mujer” no es un hecho objetivo, sino una fabricación cultural, sostenida por medios de comunicación, discursos pseudocientíficos, políticas públicas y productos culturales que culpabilizan a las propias mujeres de las consecuencias de su emancipación.
Mediante un abrumador despliegue de datos, de evidencias, Faludi desmonta estadísticas manipuladas, estudios mal interpretados y titulares alarmistas que afirmaban, por ejemplo, que las mujeres solteras eran más propensas a la depresión, que las profesionales exitosas tenían menos posibilidades de encontrar pareja o que el feminismo era la causa directa de la insatisfacción femenina. Frente a esas afirmaciones (falsas), la autora ofrece datos contrastados, análisis detallados y una lectura crítica del modo en que se construye la “verdad” mediática.
El libro se estructura como un mapa del contraataque antifeminista en distintos ámbitos. En el terreno laboral, Susan Faludi muestra cómo se promueve la idea de que la igualdad ya se ha alcanzado, invisibilizando las desigualdades estructurales que persisten. En el ámbito de la familia, analiza el retorno idealizado al hogar y la maternidad como destino natural, presentado no como imposición sino como elección “libre” y deseable. En la cultura popular -el cine, la televisión, la publicidad- identifica patrones narrativos que castigan a las mujeres independientes y recompensan la renuncia a la libertad. Pero Susan Faludi no describe un complot organizado, sino una atmósfera, una pedagogía emocional que enseña, una y otra vez, que la emancipación femenina tiene un precio demasiado alto:
"Estos fenómenos están relacionados, pero ello no significa que estén coordinados. El backlash no es una conspiración, con un conciliábulo que despacha agentes desde alguna sala de control central, ni la gente que sirve a sus fines es siempre consciente de su papel: hay quienes incluso se consideran feministas. En su mayor parte las manifestaciones de el backlash están codificadas y perfectamente estructuradas, son extensas y camaleónicas. [...]
Si bien el backlash no es un movimiento organizado, eso no lo hace menos destructivo. De hecho, la falta de orquestación, la ausencia de un único responsable, hace que sea más difícil de ver, y quizá más efectiva. Una reacción contra los derechos de la mujer tiene éxito en la medida en que parece no ser política, cuando no tiene la menor semejanza con una cruzada. Es más poderosa cuando se vuelve individual, cuando se aloja en la mente de una mujer y consigue que esta mire solo hacia dentro, hasta que se imagina que la reacción no son más que figuraciones suyas, hasta que comienza a poner en práctica la reacción... contra sí misma".
Pura hegemonía. Y desde esta perspectiva resulta particularmente incisivo su análisis de la industria cultural de la época, desvelando cómo las ficciones de los años ochenta y principios de los noventa construyen personajes femeninos que pagan un precio alto por su autonomía: mujeres exitosas que acaban solas, infelices o castigadas narrativamente. No se trata de propaganda explícita, sino de una pedagogía emocional constante, que enseña qué se puede desear y qué no sin necesidad de prohibiciones.
En su análisis del cine y la televisión de los años ochenta y noventa, Susan Faludi muestra cómo la cultura popular funcionó como un sistema de advertencias. No se trataba de refutar expresamente argumentos feministas, sino de narrar historias en las que las mujeres que encarnaban la autonomía sexual, profesional o vital eran castigadas simbólicamente. En películas como Atracción fatal la mujer independiente se convierte en amenaza patológica; en otras, aparentemente más amables, como Armas de mujer, el éxito profesional solo se legitima si queda neutralizado por un desenlace romántico que restituye el orden heterosexual. Incluso cuando el cine aborda de forma explícita la violencia sexual, como en Acusados, la autora detecta una lógica moral subyacente que hace que la empatía hacia la víctima aparezca condicionada a su comportamiento previo, como si la agresión operara como una corrección de excesos.
La televisión, por su parte, normaliza estas ideas de forma más sutil y persistente. Series como Treintaytantos construyen un imaginario en el que los hombres, que aparecen representados como sensibles, progresistas, bienintencionados, se muestran desorientados por los cambios que introduce el feminismo, mientras que las mujeres encarnan la exigencia emocional, el conflicto y la pérdida de armonía. El problema, en cualquier caso, deja de ser estructural o político y se transforma en un malestar íntimo, meramente psicológico, lo que permite desactivar cualquier lectura en términos de poder o desigualdad.
Aquella fue también la época en la que "la mujer apaleada, atada o metida dentro de alguna clase de recipiente se convirtió en un tema habitual de los anuncios de moda y los trabajos de fotografía artística". Modelos (mujeres) atadas, arrastradas, con camisas de fuerza, con los ojos vendados, dentro de bolsas de basura, con collares de perro... poblaban las revistas y los anuncios de moda.
Pero, siendo todo esto terrible, uno de los capítulos más incisivos del libro de Susan Faludi es el 10, titulado "La base intelectual del backlash: de los neoconservadores a las neofeministas", en el que analiza como la reacción no procede únicamente de sectores conservadores, sino también de autores del campo progresista. Su lectura de Christopher Lasch resulta especialmente reveladora: aunque su crítica al narcisismo y al capitalismo tardío se presenta como radical, termina idealizando la familia tradicional y sugiriendo que el feminismo es responsable de una desintegración moral que en realidad tiene causas económicas y sociales más profundas. De este modo, una crítica cultural sofisticada acaba reforzando imaginarios patriarcales bajo una apariencia de profundidad intelectual.
Aún más incómodo es el análisis que Susan Faludi hace de ciertas figuras centrales del propio feminismo. En el caso de Betty Friedan, observa cómo en los años ochenta adopta una postura defensiva, preocupada por distanciar al movimiento de sus corrientes más radicales o incómodas para el mainstream. Esa estrategia de respetabilidad, pensada para "proteger" al feminismo de ataques externos, termina reforzando la idea de que la liberación femenina debe moderarse para no provocar rechazo. Con Susan Brownmiller, la crítica es distinta pero igualmente aguda: aunque su trabajo sobre la violencia sexual fue fundamental, Faludi advierte que un énfasis excesivo en la vulnerabilidad permanente de las mujeres puede ser reapropiado por discursos paternalistas que justifican el control y la protección como formas encubiertas de dominación.
De este modo, Susan Faludi muestra cómo incluso los discursos emancipadores pueden ser reabsorbidos por una cultura que teme la autonomía femenina y busca, una y otra vez, reinscribirla en marcos de dependencia, culpa o miedo. Por eso el libro sigue resultando hoy tan perturbador: porque señala que el adversario del feminismo no siempre se presenta como enemigo declarado, y que muchas veces habla el lenguaje de la preocupación, de la nostalgia o incluso del progresismo bienintencionado.
Leído hoy, el ensayo de Susan Faludi resulta inquietantemente actual. Muchas de las dinámicas que describe -la culpabilización individual, la despolitización del malestar, la idea de que el feminismo ya no es necesario o ha ido demasiado lejos- han reaparecido con nuevos lenguajes y plataformas. El libro nos permite comprender que estas reacciones no son anomalías ni retrocesos accidentales, sino mecanismos de fondo que acompañan cualquier proceso de emancipación. Porque cada avance feminista cuestiona jerarquías profundamente arraigadas, que se resisten a desaparecer:
"La propuesta del feminismo es muy simple: pide que no se obligue a las mujeres a «elegir» entre la justicia pública y la felicidad privada. Pide que las mujeres tengan libertad para definir por sí mismas su identidad, en lugar de que esta sea definida una y otra vez por la cultura de la que forman parte y por los hombres con los que conviven.
El hecho de que estas ideas sigan siendo incendiarias debería hacernos comprender que las mujeres estadounidenses aún tienen un largo camino que recorrer antes de llegar a la tierra prometida de la igualdad".
De este modo, más allá de su enorme valor analítico, Backlash tiene una dimensión política fundamental, al devolver a las mujeres el marco colectivo de interpretación de sus experiencias. Frente al relato que individualiza el malestar -“si no eres feliz es culpa tuya”- Faludi muestra que las frustraciones tienen raíces estructurales. Su lectura invita a la vigilancia crítica, a reconocer las formas sofisticadas que adopta la reacción antifeminista, también hoy. Leerlo tres décadas después de su publicación no es un ejercicio de arqueología intelectual, sino una forma de comprender por qué cada avance sigue necesitando ser defendido.
No sé si la edición de 1993 de Anagrama fue muy leída o no. Espero que esta sí lo sea.

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