miércoles, 4 de junio de 2025

M. La hora del destino

Antonio Scurati
M. La hora del destino
Traducción de Carlos Gumpert
Alfaguara, 2024

"El sacrificio idiota es el único horizonte, habrá que prolongar la defensa a ultranza, hasta la última gota de sangre. Veinte años de retórica fascista así lo imponen".


Cuando el telón cae sobre los imperios, lo hace con estrépito, pero también con una inercia que los vuelve espectrales antes de desaparecer del todo. En M. La hora del destino, Antonio Scurati nos sitúa precisamente en ese crepúsculo del fascismo italiano, en los años que van de 1940 a 1943: la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial, las derrotas militares, el aislamiento progresivo de Mussolini y, finalmente, su caída humillante a manos de sus conmilitones del Gran Consejo Fascista.

Este cuarto volumen nos aproxima al final del proyecto novelístico más ambicioso de la literatura italiana contemporánea: la reconstrucción narrativa del ascenso y caída de Benito Mussolini como figura histórica, mito nacional y tragedia ideológica. Pero, como en los libros anteriores de la serie, Scurati escribe una novela documental en la que el relato se ve acompañado de documentos reales -discursos, cartas, notas de prensa- para ofrecernos un relato histórico profundamente vívido.

Italia entra en guerra en junio de 1940, cuando Francia está ya vencida y Hitler parece invencible. Mussolini no quiere quedarse atrás. Busca una victoria rápida y una silla en la mesa de la victoria alemana. Pero pronto la realidad se impone: las campañas en Grecia, en África, en los Balcanes y en Rusia acaban en desastre tras desastre. El ejército italiano, mal equipado, mal dirigido, expuesto al clima y al desánimo, no resiste. El país comienza a pagar el precio del sueño imperialista. Alrededor del Duce, Scurati construye un mundo que se desmorona. No hay héroes, solo oportunistas, cómplices, familiares confundidos y un puñado de patéticos fanáticos:

"Barrigones, ajados o bien engominados, repletos los unos y los otros de lentejuelas y grecas. Estos son los hombres de quienes depende el destino de Italia en la nueva guerra del mundo".

A estas alturas, Mussolini ha dejado de ser el líder carismático del primer volumen. Ahora se muestra envejecido, paranoico, cada vez más encerrado en su mundo de retórica hueca y gestos vacíos; es un hombre que sigue hablando como si todavía tuviera el control de Italia, pero cuyos discursos y decisiones, más allá de su cada vez más reducido círculo de incondicionales, ya no despiertan entusiasmo, sino una mezcla de escepticismo y sospecha:

"Después de interrogarlo un buen rato con la mirada, Enno von Rintelen [agregado militar de la embajada nazi en Roma] se ve obligado a comprender: no se haya ante una monstruosa muestra de cinismo ni ante un repugnante episodio de narcisismo. Se trata, más trivialmente, de incompetencia. Benito Mussolini no es el tirano sediento de sangre dispuesto a enviar a sus soldados a morir mal armados por sus propios cálculos abyectos; no es el dictador obnubilado, a pesar de todo, por el culto personal que esos hombres le rinden. Mucho más simplemente, el Duce no está en condiciones de hacer una valoración técnica del equipamiento de sus ejércitos. Y ello no le causa preocupación. Este hombre es el orgulloso, audaz y beligerante jefe de una nación en armas, pero no conoce las armas".

En este entorno, Scurati muestra su enorme talento para reconstruir una atmósfera psicológica desde los pliegues de la historia. La corte fascista es ya un velorio en cámara lenta y la presión de la derrota y la descomposición moral de un régimen que ya no cree en sí mismo empujan la narración hacia un destino inevitable: la reunión del Gran Consejo del Fascismo en julio de 1943 y el arresto de Mussolini por orden del rey Víctor Manuel III:

"Al cabo de veinte años, ha caído el fascismo, pero en esa demolición no participa un solo antifascista en la Sala del Papagayo. Son las 2.30 horas de la noche del 25 de julio de mil novecientos cuarenta y tres. Se levanta la sesión".

La hora del destino no cierra la historia de Mussolini (aún quedan por relatar la República de Saló y su muerte), pero sí cierra un periodo esencial: el paso del fascismo triunfante al fascismo derrotado. Scurati no escribe para redimir ni para condenar, sino para recordar que una nación puede perderse en su propio delirio, que el fascismo no fue solo una anomalía del pasado sino una posibilidad siempre latente. Y en estos tiempos donde los discursos autoritarios resurgen con otras máscaras, su voz resuena como advertencia y como memoria.

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